Manuela Infante, la dramaturga que se aburrió de los humanos

Desde que quiere borrar los límites entre los hombres y la naturaleza que su teatro se ramifica. Con Estado vegetal, una de sus últimas obras, ya ha recorrido tres continentes. Las teorías de Michael Marder o de neurobiólogos como Stefano Mancuso son las inspiraciones de una búsqueda creativa que tiene como objetivo sembrar una dramaturgia feminista. Para Infante, ver las plantas, las piedras y también las mujeres como cosas ya no resiste más, así que decidió llamarlas a escena.

por Gabriela García I 3 Septiembre 2019

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Para la dramaturga y directora chilena Manuela Infante, el teatro siempre ha sido un laboratorio donde la filosofía, la música y la palabra se cruzan y juegan de maneras misteriosas.

Si durante la primera década de su carrera se preguntaba por los constructos culturales que determinaban lo real y cuestionaba la historia a través de piezas como Prat, Juana, Cristo o Xuárez, hoy sus preguntas –siempre vinculadas a teorías contemporáneas de la filosofía– son más ontológicas que epistemológicas: ¿qué es la humanidad? es la más recurrente de todas. Una interrogante que la ha tenido leyendo, probando y ensayando distintas maneras de poner en jaque a su propia disciplina.

Mientras algunos puedan creer que su teatro es demasiado sesudo y exigente, a ella armar y desarmar problemas complejos como este le fascina. Las preguntas son la esencia de sus experimentos. Jugar con las posibilidades que surgirían si lo humano dejara de ser la medida de todo, la está llevando lejos. Hija de un astrónomo y de una ingeniera, Infante fue la primera latina en formar parte de la Bienal de Teatro de Venecia, con dos montajes que cuestionan la noción antropocéntrica del pensamiento.

Elogiadas por la crítica italiana como “hilarantes y a la vez profundamente reflexivas”, Realismo (2017) y sobre todo Estado vegetal (2017) cosecharon aplausos en Venecia. Esta última obra estará en Lima a partir del 9 de septiembre. “Lo que hacemos –dice Infante– no tiene que ver con darle voz a las cosas, sino con cuestionar qué decimos cuando decimos humanidad. Qué genealogía tiene el concepto de lo humano y a qué fuerzas expulsa para poder definirse a sí mismo como centro”.

La metamorfosis de Infante

Su dramaturgia comenzó a dar un giro hacia la corriente de los “nuevos materialismos”, lo “no humano” o lo “post antropocéntrico” cuando ella misma se enfrentó a la naturaleza indómita de la región de Magallanes en 2010. Infante fue a participar del Festival Cielos del Infinito, pero luego de sentir la inmensidad del paisaje se terminó quedando un tiempo más. A partir de esa experiencia nació Zoo, una obra basada en la historia de los indígenas de Tierra del Fuego que fueron exhibidos como animales exóticos en zoológicos europeos, que plantea en escena la dimensión de la palabra y el sonido, pero también el constructo de lo humano y lo no humano.

Tenemos una estructura ósea que es toda mineral. La búsqueda nos permite corroborar que esta distinción entre los reinos mineral, vegetal, animal, es muy cuestionable.

Basándose en las teorías de Darwin y en el libro A la escucha, de Jean Luc Nancy, Infante terminó contando la historia de dos científicos que encuentran a los últimos exponentes de una etnia que creían desaparecida y que la dramaturga y directora terminó bautizando como los zoolkman.

Para ella, y así lo ha dicho en entrevistas anteriores, “la realidad surge de un menjunje altamente complejo que revuelve materia y discurso, naturaleza y cultura, ficción y realidad”. Y en ese cruce es que sus obras rompen con los cánones del teatro convencional. Y si bien arrancan de una manera, se metamorfosean en el camino.

En Estado vegetal, por ejemplo, el accidente de un motociclista que choca contra un árbol despierta a una comunidad y desata múltiples versiones. Mientras el espectador se adentra en los testimonios del guardia, de la madre de la víctima y del policía –todos encarnados por la actriz Marcela Salinas, en una performance polifónica que le ha valido reconocimientos aquí y en el extranjero– los límites entre lo humano y lo vegetal se van borrando a través de la música y el cuerpo.

La fenomenología y la filosofía ambiental de Michael Marder y las teorías de neurobiólogos vegetales como Stefano Mancuso inspiran una puesta en escena que te mantiene atento como si fueras testigo de una simbiosis en mitad de una fiesta sonora. La forma y fondo de ambos mundos –el vegetal y el humano- parecen decirnos que la relación entre la vida vegetal y las personas es irreconciliable.

“Cuando los humanos desaparezcan de la tierra las plantas se lo comerán todo. Y el mundo será una bola verde”, dice Salinas en la piel de uno de los personajes de Estado vegetal. Y lo que suena apocalíptico o podría ser una de las frases con que Greta Thunberg desembarque en Chile para la COP25, para Infante no es precisamente un llamado a defender a la naturaleza: “Es el reflejo de una fantasía arraigada en el imaginario colectivo. Lo que muestran documentales o películas cuando se piensa en la extinción o desaparición de lo humano. Una especie de utopía o distopía, no sé, pero que en la obra está lejos de tener un afán ecologista”.

