Aligerar la vida: bienestar, economía y consumo

Reproducimos un extracto del próximo libro de Gilles Lipovetsky, De la ligereza, que editorial Anagrama publicará en septiembre. Allí, el sociólogo y filósofo francés indaga en una de las características distintivas de nuestra civilización: el valor que lo ligero, fluido y móvil ha adquirido, abarcando desde el ideal del cuerpo hasta los objetos tecnológicos. Sin embargo, la vida no necesariamente se ha hecho más liviana: “Aunque abunden los dispositivos ligeros, no por ello dejan de producir innumerables estragos los mecanismos del mercado y la dinámica de individuación”, asegura el autor.

por Gilles Lipovetsky I 29 Julio 2016

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La modernidad podría definirse por lógicas estructurales como la racionalización, la diferenciación funcional, la individuación, la secularización e incluso la mercantilización del mundo. Pero es igualmente posible esclarecer la cuestión por un camino más metafórico, echando mano de un modelo sensible, sugerente o simbólico. Desde este punto de vista, ninguna idea aclara mejor la dinámica de las sociedades modernas que la de “aligeramiento de la vida” y de lo que con toda justicia se ha llamado “guerra de lo ligero contra lo pesado”.

Este programa empieza su aventura filosófica en los siglos XVII y XVIII. Cabalga a lomos de la fe en la Razón científica, moral y política. Se ponen las máximas esperanzas en la acción revolucionaria, pero también en los progresos tecnocientíficos que permitirán alcanzar una vida mejor, mitigar el apremio de las necesidades, eliminar el peso asfixiante de la pobreza y el sufrimiento. No se quedó en un simple sueño. Desde finales del siglo XVIII concluye la época de los grandes estragos del hambre y la peste. Poco a poco desaparecen las grandes hambrunas, mejora la salud, se reduce la duración media del trabajo. Son muchos los fenómenos que expresan el inicio de la aventura moderna del alivio de la existencia, gracias a unas condiciones materiales menos abrumadoras.

Inaugurada en la época de las Luces, la lucha de lo ligero contra lo pesado cruza un umbral decisivo desde mediados del siglo XX con la aparición de las economías de consumo. En las economías desarrolladas proliferan por doquier los bienes dedicados a facilitar la vida cotidiana (higiene y confort de la vivienda, electrodomésticos, automóvil), pero también a informar y comunicar (televisor, teléfono, ordenador, Internet), a embellecer (ropa de confección, cosméticos, objetos decorativos), a divertir (televisión, equipo estéreo, música, cine, juegos, turismo). Si el universo consumista está íntimamente relacionado con el movimiento de aligeramiento de la vida es porque no deja de multiplicar las ofertas de confort, de desarrollar las facilidades, comodidades y atractivos del bienestar material.

“La economía se ve reorganizada por el principio de ligereza, ya que el capitalismo de consumo funciona estructuralmente con la seducción, la frivolidad y la renovación perpetua de los modelos”.

Con la era consumista triunfa una cultura cotidiana que ostenta el sello de la ligereza hedonista. Por todas partes se anuncian recargadas imágenes de evasión y promesas de placer. En las paredes de las ciudades se exhiben signos de felicidad perfecta y de erotismo liberado. Las representaciones visuales del turismo y de las vacaciones rezuman un aire de felicidad paradisíaca. Publicidad, proliferación de las formas de emplear el tiempo libre, animaciones, juegos, modas: todo nuestro mundo cotidiano vibra con cantos a la distracción, a los placeres del cuerpo y los sentidos, a la ligereza de vivir. Al difundir imágenes de felicidad consumidora, de diversión y erotismo, la civilización consumista proclama su ambición de liberar el principio de placer, de apartar al hombre de su larguísimo pasado de carencia, coerción y ascetismo. Con el culto al bienestar, a la diversión, a la felicidad aquí y ahora, triunfa un ideal de vida ligero, hedonista y lúdico.

