Un cardo en la mano

Las feministas jóvenes han abierto una puerta para transitar hacia una cultura donde la violencia física y simbólica emprenda su retirada, establece la autora de este ensayo. Cerrar las heridas, repararlas y abrir un espacio humano con otros puntos cardinales es propio de las herederas de Cardea, la diosa romana de la salud y el viento cuyo poder consiste justamente en “abrir lo que está cerrado y cerrar lo que está abierto”. Esto es lo que está haciendo la nueva generación de estudiantes feministas, decidida a cambiar la comprensión del cuerpo de la mujer, su manera de representarlo, apropiándose así de un nuevo sentido de libertad.

por Olga Grau I 8 Enero 2019

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¿Cómo tomar un cardo? Si se le toma rodeando su cabeza y apretadamente, duele; de manera liviana, sostenido de manera invertida, pincha con menos dolor y corre el riesgo de caerse de la mano debido a su forma. Si se le toma por su tallo, con cuidado, en su superficie también espinosa, podemos demorarnos un poco en apreciar su belleza. Y si recordamos de las abuelas su poder sanador para infortunios del cuerpo, el cardo despliega toda su potencia.

El cardo vino a mi mente para pensar las dificultades que se dan en la actualidad para una mayor y mejor comprensión de los feminismos de la generación de las jóvenes y adolescentes estudiantes que irrumpen de manera extendida y con fuerza subversiva, remeciendo y haciendo doler espacios escolares y lugares estimados como privilegiados en la producción y transmisión del saber: las universidades. Emerge allí, de manera insospechada e imprevisible, un pensar y actuar combatiente de mujeres muy jóvenes, que se toman los espacios institucionales y que dejan en suspenso sus prácticas habituales. Introducen una ruptura, una “radical discontinuidad” (Badiou), paralizan el curso acostumbrado de las cosas, constituyéndose en un sujeto político con una fuerza de alteración del mundo social.

Cómo tomar este feminismo. Qué inteligibilidad política podemos realizar a partir de esta expresión de soberanía de las mujeres jóvenes que nos hacen vivir una experiencia extraordinaria, inédita, un acontecimiento del que no se tienen disponibles claves fáciles e inmediatas de lectura para la comprensión de su profundidad y alcance. Para Alain Badiou, “en relación con una situación o un mundo, un acontecimiento abre la posibilidad de lo que, desde el estricto punto de vista de esa situación o de la legalidad de ese mundo, es propiamente imposible”. Las jóvenes alteraron la cotidianidad institucional, la de la calle, el lenguaje, la dirección de las miradas, los significantes, los símbolos monumentales, con gestos nuevos donde los cuerpos han sido un sustento político de rebeldía turbadora. Los cuerpos han sido puestos en escena de maneras inesperadas con un sentido feminista, volviendo a instalarse su potencial reflexivo.

Las jóvenes alteraron la cotidianidad institucional, la de la calle, el lenguaje, la dirección de las miradas, los significantes, los símbolos monumentales, con gestos nuevos donde los cuerpos han sido un sustento político de rebeldía turbadora.

No podríamos entender el feminismo desestimando el lugar que ha tenido el cuerpo en esa reflexión, interrogado críticamente a través de la historia feminista en tanto significante unívoco, como cuerpo materno o como objeto sexual heteronormado, o como corporalidad estrechada en determinadas funciones o ámbitos, o en determinadas simbolizaciones reductoras y excluyentes de acuerdo a las variables materiales que lo particularizan en sus inscripciones de clase, raza o territorio. El reclamo por la propiedad del cuerpo ha cruzado, de manera insistente, distintas etapas de uno de los movimientos sociales más revolucionarios, el que no ha sido leído como tal y que comienza a serlo en este tiempo.

El cuerpo, en la tradición feminista, ha ocupado un lugar de significación de política sexual, como microcosmos político (Kate Millet), como dimensión performativa del género (Judith Butler), situado como cuerpo propio (el primer cuarto propio de Woolf para la invención de sí, podría decirse), como dominio autónomo. En los 60, la quema de sostenes en que participaron cientos de mujeres de América del Norte quedó en la memoria como un archivo de la negación de estas a ser miradas como objeto sexual y ser parte de un imaginario masculino de tramitación erótica. Se liberaban los pechos al interior de las ropas para escándalo de muchos. En este inolvidable mayo de 2018, en el flacucho país de América del Sur, los pechos se descubren y a torso desnudo las jóvenes desplazan su significado sexualizado o maternizado; se ritualizan políticamente, los pintan con sus consignas, los decoran, nos hacen saber de un arte callejero, de performances donde los rostros individualizados desaparecen tras las capuchas del color morado del feminismo en rebeldías estéticas colectivas que dejarán huella en la memoria social.

