El difícil regreso de la política

En su último libro, el sociólogo Carlos Ruiz Encina invita a tomar distancia de la creencia, presente en gran parte de la izquierda latinoamericana, de que hasta los años 60 estábamos en un paraíso que fue arrebatado por las dictaduras militares. Muy por el contrario, arremete contra la Cepal, que no entendió la dimensión de las crisis sociales, y luego contra el “progresismo neoliberal” encarnado por Ricardo Lagos. ¿Qué camino debe seguir la izquierda? Ruiz no da recetas, pero plantea ideas sugerentes, y la primera de ellas pasa por aumentar la deliberación y lo público (distinto al Estado), justamente aquello que el neoliberalismo más ha erosionado.

por Daniel Mansuy I 23 Enero 2020

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¿Qué significa ser de izquierda hoy? Quizás el principal mérito del último libro de Carlos Ruiz –La política en el neoliberalismo. Experiencias latinoamericanas– es su capacidad para formular esta pregunta sin caer en facilismos ni contemplaciones: la izquierda está profundamente extraviada, pues no ha emprendido un esfuerzo riguroso por comprender las coordenadas del mundo actual. No debe extrañar, entonces, que carezca de respuestas políticamente operativas. La convicción inicial es que la izquierda no tendrá nada parecido a un programa, mientras no haya trabajado en torno a una comprensión específica de la realidad. Después de todo, una acción política digna de ese nombre debe estar precedida por una reflexión a la altura de los desafíos.

Para Ruiz –acaso el intelectual orgánico más relevante del Frente Amplio–, toda composición de lugar debe partir admitiendo un hecho macizo: aquello que el libro llama neoliberalismo ha penetrado todos los aspectos de nuestras vidas. Ruiz entiende por neoliberalismo aquella doctrina que busca poner al mercado en el centro de la vida humana, relegando a un segundo plano la política, entendida como “espacio de deliberación”. El principal riesgo para la izquierda pasa por actuar como si este proceso fuera superficial o fácilmente reversible: el neoliberalismo lo ha modificado todo, redefiniendo incluso las condiciones de la lucha política. Dicho en términos clásicos, las condiciones objetivas son neoliberales.

A ojos de Ruiz, este hecho importa consecuencias relevantes. Por de pronto, la izquierda debe abandonar definitivamente la repetición mecánica de recetas añejas que corresponden a otro mundo. Si la izquierda ha sido siempre una praxis, entonces no puede desentenderse de la realidad. Por otro lado, el diagnóstico deja también una tarea intelectual de primer orden: examinar con cierto detalle el proceso de instauración del neoliberalismo. La reflexión no es fácil, pues esa explicación no puede reducirse a repartir culpas ajenas. Si la doctrina neoliberal ha tenido éxito –aunque fuera relativo–, se hace urgente conocer las causas profundas que lo hicieron posible.

En este contexto, ampliar la mirada hacia América Latina resulta iluminador pues, a diferencia de Chile, en otros países de la región el neoliberalismo no siempre llegó de la mano del autoritarismo. Esto implica, además, que el manejo económico de nuestra transición no se explica solo por los enclaves autoritarios. La pregunta subyacente es particularmente heterodoxa: ¿qué había en el desarrollismo latinoamericano que permitiera el posterior auge neoliberal? ¿En virtud de qué mecanismos se produjo ese proceso?

Por de pronto, la izquierda debe abandonar definitivamente la repetición mecánica de recetas añejas que corresponden a otro mundo. Si la izquierda ha sido siempre una praxis, entonces no puede desentenderse de la realidad.

En este punto, Ruiz pone sobre la mesa varios factores a tener en cuenta. Hay, por ejemplo, una crítica severa del estructuralismo de la Cepal. Según Ruiz, esta aproximación fue incapaz de considerar las especificidades propias de nuestra región y, en particular, de sus dinámicas políticas. Ruiz sugiere que la Cepal ejerció una especie de colonialismo doctrinario. El esquema era tan ciego a las particularidades locales que, a fin de cuentas, no logró conducir el proceso, pues algunos elementos centrales fueron sistemáticamente ignorados. La crítica implica tomar distancia de un tótem sagrado para buena parte de nuestra izquierda, que suele ver en los años 60 un paraíso arrebatado por los militares.

Asimismo, Ruiz se aleja del determinismo económico tan propio de cierta izquierda. El desarrollismo cepaliano fracasó porque en América Latina no solo había estructuras –y dominaciones– económicas en acción, sino procesos políticos dotados de especificidad y de autonomía. Guste o no, ese fracaso está en el origen del neoliberalismo, en la medida en que las crisis sociales fueron cada vez más difíciles de procesar, pues no respondían a los esquemas preconcebidos desde fuera. Ruiz se acerca a las tesis desarrolladas por Pedro Morandé, aunque este último pone el énfasis en los aspectos culturales más que en los políticos.

