Dos llaves para la memoria

Si bien es imposible volver a asir el pasado, sí se puede sentir la sombra de la emoción original: a eso apuntan los libros de Eduardo Halfón y Patrick McGuinness, quienes escriben sobre recuerdos propios y ajenos, con especial atención en los detalles. El libro de McGuinness, sin exagerar, resulta sencillamente inolvidable.

por Rodrigo Olavarría I 18 Junio 2019

Compartir:

El guatemalteco Eduardo Halfón y el tunecino Patrick McGuinness bordean los 50 años y exploran en Biblioteca bizarra y Los países de los otros, no solo sus memorias personales sino la naturaleza misma del acto de recordar. La comparación de ambos libros es inevitable, pero también un poco injusta, ya que Biblioteca bizarra es una reunión de textos publicados por Halfón en diversos medios entre 2011 y 2017, mientras que Los países de los otros, de McGuinness, es un trabajo meditado, unitario, pese a estar compuesto de apuntes. Sin exagerar, es un texto inolvidable.

Biblioteca bizarra abre con un texto del mismo nombre, una serie de viñetas sobre bibliotecas de parientes, amigos y escritores donde se especula sobre el azar y la naturaleza de la acumulación de libros. Halfón plantea una forma propia de contemplar las bibliotecas en su estatismo y consigue hacernos sentir cómo detrás de los lomos de los libros giran sin cesar los engranajes de la historia, movimiento que se expresa en diásporas y exilios varios. Esta imagen también es apropiada para describir los textos titulados “Saint-Nazaire” y “La memoria infantil”, una serie de anotaciones sobre escribir la vida o hacer literatura con recuerdos, propios y ajenos.

Este texto es seguido por “Los desechables”, inspirado en una charla en Bogotá que acabó siendo más importante para el escritor que para su público; “Halfón, boy”, es sobre esperar un hijo al mismo tiempo que se traduce a un poeta y se acumulan las reflexiones sobre los dos procesos. El texto que cierra el libro, “Mejor no andar hablando demasiado”, aborda la iniciación de Halfón tanto en la literatura como en los costes de ser un escritor guatemalteco.

Ambos autores comparten el afán por recuperar su infancia y fijarla. Halfón dice: “Vuelvo una y otra vez a las narrativas de mi infancia. (…) Como si, al escribirlas, quisiera recuperar algo, recordar algo, o simplemente regresar a ese espacio tan blanco del cual fui desterrado”.

Ambos autores comparten el afán por recuperar su infancia y fijarla. Halfón dice: ‘Vuelvo una y otra vez a las narrativas de mi infancia. (…) Como si, al escribirlas, quisiera recuperar algo, recordar algo, o simplemente regresar a ese espacio tan blanco del cual fui desterrado’.

Pero esta declaración de intenciones de Halfón se queda ahí, confinada a las páginas de un artículo, mientras McGuinness extiende su búsqueda a varias generaciones de habitantes de Bouillon, un pueblo cercano a la frontera de Bélgica y Francia, donde vivió su familia materna y pasó buena parte de su infancia. Con un lenguaje lleno de sorpresas, cuyo lirismo es adecuadamente recreado por el traductor argentino Jorge Fondebrider, McGuinness usa este pueblo como un caleidoscopio que con cada giro revela un aspecto de la vida de una comunidad que parece pertenecer a un pasado más remoto que 1970, un pasado fantasmagórico.

En la etimología de la palabra recordar y su “volver a pasar por el corazón”, hay una verdad ineludible: recordar es un ejercicio donde es imposible volver a asir el pasado, pero donde sí es posible sentir la sombra de la emoción original. Esa es la verdad detrás del mito de Orfeo, cuando se le dice que si quiere conservar a Eurídice no puede mirarla mientras salen del Hades y que si la mira la perderá para siempre. McGuinness afirma algo parecido cuando compara la memoria a la masilla donde se copia una llave para robar el propio pasado, una llave deforme para entrar a una casa donde cada vez hay menos cosas.

Los países de los otros es un tratado sobre la memoria y la obstinación por no renunciar a un lugar y a una forma de vivir con los objetos y la memoria de los antepasados, un monumento a la inminente desaparición de lo que nos es propio. De hecho, McGuinness expresa de forma magistral el vértigo de esa inminencia cuando recuerda un día en Bristol, cuando tenía 13 años, en que sin planearlo vio una película filmada en Bouillon sobre una célula de la resistencia belga. Hacia el final, durante una persecución a toda velocidad por las pocas calles de su pueblo, reconoció los negocios y las casas de sus conocidos, y tuvo una crisis de angustia ante esa familiaridad en fuga, agudizada por el vertiginoso montaje de la escena.

La mirada de McGuinness abarca con nostalgia desde los letreros de Mandarine Napoleon, Dubonnet y Suze, esos tragos que ya nadie toma, hasta dichos locales como: “donner un train Mazarin”, literalmente “alardear como Mazarino”, que recuerda el pomposo paso del Cardenal Mazarino por el Bouillon del siglo XVII, o “pisser dans tes frites”, donde mear tus papas fritas significa boicotearse a uno mismo. Y quizás sea esa especificidad y esa atención por el detalle las que permiten tanto este logro de McGuinness como los destellos de verdad en la Biblioteca bizarra de Eduardo Halfón.

 

Los países de los otros: Un viaje a la memoria, Patrick McGuinness, LOM Ediciones, 2018, 200 páginas, $10.000.

 

Biblioteca bizarra, Eduardo Halfón, Saposcat, 2018, 92 páginas, $9.000.

Relacionados