Expropiación de los peces

En Técnicas para cegar a los peces, de Rosabetty Muñoz, se percibe cierta proximidad con la poesía de Constantino Cavafis, debido a la ambivalente pertenencia al lugar entrañable y la experiencia del viaje como enriquecimiento existencial. Poniendo en tensión la imagen de un Chiloé depredado y a la vez paradisiaco, da la impresión de que el libro quisiera volver a un espacio religioso originario anterior a la modernidad.

por Jorge Polanco I 12 Diciembre 2019

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Gran parte de la poesía chilena, desde los 70 hasta estos días, puede leerse como una historia del daño. Todos sabemos que Chiloé es un archipiélago de mitos, pero hace algunas décadas también de depredación. En los últimos libros de poesía publicados en el sur de Chile se advierte esta última característica, que difiere con la habitual imagen paradisíaca traducida en cuña de venta turística como “La magia del sur”. Técnicas para cegar a los peces, de Rosabetty Muñoz, sigue esta orientación, aunque también suma una tentativa de reparación frente a la destrucción. Publicado por la editorial Universidad de Valparaíso, en una bella edición con xilografías de Cristian Castillo, este libro está dividido en tres secciones y una especie de introito poético, que va desde el usufructo del mar, la recomposición de la historia a través de la restauración de las iglesias, hasta la vuelta a lo ancestral y comunitario. Estos polos tensan la escritura entre el rechazo y la recomposición del desastre.

En general, en los poemas de Muñoz se percibe cierta proximidad con la poesía de Constantino Cavafis, debido a la ambivalente pertenencia al lugar entrañable y la experiencia del viaje como enriquecimiento existencial. En algunos de sus libros aparece este sugerente fenómeno: la ternura en las relaciones familiares y comunitarias y, al mismo tiempo, la amenaza de este entorno por la necesidad de viajar, el peligro que presentan las costumbres de los afuerinos, junto con los ominosos hábitos intrafamiliares. En Hijos, libro reeditado el 2016, Muñoz completa la última parte con poemas sobre el aborto, niños no deseados o muertos prematuramente. En Técnicas para cegar a los peces, pervive el saqueo de la naturaleza, la religiosidad y la confianza de un esfuerzo colectivo de los habitantes.

El libro puede leerse como síntoma de rechazo; y, justamente desde ahí, adquiere su potencia poética. A nivel de expresión, Muñoz despliega una estructura del libro que abre formas, en un lenguaje sintético y prosaico a la vez.

Este libro tiene tres tonos. Los cuatro primeros poemas y el capítulo “Marea Roja” desarrollan la propuesta del título: los peces y el fondo marino inundado de plásticos, desechos y la ceguera tanto física como simbólica. Esta transformación del espacio natural indica además un acontecimiento preciso: las movilizaciones en Chiloé, del 2016, ante las toneladas de pescados muertos botadas por las salmoneras al mar y el inédito crecimiento de la marea roja —segunda a nivel mundial— en las regiones de Los Lagos y Los Ríos. El tono de los poemas es lacónico, como una descripción que busca enunciar y denunciar con sobriedad, aunque sin dejar de pronunciarse: “(en marejadas, el mar sigue vomitando medusas muertas)”. La destrucción tiene como contraposición la figura de los mayores, quienes legaron una rica tradición, aunque las nuevas generaciones no hayan sabido aquilatarla. El verso libre es punzante y, a menudo, da la sensación de un ritmo acerado.

“Los restauradores”, capítulo central, es una especie de cuento poético, con personajes y pequeña trama, referido a los arreglos de los íconos y las iglesias tan conocidas de Chiloé. Un recurso empleado por Rosabetty Muñoz es introducir textos —en letra cursiva— a modo de diálogo insólito, al interior de las viñetas. Escritos en prosa, concentran los relatos religiosos y las historias de los maestros que vienen especialmente a reponer lo deshecho. Esta alegoría es clave, aunque ambigua. Da la impresión de que el libro quisiera volver a un espacio religioso originario anterior a la modernidad; un retorno a las costumbres perdidas, dañadas por catástrofes que no son simplemente naturales. La restauración, por otra parte, indica que el presente está desvencijado, pero que es preciso arreglarlo pacientemente. El breve capítulo final —“Lengua de santas”— extrema el motivo, remontando la figura de la reposición a un mundo comunitario ancestral, esforzado y, por ende, ético.

El libro puede leerse como síntoma de rechazo; y, justamente desde ahí, adquiere su potencia poética. A nivel de expresión, Muñoz despliega una estructura del libro que abre formas, en un lenguaje sintético y prosaico a la vez. Sin embargo, como decía, la propuesta es compleja políticamente porque, si bien el archipiélago de Chiloé podría leerse como una representación de la destrucción de Chile, la pregunta que ronda es si la respuesta a los desastres sea remontarse a restaurar lo perdido. Creo que esta es la historia que estamos viviendo en estos días en todo el país: la visibilidad del daño junto con la imaginación utópica, que lega también el pasado, como forma revolucionaria de ponerle freno a la usurpación de los elementos naturales y culturales.

 

Técnicas para cegar a los peces, Rosabetty Muñoz, Editorial Universidad de Valparaíso, 2019, 93 páginas, $7.000.

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