Crónica impresionante sobre un personaje impresionante

por Jorge Leiva

por Jorge Leiva I 13 Octubre 2017

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Víctor Herrero ha confesado que antes que le propusieran escribir una biografía de Violeta Parra, en diciembre de 2014, él sabía muy poco de la artista. Aunque probablemente exagera su ignorancia, igual se tuvo que sumergir en un mundo de profundidad desconocida. Entrevistas, libros, viajes, archivos y música, entonces, le revelaron una historia inquieta y deslumbrante. Eso ya se sabía. El gran mérito de Después de vivir un siglo es haber sabido contarla.

por jorge leiva

Violeta Parra vivió 49 años de vida y tuvo 10 hermanos… Nació en San Carlos, pero su primer año lo pasó en San Fabián de Alico y los cuatro siguientes vivió en Chillán, Santiago y Lautaro… Al comenzar su adolescencia regresó a Chillán, por lo que siempre se consideró una chillaneja… Solo editó nueve discos larga duración, concentrados en 10 años, 1956 a 1966. Siete en Chile, uno doble en París y uno en Argentina… Publicó un libro, con la editorial Zig Zag en 1959, Cantos folklóricos chilenos, de escasa resonancia… En Chile solo recibió un premio durante su vida, el Caupolicán de Oro, en 1955… Tuvo cuatro hijos, pero hubo un quinto al que un tiempo adoptó, y le dio legalmente su apellido.

Esa precisión en la vida de Violeta Parra, toda y de una sola vez, es el primer gran valor de Después de vivir un siglo, de Víctor Herrero, la nueva y exhaustiva biografía de Violeta Parra. Está todo lo que se sabe de ella. Y más. En 500 páginas, el libro integra casi todos los textos que se han escrito sobre Violeta, entrega un atingente contexto histórico y suma testimonios y documentos, varios nunca antes consultados ni mencionados. Desde los títulos de propiedad de su familia en Chillán en los años 40, hasta el informe de la autopsia del día de su muerte. Desde las memorias inéditas de Gilbert Favre, el amor de sus últimos años, a recientes conversaciones en París con Ángel Parra.

El resultado es un relato riguroso y cronológico, sin grandes adornos literarios, claro, revelador y cariñoso.

Aunque a ratos se intente disimular ese cariño.

Los antecedentes

Violeta Parra es, por lejos, la artista musical chilena sobre la que más se han escrito libros y estudios. La primera en hacerlo fue, de hecho, ella misma, en sus Décimas autobiográficas, que a fines de los años 50 escribió por sugerencia de su hermano Nicanor. Fueron 83 décimas (algunas de ellas se han convertido en canciones) y cada una tiene cuatro estrofas de 10 versos octosilábicos, con la estructura de una arraigada tradición poética campesina, heredada de la poesía española.

Nunca se han sabido con exactitud las circunstancias precisas en las que escribió esas décimas, que fueron publicadas en 1970, tres años después de su muerte, y que tardaron mucho más en ser conocidas.

Después de vivir un siglo –con transparencia– se hace cargo de esa duda: “Hasta hoy no existe certeza de cuándo comenzó a escribir las Décimas, ni de cuándo exactamente las terminó. Nicanor afirmó en una entrevista que Violeta las había escrito de una sola vez, en un lapso muy breve. Pero eso es poco probable. Varios testimonios aseguran que, durante su estancia en Concepción, Violeta consagraba parte de su tiempo a escribir la historia de su vida, y algunos afirman que ya en 1956, estando en París, había comenzado a redactarlas. Lo que sí se sabe es que Violeta dejó de escribir las Décimas hacia 1959, por cuanto las últimas entradas se refieren a hechos biográficos de ese año”.

Se ha dicho que el libro “desmitifica”, pero se trata de una exageración periodística o publicitaria. Efectivamente, hay precisiones ante extendidas creencias erróneas.

En Después de vivir un siglo, las Décimas son citadas con recurrencia. Pero también todos los escritos posteriores. Desde los primeros, como la biografía que escribió Patricio Manns y publicó en España en 1977, Violeta Parra, la guitarra indócil, o el libro de testimonios sobre ella que en 1976 publicaron en Buenos Aires los autores Bernardo Subercaseaux, Patricia Stambuk y Jaime Londoño, Gracias a la vida. Violeta Parra. Testimonio.

El trabajo de Herrero suma también el compendio fundamental de cartas y escritos que en 1985 construyó Isabel Parra, titulado El libro mayor de Violeta Parra; la biografía de Fernando Sáez de 1999, La vida intranquila, para muchos la mejor biografía hasta ahora y que Herrero convierte en la primera cita de Después de vivir un siglo, con claras intenciones de destacar su valor; y Violeta se fue a los cielos, el libro de Ángel Parra sobre su madre del 2006, el mismo que Andrés Wood llevó al cine en 2011.

