Lola Larra: “Solo al regresar a Chile he podido escribir el tipo de libros que realmente me interesa escribir”

La eterna juventud, la última publicación de Lola Larra, reúne 20 crónicas de la autora, en su mayoría inéditas. Este libro es un reencuentro con la escritura, la lectura y la memoria personal y colectiva. Como dice en esta entrevista: “Me interesa mucho un tipo de literatura que bebe de la actualidad, de los hechos históricos, del periodismo, de la experiencia, finalmente. Me gusta transitar entre la ficción y la no ficción, desdibujar sus fronteras”.

por Celinda Tapia Solar I 12 Abril 2023

Compartir:

Lola Larra (Claudia Larraguibel) nació en Santiago de Chile en 1968 y creció en Caracas (Venezuela). Ha sido redactora en medios como El País, Cinemanía y Vogue, además de corresponsal tanto en Europa como Latinoamérica. Ha publicado las novelas Reír como ellos (2004), Reglas de caballería (2005), Donde nunca es invierno (2008), Puesta en escena (2010) y Sprinters (2016), además de su premiada novela gráfica inspirada en la revolución estudiantil de 2006: Al sur de la Alameda (2014). Actualmente es directora de editorial Ekaré Sur.

La eterna juventud es una compilación de ensayos y crónicas cuya mirada se concentra en el oficio de la escritura, pero al mismo tiempo entrega una selección variada, que mezcla tonos, experiencias, reflexiones. La memoria, los antecedentes y la investigación son clave para cada una de las historias, y además confirman lo importante que ha sido la lectura y la escritura en la vida de la autora. “Me gustaría pensar que el lector también se sitúa en esos momentos históricos de los que hablan algunas de las crónicas. Y me interesa también cómo los recuerdos personales pueden convertirse en memorias colectivas si el lector entra en el juego que propone el libro y rememora también sus lugares y sus primeras veces”, cuenta en esta entrevista.

¿Cómo nace La eterna juventud?
Fue iniciativa de Marcela Fuentealba, la editora de Saposcat. Ella había leído algunas crónicas que yo había publicado por aquí y por allá, y me propuso hacer un libro con ellas. Seleccionamos algunas y Marcela invitó a Antonia Daiber a ilustrarlo. Antonia, que es una grandísima artista, hizo unos grabados abstractos muy hermosos y pensamos que el libro ya estaba listo. Pero, como suele suceder, cuando uno cree que tiene listo un libro, por lo general todavía no lo tiene. Era apenas un boceto de lo que sería La eterna juventud. Entonces llegó la pandemia. Y durante ese tiempo me pasó algo raro: me costaba mucho leer novelas, leer ficción, y también me costaba escribirla. En esos dos años leí solo ensayos, biografías, crónicas. Y me di el tiempo de escribir nuevos textos para el libro. De las primeras crónicas que seleccionamos quedaron solo unas pocas; la mayoría son nuevas. Y los grabados de Antonia también cambiaron y fueron sustituidos por las pinturas que finalmente aparecen en esta edición. Todos cambiamos tanto en esos dos años que era imposible que el libro quedara igual a como lo habíamos pensado en 2019.

En otra entrevista mencionó que la adolescencia fue una especie de refugio durante la pandemia. ¿Esto se conecta con la importancia de la memoria en estas crónicas? ¿Hay un factor nostálgico que las une?
Podría llamarse nostalgia, claro que sí. Gran parte de nuestra percepción y construcción del mundo, y de nosotros en él, está sujeta a la nostalgia. La memoria no es sino una gran nostalgia, dicen. Y situaciones extremas, como el exilio, la guerra o una pandemia, amplifican mucho más esa nostalgia. En unos tiempos tan duros como los dos años que pasamos encerrados, cada quien armó su refugio como mejor pudo. Recuerde que pensábamos que todos nos íbamos a morir, cabía esa posibilidad. Así que yo me refugié en tiempos que fueron felices en mi vida y por eso el libro es una mezcla de anécdotas y crónicas y recuerdos. Muchos de ellos transitan por el territorio de la adolescencia y la juventud, y hablan de las primeras veces, de los primeros pasos en el periodismo, de los primeros pasos en la literatura, los primeros viajes, las primeras veces en el sexo. No fue calculado. Solo salió así. Estaba recordando y escribiendo. La memoria, y también la nostalgia, une los 20 textos del libro: esas memorias individuales y personales, pero también las colectivas. Me interesa recuperar la memoria colectiva: qué estábamos haciendo el día que murió Pinochet, por ejemplo, o la mañana que estallaron las bombas en los trenes de Atocha en Madrid, qué nos pasó por la cabeza, qué dejamos de hacer o qué continuamos haciendo. Me gustaría pensar que el lector también se sitúa en esos momentos históricos de los que hablan algunas de las crónicas. Y me interesa también cómo los recuerdos personales pueden convertirse en memorias colectivas si el lector entra en el juego que propone el libro y también rememora sus lugares y sus primeras veces.

