El arte en el límite

por Alejandra Costamagna

por Alejandra Costamagna I 22 Enero 2019

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Cuídese mucho, de la francesa Sophie Calle; Nachlass, del colectivo suizo-alemán Rimini Protokoll, y Cuerpo pretérito, a cargo de la chilena Samantha Manzur, fueron tres propuestas fronterizas de la última versión del Festival Internacional Santiago a Mil, que dieron cuenta de los límites difusos entre lo público y lo privado, el documento y la ficción, el presente y el pasado. Y, sobre todo, de lo inestable que resultan hoy las nociones específicas de las disciplinas artísticas.

por alejandra costamagna

Son las cinco de la tarde del segundo día del año, y en la Cineteca Nacional la fotógrafa, escritora y artista conceptual francesa Sophie Calle habla frente a una multitud que ha venido a escucharla con aire de fanaticada. Ella pide que la interrumpamos, que le hagamos preguntas cuando queramos. Que si no, se aburre, dice. Pero esta no es una charla convencional y aquí nadie se va aburrir. Sophie Calle se larga a hacer un repaso por sus diversas acciones de arte, performances y trabajos visuales, nutridos siempre de la intimidad y la ausencia. Una obra que toma la materia biográfica y la experiencia personal para sacudirlas y ponerlas en diálogo con el espacio público. Ahí están, por ejemplo, Les Dormeurs (1979), en la que invitó a una veintena de desconocidos a dormir en su cama; L’Hôtel (1981), donde trabajó como mucama en un hotel de Venecia para retratar los objetos personales de los viajeros; La Filature (1981), en la que se sometió al seguimiento de un detective privado contratado por su madre (“detectivo”, dirá Calle en un exquisito español afrancesado); Les Aveugles (1986), en la que 23 ciegos de nacimiento explican qué es para ellos la belleza; o Last Seen (1992), donde recoge el testimonio de personas que vieron por última vez un cuadro de Vermeer robado de un museo en Boston. Pero también el registro de las últimas horas de vida de su madre o el funeral organizado a su gato, para el cual juntó a 37 músicos (Bono, Laurie Anderson, Benjamin Biolay y Jean-Michel Jarre, entre otros) para que grabaran composiciones dedicadas al felino.

Sophie Calle habla de su vida, pero en realidad está hablando de arte. A pesar del uso de la primera persona, lo suyo no es un asunto de confesión sino de construcción estética.

Sophie Calle habla de su vida, pero en realidad está hablando de arte. A pesar del uso de la primera persona, lo suyo no es un asunto de confesión sino de construcción estética. Y ahí destaca en primer plano Cuídese mucho, la instalación artística que al día siguiente de esta charla (en la que el público pregunta y pregunta, siguiendo fielmente sus instrucciones del inicio) inaugurará en el Museo de Arte Contemporáneo, como primera actividad de Santiago a Mil. A partir de un correo electrónico enviado por su exnovio en 2004, la artista convocó a más de un centenar de mujeres de diversos oficios, procedencias y edades para que interpretaran el mensaje de fondo: lo que había detrás de las palabras del hombre. La carta, que era una despedida, terminaba con la frase “cuídese mucho”. Sophie Calle quedó completamente desconcertada. Lo que hizo entonces, tal como lo ha venido haciendo desde sus primeras obras, fue tomar distancia de la experiencia privada y convertirla en un trabajo artístico. De lo personal a lo colectivo, de lo íntimo a lo performativo, de la vida al artificio.

En la muestra, que presentó por primera vez en la Bienal de Venecia en 2007 bajo el título Prenez soin de vous, vemos las fotografías tomadas por Sophie Calle a actrices (Victoria Abril y Jeanne Moreau, entre otras), cantantes (Laurie Anderson, Christina Rosenvinge), psicólogas, filósofas, antropólogas, estudiantes, deportistas, científicas, escritoras, una maga, una bailarina hindú, una criminóloga, una policía, una jueza, una crucigramista, una vidente o una sexóloga, junto a sus respectivos trabajos de interpretación. Cada una recurre al soporte que más le acomoda para diseccionar las palabras del hombre y entregar la pieza que irá armando este puzzle de interpretación polifónica: un video, una coreografía, un dibujo, una canción, un análisis semántico, una detallada corrección textual, un perfil psicológico del hombre que la escribe o versiones en clave morse, en braille o en código de barras. Incluso una intervención animal: una lora de nombre Brenda hace añicos frente a una cámara la carta y, mientras la engulle, va soltando grititos agudos: “¡Cuídese mucho, cuídese mucho!”. El drama ha desaparecido, la relación ya no existe, el hombre se ha esfumado y lo que queda es el rastro del vacío. Un coro que retumba sobre la ausencia. “Debe haber pasado algo para que lo que no está y lo ausente me interesen tanto”, admite Sophie Calle. “Mi madre que se muere, un hombre que sigo y no conozco, el novio que se va”.