La lista es completamente actual y contiene incluso el reciente libro del 2017 sobre sus grabaciones con cantores mapuches (Violeta Parra en el Wallmapu, de Paula Miranda, Allison Ramay y Elisa Loncón), episodio que ocurrió en el invierno de 1957, en Lautaro, y que aparece claramente descrito en el texto de Herrero, a pesar de que se trataba de un hecho casi desconocido en la vida de Violeta.

El enorme caudal de fuentes está citado con el máximo detalle: en los cinco capítulos hay más de 500 referencias a entrevistas, documentos legales y otros libros, algunos inéditos, como una biografía de Fernando Alegría, y también películas, documentales y programas de televisión.

Pero la historia de Violeta, y esta es una de las tesis del libro, no se trata solo de Violeta. Por eso hay artículos periodísticos y académicos, tesis, libros de música chilena y sobre historia de Chile en la larga bibliografía, de donde se desprenden historias que se integran subterráneamente al relato. Y a veces directamente. Dos ejemplos: ella padeció viruela a los cuatro años, porque en 1921 hubo una epidemia, una de las últimas que tendría Chile. En 1953 Luis Cereceda, su primer marido, perdió su trabajo en ferrocarriles. ¿La razón? Acababa de comenzar el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, quien se había propuesto reducir el gasto estatal despidiendo empleados públicos.

Revelaciones y precisiones

De varios de los episodios que se cuentan en Después de vivir un siglo, antes solo había datos imprecisos y dispersos. Herrero se encarga de situarlos en la historia, de narrarlos y de reconocer –como lo hace con las Décimas– cuando los detalles son inexactos. Un caso es su efectiva militancia comunista: “No está claro si Violeta Parra militó de manera activa en el PC. En los años 40, cuando estaba casada con Luis Cereceda, participó en los eventos que llevaba adelante el Partido. Y en los 50 y 60 su relación con los comunistas incluso se estrechó. Hay quienes afirman que en algún momento efectivamente fue miembro con el carnet verde, pero no existe evidencia documental al respecto. El Partido Comunista Chileno, además, quemó por precaución casi todos sus archivos para el golpe de Estado de 1973. Sin embargo, la cercanía de Violeta Parra con los comunistas es innegable”.

La acuciosa investigación, cada tanto, destila curiosas revelaciones, sorprendentes hasta para los más entendidos. Que en 1954, cuando hacía su progama en Radio Chilena, el crítico literario conservador José Miguel Ibáñez la destacó como la única folclorista “ligada a las verdaderas raíces del pueblo”.

Con cartas y publicaciones periodísticas, demuestra que Violeta no era un personaje completamente outsider, incomprendido, con una labor no reconocida en Chile. Y con hechos y testimonios confirma que el amor era esencial en su vida, pero que no fue la principal razón por la que se suicidó el 5 de febrero de 1967.

O que en los 50, durante su primera estancia en Europa, hizo dos grabaciones virtualmente desconocidas. En 1955 en Varsovia, de donde salieron dos temas para un disco soviético, editado por la Universidad de Leningrado en 1956 (“La jardinera” y una canción pascuense, “Meriana”), y en 1956 en Londres, ante el mismísimo Alan Lomax, el etnomusicólogo más importante de la historia, que por entonces trabajaba en la radio de la BBC y le pidió a Violeta grabar cuatro canciones, en un registro que hoy es parte de la colección del investigador.

O historias de su familia, como la de Elba, la hermana ocho años menor que Violeta, de la que nunca habló ni en entrevistas o canciones, pero que murió en 1981, a los 55 años. El nombre de Elba está un poco perdido en la pléyade de hermanos ilustres de Violeta. Tras las dos hermanas que su madre Clarisa tuvo de su matrimonio anterior (Marta y Olga), nacieron Nicanor (1914) e Hilda (1916). En 1917 nació Violeta, seguida en 1918 por Lalo, y en 1921 por Roberto. Esos son los cinco hermanos más conocidos de la familia y su celebridad eclipsó a los dos menores, Lautaro (1928), eximio guitarrista, y Óscar (1930), el Tony Canarito.

Pero antes de los dos pequeños, cuando la familia vivía en Lautaro, nacieron dos hijos con destino trágico: Caupolicán (1924), el bebé que murió a meses de nacer, y Elba, de 1926. Se lee en Después de vivir un siglo: “Elba sobrellevó toda su vida cierto retraso cognitivo, originado al parecer en un accidente hogareño: siendo bebé se cayó al brasero en medio de un forcejeo ente Clarisa y Nicanor (los padres de Violeta). La niña se golpeó la cabeza y se quemó el rostro”.

