Apuntes en torno al grafiti

por Elisa Alcalde

por Elisa Alcalde I 14 Junio 2018

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El grafiti no es maleza que aparece y hay que borrar; es arte vivo que se manifiesta en la ciudad y se hace parte del entorno, se modifica al ritmo de la urbe y finalmente la ciudad y sus ciudadanos aprenden a vivir con él. El grafiti puede durar un mes, una semana, quizás un día, pero se va a levantar a lo Ave Fénix, de las cenizas, y volverá a aparecer.

por elisa alcalde

El año 2013 comenzó a realizarse una pintura en un muro estratégicamente bien ubicado en Nueva Providencia con Ricardo Lyon, en la comuna de Providencia. El trabajo consistía en un fondo blanco con dibujos de gente, el cual fue creciendo lentamente, hasta formar un mural que si bien se veía acabado, aún no lo estaba. Los transeúntes se acostumbraron no solo a ver el mural sino también a ver, a veces, a sus autores trabajando en él. Fue tal la costumbre que generó en la gente, como todo lo que persiste en el tiempo, que cuando un día del verano apareció pintado con un grafiti encima, la gente se indignó. El caso salió en distintos medios, se entrevistó a uno de los autores del muro y prácticamente todo lo que se dijo acerca del nuevo grafiti que cubría ese muro, era que se trataba de una bazofia. Fue tal la molestia, que el grafiti fue rayado con consignas del tipo “Basura”, “¿Esto es arte?” o “Esto es una mierda”.

“La calle ha sido por excelencia el espacio donde surgen las voces disidentes, las demandas y los movimientos sociales, las subculturas y contraculturas que desde lo informal corrigen a veces levemente y otras radicalmente el curso de la historia”, piensa Pedro Lomboy, arquitecto y coautor de GRAFFITO.

El grafiti ha sido desde sus inicios un medio de la calle y nada más que de la calle. Si bien muchos grafiteros dan un paso hacia las galerías o hacia otros formatos, la calle tiene reglas propias, o quizás no tiene reglas. De ahí el atractivo del grafiti, de una forma estética de expresar algo en un lugar público, cuya factura probablemente sea, más que privada, oculta. Es ese espacio de ilegalidad lo que muchas veces genera la adrenalina de hacer un grafiti, y lo que atrae a varios hacia esa forma de expresión. ¿Podríamos decir que los chilenos aceptan hoy en día de mejor forma el grafiti? Si pensamos en el muro de Lyon, no. Y según Michael Edwards, conocido como Yaikel en la calle, “creo que con el grafiti no mucho, entendiendo el grafiti como un acto ilegal, y ojalá que no lo acepten cien por ciento, por que ahí perdería su esencia”.

Al haberse hecho ese mural a vista y paciencia de todos los transeúntes, estos mismos fueron empatizando con el proceso de creación de la obra que finalmente terminó por gustarles aparentemente a la mayoría. Hay un vínculo que se genera entre el espectador y el artista cuando el espectador ve al artista trabajar en su obra, algo que se nota por ejemplo en las redes sociales, donde los creadores suelen mostrar los procesos de sus obras para generar cercanía con el público. Hoy la hiperconexión y ese ímpetu generado por las redes sociales de que todo se comparta, de ver lo que de otra forma no se puede ver, ha hecho que por medio de Instagram o Facebook uno vea desde cómo se hace una torta de novios hasta, justamente, el proceso de un muro. Si eres parte del proceso, difícil no conectar con lo que se está generando. Por ello quizás la rabia del público al ver borrado por un grafiti el muro del que habían sido parte.

Algo interesante es que mientras el episodio del muro tenía lugar, y la gente y algunos medios se pronunciaban en su contra, por las mismas fechas se lanzaba en Santiago el libro de edición limitada GRAFFITO, Graffiti sudamericano, recopilación del material de graffitomag.cl, revista digital dedicada al grafiti en Latinoamérica y el mundo que, aprovechando que cumplían 10 años de existencia, lanzaban por fin un libro que costó años de documentación de la historia visual de calles y rieles latinoamericanos.

 

Fue tal la molestia, que el grafiti fue rayado con consignas del tipo “Basura”, “¿Esto es arte?” o “Esto es una mierda”.

