Gabriel Josipovici, versátil e innovador

Novelista, crítico y ensayista, el escritor británico conversó con Revista Santiago sobre los temas que lo apasionan y sobre los que ha escrito libros muy personales y variados. Aquí habla de la modernidad como un fenómeno más cultural que artístico, la obra de escritores que plantean dudas en vez de certezas y la trascendencia que para él tiene la Biblia. Como Kafka, cree que las novelas deben “romper el mar congelado que tenemos dentro”.

por Cristóbal Carrasco I 4 Junio 2019

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Existe una tradición de escritores de ficción que ha podido, a la vez, crear y desarrollar una teoría sobre la literatura. Dentro de esa tradición están, entre otros, Henry James, Virginia Woolf, T. S. Eliot y últimamente el inglés Gabriel Josipovici. Josipovici nació en Niza y se considera un escritor judío. Ha destinado gran parte de su vida a la academia –trabajó en la Universidad de Sussex y Oxford, aunque no se considera un historiador de la cultura o un scholar– y a estudiar a Shakespeare, Proust y la Biblia, a la par de escribir novelas, relatos y piezas teatrales.

Dentro de esa obra crítica se encuentra su libro más importante, ¿Qué fue de la modernidad?, que explora, desde una premisa muy personal qué significó la modernidad para nuestra comprensión del arte y la escritura (en el inicio del libro, se pregunta por qué escritores como Proust o Muriel Spark sí lograban conmoverlo, a diferencia de Tolstoi o Philip Roth). Josipovici ha escrito otros libros que exploran esa problemática, como Confianza o sospecha: una pregunta sobre el oficio de escribir, El libro de Dios: una respuesta a la Biblia y las recopilaciones de sus artículos en The Singer on the Shore y, últimamente, The Teller and the Tale. En todos esos libros existe una reflexión profunda y original sobre el acto de la lectura, las interpretaciones literarias y el fenómeno del arte en nuestra cultura.

 

A diferencia de otros críticos, usted considera que la modernidad es más un proceso histórico y cultural que un movimiento artístico. ¿Cuáles son las implicancias de esa interpretación?

Antes de comenzar, me gustaría aclarar que no me considero un historiador cultural. Escribí ficción mucho antes de escribir críticas, y publiqué mi primera novela, The Inventory, en 1968, tres años antes de mi primer libro crítico, The World and The Book. Mi crítica siempre ha intentado comprender por qué me conmueven ciertos libros y artistas, y también he buscado mostrar al público en inglés las tradiciones que me resultan útiles cuando escribo ficción. Me parece que esto es lo que los artistas siempre han hecho: dado que, inevitablemente, se encuentran sumidos en la niebla y la confusión del presente inmediato, buscan apoyo en el pasado para sortear sus dificultades, y tratan de alertar a los lectores sobre lo que ellos mismos están haciendo, mostrándoles lo que hicieron los artistas que ellos amaban en el pasado: la defensa de Eliot a Donne es un buen ejemplo, pero también se podría pensar en Proust escribiendo sobre Ruskin y las catedrales medievales, y sobre los muchos comentarios de Stravinsky y Picasso sobre antiguas y (para Occidente) extrañas tradiciones, como las del arte africano y mogol. Dicho eso, creo que tener esa opinión sobre la modernidad permite tener una perspectiva más amplia, una que rechaza que el arte está separado del resto de la vida.

 

En ¿Qué fue de la modernidad?, dice que uno de los mitos del Renacimiento es “el triunfo del individuo después de siglos de sumisión a la autoridad y la tradición, siglos de estar ligado al yugo de la religión y la superstición”. ¿Cuáles son las consecuencias de ese mito para nuestra comprensión de la Edad Media? ¿Cuáles son las cosas que perdimos cuando aceptamos ese mito?

Perdimos una comprensión adecuada de la naturaleza de la Edad Media, así como su arte y su cultura. Es un arte y una cultura que amo, que me motiva y emociona. También significa que perdimos la capacidad de cuestionarnos al tener un criterio para medirnos. Esta fue la idea central de Nietzsche, aunque deseaba poner la cultura griega antigua en lugar de la Edad Media en el centro de su crítica de la Europa moderna.

 

Usted advierte que el Quijote representa al lector como inactivo, “uno que no está ocupado, no tiene nada mejor que hacer”. ¿Cree que esa imagen de la lectura es todavía aplicable?

Cervantes, por supuesto, se está riendo del lector de las novelas de caballería (el lector de best-sellers de hoy) cuando dice aquello en el prólogo de Don Quijote. Pero, sin duda, está tocando una verdad incluso más profunda: que hay algo extrañamente redundante en la creación de arte y su consumo, particularmente en un mundo en que los estrechos vínculos del arte, la religión y la verdadera cultura popular se han visto fracturados de manera irremediable, como él mismo piensa que sucede en su tiempo. Esta ha sido la misma preocupación que han tenido otros artistas serios, desde Mallarmé y Eliot a Beckett y Perec, y desde Picasso a Bacon y Stravinsky a Kurtag.

 

Usted dice que uno de los efectos de la Revolución Francesa, particularizada en la figura de Napoleón, es que “todos los ciudadanos sintieron que también podrían ser emperadores”. ¿Corresponde a uno de los efectos descritos por Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio?

No conozco a Byung-Chul Han, pero creo que esa ansiedad por no desarrollar nuestro potencial, ya sea porque la sociedad impide hacerlo, o quizás incluso por algún defecto personal, ha crecido mucho más, particularmente entre las clases medias de todo el mundo.

 

¿Cuál considera que es el error más común de los críticos a la hora de interpretar la modernidad?

