El rostro de Anna Karina

El pasado sábado 14 falleció quien fue una de las figuras centrales de la Nouvelle Vague, conocida por haber actuado en siete películas de Jean-Luc Godard durante los años de apogeo del movimiento. Vivir su vida fue uno de esos experimentos grandiosos realizados por la pareja, cinta que el cineasta Harun Farocki calificó como “el documental de una cara”.

por Matías Hinojosa I 18 Diciembre 2019

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Generaciones de cinéfilos lamentan por estos días la muerte de Anna Karina, actriz que falleció el pasado sábado 14 producto de un cáncer a los 79 años. Con su deceso se esfuma una de las intérpretes capitales del cine de los 60, de la Nouvelle Vague y, en particular, de la primera etapa creativa de Jean-Luc Godard, con quien colaboró en siete películas, entre ellas Pierrot el loco, Una mujer es una mujer y Banda aparte. Pese a estar desde hace tiempo alejada de las pantallas, y a no haber superado en términos de exposición sus años al lado de Godard, Karina nunca ha dejado de estar presente, más allá de cualquier moda o reinvención personal, porque su presencia cinematográfica ha trascendido y seguirá trascendiendo épocas. Como los rostros de Jean-Pierre Léaud y Jean-Paul Belmondo, el de Anna Karina está indefectiblemente asociado a la época de mayor esplendor del cine francés, aquel período en que los directores salieron de los estudios para tomarle el pulso a la calle y articularon historias que tiraban por la borda las convenciones narrativas legadas por la tradición americana, con una clara consciencia del cine como expresión artística.

Vivir su vida fue uno de los experimentos grandiosos surgidos de ese ebullidero creativo que fue la Nouvelle Vague. Y la película toma especial importancia cuando se trata de resaltar la labor actoral de Anna Karina, pues este filme es “el documental de una cara”, como lo llamó el director Harun Farocki analizando la obra junto a Kaja Silverman en su libro de conversaciones A propósito de Godard.

En Vivir su vida el realizador francés reflexiona sobre el espacio epistemológico que le cabe al cine. La imagen cinematográfica no es la realidad, ni tampoco puede ser homologable a las palabras: es un artefacto de entendimiento en sí mismo que ofrece la posibilidad de nuevos significados, distintos a los que se ofrecen por medio de las palabras o la imagen estática. Lo que busca Godard en esta película, sin embargo, es llevar ese pensamiento propiamente cinematográfico hasta sus últimas consecuencias. Es decir: explorar con el cine un asunto especialmente abstruso a su naturaleza.

La subordinación de la imagen cinematográfica a la realidad material impide la plena abstracción metafísica de este lenguaje. Es frente a ese desafío, el de expresar lo invisible por medio de la percepción visual, que Godard concibe el rostro de Anna Karina como un vehículo hacia la abstracción. Porque el rostro de Anna Karina es la formalización cinematográfica del alma, el alma de Nana, personaje principal de Vivir su vida. Godard lo expresó claramente en una entrevista a propósito de la película: “¿Cómo se puede retratar el interior? Precisamente quedándose, de manera prudente, afuera”.

Si en La pasión de Juana de Arco los primeros planos al rostro de Maria Falconetti estiraban hasta el máximo las exigencias dramáticas, en Vivir su vida el rostro de Karina se ve enfrentado a un asedio similar. La cámara de Godard, en pos de una verdad profunda, prácticamente no le da tregua. Su película se juega en la exploración de ese rostro.

Vivir su vida es un relato en 12 partes, el que comienza cuando Nana deja a su esposo para iniciar una carrera como actriz de cine. Pero la fortuna le es esquiva y su situación económica es paupérrima, tanto que no le alcanza para pagar el arriendo de una habitación donde pasar la noche. Abrumada por la falta de dinero, decide entrar en el mundo de la prostitución.

Una escena emblemática de la cinta –quizás la imagen más emblemática en la carrera de Anna Karina– es cuando Nana derrama unas lágrimas frente a la pantalla de un cine viendo La pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer. Sus lágrimas brotan con estrépito ante la afirmación de Juana de que su liberación llegará con la “muerte”. Nana, atrapada en el espiral de la prostitución, sabe que su liberación espiritual también llegará con ella.

No por casualidad Godard trae a su relato la película de Dreyer. Ambas son, como diría Farocki, “el documental de una cara”. Si en La pasión de Juana de Arco los primeros planos al rostro de Maria Falconetti estiraban hasta el máximo las exigencias dramáticas, en Vivir su vida el rostro de Karina se ve enfrentado a un asedio similar. La cámara de Godard, en pos de una verdad profunda, prácticamente no le da tregua. Su película se juega en la exploración de ese rostro.

Por roles como este, el nombre de Anna Karina seguirá vigente –como siempre lo ha estado– por muchísimo tiempo más. Al menos mientras existan cinéfilos que se precien de tal. Porque ni la nutrida carrera posterior de Jean-Luc Godard ha podido definirse sino en parte como una ausencia de esa musa magnética que fue Anna Karina. O al menos esto es lo que plantea el investigador Michel Marie en su estudio sobre la Nouvelle Vague: “su colaboración es tan estrecha que los demás largometrajes de Jean-Luc Godard con otras actrices como protagonistas femeninas están marcados por la ausencia de Anna Karina. Incluso la rubia Camille de Le Mépris, interpretada por la estrella más grande del momento, se transforma en mujer morena en el centro de la película, como para evocar en forma de eco a la mujer ausente del director”.

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