Álvaro Bisama sobre su biografía de Pablo de Rokha: “Partí escribiendo sobre una figura tremenda y terminé con una figura quebrada”

El poeta que cantó a las comidas y las bebidas de Chile tuvo una vida marcada por la incomprensión, la precariedad y las polémicas. “Una de mis intenciones con Mala lengua era sacar a Neruda de la ecuación, narrar a De Rokha más allá del peso de la noche nerudiano”, dice Bisama, quien en este nuevo libro ha creado también un retrato de esa vibrante escena literaria local de principios del siglo XX. “Yo creo que el debate persiste con la misma intensidad, pero tomó otras formas. Pasó a las redes sociales, se volvió una parodia”, agrega en esta entrevista.

por Matías Hinojosa I 1 Diciembre 2020

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Cuando apareció Los gemidos, en 1922, el periodista y poeta Fernando García Oldini, en un número de la revista Claridad, escribió: “Nadie ha tenido el honrado valor de decir: ‘Este libro es superior a mi comprensión’”. Sus palabras eran una respuesta a la seguidilla de comentarios negativos que estaba recibiendo la obra, entre cuyos detractores más airados se encontraba Hernán Díaz Arrieta, Alone. “Cómo puede haber una persona cuerda que escriba, publique y firme estos gemidos…”, sentenciaba el crítico en las páginas de La Nación. “¡Gemidos de la lógica, gemido del sentido común, gemidos del arte y la belleza!”.

El debut de De Rokha, pese al exiguo número de lectores, sacudió las aguas de la escena literaria local y, como todo artefacto disruptivo, obligó a tomar posiciones. El autor no sería un simple testigo de la discusión: él mismo saldría en defensa de su libro y las emprendería contra Alone: “Díaz Arrieta no ha leído mi obra; no ha leído mi obra por cobardía”, escribió. “Su párrafo de La Nación le ensucia; es indigno, absurdo y ramplón como una cocinera disfrazada de escéptico”.

“Alone se niega a conceder que ese libro sea poesía”, comenta Álvaro Bisama. “Es una lectura que a él y a Silva Castro los abruma. Pero, por otro lado, también están quienes lo leen con precisión. En ese grupo se encuentran, por ejemplo, Juan Emar, Joaquín Edwards Bello o Aliro Oyarzún”.

Mala lengua es definido por su autor como “un diario de lectura”. ¿La razón?

Bisama comenzó a trabajar sobre la figura de De Rokha hace más o menos 15 años, cuando volvió a releer Escritura de Raimundo Contreras. Luego, teniendo acceso al archivo del diario La Nación, pudo revisar material de prensa sobre el suicidio del poeta para una exposición en la Biblioteca Nicanor Parra y ese hallazgo lo impulsó a buscar otros documentos que orbitaran en torno a su vida y obra. Fue así cómo empezó a leer, en paralelo a todas las obras del autor, otras biografías, ensayos, entrevistas, críticas, artículos de prensa, antologías, memorias. En definitiva, cualquier material que pudiese proveer una pista de aquel personaje enigmático. Mala lengua es el resultado de esa lectura contrastada. También de las conjeturas que posibilitaba la pesquisa. Por ejemplo, en 1987 Allen Ginsberg mencionó en una entrevista con Sergio Marras su encuentro con De Rokha en el Hotel Bristol, durante su visita a Chile de 1960. Como reconoce Bisama, Ginsberg “apenas recordará el encuentro”, pero la sola constatación del hecho sirve al autor para imaginar los rumbos que pudo haber tomado ese diálogo.

“Nunca estuvo dentro de mis intenciones lograr un reposicionamiento o una defensa de la figura rokhiana. El poeta no necesita defensa, porque los libros se paran por sí solos”, dice Bisama. “Yo quería hacerme preguntas sobre ciertas cosas. Sobre su relación con el lenguaje por ejemplo. Sobre su condición experimental y de cómo esa condición supone también una relación con una comunidad. Con un mundo, con un país, con una época. Yo con De Rokha no tenía tesis previa. Lo que tenía era una colección de lecturas que estaba haciendo mientras escribía y que contrastaba con otras cosas. Nunca pensé en el texto a priori. La experiencia de escritura fue más parecida a armar un puzle, por eso también la naturaleza episódica del libro”.

El retrato del poeta, por otro lado, es también un retrato de la vida cultural chilena de su época. Por las páginas de Mala lengua transita un plantel de personajes secundarios no menos estelares. Por su puesto, está Neruda, figura que obsesionó a De Rokha hasta el final de sus días. Hay capítulos donde el foco se desvía del protagonista para esbozar los perfiles, por ejemplo, de Vicente Huidobro, Blanca Luz Brum, o para seguir los pasos de Teófilo Cid y el grupo La Mandrágora. Asimismo se reconstruyen acaloradas polémicas, entre ellas aquella detonada por la Antología de poesía chilena nueva, de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim. Las revistas literarias son otro “personaje” que cruza todo el libro. Ahí están Selva lírica, Claridad, Agonal y Multitud, esta última un esfuerzo editorial emprendido por el propio De Rokha y su familia. Y como parte del cuadro total, toda una galería de poetas, críticos, pintores y periodistas cuyos nombres hoy apenas se recuerdan.

