Guillermo Calderón: “Siempre estoy hablando de política contemporánea”

El director prepara el estreno de Dragón, una obra sobre la inmigración, es decir, sobre la identidad y el racismo, sobre los prejuicios y la posibilidad de construir una vida nueva. Al mismo tiempo, la obra se ha convertido en una manera de recuperar la fe en el teatro tras el fracaso de Mateluna. No se trata, sin embargo, de fracaso de público ni de crítica. Lo que ocurre es que el director quería liberar al ex frentista Jorge Mateluna de la cárcel, donde cumple condena por robar un banco.

por Gabriela García I 30 Mayo 2019

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La obra Dragón, que Guillermo Calderón estrena el 5 de junio en el Teatro UC -en el marco del ciclo Teatro Hoy, y en coproducción con la Fundación Teatro a Mil-, pone en escena a los actores: Luis Cerda, Camila González y Francisca Lewin, en la piel de un colectivo artístico que suele juntarse en una fuente de soda de Plaza Italia a planear sus instalaciones. Pero esta vez todo indica que la reunión creativa no será fructífera: se ve que las confianzas al interior del grupo están quebradas, que sus integrantes –si bien quieren sorprender con una performance sobre la inmigración–, no logran ponerse de acuerdo en la manera de llevarla a cabo.

“Sus miembros creen que hacer esta obra es la única vía posible para unirse nuevamente. Pero para eso deberán traicionarse, ya es demasiado tarde”, dice Calderón, manteniendo el suspenso de un montaje que pretende ser parte de una trilogía donde el elemento del dragón está presente. En este caso, el colectivo artístico es el que se llama así.

Dramaturgo, guionista y director teatral detrás de exitosas obras como Neva, Diciembre o Villa, Calderón escribió Dragón mientras asumía su propio quiebre con el teatro. A pesar de su prolífica carrera, de llevar sus obras a más de 25 países, de trabajar para el Royal Court Theater de Londres, o hacer teatro para el Public Theater de Nueva York, Calderón no logró cumplir lo que se propuso al estrenar Mateluna, hace tres años: liberar al ex miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Jorge Mateluna, condenado en 2014 a 16 años de cárcel por el Primer Tribunal Oral en lo Penal de Santiago, por un asalto ocurrido en un banco en Pudahuel del que dice ser, hasta ahora, totalmente inocente.

Mateluna vio la luz en octubre de 2016 en el Teatro Hau Hebbel Am Ufer de Berlín, y se presentó a tablero vuelto el verano de 2017 en Chile, luego de que la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, a través de su decano Davor Harasic, y el abogado defensor de Jorge Mateluna, Jaime Madariaga, presentaran a la Corte Suprema un recurso de revisión, alegando que se le había condenado con pruebas falsas. Esto dio pie a la formalización del mayor de Carabineros Juan Muñoz Gaete por falsificar un documento público que incidió en la condena de Mateluna. Y también, a una enorme campaña bautizada #Matelunainocente, en la que participaron Héctor Noguera y Raúl Zurita, entre otros artistas.

El teatro que se compromete políticamente con una causa suele generar resistencia; existe la idea de que tiene que existir separado de la contingencia de la vida, pero justamente yo quería experimentar eso con Mateluna: encarnar un teatro que fuera de la política, del mundo real, de una campaña.

Calderón, que hasta la fecha había hecho un teatro que se caracteriza por cuestionar las versiones políticas oficiales a través de una dramaturgia aguda y capaz de interpelar al espectador, mostrándole un abanico de matices, contradicciones y preguntas, sintió que la compañía que dirige en Chile y que integran los actores María Paz González, Camila González, Carlos Ugarte, Luis Cerda, Andrea Giadach y Francisca Lewin, no podía restarse. Mal que mal, el mismo año en que Jorge Mateluna fue capturado –el 17 de junio de 2013–, él había colaborado en la investigación que dio pie a la obra Escuela, a 40 años del Golpe de Estado en Chile: la historia de un grupo paramilitar de los 80 que recibe instrucciones para resistir y derrocar a la dictadura (la obra acaba de ser publicada en portugués por la editorial Javali).

Tras visitarlo en reiteradas ocasiones en la Cárcel de Alta Seguridad y leer toda la carpeta del caso, Calderón llegó a la certeza de que este había sido víctima de un juicio injusto y escribió una obra que para algunos fue reveladora, y para otros directamente panfletaria.