La hermana menor de Violeta sería conocida como “la Tía Yuca”, una presencia constante en la familia y, a la vez, una suerte de espectro que pocos reconocían como miembro pleno del clan o cuyo parentesco nunca se transparentaba completamente. “Creo que ella era epiléptica y pasaba en la casa, pero no era una empleada, no hacía labores domésticas”, afirmó Ángel Parra, el hijo de Violeta, en una conversación con el autor del libro. “Para nosotros, siendo niños, era un personaje que podía ser aterrador, porque se había caído al brasero y se había quemado la cara, pero también era un personaje muy tierno”.

Después de vivir un siglo recorre, incluso, detalles más íntimos, como que en los últimos años de su vida Violeta Parra tomaba remedios para trastornos del ánimo que le recetaban psiquiatras amigos. O cuales son las únicas palabras que se conocen de la carta que le escribió a su hermano Nicanor antes de quitarse la vida, y que nunca se ha revelado en su totalidad.

¿Pero desmitifica?

La investigación recorre la historia pública de Violeta, por supuesto. Sus grandes canciones, sus viajes, su obra plástica, sus encuentros con otros artistas, sus viajes de recopilación. Aborda su complejo carácter –rasgo ya contado en todos los libros que se han hecho sobre ella– y sus grandes amores, que también se dejan ver en sus canciones y escritos.

Se ha dicho que el libro “desmitifica”, pero se trata de una exageración periodística o publicitaria. Efectivamente, hay precisiones ante extendidas creencias erróneas. Con documentos del Conservador de Bienes Raíces en la mano, Después de vivir un siglo demuestra que la familia Parra no provenía de la extrema pobreza y que Violeta conoció las carencias económicas más cerca de su adolescencia.

Después de vivir un siglo es, ante todo, un libro periodístico, cargado de hechos e historia pura. Para los que la conocen, es una invaluable oportunidad de revivirla, en orden y con detalles deliciosos. Y para el resto, para los que solamente les gusta Violeta Parra, que se saben sus canciones, que les impresiona el personaje, es un regalo.

Con cartas y publicaciones periodísticas, demuestra que Violeta no era un personaje completamente outsider, incomprendido, con una labor no reconocida en Chile. Y con hechos y testimonios confirma que el amor era esencial en su vida, pero que no fue la principal razón por la que se suicidó el 5 de febrero de 1967. El libro incluso postula, a partir de muchos testimonios,  que la importancia de su relación con Gilbert Favre ha sido “exagerada por los biógrafos”.

Ese tipo de hechos, al final, hacen que Después de vivir un siglo confirme que Violeta Parra era un personaje complejo y profundo. Y eso es algo que ya sabíamos todos los chilenos.

Violeta expuso en un ala del Museo Louvre de París. Tiene canciones que se cantan hasta en Japón. Todos los músicos chilenos –casi por obligación– se inclinan ante su música. Grabó cinco discos con EMI Odeón –entonces el principal sello en Chile– con sus recopilaciones.

Con esos antecedentes, de dominio público, ¿aún existe alguien que crea que Violeta era una silveste campesina con trenzas que cantaba tonadas, de carácter complicado y con mala suerte en el amor?

O, por el otro lado, ¿existe alguien que crea que ella era una artista perfecta, inmaculada y que todo lo que tocaba lo convertía en arte?

Por supuesto que no. Todos los que alguna vez se han conmovido con alguna de sus canciones, entienden enseguida que Violeta Parra era una artista profunda, compleja y enorme. Las caricaturas sobre ella no tienen nada que ver con Después de vivir un siglo. Al contrario, el libro se sustenta en el respeto, y por eso se delata su cariño: no hay opiniones del autor, no hay desmentidos y solo a veces se dejan ver impresiones de los entrevistados.

Después de vivir un siglo es, ante todo, un libro periodístico, cargado de hechos e historia pura. Para los que la conocen, es una invaluable oportunidad de revivirla, en orden y con detalles deliciosos. Y para el resto, para los que solamente les gusta Violeta Parra, que se saben sus canciones, que les impresiona el personaje, es un regalo. Una forma confiable de conocerla. La estructura dramática la pone la vida misma de Violeta, y eso lo convierte en una crónica impresionante. Porque es, con justicia, la vida de la más impresionante figura de la música popular chilena.

 

Después de vivir un siglo, Víctor Herrero, Lumen, 2017, 450 páginas, $18.000.

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