La desgracia que no habla

Situada en un viejo hotel abandonado en el distrito artístico de Chelsea, en Manhattan, una compañía inglesa ha montado una intensa experiencia teatral inspirada en Macbeth, que es un hito desde hace años en la cartelera de Nueva York: Sleep No More hace del sueño su impronta, aunque requiere una presencia activa del espectador. Por cerca de dos horas, debe transitar un laberinto de escenografías, espejos y escaleras en el que de pronto se encuentra inmerso.

por Matías Celedón I 8 Septiembre 2017

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Thomas de Quincey dedica un ensayo a Macbeth en torno a un episodio: los golpes a la puerta que siguen al asesinato de Duncan y el efecto inexplicable que desde muy joven aquellos golpes le produjeron emocionalmente. Cuenta que fue en 1812 cuando por fin pudo ver la obra representada en el teatro de Ratcliffe Highway y recién entonces, al verla en vivo, comprendió el real efecto de ese llamado y su naturaleza: “Cuando el hecho se ha consumado, cuando el trabajo de lo oscuro es perfecto, entonces el mundo de lo oscuro se desvanece como una pompa en las nubes: se escuchan los golpes a la puerta y se hace evidentemente audible que la reacción ha comenzado”. El restablecimiento de las andanzas del mundo, dice De Quincey, nos hace sensibles del poderoso paréntesis que las ha suspendido.

Dentro de ese paréntesis, situada en un viejo hotel abandonado en el distrito artístico de Chelsea, en Manhattan, una compañía inglesa ha montado una intensa experiencia teatral inspirada en Macbeth, que es un hito desde hace años en la cartelera de Nueva York: Sleep No More hace del sueño su impronta, aunque requiere una presencia activa del espectador (o sea, de un espectador despierto). Por cerca de dos horas, debe transitar un laberinto de escenografías, espejos y escaleras en el que de pronto se encuentra inmerso. Con la estética del cine negro, ambientada en los años 30 en Green Galloway, una ficticia ciudad escocesa de pasado medieval, la acción transcurre en los seis pisos del edificio del Hotel McKittrick, una sucesión de espacios continuos, unos dentro de otros, en donde se asiste a una coreografía de cuadros y escenas que en su mayoría refieren a la obra de Shakespeare.

Un trabajo sin palabras, literalmente: son la música y los efectos, la luz, el movimiento y la acción (es la danza) el modo de participar del diálogo.

Por cierto, es inútil intentar entender algo o buscar un argumento. Sleep No More es un espectáculo de imágenes que decantan con el tiempo. Recién ahora, al repasar la obra, me doy cuenta de que tal vez llegué casi siempre tarde, o antes, si es que acaso hubo más de un momento cúlmine.

Cuando leemos o presenciamos Macbeth, observa Harold Bloom, la obra depende del horror de sus imaginaciones. Más allá de los artificios, Punchdrunk, la compañía que ha montado el espectáculo, cifra la experiencia en los hilos invisibles que mueven en las sombras a la perfección. La posibilidad de discurrir con autonomía por los diversos escenarios hace del montaje una realidad sensorial en donde cada espectador habita espacialmente el argumento. Cada piso encaja las piezas de un pequeño universo que se expande; en cada piso, las habitaciones y corredores, las calles de Green Galloway que conducen a los bosques, al sanatorio, al cementerio, donde a veces los actores aparecen.

En la espectral coreografía de Lady Macbeth, rescatada de la descripción de la Dama al Doctor al inicio del V acto (“La he visto levantarse de su lecho, echar sobre sí su vestido de noche, abrir su pupitre, sacar papel, plegarlo, escribir en él, leerlo y en seguida volver al lecho; todo esto, sin embargo, completamente dormida”), se logra un momento de intimidad profunda, aun cuando los asistentes pueden rodear su cuerpo lánguido, como si se tratara de una antigua lección de anatomía.

No recuerdo si fue en el sanatorio o en la residencia de la familia en el Hotel McKittrick. Pero mientras duerme, en su lecho, es posible leer qué escribe. No son pocas las referencias en Macbeth a la apariencia engañosa e inescrutable de un rostro. Los asistentes, que cada tanto se encuentran, pasean con sus máscaras como espectros desorientados. Velados, revisan cajones, se encierran en una pieza, se esconden junto a la cama, mientras lo afeitan, o en las tiendas de la calle principal de Green Galloway. Los únicos con el rostro descubierto son los actores.

La producción advierte “intensas situaciones sicológicas”. Los episodios y personajes que completan la atmósfera son tomados de los juicios a las brujas de Paisley, en Escocia, donde cinco personas fueron colgadas y quemadas en la calle Green Galloway en 1697. Considerando la trascendencia de las brujas en Macbeth, es destino inevitable, en este laberinto, encontrárselas en alguna encrucijada.

Por cierto, es inútil intentar entender algo o buscar un argumento. Sleep No More es un espectáculo de imágenes que decantan con el tiempo. Recién ahora, al repasar la obra, me doy cuenta de que tal vez llegué casi siempre tarde, o antes, si es que acaso hubo más de un momento cúlmine. Durante muchos pasajes deambulé solo por Green Galloway, perdido en un hotel vacío, escuchando de lejos las campanas que en otros pisos repicaban fuerte, escapando de los pasos y las máscaras (del ruido de las escaleras), en una extraña noche americana en donde todo parecía suspendido.

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