Las preguntas de Judith Butler

Su obra apunta a la identificación de normas que permitan a los grupos vulnerados –transexuales, migrantes, víctimas de la violencia– vivir en un mundo más amigable, menos violento.

por Álvaro Matus I 11 Septiembre 2018

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¿Qué es la masculinidad? ¿Qué es la feminidad? Y quienes se consideran o son considerados fuera de esas categorías, ¿son reconocidos y valorados? ¿Qué ocurre cuando uno empieza a convertirse en alguien para el que no hay espacio dentro de las normas que rigen las nociones de sexo y género? Y estas últimas, ¿vienen dadas por la biología o tiene más peso la socialización? ¿Será la medicina, con sus intervenciones quirúrgicas y tratamientos hormonales, la que los defina? ¿Se expandirá la idea de humano para incluir a las más diversas formas de vivir la sexualidad?

Estas son algunas de las preguntas que Judith Butler (Cleveland, 1956) viene planteando hace ya 30 años, desde que irrumpió con el libro Sujetos del deseo, para luego dar paso a El género en disputa y Cuerpos que importan. Son trabajos en los que se rastrean las huellas de los pensadores que más la han influenciado –Spinoza, De Beauvoir, Foucault, Lacan– y que defienden la noción de una identidad móvil, no determinada por la sexualidad ni el género ni la clase social ni la educación ni por la formación política. El individuo, para ella, viene a ser una compleja suma de deseos y pulsiones, y toda pretensión de clasificarlo en categorías rígidas solo se debe a la voluntad de crear una idea de orden, considerando que lo único que existiría son desplazamientos. “¡La vida no es la identidad!”, ha enfatizado Butler. “A menudo la identidad puede ser vital para enfrentar una situación de opresión, pero sería un error utilizarla para no afrontar la complejidad. No puedes saturar la vida con la identidad”.

Además de representar una bocanada de aire fresco para el feminismo, los trabajos de Butler se constituyeron en piedras angulares para los estudios de género y la teoría queer, aunque es preciso afirmar que su pensamiento siempre ha sido insumiso. Butler, por ejemplo, no es una gran defensora del matrimonio gay, pues le parece que la institución misma no varía mayormente si se es heterosexual u homosexual. ¿No es el matrimonio –se pregunta– una forma de organizar la sexualidad? Y fiel a su estilo, más que circunscribir el debate prefiere abrir la cancha, sembrando nuevas interrogantes.

De pelo muy corto, mirada chispeante y siempre vestida de negro, Butler también ha sido crítica con el feminismo que considera al hombre como opresor y a la mujer una víctima, pues para ella las mujeres deben generar un discurso más afirmativo para defender sus derechos en la actualidad, además de insistir en la desnaturalización de categorías universalizantes como “las mujeres” y “los hombres”. Para las comunidades transexuales e intersexuales sus intervenciones tampoco son del todo cómodas, pues advierte una y otra vez sobre los riesgos de entregarle a la medicina el poder de fijar el género.

Además de representar una bocanada de aire fresco para el feminismo, los trabajos de Butler se constituyeron en piedras angulares para los estudios de género y la teoría queer, aunque es preciso afirmar que su pensamiento siempre ha sido insumiso.

En el documental Filósofa en todo género, Butler cuenta que su infancia estuvo marcada por los estereotipos femeninos y masculinos que transmitían las películas de Hollywood, y que por cierto ella no encajaba en esos moldes. A los 14 años sintió que la palabra lesbiana era una suerte de estigma. Poco antes, del colegio mandaron a llamar a su madre porque temían que se convirtiera en “delincuente”. Le iba bien en las notas, pero se aburría y cuestionaba todo, al punto de que sus padres la sacaron para que siguiera cursos particulares con el rabino. Ella recuerda que fue un momento feliz, porque a él podía preguntarle lo que en verdad le interesaba, cosas como por qué a Spinoza lo expulsaron de la sinagoga o de qué manera se relacionan el triunfo del nazismo con la filosofía alemana.

Su obra apunta a la identificación de normas que permitan a los grupos vulnerados –transexuales, migrantes, víctimas de la violencia– vivir en un mundo más amigable, menos violento. “Lo más importante –escribe en Deshacer el género– es cesar de legislar para todas estas vidas lo que es habitable solo para algunos y, de forma similar, abstenerse de proscribir para todas las vidas lo que es invivible para algunos”.

Butler no restringe las preguntas sobre la sexualidad, el sexo y el género a aspectos que solamente atañen a las políticas del cuerpo y la intimidad, sino más bien las expande, motivando una reflexión acerca de la comunidad en la que queremos vivir. En este sentido, sus planteamientos se relacionan estrechamente con la justicia y con el devenir del mundo, con el paisaje mental y valórico que estamos construyendo para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

 

Ilustración: Daniela Gaule.

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