Ahora bien, tras la caída del Muro de Berlín y la instauración del neoliberalismo, la izquierda intentó acomodarse a la nueva realidad. Ruiz acuña aquí el concepto de “progresismo neoliberal”, para dar cuenta de este fenómeno: la Tercera Vía noventera asumió para sí los principios de la economía liberal, renunciando a luchar contra ella. Como podría esperarse, Ruiz es sumamente crítico de este proceso. Lagos, por ejemplo, habría consagrado “el giro neoliberal”, al abrir los mercados y aumentar el peso de los grandes grupos económicos. Ruiz está en pleno acuerdo con la frase de Arnold Harberger, el célebre economista de Chicago que declaraba que su mayor triunfo no había sido la adopción de principios liberales por la dictadura, sino la prolongación de esas políticas por la Concertación. En cualquier caso, para Ruiz la conclusión de su análisis de tres casos (Chile, Argentina y Brasil) es claro: “El ciclo progresista latinoamericano ha fracasado como alternativa a las distintas variantes de neoliberalismo”.

Para salir de este atasco, Ruiz no propone tanto una receta –que no la hay– como un método. La tesis puede describirse como sigue. Una de las principales características del neoliberalismo es que tiende a horadar la instancia política y deliberativa, al privilegiar la dimensión económica. Por lo mismo, según Ruiz, en el mundo actual languidecen “las ideas de polis, de sociedad, de Estado nación, de comunidad socio– histórica”. La propuesta pasa entonces por ensanchar la política, para que prime la deliberación sobre las lógicas económicas (y es lo mismo que ha estado remarcando tras el estallido social). No se trata, y en este punto Ruiz es enfático, de volver a la polaridad Estado–Mercado, pues la esfera pública no se identifica con el aparato burocrático.

Al plegarse a las agendas culturales más libertarias, la izquierda ha ido asumiendo ciertas premisas que le hacen imposible resistirse luego a la dirección general del movimiento. La izquierda foucaltiana carece de herramientas para oponerse seriamente al neoliberalismo, porque solo busca radicalizar al infinito todas y cada una de sus premisas, exaltando al individuo y sus deseos.

La tesis de Ruiz es sugerente y posee argumentos a su favor: el despliegue del mercado como ámbito privilegiado de relaciones humanas va en desmedro de la sede política, tendencia que se acentúa en este contexto de globalización. Sin embargo, la rehabilitación de la política tiene dificultades objetivas para ser asumidas desde la izquierda, dificultades que Ruiz no parece advertir del todo. La primera de ellas guarda relación con la idea de historia. El hombre de izquierda cree que, tarde o temprano, se abrirán las grandes alamedas, y que el futuro resolverá el enigma humano. Estar del lado del progreso implicaría estar del lado correcto de la historia. Para percatarse, basta escuchar algunas canciones de Silvio Rodríguez –“Al final de este viaje” o “La era está pariendo un corazón”–, que retratan magistralmente ese sentimiento. Sin embargo, atribuirle relevancia a la sede política implica asumir el carácter contingente de nuestras decisiones: si se quiere, la política es el último foco de resistencia frente al predominio de la idea de historia. En algún sentido, la globalización operada por la expansión de los mercados es también una idea progresista; y, de hecho, sus defensores hablan de un proceso inevitable que vuelve vana cualquier reflexión –y cualquier política– sobre ella. De allí las ambigüedades de la izquierda respecto de la globalización, que le produce a la vez fascinación y rechazo.

Una segunda dificultad guarda relación con la dimensión particular de la política, que entra en tensión con la voluntad universalista de cierta izquierda. La política opera siempre al nivel de una comunidad determinada, con reglas singulares y con fronteras. No hay –ni habrá nunca– algo así como una política mundial, porque la deliberación tiene límites naturales. Entonces, si la izquierda efectivamente quiere rehabilitar la política, debe abandonar su vocación universalista en virtud de la cual desconfía del cuadro nacional (alimentando el proceso de globalización que hoy deplora). Los debates actuales sobre inmigración, por ejemplo, dan cuenta de esta dificultad, pues la izquierda suele abordarlos desde un angelismo completamente apolítico.

En tercer lugar, para la recuperación de la política también importa superar el discurso atomista que se ha apoderado de buena parte del progresismo global. Al plegarse a las agendas culturales más libertarias, la izquierda ha ido asumiendo ciertas premisas que le hacen imposible resistirse luego a la dirección general del movimiento. La izquierda foucaltiana carece de herramientas para oponerse seriamente al neoliberalismo, porque solo busca radicalizar al infinito todas y cada una de sus premisas, exaltando al individuo y sus deseos.

¿Estará la izquierda dispuesta a tomarse en serio el desafío de rehabilitar la política, abandonando algunas intuiciones muy arraigadas? ¿O se contentará con el tono de denuncia, ignorando alegremente las causas profundas del fenómeno? Como fuere, debe reconocerse que Carlos Ruiz ha recorrido al menos la mitad del camino. No es poco.

 

La política en el neoliberalismo, Carlos Ruiz Encina, LOM, 2019, 390 páginas, $15.000.

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