Imágenes residuales

por Matías Rivas I 29 Julio 2016

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Supongo que no hay otro momento en la historia en el que las personas hayan podido acceder con tanta facilidad como hoy a un inmenso archivo de grabaciones, registros audiovisuales, películas, imágenes. El descomunal depósito que es YouTube no tiene equivalencia ni parangón con nada que esté escrito, editado o impreso. No tiene principio ni fin. Tampoco orden o desorden. Es un sitio que puede provocar la sensación de horror por su exceso de posibilidades o, por el contrario, despertarnos la curiosidad por buscar, zambullirse y perder el tiempo hasta lograr alguna experiencia que nos importe, sea esta una canción, una conferencia o una escena de una película que nos remita al pasado.

Lo que digo es evidente para la mayoría de los jóvenes; no tanto para una cantidad de adultos que se resisten a este territorio en nombre de la tradición o la ignorancia. Desconocen que YouTube es el sitio al que muchos acuden para evadir la soledad con entretención, datos prácticos, cultura, humor y, sobre todo, imágenes sacadas de la realidad. Tras esta preferencia, hay una moral que no aspira a la asepsia sino al realismo brutal, poroso, que le concede a lo amateur un estatus de verdad superior a lo que diseñan los expertos. Es sintomático este gusto que sospecha de los adornos, de la pretensión y que se contenta con los registros de lo que acontece. Es una estética que asocia la precariedad de las imágenes, de preferencia captadas por un teléfono celular, con la autenticidad.

Me refiero a las grabaciones en las que se revelan situaciones omitidas por los medios y que son, a la vez, evidencias y denuncias breves que se popularizan en cuestión de minutos. A veces terminan cambiando la agenda noticiosa de un país, en la medida en que muestran lo que se sabe de oídas y muchos quieren censurar.

La estética de estos videos, en los que caben desde las imágenes de las cámaras de seguridad hasta las grabaciones a escondidas, viene a desarmar lo construido por la televisión como verosímil. La existencia pública y la circulación de esta nueva visualidad se la debemos a YouTube, que sin duda ha modificado nuestra sensibilidad e imaginario.

Entonces me pregunto si los intelectuales y artistas pueden saltarse la rutina de revisar YouTube y detenerse en estos videos, en este nuevo pop. Me lo pregunto porque en esas indagaciones uno se topa con una cantidad de material que es tan variado como inquietante. Por ejemplo, al buscar qué hay sobre Bertrand Russell, uno se encuentra con una serie de entrevistas al filósofo, algunas subtituladas; con profesores de diversas razas hablando de él; con documentales sobre su vida y obra. Al mismo tiempo, con otros videos que tienen escasa relación con Russell, pero sí con las letras de su nombre. Son asociaciones vinculadas con las combinaciones de las letras y otros algoritmos.

El asunto es que uno puede saltar desde lo que empezó indagando hacia lo que el impulso dicta. El resultado puede alcanzar el nivel de un hallazgo de arqueología visual cuando la suerte acompaña y la concentración no decae. Así fue como pasando de un video a otro encontré un programa de televisión peruano de los años 80, en el que Mario Vargas Llosa hace de corresponsal en Chile durante la dictadura. Aparece joven y combativo. Está en el entonces llamado Café del Cerro. Habla de la contingencia, luego conversa con Eduardo Gatti y el director de la revista La Bicicleta. Finalmente, Vargas Llosa le da la palabra a Rodrigo Lira, pero el poeta, aterrado, calla.

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