 

-¿No son los problemas medioambientales como la sequía o el cambio climático una inspiración para tu dramaturgia?

-Tengo posturas bastante críticas respecto de la ecología, porque contiene nociones que siguen siendo bastante antropocéntricas, y que vuelven a restablecer la división entre lo humano y lo no humano, partiendo por la idea más básica de todas que es, salvemos el planeta para salvarnos nosotros. No estoy segura de que en ese ejercicio o en el de la lucha contra el cambio climático haya un cuestionamiento muy profundo a la jerarquía que hemos establecido entre humanidad y no humanidad. Terminamos por fortalecer una división que deberíamos estar cuestionando: ese concepto de humanidad como algo único, hegemónico, como una categoría que construimos en un momento histórico y que obviamente tiene que ver con institucionalizar ciertos privilegios. Mi trabajo, muy por el contrario, difumina ese límite y propone entender que esta es una construcción que nos ha permitido básicamente explotar a todo lo otro: a lo orgánico e inorgánico, a objeto o sujeto. Esos binarios son los que estamos tratando de cuestionar.

 

¿Cómo construimos maneras de contar, de actuar, de significar que no sean humanistas sino feministas? Todos estos ejercicios de pensamiento y de teatro post antropocéntrico son, a la larga, también ejercicios de feminismo.

 

-Pero en Estado vegetal la actriz termina mimetizada con la planta, comportándose como ella.

-Una de las cosas bonitas que plantea Michael Marder, uno de los filósofos vegetales en los que está basada la obra, es la importancia de encontrar qué de mí hay en esa otredad, y con eso quiere decir que no debemos imprimir nuestras estructuras sobre las plantas, pues eso sí sería darle voz a las cosas, sino más bien imitar estas otredades con el cuerpo de la obra. Es decir, preguntarnos qué podemos aprender nosotros de las plantas y en este caso, en términos disciplinares, qué cosas de las plantas pueden metamorfosear el teatro si nosotros imitamos el comportamiento vegetal, entendiendo también que tenemos vegetalidad al interior nuestro.

 

-¿Somos vegetales en el fondo?

-Los vegetales son nuestros antepasados y están en nuestra información genética. De hecho, tenemos un sistema neuronal ramificado y compartimos varios sentidos con las plantas. El ejercicio para mí no tiene que ver con darle voz a estos otros sino con representarlos, entendiendo y haciéndonos cargo del problema político que hay en el concepto de la representación, donde siempre está el peligro de atropellar al otro cuando digo que estoy hablando por él o por ella. Lo que queremos es imitar a este otro en un ejercicio como de especulación creativa. Y en esa imitación transformarnos básicamente. Las plantas nos ofrecen modelos para escribir teatro, para escribir dramaturgia, para iluminar, para actuar.

 

Las piedras y el feminismo

Infante está explorando todo eso pero quiere ir más allá todavía. En julio del próximo año estrenará en Matucana 100 una obra sobre las piedras en la que trabajará con el mismo equipo de Estado vegetal, y también con Rodrigo Pérez y la actriz y dramaturga Aliocha de la Sotta.

El proyecto surgió como idea durante una residencia que hizo Infante en el Kyoto Experiment y el Kyoto Art Center de Japón. Para ella, las piedras ofrecen modelos muy distintos a los modos de funcionamiento de lo vivo. Y ahí está lo que le interesa enredar y desenredar. “Vivimos en una sociedad muy amante de la vida”, comenta. “Estamos gobernados por conceptos como desarrollo y tenemos un sistema económico basado en el crecimiento, por lo que es bonito pensar qué pasaría si nos ponemos a imitar los funcionamientos de las piedras, que no crecen como crecen los seres vivos, para ver qué alternativas de mundo nos ofrecen. El interés está en ese ejercicio de imitación que nos permite descubrir otros mundos que la verdad ya están aquí, y han convivido siempre con nosotros. Tenemos una estructura ósea que es toda mineral. La búsqueda nos permite corroborar que esta distinción entre los reinos mineral, vegetal, animal, es muy cuestionable”.

 

Estado vegetal.

Pero experimentar con el teatro no humano también es una forma de hacer feminismo para la dramaturga. Y es tal su compromiso con la causa que cuando en enero pasado posteó en Facebook desde Kioto que no vería la obra Paisajes para no colorear, de la compañía La-Resentida, liderada por Marco Layera, en la que nueve adolescentes chilenas exponen su forma de enfrentar la violencia de la que han sido testigos o víctimas, sus comentarios generaron mucha polémica.

“No te apropies de disidencias ajenas, no mines el dolor de otras para encumbrar tu voz, no instrumentalices ni política ni artísticamente la revolución de otras”, escribió la dramaturga.