Al mismo tiempo, la propia economía se ve reorganizada por el principio de ligereza, ya que el capitalismo de consumo funciona estructuralmente con la seducción, la frivolidad y la renovación perpetua de los modelos. Lógicas que indican el advenimiento de un sistema-moda que gobierna el orden de la producción y de las necesidades. En este contexto, los objetos no se definen ya exclusivamente por su estricto valor de uso, sino que adquieren una connotación lúdica o tendencia que los hace bascular hacia lo ligero: todo objeto, en el límite, se vuelve gadget cargado de inutilidad y de seducción lúdica. Ya no es la gravedad de las máquinas de producción, sino una especie de ligereza transestética lo que envuelve los bienes de consumo. Todo a la vez, utilitario, estético, gadget, el objeto de consumo no solo es cada vez más ligero físicamente, sino que se inserta en una dimensión simbólica frívola: se promueve tanto por sus servicios “objetivos” como por el placer, la evasión, la distracción que proporciona. Lo ligero aparece como el emblema o la tonalidad dominante del mundo de las economías de consumo.

El capitalismo de consumo y hoy de hiperconsumo representa una mutación en la historia social y cultural de la ligereza. Hasta entonces, esta se refería a fenómenos que, delimitados en el tiempo y en el espacio (fiestas, juegos, espectáculos), estaban regidos bien por la tradición, bien por los códigos de la vida mundana (la apariencia, la moda, la conversación). Esto ya no es así. La ligereza, en la era del omniconsumismo, se impone como norma general, ideal universal y permanente, principio fundamental de la vida en sociedad, estimulado por el orden comercial. Por obra y gracia del consumismo, vivimos el tiempo de la legitimación y generalización social de la ligereza, celebrada como valor cotidiano y modo de vida para todos.

Lo ligero, en el pasado, remitía a esferas de la vida social consideradas secundarias y periféricas. El cambio es radical en este plano: producida y exigida por el propio sistema económico, difundida por los medios de masas, la ligereza es hoy un clima general, al mismo tiempo que una dinámica central que se aloja en el núcleo del mundo productivo y comercial. Estamos en un momento en que lo ligero ya no se opone a lo serio, dado que toda una parte de nuestra realidad más material y más neurálgica no se separa ya de lo frívolo: no se trata ya solo, como en el humor, de hablar con ligereza de cosas serias, sino de producir un mundo comercial con la apariencia de lo ligero.

La mutación es igualmente tecnoeconómica. Hasta mediados del siglo XX, los sectores que desempeñaban un papel determinante en el desarrollo económico eran las industrias del carbón y del acero, las industrias hidroeléctricas y químicas, las máquinas-herramienta. El crecimiento viene dado por las industrias mineras y los grandes equipos colectivos; aquí las producciones pesadas son las fundamentales, ya que los bienes de consumo duraderos tienen una difusión social todavía muy limitada. Cierto que estos progresan con mucha rapidez a partir de 1920 en Estados Unidos, pero solo después de la Segunda Guerra Mundial la economía de lo ligero se vuelve preponderante, con el advenimiento del capitalismo de consumo de masas.

En esta nueva economía, el impulso del desarrollo se apoya en la producción de servicios y bienes de consumo duraderos. La sociedad de consumo se define por la primacía de los servicios y bienes ligeros sobre las producciones y equipos pesados. En la actualidad, el consumo de los hogares de Francia y Estados Unidos representa respectivamente el 60% y el 70% del PIB de estos países: se ha convertido en el principal factor de crecimiento de nuestras economías.

Tenemos, pues, un sistema económico que produce grandísimas cantidades de bienes materiales destinados al consumo de hogares, pero también de servicios cuyo papel en la economía no deja de aumentar. Economía de servicios y “sociedad de la información” están íntimamente ligados y constituyen lo que a veces se llama “capitalismo inmaterial”, es decir, una economía en la que la creación de valor se basa sobre todo en recursos inmateriales (innovación, marca, conocimiento, organización, etc.) y en la que una gran parte del producto es también inmaterial. De los bienes materiales a los servicios, el orden de lo “ligero” reestructura nuestras economías.

 

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