 

¿Cuánto influyó De Rokha en el tono que la discusión literaria adquirió en Chile?
Bueno, la misma obra de De Rokha alienta en el país el debate sobre la vanguardia. Es interesante, si uno va a la revista Claridad, darse cuenta de quién lo lee y quién no. Alone está shockeado, Silva Castro le niega el pan y el agua, pero otros, como Alirio Oyarzún, lo celebran. Incluso el mismo Neruda lo comenta muy bien. Muchos elementos de Los gemidos van a resonar más tarde en su obra. Ahora, en general, la discusión tiene el tono de un debate público, pero también es un espacio para una puesta en escena. Por ejemplo, en 1935, cuando se pelea con Huidobro a raíz de la antología de Anguita y Volodia, ellos son completamente conscientes del público. Saben que cualquier diatriba que disparen está hecha para ser escenificada para una galería que los está mirando y tomando nota, porque la poesía ocupa desde siempre un lugar central dentro de la cultura chilena.

 

Pero también está en él ese fracaso alucinante y continuado, a partir de su voluntad por hacer obras totales, del deseo de habitar y pertenecer a una comunidad por medio de la literatura. En su literatura eso no está despojado de controversia pero también de fracaso, pues se trata de la lengua de lo perdido, de una palabra que solo sobrevivirá como poesía.

 

En comparación a ese campo de batalla que retrata en el libro, pareciera que hoy la discusión cultural en Chile es mucho más templada o “diplomática”, por ponerla de algún modo.
Yo creo que el debate persiste con la misma intensidad, pero tomó otras formas. Pasó a las redes sociales, se volvió una parodia. Hay que tener en cuenta cómo ha cambiado el campo literario chileno en los últimos 20 años: es un campo que se ha democratizado y que se ha abierto a voces distintas. El Chile de De Rokha es otro: un país muchos más pequeño, donde todos estaban más cerca y la literatura tenía un peso social distinto. Y eso pasa cuando uno lee las revistas de la época, que aparecen como zonas de debate pero también de encuentro.

 

De Rokha y Neruda siguen siendo los protagonistas de la rivalidad literaria por antonomasia.
Es cierto, pero una de mis intenciones con Mala lengua era sacar a Neruda de la ecuación, narrar a De Rokha más allá del peso de la noche nerudiano. Esa perspectiva al final ha sido la que ha predominado al contar esa historia.

 

De todos modos, Neruda está bastante presente en el libro…
Sí, pero en momentos específicos. En Mala lengua reviso las distintas versiones que circulan sobre el origen de esa enemistad. De Rokha recordaba que cuando conoció a Neruda, lo invitó a tomar un trago y Neruda se negó porque prefería tomar leche. Esa imagen lo dice todo, lo resume con una claridad impresionante. También ocurre que cuando Neruda vuelve a Chile en el 30 todos lo celebran y De Rokha huele algo raro. Ahí hay una tensión; una sospecha que aumenta con los años. Influye también la situación con el Partido Comunista. Mientras De Rokha se va del partido, Neruda se convierte en una de sus figuras centrales, sobre todo en el contexto de la Guerra Civil española. Finalmente, está Neruda y yo, que es un libro que hay que leer una y otra vez. Tal vez una de las diatribas más impresionantes de la literatura en español dedicada de un escritor a otro.

 

Y Neruda, por el contrario, nunca se refiere directamente a De Rokha en sus escritos.
Hay un choque entre ellos en relación al proyecto, el modo de concebir la literatura y el paisaje. Hay una distancia que no solo los ilumina a ellos sino que también a su época. Obras como “El canto del macho anciano”, los poemas chinos o Genio del pueblo son una profundización en su estética pero encuentran también un anclaje en el presente complejo de esos años, que De Rokha se esfuerza en comprender todo el tiempo, colocándose a sí mismo en tensión con la realidad. Por lo mismo, si uno lee al Neruda de finales de los 50 y se contrasta con el De Rokha de la misma época, es imposible no recordar que Carlos Droguett decía que después del Canto general, Neruda se había puesto a recalentar comida. Hay una distancia aterradora entre un libro como Genio del pueblo y, no sé, los Cien sonetos de amor o su tercer libros de las odas, textos que están bien pero donde Neruda casi parece que hiciese un cosplay de sí mismo.

 

Tomó mucho tiempo que De Rokha fuese reconocido con el Premio Nacional, antes lo recibieron escritores con menos méritos que él. ¿Qué había detrás de esa indiferencia?
El silencio, el miedo, los contubernios, más miedo. Lo que está ahí es la pregunta acerca de cómo leerlo, sobre qué significa esa voz que viene de tan lejos y está tan cerca del hueso.

 

¿Qué elementos de la literatura rokhiana lo llevaron a interesarse por el personaje?
Antes que nada: su profunda visión de lo contemporáneo. Él hace una lectura muy sofisticada de las vanguardias pero también de la tradición completa de la literatura, es una revisión que debemos leer al lado de las que hacen Gabriela Mistral, Manuel Rojas, González Vera y muchos más. Pero también está en él ese fracaso alucinante y continuado, a partir de su voluntad por hacer obras totales, del deseo de habitar y pertenecer a una comunidad por medio de la literatura. En su literatura eso no está despojado de controversia pero también de fracaso, pues se trata de la lengua de lo perdido, de una palabra que solo sobrevivirá como poesía. Creo que escribí el libro también para tratar de entenderlo. Mi percepción es que partí escribiendo sobre una figura tremenda y terminé con una figura quebrada, que escribe sobre las señales de vida de una comunidad o de un país mientras encuentra el sentido y el peso de su propia voz, la que es también un modo de encontrarse o de abrazar a los otros.

 

Mala lengua, Álvaro Bisama, Alfaguara, 2020, 272 páginas, $15.000.

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