Alejandro Zambra: “Esta novela habla mucho de poesía y sin embargo creo que es por lejos mi libro menos literario”

Poeta chileno relata los esfuerzos de dos escritores por hacerse un espacio en la escena de poetas locales. Gonzalo y Vicente, los protagonistas, son también padre e hijo. O más precisamente padrastro e hijastro. A través de ellos, y su historia familiar, Zambra retoma algunos temas propios de su imaginario: por supuesto la literatura, pero también la fragilidad de las relaciones humanas, el concepto de familia y la masculinidad.

por Matías Hinojosa I 21 Mayo 2020

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“Los poetas bajaron del Olimpo” anunciaba Nicanor Parra. Y lo mismo podría decir Alejandro Zambra con su novela Poeta chileno. En ella, el autor de Formas de volver a casa aterriza el mito de la poesía chilena, siguiendo las vidas de Gonzalo y Vicente, dos escritores –uno fracasado y el otro en ciernes– cuyas pequeñas peripecias y torpezas amorosas validan aquella idea, también parriana, de que “el poeta es un hombre como todos”.

La novela hace foco en tres momentos diferentes (a principios de los 90, en los 2000 y en años recientes) para narrar la relación de Gonzalo y Carla, quienes luego de vivir una primera ruptura amorosa, cuando eran adolescentes, retoman su historia tras reencontrarse por accidente 10 años más tarde. En este segundo capítulo de la relación, sin embargo, entra en escena un tercer personaje: Vicente, el hijo pequeño de Carla, cuya posterior afición a la poesía es de alguna forma una herencia de Gonzalo, quien cría al niño como si fuera su propio hijo.

Otro personaje importante es Pru, una norteamericana que toma protagonismo hacia el final de la trama, cuando viaja a Chile intentando curarse de una decepción amorosa y termina investigando sobre la escena de poetas locales para una revista neoyorquina. Vicente, ya con 18 años y recién egresado del colegio, conoce a Pru e inician una relación que va del romance a la amistad y viceversa. Entre medio algunos personajes secundarios, como León (el padre biológico de Vicente) y “el chucheta” (el abuelo de Gonzalo, un hombre que encarna la figura del “pésimo padre”), y por supuesto bastantes poetas, algunos reales y otros imaginados.

Supongo que siempre fui mejor para contar historias que para escribir poemas, pero aspiraba a la poesía, eso estaba claro, la poesía representaba algo más arduo y deslumbrante.

En Poeta chileno vuelven a converger las inquietudes habituales del autor: ciertamente la literatura, pero, más allá del título, Zambra se sumerge por sobre todo en la fragilidad de las relaciones humanas, el vínculo padre e hijo, la condición de padrastro o la noción de familia. También hace un retrato crítico de los añejos referentes de masculinidad. Más que en cualquiera de sus otros libros, aquí apuesta por el tono humorístico y da espacio para escenas absurdas (que también pueden ser leídas como “momentos poéticos”). El escritor dice que se vio influenciado por una frase de Gombrowicz: “No hay que hablar poéticamente de la poesía”.

 

¿Cuánto duró el proceso de escritura de la novela y qué fue lo primero que supo de ella?
Hace como 15 años tuve por primera vez el deseo de un libro como este, pero la idea se volvió más concreta en 2011, cuando escribí un cuento que se llamaba “Familiastra” y que a última hora decidí quitar de Mis documentos, tal vez porque me importaba mucho, lo sentía aún demasiado mío. Luego, después de Facsímil, quizás debido a la intensidad de ese libro, estuve como seis meses sin escribir nada de nada, supongo que me estaba desintoxicando de los libros propios o realfabetizando, que es más o menos lo mismo. Y después, digamos que en plena convalecencia, empecé a escribir varios libros simultáneamente, entre ellos esta novela, pensando que eran proyectos que se mezclarían o que alguno de ellos moriría de muerte natural, pero nada de eso pasó, los medio terminé todos. En mi cabeza esta novela está hermanada con esos libros inéditos, que sin embargo son muy distintos de Poeta chileno.

 

Poeta chileno es bastante más extensa que sus novelas anteriores, ¿desde el principio supo que esta historia requeriría mayor desarrollo o creció sin planearlo a medida que escribía?
Así fue saliendo nomás, aunque presentía que sería una novela más larga y que sería mi libro más “novelesco”, porque en su origen había una especie de romance con la narración, un deseo de relato, unas ganas imperiosas de conversar. En algún momento pensé en el libro como la intersección de dos novelas cortas, o más bien de dos personajes que, por así decirlo, coinciden en ese terreno resbaloso de la poesía chilena.

