Miedos de frontera

En los nuevos relatos de Mariana Enriquez, el miedo emerge en el espacio de la comodidad. Radica en el hecho de mirar hacia el jardín vecino y darte cuenta de que un día puedes quedar atrapado allí, en un mundo aparentemente cercano, pero desconocido y aterrador.

por Lorena Amaro I 29 Octubre 2016

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Mariana Enriquez (1973) publicó su primera novela, Bajar es lo peor, hace más de 20 años, en 1994. La suya es una trayectoria sostenida y a nadie debiera extrañarle que luego de publicar libros extraordinarios, como los cuentos de Los peligros de fumar en la cama, la nouvelle Chicos que vuelven, las crónicas Alguien camina sobre tu tumba o una biografía imprescindible como La hermana menor, un retrato de Silvina Ocampo, se la considere una de las escritoras más importantes de su generación en Latinoamérica. Lo raro es que hasta ahora no se diera a conocer en el mercado español su trabajo (lo que le ha valido ser traducida a cerca de una veintena de lenguas). Un reconocimiento tardío, que viene de la mano de Las cosas que perdimos en el fuego, libro de cuentos publicado este año por Anagrama, una publicación que una editorial como esta podría haber arriesgado mucho antes.

Si bien entre la docena de relatos que integran el volumen no todos tienen la calidad de textos anteriores suyos, se trata de una buena muestra de la estética de Enriquez, la que como ya muchos han dicho y repetido, tiene claros referentes en la literatura anglosajona de terror, pero con una serie de elementos ideológicos que hacen de su propuesta algo diferente y único. Sus textos enlazan la estética del miedo y el terror con una crítica aguda de las estructuras sociales; no en vano el cuento con que abre el volumen, “El chico sucio”, se emplaza en un barrio venido a menos de la ciudad de Buenos Aires, el barrio de Constitución, en el que lo interesante no es que Enriquez vuelva la mirada hacia los sectores más vulnerables, como algunos han remarcado (niños de la calle, adolescentes en riesgo social, mujeres víctimas de la violencia machista), sino que coloque lo siniestro, lo que produce el miedo, en zonas fronterizas. Tanto la narradora de ese cuento como de otros relatos suyos por lo general se encuentran de este y no del otro lado. En “El chico sucio” se trata de una mujer de clase media que opta por volver al caserón familiar semiabandonado; en el lovecraftiano “Bajo el agua negra”, la protagonista es una fiscal que decide ingresar sola en los peligrosos  territorios de Villa Moreno, sin que nadie la obligue a ello; “La casa de Adela” es una historia narrada por una sobreviviente que rozó el horror, pero que no fue la víctima implacable de una casa misteriosamente viva. En varios de los relatos, el encuentro se produce en la escuela pública, donde confluyen distintas condiciones sociales.

El terror y el miedo se entremezclan con otros malestares, como la culpa que siente una asistente social, despedida con razón de su último trabajo, en “El patio del vecino”, o la angustia al ver que un amigo se encuentra encerrado al borde de un abismo virtual, sin contacto con la realidad y en las fronteras aparentemente sin retorno de la deep web, en “Verde rojo anaranjado”.

El miedo emerge, pues, en el espacio de la comodidad. Lo siniestro se activa cuando los y las protagonistas de estos cuentos se dan cuenta de su lugar de frontera, reconociendo al otro, viéndolo y observándose a sí mismos al borde de una racionalidad distinta, de otra dimensión. El miedo radica en el hecho de mirar hacia el jardín vecino y darte cuenta de que un día puedes quedar atrapado allí, en un mundo aparentemente cercano, pero desconocido y aterrador. Lograr este efecto no es fácil: en la literatura de Enriquez las palabras son precisas y abrumadoras, forman progresivamente espacios insondables, turbios, inconcebibles.

Algunos de los relatos revelan toda la maestría de Enriquez, como “Verde rojo anaranjado” o “El chico sucio”, pero también hay los que parecen obedecer a una fórmula ya conquistada, como “Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo” o “Nada de carne sobre nosotras”, los que ofrecen cierres forzados y esperables.

Comentario aparte merece el cuento “Las cosas que perdimos en el fuego”, soberbio relato sobre el femicidio, que adquiere una nueva y triste actualidad a la luz de los asesinatos de mujeres y niñas que recientemente han remecido a Chile y Argentina. El cuento propone un escenario en que las mujeres deciden quemar sus rostros y cuerpos, subvirtiendo la imagen de la víctima quemada y arruinada por su pareja. Las activistas hablan de una “nueva belleza” de las mujeres, quienes habrán de caminar con sus cuerpos y rostros desfigurados por las calles, enrostrándole a la sociedad esta violencia. Silvina, la protagonista, colabora con la causa, pero no ha tomado la decisión de efectuar un rito que se ha vuelto masivo. El horror, entonces, radica tanto en la inminencia del propio acto sacrificial, como en la locura que ha permitido que las mujeres sean objeto de la violencia, rociadas con alcohol y encendidas por alguien que les ha dicho amarlas. La inversión practicada por Enriquez en esta triste orden del Fénix produce dolor, pero como ocurre en otros de sus relatos protagonizados por mujeres, que son numerosos, abre claros sobre la relación de ellas con su entorno social, las constricciones que moldean sus cuerpos y los desgarros que sufren diariamente.

Enriquez pareciera apelar asimismo a una genealogía narrativa, cuando llama a su protagonista Silvina, como la Ocampo, a quien se preocupó de biografiar. Con ese nombre e inserta en este cuento fantástico, no parece estar sola en la historia de la literatura argentina, en que las heroínas de Silvina, Beatriz Guido y tantas más se vieron inmersas desde muy temprano en mundos enrarecidos que amordazaban y violaban sus cuerpos. La literatura de Enriquez, como se deja ver, no se nutre, entonces, solo del gótico angloparlante. Muchos de los personajes de la autora son apenas niñas o adolescentes: se hacen cortes, juran pactos de sangre, se buscan a sí mismas a ritmo de drogas y rock, en un espacio que es el de la Argentina del terror dictatorial, las Malvinas, la crisis económica y los sucesivos derrumbes sociales de los últimos 30 años, aunque es también el espacio de una represión y una masacre mucho más vieja.

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