El viaje que Milton Friedman no pudo olvidar

El 20 de marzo de 1975, el emblemático economista de la Universidad de Chicago aterrizó en nuestro país para realizar una serie de conferencias. A su llegada sostuvo una entrevista con Pinochet. Después de una semana en Chile, llovieron las críticas por no alzar la voz ante las violaciones a los derechos humanos. Incluso se le acusó de dirigir el shock treatment, como se conoció al duro plan para enfrentar la crisis económica. Esta crónica reconstruye ese viaje y sus consecuencias.

por Leonidas Montes I 12 Mayo 2020

Compartir:

Milton Friedman ya era un reconocido y prestigioso economista en el año 1975. También, una destacada figura pública. Sus columnas semanales en la revista Newsweek eran muy leídas e influyentes. Fue asesor de Richard Nixon y posteriormente de Ronald Reagan. Como él mismo solía decir, era un republicano con “R”. Además, era un serio candidato para el Premio Nobel de Economía. En fin, durante el apogeo de la Guerra Fría, sus ideas políticas libertarias se extendían más allá de la economía y su teoría monetaria.

Uno de los episodios más controvertidos de la vida de Milton Friedman fue su visita a Chile en 1975. Tanto es así, que 23 años después, en Two Lucky People, titula un capítulo entero “Chile”, agregando un apéndice con documentos de esa visita que lo persiguió durante toda su vida. Con su común franqueza y crudo sentido del humor, recuerda: “Nunca pude decidir si debía divertirme o molestarme frente a la acusación de que administraba la economía chilena desde mi escritorio en Chicago”.

Como veremos, quizá tenía buenas razones para estar más bien molesto.

Milton Friedman llegó a Santiago con su esposa Rose Friedman el jueves 20 de marzo de 1975. Rolf Lüders lo esperaba en el aeropuerto. Había sido invitado a Chile por la Fundación de Estudios Económicos, un centro de estudios privado que dependía del Banco Hipotecario de Chile (BHC), controlado por Javier Vial. Al día siguiente, junto a Arnold Harberger y el economista brasileño Geraldo Langoni, graduado con un PhD en Chicago en 1970, se reunieron con Pinochet por casi una hora. Esa entrevista, en la que además de hablar de la cruda realidad económica Friedman le habría transmitido a Pinochet sus ideas sobre la relación entre libertad económica y libertad política, fue parte del costo de su primera visita a Chile.

Su semana fue intensa: durante el fin de semana viajó a Viña del Mar, habló en la Escuela de Negocios de Valparaíso; a su regreso participó en varios encuentros con diversas autoridades y representantes del mundo privado, dio dos charlas abiertas –en la Universidad de Chile y la Universidad Católica– y, antes de dejar Chile, después de jugar un partido de tenis con Javier Vial, participó en el seminario organizado por sus anfitriones.

El título de sus charlas universitarias fue “La fragilidad de la libertad”. En la grabación que realizó después de su visita en Fiji, y que usa en Two Lucky People, dice: “Me desvié del tema principal de mis otras charlas que tenían que ver con la inflación y hablé de la fragilidad de la libertad, enfatizando la rareza de las sociedades libres… y el rol que jugaba la emergencia de un Estado de bienestar en la destrucción de una sociedad libre. La línea general que había tomado… fue obviamente, a juzgar por la reacción, casi completamente nueva para ellos. Al escuchar la charla había una actitud de shock que se había permeado en ambos grupos de estudiantes”.

En las charlas universitarias Friedman fue consistente con sus ideas. Y también provocativo, dada la situación política del momento. Su habitual argumento de la libertad económica como condición necesaria para la libertad política, ciertamente era un tema peliagudo y controversial al inicio de la dictadura. En su Capitalism and Freedom (1962) ya había sostenido que “la libertad económica es también un medio indispensable para alcanzar la libertad política”. Eso explica su recuerdo de la “actitud de shock” que percibió en los estudiantes. No resulta sorprendente que en El Mercurio, que cubrió la visita de Friedman con especial ahínco, solo se haya mencionado una de estas charlas –la de la Universidad Católica– y de manera muy escueta.