 

Quien acepta ocupar el lugar del padre o de la madre de un hijo ajeno lo apuesta todo, es mucho más valiente que el poeta solitario que lucha furiosamente contra la página en blanco. Y luego el fracaso, si sucede, es mil veces más horrible.

 

La novela tiene como protagonistas a dos poetas cuyas vidas no parecen muy distintas a las de cualquier otra persona, ¿quiso desmitificar la figura del poeta?
No, y no creo que Gonzalo represente en abstracto la figura del poeta, tampoco la del padrastro, del mismo modo que Vicente no representa ni al poeta joven ni a la juventud. Son lo que son, nomás. Mi trabajo fue darles vida, no quisiera ahora clasificarlos o alegorizarlos. Me interesaba, en sí misma, la vocación literaria. No darla por supuesta, por sabida, sino que narrarla, intentar comprenderla, y sobre todo situarla. Validar ese deseo de belleza. Esta novela habla mucho de poesía y sin embargo creo que es por lejos mi libro menos literario. Me interesa esa contradicción, el territorio que esa contradicción posibilita.

 

¿Pero le parece que suele predominar una visión muy romántica del poeta y que quizás no se condice del todo con la realidad (como creo que su libro muestra)?
Bueno, mirados de cerca todos somos misteriosos y ridículos. No le veo el sentido a separar lo cómico de lo trágico. Igual yo entiendo la visión romántica de los poetas, no la descalificaría, mi novela se nutre de ella también, sobre todo en la primera parte. Cuando, en la adolescencia, conocí a algunos poetas personalmente, lo que más me impresionó y sorprendió y agradó de ellos fue su timidez. Yo tenía la idea nerudiana de que todos eran unos oradores consumados, y sin embargo hablaban poco, les costaba el lenguaje, tropezaban con la lengua, como dijo una vez mi amigo Andrés Anwandter. Escribir poesía tenía más que ver con el balbuceo, el tartamudeo y la dislexia que con la elocuencia. Eso me interesó.

 

¿Dice algo este libro de cómo era usted como lector, o sea, que prefería la poesía a la novela y el cuento?
Es que para mí la vocación literaria estuvo siempre vinculada a la poesía. Era buen lector de novelas, leía siempre novelas de pie, en la micro, pero casi puros clásicos, no solía acercarme a los mesones de novedades literarias. No era un prejuicio, había tanto que leer que me parecía ridículo comprar una novela reciente en una librería cuando tenía pendiente a Heinrich Böll o a Virginia Woolf. Mi actitud hacia la poesía, en cambio, era completamente distinta, quería leerlo todo, sobre todo la poesía chilena y en especial la poesía que escribían mis pares; me importaba la sensación de grupo, las eternas cervezas con los amigos, la búsqueda colectiva, hermosa, imprecisa. Supongo que siempre fui mejor para contar historias que para escribir poemas, pero aspiraba a la poesía, eso estaba claroTodo eso cambió con Bonsái, que en mi cabeza era un libro de poesía, pero no me resultó y al final decidí contar la historia de ese fracaso, sobrevolar ese fracaso, ese deseo de libro. La narrativa chilena me interesaba también, por supuesto, Manuel Rojas, Droguett, María Luisa Bombal, Donoso. Sobre todo Manuel Rojas, recuerdo haber leído muchas veces “El vaso de leche” y “Un espíritu inquieto”. Y Juan Emar y José Santos González Vera, dos escritores muy distintos que leí más o menos en el mismo tiempo.

Gonzalo se cuestiona en varios momentos el significado de ser padrastro, si se puede dejar de serlo o uno lo es para siempre. Esta disyuntiva también es aplicable a la poesía: ¿se puede ser poeta sin escribir o publicar o habiendo dejado de hacerlo, como le ocurre a Gonzalo?
Tal vez. Igual, me cuesta creerles a los que dicen que dejaron de escribir, siempre supongo que escriben en secreto y que de repente van a salir con su Tierra baldía o su 2666. Para mí escribir es muy un hábito, algo que hago a diario y que luego cristaliza o no en un libro. Escribir es una forma específica de enfrentar la vida, no más valiosa, en abstracto, que otras. En todo caso, para mí esta novela es mucho más sobre padrastría que sobre poesía. Quien acepta ocupar el lugar del padre o de la madre de un hijo ajeno lo apuesta todo, es mucho más valiente que el poeta solitario que lucha furiosamente contra la página en blanco. Y luego el fracaso, si sucede, es mil veces más horrible y desolador que la vergüenza de haber publicado un librito malo por ahí. Creo que no contesté tu pregunta.

