Explicarlo todo

por Francisco Aravena I 1 Agosto 2016

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La historia de la ciencia está regada de ambición. Desde aquella que persigue comprender cada fenómeno natural a la quimera, más contemporánea, de dar con una teoría unificada del todo. Pero a la hora de contar el camino recorrido por la humanidad, la historia de la ciencia suele acomodar el relato de los esfuerzos científicos al contexto, es decir, a su época y lugar. Contra esto se revela el físico teórico Steven Weinberg (Premio Nobel de Física 1979 por sus estudios sobre electromagnética) al emprender su propia biografía de la ciencia humana. Es su valor agregado. Y resulta: Weinberg reclama explícitamente su derecho –y por extensión, el nuestro– de juzgar el pasado con los ojos del presente.

De ese modo, Weinberg opera como un narrador que interrumpe un relato dinámico con frecuentes comentarios desde el presente, a partir de lo que sabemos hoy, como si fuera un cineasta repasando clásicos del cine.

Desde los esfuerzos de los griegos por comprender la composición de la materia y las leyes del movimiento en adelante, los juicios de Weinberg son bastante taxativos: “Los griegos de la Antigüedad tienen muy poco en común con los físicos de hoy en día. Sus teorías no nos dicen nada”, escribe antes de proponer que a esos griegos se les considere “no como físicos o científicos, ni siquiera como filósofos, sino como poetas”. Y sus reflexiones sobre el quehacer científico hoy, en particular sobre las matemáticas, la física y la astronomía, resultan tan estimulantes como provocadoras: “¿Estamos cometiendo en la actualidad errores semejantes, estamos desperdiciando oportunidades para el progreso científico porque pasamos por alto fenómenos que parecen indignos de nuestra atención?”, se pregunta a propósito de los errores de Parménides y Zenón. “No podemos estar seguros, aunque lo dudo”, se contesta a renglón seguido.

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No se trata necesariamente de una lectura “irreverente” de la historia de la ciencia, como anuncia su texto de contraportada. Y la verdad es que sobre biología hay brochazos, pues el autor se concentra en las matemáticas, la física y la astronomía. Pero la mirada de Weinberg, siempre aguda  y a ratos irónica, gatillará la curiosidad de cualquier lector interesado no solo en conocer lo que una sucesión de genios ha hecho para comprender el mundo, sino también en reflexionar sobre la historia que estamos construyendo a medida que cada trozo del presente pasa a engrosar las filas del pasado.

A propósito de Pierre Duhem, físico y filósofo de la primera mitad del siglo XX, Weinberg vuelve al título del libro: la meta de explicar. Comenta: “Duhem pretendía restringir el papel de la ciencia simplemente a la construcción de teorías matemáticas que coincidieran con la observación, más que a esfuerzos globales para explicarlo todo. No comparto esa opinión, pues lo que pretende la labor de mi generación de físicos es una explicación en el mismo sentido en que utilizamos habitualmente la palabra, no como una simple descripción”. Luego ejemplifica: “El gran éxito de Newton consistió en explicar los movimientos de los planetas, no simplemente en describirlos”.

Es quizás también el éxito de Weinberg en este libro: ir más allá de la descripción. Explicar. Aunque en el futuro lleguen, ojalá, otros como él, listos para juzgarlos con ojos de su presente.

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