Junto a tales manifestaciones ocurren las performances en que otras jóvenes descubren también partes de su cuerpo mostrando las nalgas de manera festiva, parodiándolas con colas de yeguas. Ejercicios de poder que tensionan la relación de los cuerpos de las mujeres con la significación erótica masculina. Desafían las estudiantes al pavoneo viril, y gritando sus consignas enseñan los dientes asomados por la capucha en artilugios performáticos en contra de una historia, de un drama conocido. La habitual desfachatez de los gestos masculinos de proximidad corporal con las mujeres sin que medie invitación o insinuación, o la seducción sin el cuidado de observar correspondencia, se combaten con la libertad de los cuerpos sustraídos de sus connotaciones sexualizadas en relación a la posesión masculina, insistiendo en el derecho del cuerpo a no ser usado o violentado; cuerpos transgresores que lidian con los límites cristalizados de la hegemonía masculina, de una dominación que se alimenta permanentemente chasqueando la lengua; cuerpos que encarnan la fisura, hacen la grieta, socavan como topos, minan territorios de poder, hacen sus propias guaridas. Las jóvenes sacan los pechos del encuadre masculino como zonas erógenas privilegiadas, provocan sustrayéndolos del sentido de objeto sexual como fragmento pornográfico del cuerpo. Se los hace componentes políticos de una nueva liberación, en la emancipación de los signos del patriarcado machista sexista, despojándoseles al mismo tiempo de su inscripción materna como zonas de amamantamiento, de una maternidad idealizada como pecho mariano nutriente, olvidado de grietas en los pezones y mordiscos de bocas de infantes. Los cuerpos de las mujeres han padecido la dominación masculina, pero actualmente se apropian de un sentido de libertad y reclaman para esa libertad una ética del derecho del cuerpo a su propio dominio.

Las estudiantes feministas afirman una voluntad de negación, de un decir basta a un sistema patriarcal y abusivo que impide el despliegue de las mujeres, que las ha constreñido a condicionamientos que estrechan sus posibilidades y que derivan en múltiples formas de desbaratamiento y ocultamiento de sus potencias. Que coadyuva en la emergencia de esta explosión, que no toma en cuenta la disuasión de los conflictos y la imposibilidad de romper las barreras.

El reclamo por la propiedad del cuerpo ha cruzado, de manera insistente, distintas etapas de uno de los movimientos sociales más revolucionarios, el que no ha sido leído como tal y que comienza a serlo en este tiempo.

El acontecimiento feminista remite a sus raíces, a lo que lo alimentó en el tiempo lento del nutrir bajo inclemencias y adversidades en medio de períodos de mayor benevolencia. Un flujo de activaciones múltiples, de raicillas conectadas de manera subterránea y otras de superficie que ya tuvieron su visibilidad y efectos, ha precedido este particular estallido. Se dijo no en el movimiento Ni una menos; no a la penalización del aborto; no a la violencia y discriminación por diversidad sexual; no a una educación basada en el lucro. La sociedad se hace paulatinamente más autoconsciente de sus andamiajes de exclusión y violencia; sin embargo, los sectores que sustentan el poder político en la toma de decisiones hacen sus negociaciones e instalan nuevos límites a las transformaciones requeridas.

En el flujo reticular al que referimos más arriba se han dinamizado numerosos colectivos de mujeres feministas: estudiantes y jóvenes con distintos lugares de pertenencia; los colectivos de mujeres lesbianas; los de mujeres jóvenes indígenas; los colectivos mixtos de diversidad sexual; los colectivos trans. Han tomado cuerpo diferentes feminismos, se tensionan generaciones y también diversos modos de concebir el feminismo dentro de la misma nueva generación, experiencia que ha ocurrido otras veces en su historia. La composición de una nueva sensibilidad respecto de la libertad y los derechos deriva en múltiples modalidades de entender y hacer política sexual, y toman forma y son canalizadas distintas maneras de concebirla y de accionar. El feminismo activado por la generación de las jóvenes, expandido en las universidades, en las calles en masivos e intensos encuentros, en las escuelas, contagiando espacios privados y públicos, no tiene una misma partitura homogénea y será preciso conocer y considerar sus distintas armonías y también sus desarmonías internas para comprenderlo en todas sus complejidades.

