Cuando miramos el mundo sin velos

La aparición de Némesis, la nueva novela de Mike Wilson, motivó a Cynthia Rimsky a entablar una conversación virtual con el escritor. Se trata de un diálogo que nace desde la admiración y que se pasea por los temas que Wilson coloca ante los lectores con cada libro que saca, como la experimentación formal y la noción de que tras el orden y el desorden del mundo hay algo sagrado, algo que es inmenso e inasible.

por Cynthia Rimsky I 8 Enero 2021

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Conocí a Mike Wilson recién hace un año, cuando me pidió que presentara Ciencias ocultas. Fue la primera vez que conversamos en persona, entre tragos y platos. Admiro su búsqueda y su escritura; abro con curiosidad cada libro suyo.

Némesis me perturbó. El gigante, el marinero, el huérfano, la vieja, los dos hermanitos, el presidiario, la astrónoma, las ratas, serán arrasados ante nuestros ojos lectores, como en los relatos bíblicos donde Dios se venga de sus criaturas, y de los que Wilson toma prestadas palabras e imágenes. Némesis nos devuelve al caos al que cerramos los sentidos para creer que hay un sentido; pasamos las hojas con la esperanza de que en las últimas páginas triunfe la justicia. Mientras, a metros de distancia de donde Wilson escribe, en una ciudad tan chueca como la del libro, acontece el mismo horror y la misma esperanza.

Némesis fue publicado sin sello editorial, únicamente con las iniciales del autor. Esa debió ser la primera pregunta, pero me dio vergüenza anteponer mi curiosidad a un gesto tan contundente.

 

Mike, al abrir el libro salta a la vista el texto dividido en dos columnas. Ese diseño me sumergió en mis lecturas de infancia. A esa edad lo que está escrito tiene una presencia real, duele, hace dudar, abre los ojos a la posibilidad de que el mundo no sea un lugar seguro.
Lo de las columnas es algo que había ensayado cuando chico, en aquel momento no me lo cuestionaba pero creo que me fui dando cuenta de que era por razones muy similares a lo que me cuentas de tu experiencia. En mi casa, cuando niño, varios libros clásicos estaban dispuestos así y me acostumbré a ese formato. Partí Némesis en columnas, lo tenía claro, en parte por la memoria de aquellos textos y en parte por el diálogo con los textos judeo-cristianos, especialmente el Antiguo Testamento, los textos apócrifos y gnósticos. No lo cuestioné, me parecía que era la única forma de narrar Némesis, como si en otro formato el libro dijera cosas distintas a las que yo deseaba contar. Creo que esa misma idea aplica a Leñador, Ciencias ocultas y Ártico. No se trata de experimentar con la forma, sino dejar que el contenido determine la forma. O algo así, son reflexiones en retrospectiva.

 

¿Cómo fue el trabajo con los textos que mencionas? Me refiero a cómo trabajaste el material documental, cómo lo fuiste amasando.
Más que trabajarlos en tiempo real, fueron asociaciones que hacía, lecturas hechas en otros momentos de mi vida por otras razones. De chico me acuerdo quedar fascinado por la mención de gigantes en Génesis, los nefilim, y me acuerdo de una copia de textos apócrifos, textos que leía por curiosidad metafísica y no por afán religioso. El libro de Enoc me fascina, los vigilantes y de nuevo los gigantes, el evangelio de Judas también, la cosmología gnóstica, el demiurgo, los arcanos, la neumática, el planeta como una creación caótica y destructora. El gnosticismo lo investigué más a fondo para un curso a propósito de Meridiano de sangre. De cierta manera siento que Némesis es una novela “creyente”, pero que aquello que hay detrás de las cosas no es lo que uno esperaría (si es que espera algo), la novela se imagina una infinidad de estadios, de universos, de voluntades que dan forma y aniquilan, y que a la vez esas voluntades están sometidas a los mismos mecanismos que promulgan y a las mismas amnesias. También, refleja mi interés en la astronomía y la física. Hay una teoría del fin del universo en la que me basé para representar cómo las cosas, todas, se clausuraban en la novela. Contempla la posibilidad de que el universo esté ubicado en un falso vacío y que este podría corregirse en cualquier momento para lograr un campo energético más estable. De ser así, el universo y todo lo que contiene, incluyendo el espacio mismo, dejaría de existir en un instante.