Calderón reconoce que Mateluna es la obra más militante de toda su trayectoria. Y dice que la promesa que se hizo la compañía que dirige fue montarla hasta lograr la liberación de Jorge. Pero la sentencia confirmada por la Corte Suprema a fines de diciembre de 2018 desestimó el recurso de revisión y Mateluna seguirá preso los próximos 10 años.

Calderón aún no logra recomponerse de ese fracaso, dice, pero hacer obras es la única alternativa que ve posible para intentar vivir el duelo: “El teatro que se compromete políticamente con una causa suele generar resistencia; existe la idea de que tiene que existir separado de la contingencia de la vida, pero justamente yo quería experimentar eso con Mateluna: encarnar un teatro que fuera de la política, del mundo real, de una campaña”.

Exorcizar en escena

La presidenta Michelle Bachelet decidió indultar a Jorge Mateluna poco antes de terminar su gobierno, en marzo de 2018. Pero fue el ministro de Justicia de entonces, Jaime Campos, quien se negó a firmar la resolución, al igual como ocurrió con el cierre de la cárcel de Punta Peuco.

Sabemos que los mapuches y sus vidas valen menos que la vida de otras personas, y lo mismo ocurre con los migrantes o la gente pobre. Todos tienen un estatus donde el abuso es permitido. Ignorado. Invisibilizado.

Para Calderón “esto no tiene precedente histórico”; para él lo que pesó fue que en los 90 Mateluna había sido condenado a cadena perpetua por formación y pertenencia a grupos armados de combate. Y 10 años después, en 2004, liberado gracias a la Ley de Indulto Específico, que aplicó Ricardo Lagos. “Yo lo he ido a ver después del fallo –dice Calderón–, pero obviamente cuando te enfrentas a la realidad de que seguirá preso por tanto tiempo, ya no es lo mismo, es mucho más pesado. Ha sido un golpe durísimo para él, para su familia y también para esta compañía. La obra Mateluna es muy difícil de montar ahora. Enfrentarse al fracaso del teatro después de verlo con tanto idealismo, es algo complejo de asumir. Da cuenta de que el teatro como un medio transformador es un sueño tan difícil de consumar”.

Dragón, en ese contexto, es un exorcismo. Una forma de enfrentar el fracaso de Mateluna.

 

¿Qué tuvo en particular el caso de Mateluna que te hizo apostar por un teatro militante?

Jorge había colaborado con la obra Escuela, entonces nuestra obligación como grupo era no dejarlo atrás, no olvidarlo. Por otro lado, me di cuenta de que el caso estaba lleno de manipulaciones, falsos testimonios y malas prácticas de parte de la policía y de los jueces. Carabineros presentó pruebas derechamente falsas, que la fiscalía utilizó y que los jueces decidieron aceptar pasiva o activamente. Cosas que en cualquier otro tribunal del mundo habrían hecho que se descartara el caso. Pero que aquí, y porque la figura de Jorge estaba teñida con su pasado político en el Frente, predispone a todas estas instituciones para juzgarlo o pre-juzgarlo. Esta es una práctica que no solo afecta a Jorge.

 

¿Cómo así?

Sabemos que los mapuches y sus vidas valen menos que la vida de otras personas, y lo mismo ocurre con los migrantes o la gente pobre. Todos tienen un estatus donde el abuso es permitido. Ignorado. Invisibilizado. Las cárceles están llenas de esa gente. Eso es lo que duele.

 

¿Ves un paralelo entre Mateluna y el caso Catrillanca?

Lo veo inmediatamente cuando hay una frase que dicen los policías que se repite en ambos casos, y que a mí me sigue golpeando mucho. Porque cuando se dice que Jorge supuestamente asalta el banco, él va tapado, nadie le ve la cara. Por lo que uno de los problemas en el juicio era responder cómo los carabineros saben que la persona que está a 20 cuadras del lugar, es la misma que asaltó el banco. La ropa no es la misma, dicen que se la cambió entre medio. Pero los carabineros explican que saben que es él porque “nunca lo perdimos de vista”. Y ese es el principal argumento para explicar que hubo una persecución, que siguieron un auto y de ese auto se bajó alguien. Y que a ese alguien lo pararon y le pidieron los documentos, y era él: Jorge Mateluna. “Nunca lo perdimos de vista”, dicen también los carabineros cuando mataron a Catrillanca por la espalda para explicar que este había robado unos autos varios metros más allá, cuando la verdad es que a ambos los perdieron de vista, no en uno, sino en varios momentos.

