Mircea Cărtărescu y su atlas de geografías fantasmagóricas

Solenoide, la última novela del gran escritor rumano, pareciera ser un compendio de todas sus obsesiones. Aparecen la fractura de la identidad, la imagen del doble, el relato de la niñez y de la familia, el despertar de la sexualidad, la locura y la ensoñación. El libro se presenta como el diario de un escritor frustrado que trabaja como profesor y vive en la grisácea Bucarest comunista. No le gusta su trabajo, más bien lo odia y quiere escapar de esa especie de prisión, la prisión de su cuerpo y de la realidad.

por Patricio Tapia I 5 Julio 2018

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En la cabeza de Mircea Cărtărescu cabe una ciudad, un continente, un universo. Lo mismo podría decirse, es cierto, de casi todo escritor, pero en su caso parece escapar de lo estrictamente metafórico. A veces, en él la referencia geográfica es una manera de hablar. En un famoso ensayo de 2003, “Europa tiene la forma de mi cerebro”, daba testimonio de participar en las tradiciones que atraviesan las fronteras políticas y nacionales, defendiendo una mentalidad cosmopolita, ajena a la de los artistas que se ven completamente determinados por la historia; en su caso, haber vivido bajo el comunismo, así como a la idea de la literatura de los antiguos países comunistas como una atracción turística. Allí señalaba: “No hablo para nadie sino para mí mismo; el único país que represento son mis escritos”.

En otras ocasiones, el sentido es distinto, más intrigante. En un momento temprano de su imponente novela Solenoide, el narrador creado por Cărtărescu, en muchos aspectos tan parecido al propio Cărtărescu, escribe: “El objeto de mi pensamiento es mi pensamiento, y mi mundo se identifica con mi mente. Mi misión es, por tanto, la de un agrimensor y la de un cartógrafo, la de un explorador de las protuberancias y de los subterráneos, de las mazmorras y las cárceles de mi mente…”. Varios centenares de páginas después, afirma: “Vivo en mi cráneo, mi mundo se extiende entre sus paredes porosas y amarillentas y consta, casi en su totalidad, de un Bucarest que flota en él”.

Es difícil encontrar una belleza convencional en Solenoide, pero eso quizá se debe a que Cărtărescu, o su narrador, confiesa que en su vida la belleza apenas ha existido.

Pues bien, la cartografía de la mente de Mircea Cărtărescu la ha llevado a cabo él mismo en un conjunto de mapas, algunos muy precisos y realistas, otros simbólicos y fantásticos, agrupados en el conjunto de su obra, parte considerable de la cual está disponible para el lector en castellano gracias a la editorial Impedimenta.

Cărtărescu, nacido en Bucarest en 1956, es uno de los escritores rumanos más destacados de la actualidad, habiendo recibido algunos de los más prestigiosos premios literarios europeos (Gregor von Rezzori, Leipzig, Thomas Mann, Formentor) y siendo a menudo mencionado (sobre lo cual ironiza) como candidato al Nobel. Inició su carrera como poeta y de su obra lírica, que cultivó a lo largo de toda la década del 80, destaca El Levante (1990), una epopeya extravagante, escrita originalmente en verso, aunque después adaptó algunas partes en prosa. Pasó a la narrativa con los relatos de Nostalgia (1993): “El Ruletista” (publicado también de forma independiente) es su narración más reconocida, protagonizada por un hombre sin suerte, que gana fama y fortuna participando en peligrosas sesiones de ruleta rusa, y otras como “El Mendébil”, sobre un niño extraño que fascina a sus compañeros de juego con sus no menos extrañas teorías, o “REM”, un trasunto entre onírico y horroroso del Aleph de Borges. Su primera novela, Lulu (1994), gira en torno a los recuerdos de un viaje adolescente en el que el personaje se obsesiona con un compañero que, vestido de mujer, se le insinúa sexualmente; en el libro, la imagen del doble o del hermano muerto figura vigorosamente. Hay que señalar que esto se corresponde a la biografía de Cărtărescu: cuando él tenía más o menos un año, en 1957, murió su hermano gemelo y la idea del doble recorre su obra.

Pero no todo es tan oscuro: en Las bellas extranjeras (2010) hay un tono distinto: son crónicas sobre escenas de la vida literaria europea, contadas de forma más directa y a veces irónica. Por otro lado, hay una parte de su labor que desconoce o conoce mal quien no pueda leer rumano: Cegador, una trilogía larguísima, cuya primera parte se tradujo (eso sí, desde el alemán) por editorial Funambulista y se promete completa y desde el rumano por editorial Impedimenta para este año. O sus diarios, de los que se han publicado varios tomos.