 

Justo terminé de leer Contramarcha, donde María Moreno construye un recorrido desde sus lecturas de infancia. Cómo miraba/vivía un niño con esas lecturas, qué hacía con esas reverberaciones al salir al mundo.
Es una pregunta difícil de responder, especialmente desde la mirada de un yo niño, la memoria tiene muchas trampas, mis reflexiones sobre eso son retrospectivas y arrastran convicciones a contramarea. Creo que mis lecturas en esa época tenían un efecto más prístino en mí, como si no hubiese velo entre la página y el mundo material, no sentía la lectura como algo intermediado, se entretejía con la experiencia. Me acuerdo pensar que no entendía a qué se referían cuando los más grandes hablaban de libros buenos y libros malos, no me hacía sentido entenderlos así, terminaba un libro y sentía que había vivido algo, sentía gratitud, gratitud sobre todo. Intento mantener esa disposición ante la lectura, pero el problema es que ahora es un afán consciente y el gesto de la decisión hace que la transparencia se pierda. El tema de creencia también es difícil, no sé si creencia es la palabra indicada. De niño el mundo me maravillaba simplemente por existir, no porque sea un buen mundo ni un mal mundo, sino porque yo experimentaba las cosas en un escenario y no entendía cómo explicármelo. Aún no lo entiendo. Uno se acostumbra pero a veces vuelvo a pensar en ello, en lo extraordinaria y milagrosa que es la experiencia consciente, estar acá, en esto, avanzando en el flujo de algo que le decimos tiempo, desplazándonos por algo que le decimos espacio, cosas que tampoco entendemos. De adulto me parece que el rigor filosófico, la lógica y la ciencia llevadas al extremo resultan en una sola posibilidad y ese aquello es inevitablemente místico. No lo pienso como creencia, porque no se trata de creer en algo específico, ni en algo con rostro, doctrina ni tradición ni cultura, es solamente el resultado ineludible de las cosas. Más allá de todo, detrás de las cosas, algo permite esto, todo esto, algo sustenta la existencia, nuestras creencias, nuestros nihilismos, nuestras dudas, nuestras ciencias, y así. No hablo de un dios ni de deidades, no sé nada de eso, son temas del lenguaje. Pienso que la existencia es el síntoma de algo, pero no sé qué es ese algo ni debería saberlo. No me interesa la esotería ni el incienso ni los mantras. Para mí, lo que abre la nada para que haya algo, sea lo que sea, no se somete a eso, ni al animismo que le estoy asignando al decir esto.

 

De niño el mundo me maravillaba simplemente por existir, no porque sea un buen mundo ni un mal mundo, sino porque yo experimentaba las cosas en un escenario y no entendía cómo explicármelo. Aún no lo entiendo. Uno se acostumbra pero a veces vuelvo a pensar en ello, en lo extraordinaria y milagrosa que es la experiencia consciente, estar acá, en esto, avanzando en el flujo de algo que le decimos tiempo, desplazándonos por algo que le decimos espacio, cosas que tampoco entendemos.

 

Némesis y Ciencias ocultas me hacen pensar que al igual que un pintor, has ido construyendo una paleta de palabras. Y es el trabajo con esas palabras sagradas, dónde las pones, cómo, al lado de cuál, cuántas veces vuelves a ellas, en qué circunstancias, lo que van pintando el universo. ¿Qué pasa con lo sagrado de las palabras en este libro?
No lo pienso mucho, uso el lenguaje de manera intuitiva al escribir, y claro, consciente de las connotaciones que pueden tener, pero trato de no calcular el lenguaje. Me refiero a lo sagrado en el sentido más amplio, alejado de la religión, aquello que no se somete a la fe ni a la ciencia. Pienso que las palabras sacras aparecen en ambas novelas pero son más bien fracasos intencionados, porque lo sagrado en ese sentido no es codificable, o a veces son inercias hacia lo sagrado, objetos que dan ímpetu hacia lo que no se puede decir. Tanto en Némesis como en Ciencias ocultas, o en Leñador o Ártico, lo sagrado está del otro lado de las posibilidades del lenguaje, así como el caos, palabras que nombran cosas que no tienen nombre, y nombrarlas es nuestra forma de domesticar algo infinito, algo que no podemos ni debemos comprender. En Ártico hay una parte en que el narrador dice que cada copo de nieve es una religión. Creo que eso resume la idea, no hay cómo abarcar la infinitud de lo sagrado, cae siempre fuera del campo visual del lenguaje.

 

Me acuerdo de una entrevista tuya a propósito de Leñador, donde contabas que te alejaste o entraste en crisis con la narrativa y lo que escribías te sabía a parodia, no había verdad, no le encontrabas sentido. En Leñador narras a partir del lenguaje descriptivo de los almanaques. Entre eso surgen breves destellos narrativos. En Ciencias ocultas te vales de la descripción de los objetos para narrar y en Némesis, del lenguaje bíblico, de la Antigüedad. ¿Qué ocurrió con esa crisis narrativa?
Sí, en aquel momento me hacía ruido narrar, era como si el acto paródico de relatar se burlara de mis intenciones. Leñador me ayudó a despojarme de esa sensación; el siguiente libro, Ártico, para mí es sumamente narrativo. Y en Ciencias ocultas la descripción cumple otro propósito, es un policial que parte en caos y fracasa en restablecer el orden. Ahí la descripción sirve para ocultar y revelar a la vez, muestra todo pero no resuelve nada porque el mecanismo racional es un error de cálculo ante el caos, de la misma forma que es inservible para aproximarse a la verdad y a la certeza, siendo ambas innegables.