 

 

Migración y racismo

Dragón tiene elementos de comedia y su núcleo es la inmigración. Según el dramaturgo y director, “Chile se está transformando en los últimos años con la llegada de extranjeros, principalmente haitianos. Pero no sabe muy bien cómo enfrentarlo”.

Tras pedir un café en un boliche del centro, agrega: “El país nunca había tenido una ola de inmigración tan grande. Pero a la vez, como no existen referentes, hay que inventarlos, pensarlos, vivirlos. Eso es interesante. La Conadi este año reconoció como parte de los grupos étnicos minoritarios a un grupo afrochileno que ha estado desde la época de la Colonia en el norte de Chile y que antes nunca tuvo visibilidad, pero que ahora, con la llegada de este nuevo mundo africano, cobra importancia y se lo mira. Nos hace preguntarnos si se tiene o no se tiene esa historia”.

 

¿Qué otras preguntas te genera la inmigración?

A mí lo que más me genera la inmigración y me aterra es la violencia racista. Entiendo que la primera generación que llega se adapta como puede; y la generación que sigue se integra mejor, y a veces hasta se quiere integrar totalmente y desaparecer en la sociedad chilena. O bien, construye una identidad y se organiza, que es una forma de agruparse en oposición a esto. Pienso que todo eso va a pasar y me interesa. Chile ahora es una inmigración árabe. No sé si uno podría decir que todos los inmigrantes sirios desaparecieron en la gente chilena con apellido árabe… Pero todo ese fenómeno de adaptarse, integrarse y desaparecer en una realidad chilena que tiene una identidad cultural y étnica es súper interesante, sobre todo en este caso de la gente que no se parece tanto a los chilenos, donde el color de la piel es una diferenciación. Soy partidario de que las fronteras estén abiertas siempre. Siento que un inmigrante haitiano que llega acá tiene la misma libertad de hacerlo que la persona que migra a Santiago desde Arica. Pero sí estoy consciente de que estos procesos desatan resistencias y violencia. Y ante esa amenaza hay que prepararse para que no ocurra. Esta obra pretende tirar un puente para poder pensar en este tema de otra manera que no sea la confrontación.

 

¿Te sirvió ser inmigrante en Estados Unidos para crear esta obra?

Por supuesto. Ahí uno se da cuenta de la importancia y a la vez de la irrelevancia de la raza. Tú y yo en Chile somos personas, pero si tú y yo nos vamos a Nigeria, somos de otra raza. Y todo este privilegio que es no tener raza se pierde. Allá te van a recordar permanentemente que vienes de otro lado y que hay cosas que puedes y no puedes hacer. Te van a exponer muchas veces, todo eso te hace finalmente más vulnerable. Es muy interesante.

Chile se está transformando en los últimos años con la llegada de extranjeros, principalmente haitianos. Pero no sabe muy bien cómo enfrentarlo.

Viviendo en Estados Unidos tú eras el latino.

Claro, y uno solo allá es latino, no acá. Y uno se hace cargo de esa expectativa que al final es puro prejuicio. Si viene cualquier inmigrante, no sé, de Colombia, uno inmediatamente tiende a imponerle una identidad. Y esa persona dice: “Sí, soy de Colombia, pero no necesariamente lo que tú piensas que son los colombianos”.

 

¿Te tocó ser testigo del racismo viviendo allá?

Eso es algo que está en las noticias todos los días. Ser negro en Estados Unidos es ciertamente muy, muy difícil. En la forma en que son tratados, encarcelados, detenidos, o como son presumidos culpables… es un escándalo. Se denuncia en la prensa, se respira, pero más allá de generar conciencia, no sé si hay mucho cambio. Es complejo. Porque finalmente pienso que no es una cosa que nosotros vayamos a resolver solos. Pienso que esto también lo tiene que resolver el propio inmigrante: ¿cómo darle voz a ellos?, es la pregunta.

 

¿Qué tan cerca o lejos está Chile de eso?

Escuchar al presidente decir que quiere hacer un control de identidad a los niños, habla de una ideología de seguridad nacional que permite que no solo las fuerzas policiales, sino distintos grupos sociales, se sientan con la libertad de ejercer violencia absoluta en contra de las personas que ellos estiman problemáticas. Los inmigrantes también son vistos así. El racismo en Chile es un tremendo tema, porque por mucho tiempo hemos logrado sobrevivir sin hacernos cargo. Todos sabemos que está muy atado a la idea de clase. Nosotros sabemos que personas con determinadas características físicas son de cierta clase y otros no. Y obviamente la gente que es descendiente de la gente que está aquí desde antes de los españoles son pobres. En ese sentido, los pobres siempre han sido los pobres de Chile. Es el problema de dominación de clase el que de alguna forma ha escondido esto. Hay una historia que es buena y que tiene que ver con la Guerra del Pacífico y que define a Chile quizá más que la Guerra de la Independencia.

