Fronteras perdidas: José Eduardo Agualusa

El autor de El vendedor de pasados y Teoría general del olvido, entre muchas otras novelas, posee un origen incierto: nació en Angola, pero su vida transcurre entre su lugar de origen, Brasil y Lisboa. Aunque podría también decir París y otros países de África. De esas geografías diversas y de un rico imaginario que alumbra las consecuencias de la guerra de Angola se nutre su obra, elogiada como una combinación explosiva de poscolonialismo, fantasía y reflexión sobre la memoria.

por Ana Pizarro I 16 Junio 2020

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A partir de los años 60, la literatura de África subsahariana ha ido asumiendo los problemas surgidos a raíz de los procesos de descolonización, creando un lenguaje propio para la nueva situación social y cultural, con una mirada también nueva. Paralelamente al sólido sistema literario oral que existe desde tiempos inmemoriales en ese continente, esta literatura ahora escrita en lenguas europeas, comenzó a interrogarse sobre la historia, la vida cotidiana y la cultura de estas sociedades, en donde la colonización, las guerras por la independencia y la situación posterior constituyen su preocupación central. En ellas la latencia de las culturas populares, presentes en refranes que habitan a menudo estas escrituras, ha tenido un lugar importante. Es el caso del senegalés Hampaté Ba, del nigeriano Chinua Achebe o del autor del clásico Los soles de las Independencias (1970), Ahmadou Kourouma, de Costa de Marfil, donde aparece en toda su magnitud la negociación con el antiguo colono. En la obra del angolano Pepetela, por su lado, queda en evidencia todo el horror político y social de la posindependencia.

Pero estamos hablando ya de los clásicos. Una nueva ola de escritores africanos actualmente está poblando Europa y el mundo, a través de numerosas traducciones, de historias, imaginarios, lenguas, problemas y expectativas del continente. Escritoras como la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) con un discurso feminista africano, o la palabra directa y fuerte de Leonora Miano (1973), entregan una mirada sobre el continente abierta y cuestionadora.

“Fronteras perdidas” es la expresión con que se califica en Angola a quien no tiene un origen cierto, en quien conviven varias culturas, a quien se mueve entre una y otra. En este marco se mueve José Eduardo Agualusa (1960), escritor y periodista, también cineasta, nacido en Angola, pero cuya vida transcurre entre su lugar de origen, Brasil y Lisboa. Aunque podría también decir París, otros países de Europa, también otros de África, como brevemente América Latina. No se trata de geografías diversas; se trata de culturas vividas e integradas. De escrituras, de paisajes sonoros, de espectáculos visuales, de experiencia viva, de gestos y adentramiento histórico, absorbidos como alimentos terrestres, que se deslizan a modo de estratos sumergidos en su prosa. Ha escrito poesía, novelas y obras de teatro, y recibido numerosos premios internacionales. El sedentarismo no es lo suyo, ni en la vida ni en la escritura. Diríamos que hay un nomadismo temporal capaz de articular la herencia de Machado de Assis con la de Jorge Luis Borges –en medio de la guerra de Angola–, y también una avanzada intelectual que trasluce tanto la lectura de Proudhon como la de Judith Butler o de Foucault, pasando por Pessoa y Flaubert.

Sus libros abordan la guerra de Angola o personajes históricos, como la reina Ginga, protagonista del siglo XVII de una de sus novelas (La reina Ginga, 2017), quien “era allí tan hombre que, en efecto, nadie la tomaba por mujer”. Sensual, dueña de su cuerpo, guerrera, inteligente, hábil en la estrategia política, adquiere una contemporaneidad inusitada.

En la obra de Agualusa no cabe el anacronismo, lo que simplificaría el ejercicio; sí una modelación mayor de la palabra poética, una narrativa escrita en tono de poesía que logra incorporar múltiples flujos culturales y literarios en una voz simbólica, sólida y al mismo tiempo movediza, densa y frugal.

En la obra de Agualusa no cabe el anacronismo, lo que simplificaría el ejercicio; sí una modelación mayor de la palabra poética, una narrativa escrita en tono de poesía que logra incorporar múltiples flujos culturales y literarios en una voz simbólica, sólida y al mismo tiempo movediza, densa y frugal.

