Monos de nieve

En Japón los baños termales, u onsen, son una forma de relacionarse con la naturaleza, pero también con las personas. Hay onsen naturales y artificiales, interiores y exteriores, del tamaño de una tinaja o a cielo abierto. Antiguamente, estos lugares se encontraban en los templos y tal vez por eso, opina el autor de esta crónica, el baño se transformó en un rito privado de carácter colectivo.

por Matías Celedón I 4 Junio 2020

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El último ferry desde Teshima llega al Puerto de Uno cuando es de noche. Unos cuantos autos rezagados pasan por la rampa iluminando a los pasajeros que desembarcan en fila demorando el paso. Es domingo y el puerto está vacío. Los semáforos alternan para nadie. Frente a los durmientes, esperando por el tren a Okinawa, sigue oyéndose el ruido del mar.

Japón emergió del océano por impulso de los movimientos naturales. Su misteriosa calma arraiga en una de las zonas de mayor actividad geológica del planeta. Entre cuatro placas tectónicas, los japoneses asumen con naturalidad los terremotos, los tsunamis y los tifones, reconstruyendo una y otra vez sus ciudades. Ya en el siglo XII, Kamo no Chomei comenzaba sus Notas de mi cabaña de monje observando esa transitoriedad elemental: “El mismo río corre sin detenerse, pero el agua nunca es la misma. De aquí, de allá, sobre las superficies tranquilas, retazos de espuma aparecen, desaparecen, sin demorarse nunca demasiado. Igual sucede con los hombres de aquí abajo y con sus viviendas”.

Desde sus primeros habitantes, el magma contenido de los japoneses se disipa en los vapores de sus aguas termales. Son numerosas las vertientes minerales (ácidas, sulfuradas, algunas hasta radioactivas) que surgen por todo el archipiélago. Como un ritual de purificación, por prescripción médica o simplemente por placer, la visita a un onsen es una oportunidad para recuperarse. Tal vez por su condición de isla, en Japón, la tradición atrae con inusitada fuerza. A tres cuadras de la estación, junto a la desembocadura, el Setouchi Onsen es un buen lugar para decantar el viaje.

Tras la discreta cortina de la entrada, la luz conduce al interior del principal onsen del Puerto de Uno. La gente es amable y desde el primer momento se muestra solícita, aunque nadie oculta su sorpresa al ver a un extranjero. Por los pasillos transitan en yukata familias con sus hijos, mujeres alegres y hombres solos, jóvenes amigos que se encuentran en los baños para compartir las últimas horas del domingo.

En rigor, el Setouchi Onsen, no es un onsen, sino un sentō: más que unas termas naturales, se trata de un baño comunitario. Antiguamente, estos lugares se encontraban en los templos. Tal vez por eso, en Japón, el baño se ha transformado en un rito privado de carácter colectivo. Es una forma de relacionarse con la naturaleza, pero también con las personas. Incluso ha dado origen a un concepto: Hadaka no tsukiai quiere decir conversar abiertamente” y se usa para describir cierta complicidad que propicia el entorno, como cuando dos desconocidos se emborrachan.

Muchos baños han ido incorporando saunas y gimnasios, mientras que algunos han devenido en parques temáticos con restaurantes y karaoke. Antes, solo era indispensable cierta cualidad de la penumbra, una absoluta limpieza y un silencio imperturbable, como observaba al respecto Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra.

De cara al lunes, todos somos iguales. El cuidado por no invadir un espacio tan íntimo y personal es riguroso. Después de la Segunda Guerra Mundial, con las casas destruidas, los baños comunales se volvieron más populares. La desnudez, por sobre todo, resulta una condición de higiene. Sentado en un piso, con un balde, una regadera y jabón, hay que lavarse antes de entrar a las bañeras.

Hay onsen naturales y artificiales, interiores y exteriores, del tamaño de una tinaja o a cielo abierto como una laguna. En la terraza del segundo piso del Setouchi Onsen se reúne –a escala– todo eso en un inesperado jardín de piedras y musgos con vista a las islas del Mar Interior de Seto.

Poco antes de volver desde Teshima, había visitado I ♥ Yu el baño comunitario de Miyanoura, en Naoshima, la principal isla frente a Uno. En una casa de un pueblo de pescadores, el artista Shinro Ohtake mantuvo el código de un baño tradicional remodelándolo con una estética radicalmente diferente, contemporánea.

Muchos baños han ido incorporando saunas y gimnasios, mientras que algunos han devenido en parques temáticos con restaurantes y karaoke. Antes, solo era indispensable cierta cualidad de la penumbra, una absoluta limpieza y un silencio imperturbable, como observaba al respecto Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra. Shinro Ohtake, en cambio, exhibe sin matices su mirada en la decoración, los murales, los azulejos, hasta en los detalles de la grifería, creando un universo personal de sus fetiches y divagaciones en torno al baño. Inmerso en ese espacio acuático luminoso, la introspección se vuelve un acto contemplativo. Así, frente al lugar, los cuerpos son una circunstancia pasajera.

En el Mar Interior de Seto, los contornos lejanos de las islas van cambiando con la niebla. La sustancia temporal del onsen descansa en la pequeña imagen de un mundo en miniatura. En Nagano, una tribu de monos vive en las montañas junto a las termas de Jigokudani. Rodeados de nieve, asomando apenas sus cabezas cubiertas de escarcha, cada cual parece meditar sobre asuntos existenciales. Han encontrado un lugar donde dejarse llevar por los pensamientos. Ese sentimiento de transitoriedad, tan líquido, se ejercita comunitariamente en los baños desde la niñez.

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