Blanca nieve cae sin viento

por Lorena Amaro

por Lorena Amaro I 29 Noviembre 2017

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En Nieve, perro, pie, Claudio Morandini posa hábilmente su mirada sobre la vida invisible, la vida desnuda que puede desarrollar un ermitaño de montaña. Se sabe tan poco de ellos. Por eso el libro es altamente especulativo: ¿cómo pensar la subjetividad de estos seres humanos?

por lorena amaro

Un viejo vive aislado en los Alpes; poco antes de que caiga el invierno baja al pueblo más cercano por provisiones y en el camino de regreso se encuentra con un perro que lo seguirá. La breve anécdota es el punto de partida para uno de los mejores libros publicados en Chile durante 2017, ya bastante premiado en Italia: Nieve, perro, pie, del narrador y cuentista Claudio Morandini (Aosta, 1960). Como pocas, la historia de Adelmo Farandola, protagonista de este relato, atrae y amarra hasta el final. ¿Quién es este loco de las montañas? ¿Qué puede haber ocurrido en una vida para llegar a ese extremo en que lo humano se disuelve en lo animal, lo vegetal, incluso lo mineral? Pero sobre todo, ¿de qué zona existencial, de qué abismos, proviene esta historia que parece contarse desde una lejanía enorme, desde el fondo de un tiempo y un espacio ocultos a la mirada habitual de las cosas?

El propio Morandini relata en el epílogo las circunstancias en que su mirada se cruzó con la de un viejo alpino de mirada pétrea, desprovista de todo atisbo trascendental, un hombre con un perro, los dos en condiciones de miseria. Se preguntó entonces cómo vivía ese sujeto, cómo podía pasar solo un invierno allá arriba, rodeado de nieve, sin nadie más alrededor. ¿Cómo aconteció, en algún momento de su vida, la extraña remisión de los afectos cercanos? ¿Cómo fueron los silencios y bullicios de esa soledad, esa catástrofe humana producto de la indiferencia social? ¿Qué pasa en una comunidad para que alguien pueda abandonarse como hace Farandola, hasta desaparecer?

El narrador ofrece algunos atisbos de la vida del viejo: su extraña infancia en un pueblo; su juventud en una mina, enterrado para huir de la guerra; la presencia-ausencia de un hermano apenas recordado. El narrador se introduce con acierto en una mente que apenas puede distinguir el sueño de la vigilia o el presente del pasado, y cuya mecánica cotidiana es la de la supervivencia.

El autor posa hábilmente la mirada sobre la vida invisible, la vida desnuda que puede desarrollar un ermitaño de montaña. Se sabe poco de ellos. Por eso el libro es altamente especulativo. ¿Cómo pensar la subjetividad de estos seres humanos? Las formas de resolver narrativamente el dilema son en apariencia simples, pero habría que decir, más bien, que son precisas y admirables. Se aborda la soledad desde el vínculo precario que tiene el viejo con su perro, el cual a poco andar comienza a hablar con su nuevo amo y a hacer chistes o a sorprenderse por los permanentes olvidos de Adelmo, quien suele no saber qué ocurrió, qué cosas fueron sueño y cuáles realidad. A través de este y otros diálogos inesperados, Morandini pone una distancia estrafalaria con el tema, remueve el posible melodrama para teñir la historia con matices esperpénticos y humorísticos. Un humor grotesco, que realza la inteligencia de un mundo que nuestro antropocentrismo no suele visibilizar. La materia habla: “La gente imagina que la montaña bajo la nieve es el reino del silencio. Pero la nieve y el hielo son criaturas ruidosas, impertinentes, socarronas. Bajo el peso de la nieve todo cruje,  y son crujidos que quitan el respiro, porque parecen anteceder el estruendo de un desplome”. Y agrega: “Los pasos crujen con tristeza sobre la nieve joven, cada paso parece un sollozo”. Audible, material, la nieve se deja caer liviana pero hiriente. “Blanca nieve cae sin viento”, escribió otro italiano, Guido Cavalcanti, hace siglos. La narrativa de Morandini es, como la poesía de este último, igualmente visual. Corpórea e incorpórea a la vez. Persistente en los detalles, en las capas de suciedad, en el hambre, las costras, los olores que enloquecen al perro y que Adelmo ya no huele. También elocuente por los huecos, la muerte fisiológica, la omnipresencia de los ciclos naturales y la destrucción.

El narrador ofrece algunos atisbos de la vida del viejo: su extraña infancia en un pueblo; su juventud en una mina, enterrado para huir de la guerra; la presencia-ausencia de un hermano apenas recordado. El narrador se introduce con acierto en una mente que apenas puede distinguir el sueño de la vigilia o el presente del pasado, y cuya mecánica cotidiana es la de la supervivencia. La locura es el costo de esta vida en la montaña, en que el protagonista se siente soberano y libre. A menudo piensa que todo lo que hay allí es suyo, aunque sean solo sequedades donde apenas se alzan las rocas. En este paisaje, entre desolado y fantástico, irrumpirá la presencia de un pie humano que despunta entre los restos de un alud.

Los materiales con que está escrito Nieve, perro, pie son mínimos. El resultado, una historia impactante, y la aparición de un personaje, Farandola, que llega para seguirte con sus piedras y piñas, con su actitud desmañada y el cariño extraño, incómodo, que siente por el perro que lo sigue fielmente hasta un abismo de doloroso silencio. La traducción de Macarena García Moggia honra al texto, con un lenguaje rico y texturado, que da cuenta de la riqueza perceptiva y la anomalía salvaje del mundo de Farandola.

 

Nieve, perro, pie, Claudio Morandini, Edicola, 2017, 171 páginas, $10.000.

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