Finalmente, el miércoles dio la charla para la cual había sido invitado. Al final de su presentación respondió una serie de preguntas y, cuando le consultaron por la situación en Chile, dijo: “Mi diagnóstico es que el paciente sufre del virus ‘déficit fiscal’ con complicaciones de tipo monetario”. El año 1974 la inflación había alcanzado un 369.2% y a comienzos de 1975 seguía siendo muy elevada. El déficit fiscal –financiado principalmente con emisión de dinero– era enorme. Por si fuera poco, el precio del cobre estaba en el suelo. Y el del petróleo, en el cielo. La solución era reducir drásticamente el déficit fiscal y administrar la política monetaria. En este contexto, se lanzaría el 24 de abril, justo un mes después de la visita de Friedman, el “Plan de Recuperación Económica”, bajo el liderazgo de Jorge Cauas. Este paquete de medidas para enfrentar la crisis posteriormente se conocería como el “shock treatment”, el plan que supuestamente Milton Friedman dirigía desde su escritorio en Chicago.

En las charlas universitarias Friedman fue consistente con sus ideas. Y también provocativo. Su habitual argumento de la libertad económica como condición necesaria para la libertad política, era un tema controversial en dictadura.

El jueves 26 de marzo, junto a su esposa Rose, dejan Chile rumbo a Australia. Y en Fiji, con una hermosa vista a la playa, graba sus impresiones de la visita a Chile (parte diciendo que no le gustó la comida en el Sheraton).

A su regreso a Chicago, ya no lo acompañaría el buen clima playero. La primera señal fue una carta publicada en la Newsweek del 14 de junio de 1975, donde un grupo perteneciente a un Comité Ciudadano por los Derechos Humanos y Política Exterior expresa su “conmoción y consternación”, al enterarse de que Friedman “estaba sirviendo como asesor económico de la Junta de Pinochet”. Friedman inmediatamente responde que no es ni ha sido asesor del gobierno de Pinochet y aclara que fue invitado por una fundación privada, que dio clases públicas y que se reunió con muchas personas, incluyendo al general Pinochet. El 22 de septiembre de 1975, solo cinco meses después de su visita al país, una editorial del New York Times se refería críticamente a la situación en Chile: “Pero después de muchos meses de aplicar la teoría monetaria y los duros programas de austeridad del profesor Milton Friedman, el desempleo ronda el 20%, la producción industrial cayó fuertemente durante la primera mitad del año, la inversión extranjera gotea y la fantástica tasa de inflación solo recientemente está dando señales de aflojar. Sin lugar a dudas, existe una campaña marxista, llevada a cabo por gobiernos incluso más opresivos que el liderado por Pinochet, para manchar a la Junta y exaltar el caótico régimen de Allende”. En esta historia, la última parte de la editorial del New York Times, ha sido ignorada.

Diez días después de la publicación de esta editorial, Anthony Lewis escribe una influyente columna en el New York Times acerca de la tortura y represión en Chile. Menciona nuevamente a Milton Friedman, pero esta vez lo vincula directamente a las políticas económicas promovidas por la Junta Militar: “… la represión también puede estar relacionada con una política económica que no podría imponerse en una sociedad libre… La política económica de la Junta chilena está basada en las ideas de Milton Friedman, el economista conservador americano, y su Escuela de Chicago. El mismo Friedman ha visitado Santiago y se cree que ha sugerido a la Junta un programa draconiano para acabar con la inflación”. Con esta columna, el supuesto vínculo de Milton Friedman con Chile, Pinochet y el “shock treatment” quedaría públicamente establecido.

Aunque existe evidencia de que el “Plan de Recuperación Económica” ya estaba diseñado y cocinado antes de su visita, también es cierto que su presencia en Chile contribuyó a promover la implementación del “shock treatment”. Había aprensiones –representadas por los “gradualistas”– sobre el costo social y político de estas duras medidas.