Lo feo, lo terrible, los parásitos son una imagen condensada de la realidad: todos somos “ácaros ciegos pululando en nuestra mota de polvo en un infinito desconocido, irracional, en el callejón horrible de este mundo”, dirá más adelante.

Un rápido paseo por la obra de Cărtărescu se impone antes de entrar a Solenoide (su novela más reciente, publicada en rumano en 2015), porque la recurrencia de motivos, símbolos o incluso personajes es una característica del autor. En sus libros suelen figurar las metamorfosis, la fractura de la identidad, la imagen del doble, el mito del andrógino, el relato de la niñez y de la familia, el despertar de la sexualidad, la locura y la ensoñación. Otro elemento constante es la ciudad, una Bucarest laberíntica y fantasmal. También lo es que el autor evite el comentario político directo en favor de excursiones en la intimidad, trazando una, en parte real y en parte imaginada, historia personal durante el comunismo. Todo eso está en Solenoide, obra particularmente ambiciosa, que pareciera ser un compendio de todas sus obsesiones.

El libro se presenta como el manuscrito o el largo diario de un escritor frustrado que es profesor de rumano en una escuela y que vive en la gris y fría Bucarest comunista. No le gusta su trabajo, más bien lo odia y quiere escapar de esa especie de prisión, la prisión de su cuerpo y de la realidad. Pero resulta que la realidad se desdobla en mundos alternativos y en historias que podrían configurar varias novelas, las cuales se van enrollando en ramificaciones serpentinas y bolsones de cordial pedantería.

El narrador sin nombre es alguien que pudo tener otras de las “vidas posibles” de Cărtărescu: nacido el mismo año, en la misma ciudad, ha vivido su misma infancia y en la misma calle. Como el autor comenzó a ser profesor. Sin embargo, a diferencia de Cărtărescu, fracasó al tratar de ser escritor, pues solo recibió críticas y burlas cuando en 1978 leyó en público un largo poema titulado “La caída”. Desde entonces emborrona diarios con sus anotaciones de lo que le sucede, con sus sueños o más bien sus pesadillas. Los cuadernos son “informes sobre sus propias anomalías”, que comprenden una dimensión diurna, con su monótona vida pedagógica y una nocturna, con el asedio de miedos y alucinaciones.

El relato y las historias no son lineales, sino que siguen el orden de los sueños y los recuerdos. Así, en distintas partes del libro, el lector se entera de episodios de su niñez.

Es difícil encontrar una belleza convencional en Solenoide, pero eso quizá se debe a que Cărtărescu, o su narrador, confiesa que en su vida la belleza apenas ha existido. Comienza el relato con piojos: estos bichos reales de las primeras páginas se volverán metafóricos y amenazantes después. Además de los piojos, que son como una enfermedad profesional del protagonista, pronto también se saca del ombligo pedazos del cordel con el que le habían atado al nacer el cordón umbilical. Lo feo, lo terrible, los parásitos son una imagen condensada de la realidad: todos somos “ácaros ciegos pululando en nuestra mota de polvo en un infinito desconocido, irracional, en el callejón horrible de este mundo”, dirá más adelante.

El libro está compuesto por los cuadernos que este profesor va escribiendo a medida que pasan los días, o los años. Cuenta, o recuerda, partes de su infancia y adolescencia, más la vida cotidiana en el colegio con el trasfondo, que casi no se menciona, del régimen comunista. El relato y las historias no son lineales, sino que siguen el orden de los sueños y los recuerdos. Así, en distintas partes del libro, el lector se entera de episodios de su niñez. Por ejemplo, que tuvo un hermano gemelo que, con un año, “desaparece”; un gemelo que era su igual pero con sus órganos al revés (lo que tenía que estar a la izquierda, lo tenía a la derecha y viceversa). O que su madre lo crió como una niña, vistiéndolo como una, dejándole el pelo largo y haciéndole trenzas, por lo que en algún momento dice que su feminidad la ha sentido como “una hermana agazapada”. O que con nueve años estuvo internado en un sanatorio para niños tuberculosos, a lo que lo llevó su gusto insano por la lectura; allí, en medio de maltratos, vivió casi dos años. O que también de niño pasó un mes viviendo con un ingeniero agrónomo que entre sus pocos libros tenía un tratado de parasitología, que marcó su vida, encontrando en “el mundo de los animales que infestan tu cuerpo, que simplemente te devoran por fuera y por dentro, una poesía gigantesca y sombría”. O que a los 16 años sufrió una parálisis o que tuvo una operación inexplicable.

La existencia del solenoide le permite al narrador dormir levitando sobre la cama o mantener relaciones sexuales con una colega, profesora de física en el colegio, quien descubre estas posibilidades.