 

¿Cuál es esa historia?

La Guerra del Pacífico se gana como la gran historia étnica de Chile, redefine el territorio y es ganada por los soldados que no vienen del norte de Chile, vienen del centro y del sur, del campo, y que son los descendientes de los criollos, pero a la vez los mismos descendientes del mundo indígena. Así es como ganan la guerra. Y se convierten en héroes populares. El roto chileno que es como el chileno pobre idealizado que está lleno de altruismo y amor por la patria y que refunda Chile. Se produce una gran reconciliación de clases, incluso racial. Se levanta el monumento del roto chileno, pero eso inmediatamente se corta porque si bien persiste como idea mítica, después viene de nuevo el conflicto de clases y ese roto que se idealizó se convierte en el vago. En la persona rebelde que puede ser asesinada, desplazada y oprimida. Sea como sea, creo que en ese momento de la Guerra del Pacífico se produjo un momento de reconciliación racial que es una especie de apaciguamiento del conflicto que dura hasta ahora en esta idea de que en Chile todavía es posible pretender que no hay una raza.

Escuchar al presidente decir que quiere hacer un control de identidad a los niños, habla de una ideología de seguridad nacional que permite que no solo las fuerzas policiales, sino distintos grupos sociales, se sientan con la libertad de ejercer violencia absoluta en contra de las personas que ellos estiman problemáticas.

Dragón reflexiona sobre todo esto, y no es la única obra que Calderón ha estado preparando en este tiempo. Escribir para él es como una terapia contra la ira. Como respirar. De regreso en Chile por ahora, aún tiene proyectos con Estados Unidos y otros países. Dentro de su agenda para este año están las invitaciones para ir a dirigir a teatros de Alemania. Y la escritura de obras para el Public Theatre de Nueva York, y La Jolla Playhouse de San Diego, California.

 

¿Cómo te ven afuera? ¿Qué crees que les llama la atención de tu dramaturgia?

Pienso que hay una sensibilidad especial hacia mi dramaturgia, por el hecho de no ser europeo ni estadounidense. Para estos países, Chile igual es lejos y la cultura y política que hay aquí les llama profundamente la atención. Cuando uno escribe para el extranjero uno tiene que ser aún más chileno, porque esa identidad justamente es la que están buscando y es la que va a hacer que la obra sea original o exista por contraste cultural.

 

Curioso, porque siempre se ha dicho que este país no tiene identidad. O que no es tan exótico.

Es que la identidad está en construcción. Y no solo en construcción sino que también en destrucción. Por ejemplo, ahora la inmigración va a redefinir nuestra cultura y nuestra identidad. Pasa que muchas veces se piensa que la identidad es algo que pasó antes, que hay que buscarla en el pasado. Como cuando queremos ir a buscar el pasado en el campo, cuando hace rato ya que la mayoría de los chilenos vivimos en las ciudades.

 

Y cuando estás afuera, ¿sientes que puedes mirar a Chile de otra manera?

Sí. Porque Chile es un país difícil. Un país donde hay mucho dolor y resentimiento. Siento que cuando uno está aquí ese sentimiento domina todas las reacciones. Pero cuando estás afuera, eso se siente con menos fuerza. Y uno puede pensar Chile de otra manera.

 

Calderón apura el café. Además del teatro, trabaja en los guiones de dos películas que tienen fecha de estreno para el segundo semestre de este año. Se trata de Ema de Pablo Larraín, donde escribe junto a Alejandro Moreno y el propio director de Tony Manero, una historia sobre los procesos de la adopción en Chile. Y el thriller Araña, de Andrés Wood, cinta que retrata al grupo de extrema derecha en los 80, Patria y Libertad. “Yo siempre estoy hablando de política contemporánea. Es inevitable para mí”, concluye antes de partir.

 

Dragón. Del 5 al 29 de junio en el Teatro UC. Funciones de miércoles a sábado, a las 20 horas. Más información sobre esta y otras obras del ciclo Teatro Hoy de FITAM en https://www.fundacionteatroamil.cl/teatrohoy19/

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