¿Cuándo nace su primer impulso de convertirse en escritora?
Empecé a escribir desde que era muy pequeña. Tal vez a los 8 o 9 años. Siempre digo que es una suerte enorme haber sabido desde tan pronto a qué quería dedicarme, aunque luego el camino para lograrlo haya sido muy lento y accidentado. Como escritora una aspira a escribir cada vez mejor, que la experiencia y el tiempo y todo lo vivido y todo lo leído te convierta en mejor escritora. Pero, ¿quién sabe? ¿Escribo mejor ahora que cuando tenía 18 y boceteaba mi primera novela? No lo sé. Una vez me invitaron a un taller literario y la profesora me pidió que enviara a sus alumnas algunos cuentos o fragmentos de novelas para que pudiéramos discutirlos en la sesión. Elegí un par de cuentos antiguos, de los primeros que había publicado y un fragmento de una novela más actual. Mi idea era justamente mostrarles la evolución que —pensaba yo— había tenido como escritora. Una evolución que —creía— iba de la profusión, el exceso y lo ampuloso, a la contención, a lo preciso, a la simpleza, al menos es más. Para mi sorpresa, casi todas prefirieron los primeros cuentos, que a mí me parecía que pecaban de intentar ser demasiado literarios.

Ante esto, ¿cómo se construye su mundo literario y cuáles son sus referentes?
No puedo disociar mi mundo literario de la vida que he tenido, una en la que los libros han estado siempre muy presentes; he tenido esa fortuna. Los libros han estado siempre allí, en casa, en las sobremesas familiares, en el trabajo de mi madre, que es una gran editora, en la pasión compartida con mi padre por las novelas policiales, en mis estudios universitarios, en las conversaciones con amigos. En esa omnipresencia de los libros hay todo tipo de géneros y estilos. Desde mis primeras lecturas (aquellas series para jóvenes de Enid Blyton, o los relatos de Conan Doyle y Stevenson, los policiales de Hammett y Chandler), hasta autores a los que siempre regreso, como Patricia Highsmith, Marguerite Duras, Salinger, Scott Fitzgerald y tantos otros. O autores que radiografío porque admiro mucho cómo logran construir sus historias, como Poniatowska, Emmanuel Carrère, Javier Cercas, J. M. Coetzee, Alice Munro… Todos esos libros han influido en cómo escribo, y sobre todo en cómo quisiera escribir. Y también en cómo vivo, o cómo deseo vivir.

Me revuelve el estómago cuando veo que las noticias que nos llegan están hechas por esos ‘cronistas inmóviles’ que no salen de sus pantallas, que no se asoman a la calle, y que se limitan a copiar tweets de otros. Es desalentador que el periodismo hoy en día sea un copy/paste y, por ende, un caldo de cultivo para las fake news, la ignorancia, la confusión, el desconocimiento, la negligencia. Se supone que el periodismo es todo lo contrario.

En La eterna juventud el transcurrir del tiempo a través de la lectura y la escritura tiene un lugar importante.
Me gusta pensar en La eterna juventud como en una memoria de mi vida de escritora. Y de toda esa experiencia rescato sobre todo la relación con el tiempo que se tiene cuando una escribe. Un tiempo que corre distinto al tiempo ordinario, y que no responde ni a la inmediatez ni a la premura, sino a la paciencia y a la lentitud. También un lugar en el que disfrutas ese silencio que nos es tan escaso.

¿El hecho de haber vivido en diferentes países también afecta el modo en que concibe su estilo?
Nací en Chile, crecí en Venezuela. Cuando tenía veintipocos años me mudé a España y allí pasé más de 14 años. Ahora vivo en Santiago. Y aunque en todos estos lugares se habla español, se habla distinto. Cuando mi familia tuvo que salir de Chile por culpa de la dictadura de Pinochet, tenía cinco años y solía ser muy parlanchina. Pero al llegar a Caracas me quedé muda durante varios meses. Cuando volví a hablar lo hice con acento venezolano. En España, donde comencé a escribir más en prensa y también a publicar ficción, sufrí una segunda transformación lingüística, y escribía usando tiempos verbales, modismos y palabras más españolas, sobre todo porque trabajaba en medios en los que en ese momento no estaba bien visto escribir como latinoamericana. Mis novelas publicadas en España son muy castizas, muy sobreadaptadas. Pero escribir se trata de volver a tu lugar, de encontrarlo. Es curioso cómo suceden las cosas, las vueltas que a veces hay que dar para encontrar lo que realmente nos importa, lo que queremos hacer, lo que realmente queremos contar. Creo que solo al regresar a Chile he podido escribir el tipo de libros que realmente me interesa escribir. Al sur de la Alameda y Sprinters son dos novelas en las que, creo, he encontrado temas y estructuras (híbridas), ojalá también un lenguaje, un estilo, que considero, no propios, que es una palabra muy vanidosa, pero sí genuinos, auténticos, que tienen verdad para mí.