En su vida actual, hay un lado realista, en el que aparece la Bucarest deprimida de la época: gris, aburrida, triste. También el colegio en que trabaja, que tampoco es un ambiente muy estimulante: alumnos a quienes cree que nada puede enseñarles y profesores con los que no siente cercanía alguna. Cuenta las vidas de las personas a las que trata (el director del colegio, con olor a maquillaje, con el que cubre su vitíligo) o su rutinario viaje en tranvía. También que al dejar la casa de sus padres, se cambia a un barrio marginal en el que compra una casa antigua con forma de barco y muchas habitaciones. Pero aquí también irrumpe lo extraño: la casa perteneció a un investigador de la electricidad, practicante de la “medicina unipolar” que casi lo lleva a la cárcel por charlatán, quien se la deja al protagonista. La casa fue construida sobre un solenoide, esto es una bobina usada en aparatos eléctricos que crea un campo magnético, y alberga una extraña maquinaria: un sillón de dentista como centro de mando. La existencia del solenoide le permite al narrador dormir levitando sobre la cama o mantener relaciones sexuales con una colega, profesora de física en el colegio, quien descubre estas posibilidades (más tarde, ambos tendrán una hija, que también flota).

A esto se suman las exploraciones en el mundo subterráneo de Bucarest y de los libros antiguos, contando para ello con algunos “guías”: uno de ellos es un predicador llamado Virgil (¿por Virgilio?); otro es un bibliotecario, Palamar.

La Bucarest conjurada en el libro, más de una vez definida como “la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la Tierra”, es un urbe derruida y curiosamente interrelacionada (“Como todas las casas estaban comunicadas a través de túneles y puertas secretas, podías pasarte vidas enteras merodeando de unas a otras como a través de una esponja infinita”). Allí, bajo tierra, hay una antigua fábrica abandonada que acoge un auténtico museo de monstruos o tienen lugar encuentros con una secta, los “piquetistas”, quienes protestan en cementerios, hospitales y morgues contra el dolor y contra la muerte (los conoce a través de una profesora de su colegio); también puede encontrar una estatua gigante, de labios apretados y despectivos “como los de los moái de la isla de Pascua”, que aplastará a Virgil. En ese ambiente subterráneo se suceden las imágenes que van entre la alta tecnología y lo gótico, y constituye una experiencia que lleva al protagonista a gritar varias veces socorro (en la página 374) y a multiplicar ese grito por 10 páginas (de la 687 a la 697).

Su estilo es expansivo y brillante, tan brillante que puede llegar a cegar, lo que no impide que esté cargado de cierta melancolía.

Las investigaciones librescas del protagonista se enfocan en textos más o menos extraños, aunque tan curiosamente interrelacionados como las casas de Bucarest. El interés que desde niño tuvo en una novela muy popular de Ethel Voynich, El tábano (1897), lo lleva a los libros del padre de ella, el gran matemático George Boole, lo mismo que  las teorías de su cuñado, Charles Hinton, sobre la cuarta dimensión, que habrían inspirado el cubo de Rubik, “la nueva histeria que había invadido la escuela”. También investiga el manuscrito Voynich (que lleva el nombre por su marido anticuario), el misterioso libro medieval que tantas novelas ha inspirado, alcanzando incluso a Chile. Por otra parte, incursiona en los libros sobre los sueños del psicólogo rumano de principios del siglo XX Nicolas Vaschide, y también a las figuras y escritos de Mina Minovici, un científico forense que escribió tratados sobre el tema y su hermano Nicolae Minovici, obseso por los tatuajes (autor de un estudio etnológico sobre ellos en la zona danubiana) y practicante del ahorcamiento controlado.

Si esto no parece lo suficiente exagerado, queda la parte final del libro, en que la ciudad de Bucarest que era laberíntica y terrible, llega a elevarse por gracia de varios solenoides, para transformarse en la apoteosis (o apocalipsis) de las ruinas. Pues hay ecos bíblicos y el escritor Marius Chivu, en el posfacio del libro, lo define como “un Apocalipsis sin Génesis”.

Como puede verse, Cărtărescu no teme el exceso. Aquí aparecen un amasijo de datos y símbolos hasta la estridencia, el diálogo con otros autores (resonancias de Borges, Kafka, Dostoievski, Proust, Thomas Mann) y con la propia obra de Cărtărescu (referencias a personajes o sucesos ya narrados, como la aparición del Mendévil o del REM). Su estilo es expansivo y brillante, tan brillante que puede llegar a cegar, lo que no impide que esté cargado de cierta melancolía, como cuando al contar la historia de Ethel Voynich señala que son los restos de una biografía, que es como “unas espinitas de pescado colocadas en el borde del plato después de que el verdadero contenido de la vida fuera devorado por los ácidos del tiempo”.

 

Solenoide, Mircea Cărtărescu, Editorial Impedimenta / Liberalia, 2017, 794 páginas, $25.800.

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