Buscan uno u otro signo revelador en la escritura de la novela en lugar de preguntarse si cumplen con el criterio de Kafka de que ellas “rompan el mar congelado que tenemos dentro”. Esto es lo que hacen los propios escritos de Kafka, pero también los de Proust y Virginia Woolf, entre otros. Puede que veamos los fuegos de artificio de B. S. Johnson, Don DeLillo, Philip Roth o László Krasznahorkai, pero mi sensación después de dejar sus libros es: ¿y qué?

Mi crítica siempre ha intentado comprender por qué me conmueven ciertos libros y artistas, y también he buscado mostrar al público en inglés las tradiciones que me resultan útiles cuando escribo ficción. Me parece que esto es lo que los artistas siempre han hecho: dado que, inevitablemente, se encuentran sumidos en la niebla y la confusión del presente inmediato, buscan apoyo en el pasado para sortear sus dificultades, y tratan de alertar a los lectores sobre lo que ellos mismos están haciendo.

Ha criticado a Philip Roth porque “nunca duda de la validez de lo que está haciendo o de su capacidad para encontrar un lenguaje adecuado a sus necesidades”. ¿Qué autores contemporáneos son conscientes de esas dudas?

¿Puedo incluir escritores recientemente muertos (como, después de todo, Roth ahora lo es)? En ese caso, Samuel Beckett, Thomas Bernhard y Georges Perec serían buenos ejemplos. Respecto a los escritores vivos, Milan Kundera, Jean Echenoz y Dror Burstein.

 

Ha desarrollado parte de su trabajo crítico sobre Aharon Appelfeld, un autor menos conocido en el idioma español. ¿Cuál es su relevancia?

Appelfeld es popularmente conocido en Occidente como novelista del Holocausto. Pero aquellos de nosotros que lo leemos sabemos que, aunque su tema es el destino de los judíos en la Europa e Israel del siglo XX, él es mucho más que un historiador o un testigo de sus tiempos. Sus novelas hacen lo que ningún libro de historia o sociología puede hacer, lo que ninguna memoria puede hacer. Sus novelas ven el Holocausto, simplemente, como un ejemplo extremo de lo que sucede cuando los hombres pierden el sentido de una humanidad común, por un lado, y cuando entierran sus cabezas en la arena y no ven lo que está sucediendo a su alrededor, por el otro. Y lo hace sin tratar de describir lo que sucedió en los años 1941 a 1945. Su mejor libro, The Age of Wonders, que consta de dos partes, se mueve de forma bastante clara y deliberada de 1939 a la década de 1950 sin mencionar los años de la guerra. En mi opinión, esa elección es mucho más devastadora y poderosa. Por ello, creo que su obra pasará a la posteridad. Mucho más, por cierto, que las muchas memorias y novelas del Holocausto que, en realidad, solo son leídas por historiadores.

 

¿Cuáles diría usted que son los temas más relevantes de la Biblia hoy?

La Biblia es extraordinaria en muchos sentidos, sobre todo en que su teología depende de las historias, y esto es cierto tanto para el Antiguo Testamento como para el Nuevo. Por mucho tiempo me encantaron las historias del Antiguo Testamento y las encontré, tal como están escritas –preocupadas de los hechos, rechazando la sicología– sorprendentemente cerca de mis obras modernas favoritas. Eso fue lo que llevó a mi proyecto loco de escribir un libro sobre la Biblia, tratando de salir de su sombra teológica, por así decirlo, que es la que influye en las interpretaciones de los “creyentes” y los “no creyentes”.

 

En su reciente ensayo “Proust and I”, dice que leer En busca del tiempo perdido le dio la sensación de que “no importaba si uno era tonto, lento y confuso (…) lo importante era seguir adelante”. Eso me recordó algo que dice sobre la escena de los judíos luego de salir de Egipto en el Éxodo: “La realidad es que somos débiles e inciertos; que anhelamos claridad y certeza y nos resulta difícil ir sin ellos. Pero eso es precisamente lo que tenemos que hacer”. ¿Cuál cree que es la importancia de la duda –o la incerteza– en la modernidad?

Es el prerrequisito central del arte moderno, y es peligrosamente destructivo. Proust, Kafka y Eliot lucharon con esta dualidad y al hacerlo produjeron sus grandes obras. Estas obras, al mostrar el fracaso, lo convierten en una especie de éxito. En cualquier caso, los encuentro estimulantes y habilitadores.

 

¿Cree que hay algún tipo de responsabilidad que los lectores deberían tener cuando leen?

¿Por qué responsabilidad? La lectura es una actividad gratuita. Borges dijo que él daba la impresión de haber leído mucho porque solo había terminado aquellos libros que lo emocionaban. Cuanto mejor lees, más aprovechas las lecturas, pero nadie te obliga a hacerlo y muchas personas encuentran otras actividades más a su gusto. Buena suerte para ellos.

 

Ha pasado varios años escribiendo crítica literaria y participando en medios culturales. ¿Cómo ha cambiado la crítica literaria durante estos años? ¿Cuál cree que es el futuro de la crítica?

Cuando comencé a escribir críticas, así como cuando empecé a enseñar, tuve el optimismo de la juventud. Creía que podía hacer una diferencia, hacer que las personas vieran algo que no habían visto antes. Ahora, cuando miro la escena cultural en Gran Bretaña y Estados Unidos, siento que ha ido hacia atrás, no hacia adelante, y que está atascada en la trivialidad y la incomprensión. Pero, ¿quién sabe? Aquello puede ser signo de la esclerosis y el cinismo de la edad. Aunque, de algún modo, no creo eso.

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