 

Dice Patricia Espinosa en LUN que Némesis es un libro sobre la destrucción de la humanidad y se pregunta con preocupación si el narrador se ubica en el lado del mal o en el del Dios compasivo. Te pregunto: el narrador está gozando cuando escribe eso tan carnal, tan natural, que llega a ser erótico. Quizás eso es lo preocupante…
Creo que es una lectura muy interesante y es una pregunta que no me había hecho hasta que ella lo planteó. Me obligó a preguntarme cuál era la distancia entre mi yo que escribió la novela y el narrador que observaba y que elegía qué y cómo contar. No sé si he encontrado la respuesta a esa pregunta, pero pienso que más allá de determinar de qué lado está(estoy), me parece que es un espectro de emociones, desde compasión a frustración, de pena profunda a un deseo de justicia. Quizá lo más cercano al goce es la sensación de esperanza en el intersticio de la muerte de algunos personajes, el anhelo liminal por un Elíseo, un descanso, una plenitud. En la novela hay un Dios compasivo, que es uno de una multitud de deidades que abren espacios donde antes no los había, pero lo que extermina el mundo no es el mal, es Némesis, es justicia pero también es caos, el mal solamente se le puede asignar a nosotros. El Dios compasivo en la novela no obstruye la tarea de Némesis porque no tiene autoridad sobre ella, es lo que debe ocurrir.

 

Quizás la palabra erótica te desconcierta pero hay lujuria en esas descripciones, un desate de la moral, un deseo excesivo de las ratas, del mar, del viento, del monstruo, de la niña, todo lo contrario de lo comedido, lo programado, lo reprimido. El narrador no le quita los ojos a ningún horror, por el contrario, es como en La naranja mecánica, te pone mondadientes para que tus párpados se mantengan abiertos. Tienes que haber alcanzado un estado ¿de concentración? para escribir Némesis. ¿O cerrabas el archivo e ibas a comprar al súper?
No sé si me desconcierta, el erotismo estaba presente pero como una voracidad, el desate sexual de los habitantes cuando regocijaban y se instalaba la vanidad y el orgullo y sus actos pasaban al exceso, como los horrores y los excesos del Antiguo Testamento, echarse con las bestias del campo y con las crías, y así caían en un ciclo de iniquidad y arrepentimiento. La violencia también es voraz, hay un fanatismo en los excesos, la devoción del acólito, el fervor dogmático de los asambleístas, el gigante es implacable y la tempestad es inclemente. Los horrores están para presenciarse, solo así se entiende la causa y la instrumentación del exterminio. Pero hay otros, la coja, los hermanitos, el niño asesino, que representan el deseo auténtico de ser, voluntades ante la aniquilación, la templanza ante la muerte. Hay también, para mí, mucha belleza en la novela, en la expansión del océano y del universo, hay astronomía, esos trechos de la novela eran luminosos para mí. En cuanto a mi estado mientras escribía, empecé la novela rodeado por el horror, la represión, las heridas del estallido abiertas, en medio de una pandemia, esos primeros meses, con cuarentena total, toque de queda, incertidumbre y aquel silencio profano, el mundo deshaciéndose, dogmas instalándose, la posverdad, el negacionismo, el discurso del odio llegando a niveles aterradores, la insidia permeándolo todo, desde todos los lados, vía las redes sociales y el oscurantismo político, el planeta arde y miramos los celulares, la sequía se agrava y nos falla la memoria, ante todo esto, entrar en la novela, escribirla, habitarla, no me espantaba más que la realidad, y salir de ella era retornar a una aniquilación en cámara lenta. Quizá en ese sentido la experiencia ante la página volvió a ser como cuando era niño, sin velo.

 

Querido Mike, te escribo llorando, las últimas páginas de tu libro no sé qué decirte, esa niña soy yo, eres tú, todos y todas las niñas lectoras de esos cuentos, esas novelas que nos conmovieron; trajo de regreso esa comunicación personal con un Dios en el que creímos antes de tener consciencia de la mentira y del poder de las iglesias, las religiones, las instituciones, cuando creíamos en una justicia.

 

Némesis, Mike Wilson, 2020, 151 páginas, $11.900.

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