Antes de su visita a Chile, Friedman había recibido algunas advertencias sobre las posibles consecuencias del viaje. Y después, claro, llovieron las críticas. El mejor ejemplo es el fascinante intercambio epistolar con el economista austríaco Gerhard Tintner (1907–1983). El 2 de enero, antes de partir a Chile, Tintner le envía algunos artículos vinculando a Pinochet con “la cuestión judía”. Friedman, que era judío e hijo de inmigrantes judíos, le agradece la información y le cuenta que visitará Chile no para aprobar o desaprobar lo que sucede, sino solo como un observador que quiere aprender de la delicada situación económica que se vive allí. Finaliza su carta diciendo que “la tragedia es que en Chile la real democracia fue primero destruida por Allende, lo que produjo una contra reacción. No tengo dudas que esta contra reacción ha sido violando los derechos humanos. Dos males no hacen un bien”.

El 6 de febrero, Tintner le responde con algunos recuerdos nostálgicos de la Universidad de Chicago, y le dice que espera conocer, pese a sus aprensiones, su opinión sobre Chile después de su viaje. Pero el 16 de junio de 1975, tres meses después de la visita a Chile, Tintner le escribe una larga carta acusándolo de ser un nazi y de tener un retrato de Pinochet en su escritorio. Esta misiva va con copia a una serie de destacados economistas (entre ellos, Paul Samuelson, George Stigler, Theodore Schultz, Arnold Harberger y Harry Johnson) e incluye también a André Gunder Frank (1929–2005), un actor importante en esta trama que había obtenido su PhD en la Universidad de Chicago, y el jesuita Gonzalo Arroyo (1925–2012), entonces alumno de doctorado en Iowa. Friedman le contesta un mes más tarde, confesándole que dudó en responder a su “histérica misiva”, ya que si se pusiera a su nivel tendría que “acusarlo de admirar a Goebbels”.

 

Al día siguiente de su llegada, junto a Arnold Harberger y el economista brasileño Geraldo Langoni, se reunieron con Pinochet por casi una hora. En esa entrevista, Friedman le habría transmitido a Pinochet sus ideas sobre la relación entre libertad económica y libertad política.

Friedman atribuye a Tintner un “curioso doble estándar” y le recuerda que sus visitas a la Unión Soviética y sus viajes a Yugoslavia, también para dar consejos en temas económicos, no generaron reacción alguna. Posteriormente, Friedman insistiría con este argumento del doble estándar. Seis años más tarde, en 1981, después de viajar a China durante tres semanas, Friedman escribió en su columna de Newsweek: “Puedo predecir con gran seguridad que Anthony Lewis no usará su columna para regañarme por entregar consejo económico a un gobierno comunista”. Después, el 27 de octubre de 1988, en una carta al Stanford Daily, Friedman describía que en su nuevo y reciente viaje a China había tenido una reunión privada de dos horas con el secretario general del Partido Comunista de China, Zhao Ziyang. Al comparar las dictaduras de Chile y China, irónicamente se pregunta si ahora debe estar preparado para recibir “una avalancha de protestas por haber estado dispuesto a dar consejo a un gobierno tan malvado. Y si no, ¿por qué no?”.

En su respuesta a Tintner también agrega: “[yo] no apruebo ninguno de estos regímenes autoritarios –ni el régimen Comunista de Rusia y Yugoslavia, ni las juntas militares de Chile y Brasil”. Enseguida analiza la situación con Allende y hace un diagnóstico sobre el pasado y el futuro de Chile: “Mi impresión es que el régimen de Allende le ofrecía a Chile solo malas elecciones: un comunismo totalitario o una junta militar. Ninguna opción es deseable, y si yo hubiera sido un ciudadano chileno, me hubiera opuesto a ambas… Entre los dos males, al menos hay una cosa que puede decirse de la junta militar: hay más posibilidades de volver a una sociedad democrática. Hasta ahora, y hasta donde sé, no hay ejemplo de un comunismo totalitario que se convierta en una sociedad democrática liberal… La razón de esta diferencia no es el mérito o la falta de mérito de los generales versus los comisarios. Es más bien la diferencia entre una filosofía totalitaria y una dictatorial. Por muy despreciable que esta última sea, al menos deja más espacio para la iniciativa individual y la esfera privada de la vida… recuperar la democracia depende críticamente del éxito del régimen para mejorar la situación económica y eliminar la inflación”.