 

Pedro Lomboy, arquitecto y coautor del libro, comenta sobre el caso del muro en conflicto: “Puedo decirte que en la calle los códigos son tan diversos como personas hay. Sin embargo, no se puede desconocer que en estas disciplinas existe una cierta competencia por el espacio y, en definitiva, por el espectador. En este sentido, un espacio público de alto tránsito va a ser objeto de una alta demanda y si en este contexto se presenta una obra deliberadamente inconclusa, en estado de abandono, es probable que alguien más lo tome”.

La problemática es simple: mientras el muro sea público, es de todos; y al ser de todos, cualquiera puede tomar la iniciativa y pintar sobre él.

Yaikel dice que “a mí ese mural no me gustaba mucho, la verdad. Era demasiado detalle y no se entendía nada, no vi quién lo tapó, pero así es la cosa, todo cambia, botan las casas y hacen edificios, la publicidad la cambian todos los meses y los muros pintados también van cambiando, ¡hasta el de la champaña Valdivieso lo cambiaron! Eso sí, hay muros que se ganan el respeto de la gente y otros que no. Creo que el autor del mural que borraron debería pintarse otro más grande encima nomás”.

Hay que entender que la calle funciona de esa forma y los espacios públicos también. El juicio de valor se lo agregamos después. El tema con el grafiti es que si bien ha cambiado con los años, hay una visión en Chile más bien conservadora respecto de este medio de expresión, habiendo incluso proyectos de ley que pretendían prohibir la venta de aerosoles a menores de edad o incluso multar a los propios realizadores de grafitis.

 

 

El grafiti del que se polemizó por haber cubierto al muro dibujado, ya fue cubierto a su vez por un nuevo grafiti.

 

“El grafiti por esencia y desde sus orígenes divide opiniones y se centra en un territorio de discordia. Por un lado, especialmente en los sectores más conservadores de la sociedad se repudia, ya que transita de la mano con el vandalismo y no responde a los estándares estéticos que nos han inculcado, abundan afirmaciones como son puras rayas o me gustan cuando hacen paisajes, mientras que por otro lado es una disciplina que despierta pasiones, por las cuales sus practicantes están dispuestos a arriesgarlo todo”, comenta Pedro Lomboy, quien permite atisbar por qué el grafiti nunca va a ser aceptado a cabalidad.

“Hay que adaptarse a distintos formatos, limitaciones de materiales, siempre es un desafío que te exige resolver cosas que en el taller no se presentan, y si me borran un muro me da lo mismo, es una motivación para salir a pintar otro”, opina Yaikel.

Sobre la visión que tienen los mismos grafiteros sobre la calle, Lomboy agrega: “Para mí la calle es por definición el espacio público que, en forma de trama o red, estructura la ciudad a través de ejes de tránsito para los habitantes. En este sentido, históricamente ha sido un espacio de transversalidad en que se encuentran todos quienes componen la sociedad, un espacio de encuentro. Históricamente la calle ha sido por excelencia el espacio donde surgen las voces disidentes, las demandas y los movimientos sociales, las subculturas y contraculturas que desde lo informal corrigen a veces levemente y otras radicalmente el curso de la historia. Por lo mismo, el grafiti es tan relevante”. Y Yaikel agrega: “Me encanta pintar en la calle, hago lo mismo que hago en mi taller pero en el muro, solo que hay que adaptarse a distintos formatos, limitaciones de materiales, siempre es un desafío que te exige resolver cosas que en el taller no se presentan, y si me borran un muro me da lo mismo, es una motivación para salir a pintar otro”.

Si se piensa bien, ningún artista pide realmente permiso para ejecutar su obra, pero cuando se está dentro de una galería o un museo, se tiene la curatoría o el beneplácito de esa institución. No así el grafiti, que espontáneamente aparece sin esperar que nadie le dé el visto bueno. Por lo mismo, ningún otro artista pide permiso para pintar sobre un muro ya pintado, a menos que sea un muro respetado por la ciudadanía, de esos que son parte del paisaje. Es justamente la motivación de la que hablaba Yaikel la que mueve a los jóvenes a salir a pintar. Tanto es así que el grafiti del que se polemizó por haber cubierto al muro dibujado, ya fue cubierto a su vez por un nuevo grafiti.

El grafiti no es maleza que aparece y hay que revocar, es arte vivo que se manifiesta en la ciudad y se hace parte del entorno, se modifica y finalmente la ciudad y sus ciudadanos aprenden a vivir con él. El grafiti puede durar un mes, una semana, quizás un día, pero se va a levantar a lo Ave Fénix, de las cenizas, y volverá a aparecer.

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