Leven anclas

En Sobresaltos, un libro conformado por tres breves fragmentos que Samuel Beckett escribió al final de su vida, la palabra es lo único y lo último que sostiene la desintegración del yo. Un reloj, una mesa, una banca, una ventana: austera escenografía la que acompaña a un protagonista que más parece una presencia difusa. O mejor, una conciencia puesta en movimiento, que va apareciendo media perdida en el ir y venir de frases, en una mezcla de “memoria del interior” y “memoria del exterior”.

por Milagros Abalo I 17 Diciembre 2020

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El lugar donde se sitúa el protagonista de este breve texto es, como suelen ser los lugares en las obras de Samuel Beckett, uno no determinado, puede ser un aquí o un allá, todos los lugares o ninguno. Tan solo los sonidos de gritos y golpes que se apagan y se encienden en el afuera de este espacio son los que determinan que sea el mismo lugar. El último. No deja de ser inquietante que la única referencia al exterior sea precisamente esos golpes y esos gritos.

“Así tal vez es el fin”, escribe el autor en la primera parte de Sobresaltos, un libro conformado por tres breves fragmentos que pueden ser leídos también de manera independiente. Cuenta el traductor Bruno Cuneo en el prólogo, que este texto fue escrito al final de la vida del autor y a modo de encargo. Que sea un texto escrito al final no es solo un dato biográfico, sino la encarnación en palabras de la forma que podría tomar ese “comenzar a partir”. El movimiento agónico que hay en el “desaparecer y aparecer” del protagonista de Sobresaltos, es reflejo de esa proximidad a la muerte. Protagonista que más parece una presencia difusa (los dibujos de la pintora Natalia Babarovic que van en el libro bien ilustran esa impresión de sombra), o una conciencia puesta en movimiento que va apareciendo media perdida en el ir y venir de frases, en una mezcla de “memoria del interior” y “memoria del exterior”.

Esta especie de invisibilidad que se va haciendo de la carne y de los huesos del protagonista, hace que las dimensiones espacio-temporales cobren una mayor presencia que quien las habita. Los tiempos se van alternando o alterando, se dice que Beckett no habría tenido resuelto si escribirlo en pasado o en presente y probó, y quizás la figura que transita por estas páginas está inmersa precisamente en esa nebulosa orgánica del tiempo que, como en una síntesis de vida y muerte, los reúne a todos.

El reloj es una de las pocas cosas materiales que llenan el espacio y sobre las que se hace foco, también una mesa, una banca, una ventana: austera escenografía, como si a esas alturas no se necesitara más. Con este uso de lo mínimo el autor no desvía la atención, o mínimamente, y mantiene despejado el camino hacia la reconstrucción de lo invisible que supone el lenguaje de todo interior, siendo el interior en Beckett el mundo que prevalece, de ahí que las referencias al afuera sean en su mayoría percibidas como una amenaza, una manera de poner en duda la realidad.

Sobresaltos evoca libros anteriores, como gran parte de sus libros evocan a otros de su obra, pues Beckett es un tejido literario en permanente comunicación, un flujo de escrituras que se desdoblan y se ven a sí mismas, tal como el personaje de este texto.

SobresaltosSe hermana especialmente con su poesía, primer formato de escritura que ejerció el autor, con ese poema de título “Cómo decir”, por ejemplo. O esa novela también escrita en los últimos años llamada Compañía, donde una voz en la oscuridad acompaña las disquisiciones de una mente. O con Not I, el video de esa boca teatral que emite frases, aunque en Sobresaltos ya es todo ocaso.

El autor lleva al límite lo que podría definirse como la disolución de lo referido: lo entrevisto es lo único que queda. Y desanclado de las referencias, es el andar del lenguaje lo que predomina y en él el atisbo de una verdad que no aterriza de manera articulada; sin embargo, se intuye.

El mismo protagonista se pregunta si la confusión no es sino reflejo de un delirio, reitera su desconcierto, como si la frontera que separa el mundo de la locura y la lucidez fuera tan delgada que todo asomo de conciencia produce turbación.

La visión pictórica de unos pastizales que aparece en el segundo fragmento del texto evoca lo que podría ser visualizado al interior de un sueño, y es que dicha materialidad de las imágenes siempre está presente en la obra de Samuel Beckett. Tal como en los sueños, no sabemos exactamente cómo llegamos o a dónde hemos llegado, solo que estamos ahí, igual que la figura de este libro que transita cual ánima o alma en pena y cruza a punta de sobresaltos los umbrales del sueño y la vigilia.

Al texto lo cruza también la imposibilidad de una palabra que en la tercera parte viene de tan adentro que no se puede escuchar; de un lugar que no se puede determinar; de un tiempo que tampoco puede ser determinado. La impotencia frente a la muerte es lo que aquí se traduce. Ya nada puede ser fijado, y es que Beckett en Sobresaltos extrema la idea de la escritura como un discurrir, un tránsito que “es”, que “está siendo”, precisamente porque se ha liberado de lo que el propio autor llamaba en relación a la pintura de Bram van Velde, “la ocasión”. No hay ocasión o hecho para escribir, no hay un centro al cual se ancle lo escrito, hay escritura que no es otra cosa que un intento, un salto, un sobresalto, una búsqueda, un cómo decir la palabra. El autor una vez más modifica las dimensiones, ampliándolas hacia nuevas formas, a riesgo de la incomprensión. En este sentido, la idea de que toda escritura es la constatación de un fracaso, todo arte el de una soledad y el de una incomunicación, se hace patente. El lector fracasará entonces si no se deja llevar, pues la obra de Beckett se erige precisamente sobre cierto desinterés de su recepción.

En este sentido, la idea de que toda escritura es la constatación de un fracaso, todo arte el de una soledad y el de una incomunicación, se hace patente. El lector fracasará entonces si no se deja llevar, pues la obra de Beckett se erige precisamente sobre cierto desinterés de su recepción.

César Aira, en un breve ensayo llamado “El abandono”, escribió a propósito de la poesía de Rimbaud algo que puede destinarse también a la lectura de Samuel Beckett: “Huye hacia delante, y no vale la pena perseguirlo”. Siempre se nos escapará en la instalación de un nuevo orden, o de su forma de existir y de expresarse, si acaso existe la obligación de expresar algo y una manera de hacerlo.

La creación una vez más es lo que debe ser renovado, día a día, lo que nunca termina de crearse y por lo tanto nunca se ancla a condiciones seguras. El sentido está en seguir, adelante, sin objetivo más que el de su ejecución.

Raúl Ruiz decía que en el lenguaje chileno hay algo beckettiano, se refería a ese rodeo, esa ambigüedad donde se pierde de vista el objetivo de lo que se está hablando y solo se habla avanzando, como si en eso se materializara la existencia. Al final de su libro El innombrable, Samuel Beckett escribió: “…voy, pues, a seguir, hay que decir palabras, mientras las haya, hay que decirlas, hasta que me encuentren, hasta que me digan…”. En Sobresaltos de alguna manera la palabra es lo único y lo último que sostiene la desintegración del yo.

 

Sobresaltos (edición bilingüe), Samuel Beckett, Saposcat, 2020, 49 páginas, $9.000.

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