También recuerda sus dos charlas acerca de “La fragilidad de la libertad”, en las que “explícitamente caractericé al régimen como no libre, hablé acerca de la dificultad de mantener una sociedad libre, del rol del libre mercado y de la empresa, y de la urgencia para establecer dichas condiciones para la libertad. No hubo censura ni antes ni después, la audiencia era grande y entusiasta, y no recibí crítica alguna. ¿Pude haber hecho esto en la Unión Soviética? O más directamente, ¿bajo el régimen comunista que Allende pretendía, o en la Cuba de Castro?”.

Finaliza su carta a Tintner argumentando:

“Déjeme destacar nuevamente lo siguiente. No apruebo ni justifico los regímenes de Chile, Brasil, Yugoslavia o Rusia. No tengo nada que ver con su creación. Deseo fervientemente que sean reemplazados por sociedades democráticas. No considero visitar esos países como un acto de apoyo. No considero inmoral aprender de su experiencia. Tampoco considero inmoral entregar consejo en política económica si me parece que las condiciones para mejorar la economía pueden contribuir al bienestar de la gente y a la posibilidad de un movimiento hacia una sociedad políticamente libre”.

Mientras se publicaba esta respuesta de Friedman a Tintner en el Chicago Maroon –dirigida, eso sí, a un Dear Professor para asegurar el anonimato de Tintner–, un grupo de estudiantes de Chicago, incluyendo a André Gunder Frank, crearon una “Comisión de investigación del caso Friedman/Harberger”. De inmediato comenzaron las manifestaciones y protestas en la Universidad de Chicago.

Casi un año más tarde, el 21 de septiembre de 1976, Orlando Letelier, de solo 44 años, fue asesinado en Washington DC. Su auto explotó en Sheridan Circle, a pasos de la embajada chilena. En este atentado también murió su colega en el Institute for Policy Studies, la ciudadana americana Ronni Moffitt. Y su cónyuge, Michael Moffitt, quedó gravemente herido. Este crimen generó una enérgica censura y acaparó interés mundial. Después de una larga investigación de casi dos años, finalmente las sospechas sobre la participación de la DINA fueron confirmadas.

‘No apruebo ni justifico los regímenes de Chile, Brasil, Yugoslavia o Rusia. No tengo nada que ver con su creación. Deseo fervientemente que sean reemplazados por sociedades democráticas. No considero visitar esos países como un acto de apoyo. No considero inmoral aprender de su experiencia’, escribe Friedman en una de sus cartas al economista Gerhard Tintner.

El 28 de agosto de 1976, apenas tres semanas antes del asesinato, la revista The Nation había publicado un ensayo de Orlando Letelier titulado “Los Chicago Boys en Chile: El terrible peaje de las ‘libertades’ económicas”. Tras el crimen de Letelier, este artículo fue muy leído, ampliamente reproducido y traducido a varios idiomas. En estas páginas Friedman es caracterizado como “el arquitecto intelectual y el consejero no oficial para el equipo de economistas que ahora dirigen la economía de Chile”. También lo muestran como el cerebro y promotor del “shock treatment”. Si bien Letelier intentaba defender el legado económico del gobierno de la Unidad Popular y criticar la política económica de los Chicago Boys, su objetivo también era Milton Friedman. Por ejemplo, aunque era de público conocimiento que Friedman había viajado solo una vez a Chile, Letelier se refiere a la “última visita conocida de los señores Friedman y Harberger a Chile”.