El eco de la voz de la artista queda sonando en la sala de la Cineteca.

Nachlass es una instalación artística, pero es también la narración teatral de unas existencias reales en el límite de la muerte y un viaje imaginario hacia la posteridad.

Cuando ya no esté

“Las fotos quedan y nosotros nos vamos”, escucharemos días más tarde como un rumor suspendido en el tiempo. La voz provendrá de una de las mejores propuestas internacionales de Santiago a Mil este año: Nachlass. Se trata de un trabajo igualmente polifónico, que también gira en torno a la ausencia y que difumina las fronteras entre el documento y la ficción, al tiempo que potencia el cruce de disciplinas. Sin embargo, la aproximación al espacio íntimo en este caso no se vincula con la autorreferencialidad del creador, sino con las vidas de los otros que testimonian en la distancia. Con las muertes de los otros, habría que decir más bien, ya que observamos la inminencia del fin para unos hombres y unas mujeres que preparan sus despedidas. Creada por los directores suizos Stefan Kaegi y Dominic Huber, del colectivo Rimini Protokoll, Nachlass es una instalación artística, pero es también la narración teatral de unas existencias reales en el límite de la muerte y un viaje imaginario hacia la posteridad. Acá no hay actores ni personajes ni escenario, pero se respira teatralidad en cada minuto de la hora y media que dura el recorrido completo. Desde un espacio común de entrada, los 50 espectadores por función nos situamos frente a ocho puertas que tienen un letrero con un nombre y un contador de minutos, y que conducen a pequeños gabinetes: una mezquita, un dormitorio, un living con una mesa llena de fotografías, una oficina, una mini salita de teatro, un espacio repleto de cajas con archivos y documentos, una bodega con una misteriosa rejilla en el suelo y una sala con monitores individuales, semejante a un moderno laboratorio científico. En cada espacio caben seis o siete personas, de modo que vamos entrando en grupos que pueden ser modificados durante el recorrido. Hay algo de teatralidad también en la interacción que se produce con el resto, en esa intimidad compartida con extraños. “Tal vez cuando escuchen esto, yo ya no esté”, oímos una y otra vez. Y, efectivamente, algunos de los protagonistas de estas historias ya han fallecido esta tarde de enero de 2019 y sus voces suenan hoy como el eco de lo inmaterial. Un paracaidista de 44 años, adicto al vuelo, que no puede evitar vivir en peligro. Una pareja de ancianos alemanes que alguna vez simpatizó con el nazismo y hoy planifica su muerte asistida. Un joven diseñador gráfico que sufre una enfermedad degenerativa y habla en cámara a su hija, con la esperanza de que tenga una vida plena. Una ex embajadora de la Unión Europea en África, sin pareja ni descendencia, que desea legar sus bienes a los artistas africanos. Un musulmán que vive en Alemania y planifica el envío de sus restos mortales a su Turquía natal. Una secretaria jubilada que siempre quiso ser actriz y hoy, en vísperas de su muerte, sube a un escenario ficticio y cumple su sueño. Un neurocientífico que nos introduce en el viaje hacia la degeneración de la memoria. Una mujer de 91 años que se nos presenta a través de cientos de fotografías de distintos momentos de su vida y nos dice, desde el hogar de ancianos donde reside, que cuando muera espera ser más bonita que ahora.

 

Cuídese mucho, de Sophie Calle. Gentileza Fundación Teatro a Mil.

 

Cada uno planifica detalladamente su final y comparte con nosotros lo que quedará de sí mismo cuando ya no esté. Lo curioso, lo hermoso incluso de la experiencia es que, lejos de tremendismos y solemnidades, en estos ocho breves cuadros respiramos humor y llaneza –incluso cierta luminosidad– frente a un tema del que nos cuesta tanto, tanto hablar.

Aunque hayamos visto Cuídese mucho, Nachlass y Cuerpo pretérito en un festival orientado especialmente al teatro, se trata de acercamientos no convencionales, que ponen en diálogo las disciplinas y los géneros.