Más allá de las distinciones que pudieran hacerse en este movimiento, la generación de estudiantes feministas se ha organizado en función de dos demandas políticas que constituyen los ejes de su embate: en contra de la violencia sexual hacia las mujeres en todas sus manifestaciones (acoso, abuso, violación, ofensa, violencia física, violencia simbólica) y por una educación no sexista (en un cuestionamiento a la institucionalidad fundada en la aceptación de un orden sexista y androcéntrico que en sus cargas simbólicas de género vulnera derechos y restringe posibilidades). Atacan las bases que sostienen y reproducen la cultura machista, patriarcal, la discriminación y la subordinación de quienes se consideran en una posición de minusvaloración. Se propone un cambio en el paisaje social sobre la comprensión de que los cuerpos, la relación de los cuerpos, su manera de simbolizarlos y representarlos, es una clave fundamental, como también la comprensión de que la educación formal, a través de sus instituciones, pone en movimiento procesos de modelamiento cultural de género, impactando no solo la producción y transmisión del conocimiento, sino también las interacciones sociales cotidianas, y por ello la educación ocupa un lugar central.

Los espacios institucionales en toma han mostrado sus fachadas de sillas apiñadas con las patas hacia afuera, ahora como púas punk feministas, que arman su barrera de entrada a las autoridades, a la espera de la elaboración de petitorios y de negociaciones sobre petitorios. Las estudiantes, conscientes de ser sujetas de una gesta histórica, permanecen y resisten sostenidas en sus convicciones. La decisión democrática de los interpelados de no presionar a la fuerza a las actoras a dejar los espacios tomados y recurrir al diálogo, deja en el desconcierto a los sectores más autoritarios internos y externos, y se constituye en crítica de una supuesta debilidad de la autoridad.

El feminismo no es visto con muy buenos ojos, aunque para muchos pudiera incluso recuperarse su valor como “transformador cultural”. Se lo tiende a cooptar con el uso indiscriminado del término, asumiéndolo como propio personas de la derecha que se estiman liberales.

Las universidades son institucionalidades jerarquizadas, de prácticas verticales, de hábitos que tienden a la preservación de la distancia con aquello que pudiera considerarse como contaminante del quehacer académico puesto como centro. Se omite la significancia de las prácticas de interacción cotidiana como componentes de la institucionalidad, se desestiman las relaciones de poder que se ejercen de manera autoritaria, donde ocurre el abuso de poder en las formas de maltrato, indiferencia, acoso y abuso sexual entre sus integrantes.

Junto a ello, se ha tendido a separar la política de la academia, como si ella requiriera, por sobre todo, de la calma y estabilidad para pensar desde las distintas disciplinas olvidadas de la vida social y de las múltiples interacciones que se producen y que constituyen el contexto de toda producción y transmisión de saber. Las reclamaciones de una educación que no sea sexista y el término de los acosos y abusos de poder que se expresan sexualmente en muchas de las violencias de género constituyen los pilares fundamentales del cuestionamiento a las instituciones escolares y académicas.

El feminismo no es visto con muy buenos ojos, aunque para muchos pudiera incluso recuperarse su valor como “transformador cultural”. Se lo tiende a cooptar con el uso indiscriminado del término, asumiéndolo como propio personas de la derecha que se estiman liberales, en una suerte de universalización momentánea de su valor transformador. Hacer perder fuerza a una palabra, degradar su capacidad de nominación, son operaciones del antifeminismo que se viste con ropa ajena.

Las estudiantes feministas han removido la modorra neoliberal que genera el consumismo ligado a la satisfacción de necesidades innecesarias (valga el término contradictorio), han espabilado a muchas personas, concitando la simpatía de sus propuestas. Sin embargo, también surgen detractores hombres y mujeres, y puede percibirse una rabia o molestia contenidas o expresadas sin censura.

Cierro el texto trayendo nuevamente el cardo a presencia, asociado al nombre de una diosa romana de la salud y el viento, Cardea, Cardinea o Cardo, relacionada asimismo con los goznes de las bisagras de las puertas y también con sus umbrales. Un lugar de paso, para cruzar y superar un límite. Ovidio decía de Cardea que “su poder es abrir lo que está cerrado y cerrar lo que está abierto”. Las feministas jóvenes han sacado de quicio a nuestra sociedad, abriendo una puerta para transitar hacia una cultura donde la violencia física y simbólica emprenda su retirada. Cerrar las heridas, repararlas y abrir un nuevo espacio humano con otros puntos cardinales es asunto de cardos, de cardeas. Un nuevo tiempo ha comenzado a existir… en la discontinuidad de la historia.

 

Imagen de portada: Pablo Izquierdo.

 

Este ensayo de la profesora de filosofía y doctora en literatura Olga Grau forma parte del libro Mayo feminista: La rebelión contra el patriarcado, publicado por Lom Ediciones y editado por Faride Zerán. El volumen incluye textos de Diamela Eltit, Nona Fernández, Kemy Oyarzún, Alia Trabucco y Jorge Díaz, entre otros.

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