¿Lleva diarios o anota sucesos que pueden ser potencialmente útiles para construir y escribir sus historias?
Anoto muchas cosas, siempre. Anoto noticias que me llaman la atención, anoto sueños, anoto comienzos de posibles historias. Es bastante común entre escritores y escritoras. Siempre tuve diarios, agendas, libretas de notas. Y los tengo siempre a mano, son de las poquísimas cosas que he conservado en las tantas mudanzas que he tenido de un lado a otro. Es muy curioso regresar a ellas: a veces parece que esa persona que las escribía es otra. La memoria nunca es unívoca. Siempre hay varias versiones de un recuerdo, incluso versiones contradictorias. Un solo acontecimiento tiene siempre muchas versiones. La memoria tiene esa cualidad escurridiza, esquiva, fragmentada. Y eso literariamente es muy interesante. Por eso me sirven mucho esas antiguas anotaciones, para confrontar las distintas memorias.

Al leer La eterna juventud parece surgir la idea de que la fórmula de su literatura es experiencia más ficción, entremezcladas, dialogantes y enmascaradas.
Es difícil que una misma defina y ubique su estilo. Es una labor que hacen mejor los críticos o los estudiosos. He publicado novelas documentales, novelas para jóvenes, una nouvelle erótica, una novela policial, que es un género que me apasiona. Esto puede decir que soy una escritora sumamente dispersa. O que me gusta experimentar con los géneros y contar historias de maneras diversas. Pero es verdad que me interesa mucho un tipo de literatura que bebe de la actualidad, de los hechos históricos, del periodismo, de la experiencia, finalmente. Me gusta transitar entre la ficción y la no ficción, desdibujar sus fronteras, instalar dudas: qué es verdad, qué es invención.

¿Cómo fue la experiencia de lo que se narra en “La contradicción de la novela documental”? Usted se sumergió como escritora e investigadora en el caso de Colonia Dignidad, que en esa crónica llama “un caso abierto que se niega a terminar, un embrollo que aparece y reaparece una y otra vez”. Esta descripción da a entender que a pesar de conocer la crudeza de los hechos, no dejan de existir más preguntas que respuestas. ¿Siente que le ha dado una conclusión a Sprinters o siguen apareciendo aún más dudas?
Siempre aparecen más preguntas en torno a Colonia Dignidad, porque las víctimas aún no han sido reparadas, y la mayoría de los victimarios nunca han cumplido condena. Hemos tenido en democracia ministros que fueron cercanos a Colonia Dignidad. Ahora, en la comisión de expertos que redactará el proyecto de nueva Constitución está Hernán Larraín, conocido amigo de la Colonia. Todo esto no solo es un fracaso de la política de memoria de Chile, sino también un fracaso político en general. Al escribir esa crónica que mencionas, que es como un epílogo a la novela Sprinters, pensé que ya había dicho todo sobre el tema. Pero como no se ha hecho justicia, desgraciadamente es imposible que haya un cierre.

Siento que “Cronistas inmóviles” es una crítica solapada al periodismo de hoy, a pesar de estar hablando de un caso que no es reciente. ¿Esa era su intención? Además, ¿qué piensa del periodismo actual, sobre todo durante el tiempo del estallido y la pandemia?
Fui periodista por más de 20 años, conozco bien ese mundo, las redacciones de periódicos y revistas, los intereses que a veces mueven los hilos, y también a esa raza de periodistas que logra mantener intactos el entusiasmo y la curiosidad y las ganas de reflejar lo mejor posible la realidad. Tengo varios amigos periodistas así, y los admiro por ello; pero son pocos, cada vez menos. Y me revuelve el estómago cuando veo que las noticias que nos llegan están hechas por esos “cronistas inmóviles” que no salen de sus pantallas, que no se asoman a la calle, y que se limitan a copiar tweets de otros. Es desalentador que el periodismo hoy en día sea un copy/paste y, por ende, un caldo de cultivo para las fake news, la ignorancia, la confusión, el desconocimiento, la negligencia. Se supone que el periodismo es todo lo contrario.

 

Fotografía: Lisbeth Salas.

 


La eterna juventud, Lola Larra, Saposcat, 2022, 180 páginas, $14.000.

Relacionados