Fantasmagorías en vivo

Las fronteras porosas del arte contemporáneo también están presentes en algunos montajes chilenos de este Santiago a Mil. Y sin duda uno de los que mejor dialoga con las propuestas de Sophie Calle y de la compañía Rimini Protokoll es Cuerpo pretérito, un ensayo en escena dinámico y extremadamente agudo acerca de los límites entre la realidad y su reconstrucción ficticia. Aquí se enfatiza igualmente el relato desde la ausencia, desde lo que ya no está y nos llega en forma de vestigio.

Partiendo de la feliz circunstancia de que los gestos en Chile no están protegidos por derechos de autor, la actriz y performer Samantha Manzur, con asesoría artística de Rodrigo Bazaes y dramaturgia de Bosco Cayo, pudo articular una obra que homenajea a La negra Ester sobre la base de citas, residuos y restos, sin violar la prohibición legal de reproducir las imágenes, el texto y la música del montaje original del Gran Circo Teatro.

A 31 años de su estreno, el grupo presenta una investigación escénica basada en archivos y documentación teatral, que busca traer al presente el espectáculo dirigido por Andrés Pérez a partir de las décimas de Roberto Parra. Los espectadores somos invitados a recorrer en penumbras una sala que, al modo de un museo nocturno, alberga 43 piezas en exhibición: luminarias, baldosas, un tocador, vestuario, collares, pelucas, maquillaje, un “relleno de trasero chileno”, un frasco de laca o una colección de gestos heredados. Gestos libres de derechos.

Vemos así, graficados por un grupo de actores vestidos de negro que se cuelan entre el público y hacen las veces de guías de la muestra, los rescates de distintas gestualidades propias del elenco original. Los gritos de la prostituta travesti Esperanza (interpretada por Willy Semler en sus inicios), los frenéticos movimientos de ojos del tío Roberto (Boris Quercia) o las muecas coquetas de la Negra Ester (Rosa Ramírez). Todas muestras del énfasis corporal que tuvo la obra bajo la batuta de Andrés Pérez. Una voz en off, con el tono solemne de una audioguía, nos va explicando el sentido de cada una de las piezas, hasta que llegamos a la 43: un archivo fílmico en VHS. Accedemos entonces a algunos fragmentos de escenas de 1988, sin sonido, proyectados en una pantalla. Y en paralelo vemos su réplica a cargo de los cuatro actores que son, de alguna forma, una fantasmagoría en vivo.

El arte figura así en el límite, desestabilizando las nociones petrificadas, volviendo las audiencias activas, cuestionando la comodidad del artista y de los espectadores encerrados en sus butacas, en sus burbujas.

Lo que viene luego es una suerte de trazado hacia el futuro de los personajes de Roberto Parra. Quién sería la Negra Ester hoy, en qué estaría Esperanza, qué sería de todos ellos. A partir de un texto en verso libre de Bosco Cayo, que recoge una serie de testimonios actuales, los actores del presente dan un nuevo uso a las piezas de la exposición para narrar una secuela posible, que trabaja sobre esa inagotable gestualidad heredada. Una historia que habla del trabajo sexual en Chile, del sida y del amor en tiempos de candidatos turbios, “lachos sin carachos”, hijos de padres desconocidos y amantes de toda calaña. La frescura y la chispa del texto de Cayo enriquecen este diálogo de épocas cruzadas. Uno de los personajes dirá hacia el final: “Llegaste tarde / ya no estoy vivo / soy un fantasma / un mísero soplido”. Pero tendremos la milagrosa sensación de que estos fantasmas, los de hoy y los de ayer, aún tienen larga vida entre nosotros.

Aunque hayamos visto Cuídese mucho, Nachlass y Cuerpo pretérito en un festival orientado especialmente al teatro, se trata de acercamientos no convencionales, que ponen en diálogo las disciplinas y los géneros. Y que van desde la primerísima primera persona a la desaparición absoluta del “yo” que narra, hasta convertirlo en un fantasma. El arte figura así en el límite, desestabilizando las nociones petrificadas, volviendo las audiencias activas, cuestionando la comodidad del artista y de los espectadores encerrados en sus butacas, en sus burbujas.

 

Cuerpo pretérito, de Samantha Manzur. Gentileza Fundación Teatro a Mil.

 

Imagen de portada: Nachlass, de Stefan Kaegi y Dominic Huber. Crédito: Fundación Teatro a Mil.

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