El 14 de octubre de 1976, tres semanas después del brutal asesinato de Orlando Letelier, se anuncia que Milton Friedman recibiría el Premio Nobel de Economía 1976 por “sus logros en los campos del análisis del consumo, historia y teoría monetaria, y su demostración de la complejidad de las políticas de estabilización”. Inmediatamente después del anuncio, el New York Times publica una carta, firmada por dos ganadores del Nobel, George Wald (Medicina) y Linus Pauling (Química y Paz), criticando al Comité de Premiación del Nobel por una “exhibición deplorable de insensibilidad” al entregárselo a Milton Friedman. Ese mismo día aparece otra carta en el mismo medio, esta vez firmada por quienes habían obtenido el Nobel de Medicina, David Baltimore y Salvador Edward Luria, calificando la decisión del Comité como “perturbadora” y como “un insulto a la gente de Chile”, que llevaba “la carga de las medidas económicas reaccionarias patrocinadas por el profesor Friedman”.

Milton Friedman respondió privadamente a cada uno de ellos, adjuntando la carta a Tintner, la respuesta a la carta del Newsweek del 14 de junio de 1975 y la carta de Harberger a Stig Ramel, entonces presidente de la Nobel Foundation, del 10 de diciembre de 1976. Como “científicos preparados para revisar sus hipótesis”, les pide “disculpas públicas por el daño causado”. Únicamente Baltimore y Luria le respondieron manteniendo su argumento.

En Estocolmo, múltiples demostraciones lo esperaban a su llegada para la ceremonia de premiación que se celebraría el 6 de diciembre de 1976. Durante la semana que estuvo en Suecia permaneció bajo escolta policial y con dos guardaespaldas permanentes. Después del golpe de Estado, muchos chilenos exiliados fueron acogidos por Suecia. Y con el apoyo del Chilekommittén, ya estaban preparadas las protestas. Una carta pública del Chilekommittén se refería al “trabajo para desarrollar las protestas contra el hecho de que Milton Friedman haya sido premiado con el Nobel de Economía. El acto es solo un eslabón en la lucha anti–imperialista, esto es, un trabajo de solidaridad con los oprimidos del Tercer Mundo que luchan por la liberalización social y económica”. En medio de la Guerra Fría, todo esto era parte de la campaña contra el capitalismo. Y también contra Friedman, su agudo y emblemático representante público.

En la ceremonia de premiación, justo antes de que Friedman recibiera el Premio Nobel, un manifestante se puso de pie y gritó en inglés “Down with capitalism, freedom for Chile”. Como recuerda Rose Friedman, “el momento fue breve, pero tenso”. Después de este impasse, las protestas y manifestaciones perseguirían a los Friedman durante varios años. Y Friedman las enfrentó con resignación y entereza. Por ejemplo, en octubre de 1998, cuando tenía 87 años, un joven de 27 le lanzó un pastel en la cara durante una conferencia sobre educación. Y 10 años después, en 2008, la Facultad de Economía de la Universidad de Chicago quiso crear el Milton Friedman Institute para promover el estudio, la investigación y el desarrollo de la economía. Fue tal la oposición que generó esta iniciativa, que no se pudo implementar. Después de un arduo debate y muchas negociaciones, el 2011 se fundó el Becker Friedman Institute. Solo cabe especular sobre la conveniencia del orden alfabético.

Pocos meses después de recibir el Premio Nobel, Milton Friedman le escribe a Rolf Lüders –el único chileno que realizó su PhD en Chicago bajo su supervisión–, agradeciéndole las grabaciones de su charla para la fundación del BHC. Le cuenta que ha sido víctima de críticas y ataques por su visita a Chile y recordando las charlas sobre “La fragilidad de la libertad” que dio en la Universidad Católica y la Universidad de Chile, le pide si puede encontrar alguna grabación. Finaliza su carta diciendo que no se arrepiente de haber visitado Chile y que, por el contrario, fue una visita “educativa e instructiva”. Por lo demás, agrega, “no hay almuerzo gratis y el costo, aunque elevado, no ha estado exento de recompensas”.

Ninguna de esas grabaciones se ha podido encontrar.

Relacionados