 

Escribir y leer son formas colectivas de estar solo o formas solitarias de construir comunidad, no sirven de nada si no nos permiten enfrentar, con los compañeros de ruta, la orfandad, la miseria, la maldad y el dolor.

 

Me interesaba saber si había una suerte de cruce entre la situación del padrastro, que se cuestiona si puede dejar de serlo, y la del poeta, que como ha abandonado la escritura no sabe si lo sigue siendo.
Sí, me parece que ambas figuras se relacionan de forma parecida con el problema de la legitimidad, que para mí es uno de los grandes temas actuales, creo que todas las discusiones recientes son discusiones acerca de la legitimidad. La legitimidad de lo masculino, por ejemplo. Hay diferencias decisivas pero también semejanzas cruciales en la manera como los hombres de esta novela enfrentan su masculinidad. Pienso en Gonzalo y Vicente, los protagonistas, pero también en “el chucheta” y en León, entre otros personajes secundarios. Me interesa mucho ese plano de la novela.

 

Gonzalo Millán es un nombre que aparece muchas veces en la trama, ¿esto se debe simplemente a su gusto personal por su literatura o en este autor está cifrada una manera singular de concebir la poesía?
Las dos cosas, supongo. Aunque son tan distintos entre sí, Parra, Emily Dickinson y Gonzalo Millán son los poetas que he leído más persistentemente. Tenía 16 años la primera vez que escuché un poema de Millán, “Hockey”, en un cassette de poetas chilenos en el exilio en que también había lecturas de Omar Lara, Waldo Rojas y Gustavo Mujica, me acuerdo. Tengo siempre presente a Millán, ayer mismo releí Virus, con obligatorio espíritu sombrío. Millán aterrizó en la novela naturalmente. Me gusta que gracias a sus poemas Vicente descubra la eficacia comunicativa de la poesía.

 

En la literatura de Bolaño, que fue otro autor que se interesó por el mundo de la poesía, uno tiene la sensación de que los personajes encuentran una salvación en la literatura, y dejan todo de lado por ella. En cambio en Poeta chileno la herida familiar parece nunca cerrarse.
Admiro profundamente a Roberto Bolaño, su obra me cambió y me alegró la vida, como le pasó a tanta gente, y en mi novela hay pasajes que aluden directa o indirectamente a sus libros, pero claro, a mí me interesan otras tensiones, otras voces, otros territorios. Sobre la utilidad de la poesía, creo que nadie se salva a través de ella, en el mejor de los casos nos vuelve menos tontos, menos egoístas, más lúcidos, más autocríticos, más divertidos. Sí creo que la poesía cumple una función religiosa, por supuesto que en el sentido más ateo imaginable. Es una forma de contacto entre los vivos y los muertos y no sirve de nada si no genera ese contacto. Escribir y leer son formas colectivas de estar solo o formas solitarias de construir comunidad, no sirven de nada si no nos permiten enfrentar, con los compañeros de ruta, la orfandad, la miseria, la maldad y el dolor.

 

Si buena parte de su imaginario se ha centrado en los conflictos familiares y la literatura, ¿considera que con Poeta chileno llega a la consumación de ese proyecto? Y si fuese así, ¿qué nuevos caminos proyecta para su literatura?
No, por favor, de consumación nada. No me mates. Yo quería leer algo como Poeta chileno, eso es seguro, por eso lo escribí. Pero no pienso demasiado en mis libros, la verdad, la idea de obra se me hace fúnebre, yo quiero siempre sentir que estoy empezando. En los últimos años he escrito un montón, más que nunca, por primera vez me he dedicado por entero a escribir y, como decía, tengo varios libros en estado de inminencia, pero no sé cómo habrán de relacionarse entre sí en el futuro ni qué expresarán en conjunto.

 

Imagen: Paz Errázuriz.

 

Poeta chileno, Alejandro Zambra, Anagrama, 2020, 400 páginas, $17.000.

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