Nación criolla (1997) es su segunda novela. El título tiene que ver –una de sus virtualidades– con el nombre del último barco de esclavos que sale de Angola para su venta en Brasil, luego de la prohibición inglesa. Cuando el imperio anglosajón percibió que la esclavitud era un mal negocio, ya que el trabajo asalariado significaba menos inversión y mayor productividad, vetó el tránsito oceánico. Esta novela es la expresión de identidades en movimiento, momentos de flujo de un espacio cultural a otro, análisis de instantes en el proceso de juego pluricultural. Es una novela de mixturas, escrita por un mestizo consciente de serlo. Tiene una organización epistolar y es a través de las cartas que el lector conoce al personaje de ficción, tomado del escritor portugués Eca de Queirós, quien se dirige a su tía, al mismo Eca y también a su amada Ana Olimpia, a quien libera de la esclavitud para relatar episodios de su vida con elegancia, humor y algunos guiños que remiten al gran Machado de Assis.

El tema del abolicionismo es uno de los tránsitos del personaje, Fradique Mendes, y la diversidad del espacio identitario en juego, en construcción en Angola, y en Brasil, los universos a donde llega, por razones diversas. “O que faco eu aquí?”(¿Qué hago aquí?), se pregunta consternado de pronto el personaje, salido de Portugal e intentando comprender “los secretos de África”, en medio de la confusión de culturas, de orígenes marcados por la colonización portuguesa. Todo en él es desplazamiento geográfico y cultural, una mixtura de vida que sentimos muy contemporánea.

Como el del propio autor, habría que subrayar, que va construyendo la historia de la literatura angoleña en el espacio marcado por la tradición brasileña –bien temperada– de Machado de Assis, pero también de los clásicos europeos y latinoamericanos contemporáneos (Borges, Cortázar) y la cultura popular africana como afroamericana. La afirmación anticolonial es también la necesidad de escribir la historia. Se remite al escritor africano ya clásico, Chinua Achebe: “Hasta que los leones no creen su propio historiador, la historia de la caza solo glorificará al cazador”.

Como en Nación criolla, en El vendedor de pasados (2017) Agualusa se centra en el tema identitario, que es el gran tema de los países que han logrado la descolonización, porque en ellos aquello que parece unitario, como es la noción de identidad, es paradójicamente lo contrario: la puesta en juego de pluralidades en proceso de articulación.

Como en Nación criolla, en El vendedor de pasados (2017) Agualusa se centra en el tema identitario, que es el gran tema de los países que han logrado la descolonización, porque en ellos aquello que parece unitario, como es la noción de identidad, es paradójicamente lo contrario: la puesta en juego de pluralidades en proceso de articulación. Félix Ventura tiene el oficio de inventar vidas, historias, pasados. Luego de una guerra esto es útil, muchos necesitan cambiar su historia, volverse demócratas, tener un pasado heroico o simplemente inventarse otra vida, por miedo o fantasía. Es así como se desarrolla un espacio onírico en donde los personajes se encuentran o reencuentran, se descubren hasta que aparece el rostro verdadero de quienes se ven obligados a “blanquear” su pasado, su presente, su identidad.

El tema tiene proyecciones virtuales diversas. Está también el de la construcción de la Historia como versión absoluta, la de las diferentes voces, la de las historias o de la “petite histoire”, y su relación con las otras. Angola es muchos pueblos con diferentes identidades. Y en el fondo de todo, la determinación de la guerra anticolonial, sus personajes, su horror.

Estamos frente a textos de un poeta que escribe narrativa, y en este sentido también de una narrativa–ensayo, que trae reflexión, a la vez que la transmite con belleza, que va dejando a su paso consideraciones sobre la existencia, sobre la sociedad dislocada de África de los siglos XX y XXI. Una historia absolutamente alejada de la folclorización, sin camellos ni colmillos de marfil, rota de una vez por todas la mirada colonial.

Teoría general del olvido (2012) se sitúa en medio de la guerra de Angola. La protagonista, Ludo, observa desde la mirilla de un lugar cerrado: el departamento en que ha quedado aislada, como si viviera en una fortaleza, separada del mundo, del horror y la modernización. Las posturas totalitarias obligan a los individuos a perder la inocencia, la originalidad e infiltran temor en todo el tejido social. La trama está atravesada por el problema de la fabricación de un “otro” monstruoso, en donde desfilan la guerra, el asesinato, la corrupción, el capitalismo, el robo, la venganza. El relato, con estructura de puzzle, se va armando poco a poco hasta enterarnos de la vida anterior de Ludo y sus aspiraciones básicas. Podríamos atribuirle la reflexión del autor sobre otro personaje: “Ciertas personas padecen del miedo a ser olvidadas. A esa patología se la llama atazagorafobia. A él le sucedía lo opuesto: vivía en el terror de que nunca lo olvidasen. Allá, en el delta del Okavango, se había sentido olvidado. Había sido feliz”.

 

El vendedor de pasados, José Eduardo Agualusa, Edhasa, 176 páginas, $13.500.

 

Teoría general del olvido, José Eduardo Agualusa, Edhasa, 200 páginas, $15.000.

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