Y luego continuó:

“Confío en las genuinas ganas de Marco Layera de aportar. Pero, esta obra, no te tocaba a ti Layera. Esta vez, te tocaba ir a pararte al final de la marcha. Pues ni la palabra, ni el rol de dar la palabra, son tuyos en nuestro levantamiento”.

Para Infante desarrollar una dramaturgia feminista sigue siendo una necesidad para ella. Y en ese sentido, es que el vínculo entre feminismo y teatro no humano se vuelve tan importante.

-Es cuestionando el concepto de humanidad -en tanto humano es y ha sido entendido siempre como un hombre europeo blanco que ha desplazado, explotado y expulsado a las mujeres- que puedo ejercerlo. El feminismo siempre va a ser anti humanista, debiera serlo. Hay una corriente de pensamiento que se llama feminismo orientado a los objetos que en el fondo se hace esta pregunta: ¿cómo es o qué significa hablar de las cosas siendo cosas? Se refiere a la cosificación de la mujer, porque en realidad su estatus nunca ha sido el de sujeto. Entonces, ¿cómo construimos maneras de contar, de actuar, de significar que no sean humanistas sino feministas? Todos estos ejercicios de pensamiento y de teatro post antropocéntrico son, a la larga, también ejercicios de feminismo.

Creo que por muchos años siempre se nos miró e invitó únicamente como agentes artísticos que podíamos referirnos a nuestra contingencia política, y no teníamos de alguna manera derecho a tocar los temas más ontológicos, porque estos, se pensaba, le pertenecían al norte, a Europa.

La apuesta está en pie, porque la cabeza de Infante sigue llena de ideas, conceptos y teorías que crecen como enredaderas. Y porque cada vez hay más países que la invitan a presentar sus obras y que la impulsan a seguir creando. Luego de girar con Estado vegetal por el Festival Internacional de Artes Escénicas de Uruguay o el Festival Escénica de México, la dramaturga volverá a Singapur donde en noviembre próximo, en el contexto de los festejos de los 40 años de relaciones diplomáticas con Chile, desarrollará un proyecto (Women and Voices) que sigue la línea que marcó Idomeneo: una delirante relectura musical que hizo del texto del alemán Roland Schimmelpfenning y que protagonizó Paulina García en el GAM en 2018. En la piel de un coro completo, la actriz cuenta la tragedia griega de un padre que está condenado a matar a su propio hijo.

“Es un proyecto que estamos trabajando con Diego Noguera y Marcela Salinas”, agrega Infante. “Y como ya hicimos un taller y algunas audiciones en Singapur, la idea es volver a retomarlo. Es una obra a medio camino entre la música y el teatro, porque explora en las mujeres y en el procesamiento de sus voces. Más que ser un estreno, lo que desarrollaremos es una nueva etapa del mismo. Siempre se habla de que el género ocurre desde la construcción en el cuerpo, pero nunca se habla de cómo ocurre en la voz y en el sonido. No diviso un final para esta obra. Me gusta pensar que será una permanente exploración. Y que en la medida que cambiemos de lugar, podremos desarrollar distintas muestras de avance.

Todo esto se dará en paralelo a otros trabajos, como una coproducción entre el KVS de Bélgica y Santiago a Mil sobre Las Metamorfosis de Ovidio, que se estrenará a fines de 2020.

“Es un texto alucinante, poético, complejo y épico”, se entusiasma la dramaturga que también creará otra obra para el teatro municipal de Schauspielhaus Bochum, en Alemania. Esta instancia viene de la mano del premio Werkauftrag del Stückemarkt de Theatertreffer 2019, que recibió en mayo pasado por Estado vegetal.

 

-Estás de gira hace un buen rato. ¿Cómo ha sido para ti ser parte de una camada de directores locales que está saliendo al mundo?

-Creo que ha habido un crecimiento y una expansión del teatro local que es bien impresionante. Y una de las cosas que me gusta mucho que esté pasando es que se considere al teatro chileno como un arte diverso que, si bien tiene temáticas históricas o políticas, también tiene búsquedas que no son explícitamente políticas, sino formales y que interrogan la disciplina del teatro o los grandes conceptos, como realidad. Creo que por muchos años siempre se nos miró e invitó únicamente como agentes artísticos que podíamos referirnos a nuestra contingencia política, y no teníamos de alguna manera derecho a tocar los temas más ontológicos, porque estos, se pensaba, le pertenecían al norte, a Europa. Apropiarse de la amplitud de temas y formas que podemos tocar es un paso importante, casi un gesto de descolonización. Un camino que, por lo menos para mí, ha sido largo, y en el que de a poco he ido encontrando un espacio que me permite hablar y hacer lo que me interesa, que es la exploración formal de lo teatral: cuáles son sus límites, cómo se puede cambiar la forma de la dramaturgia, la forma de la iluminación.

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