Óscar Contardo: “Todos esos momentos donde era ineludible mostrar su fragilidad, Lemebel los evitaba”

Luego de la revuelta social de octubre de 2019 se volvió común ver la imagen de Pedro Lemebel pintada en muros y estampada en poleras. También aparecieron libros y documentales. Loca fuerte, la biografía de Óscar Contardo, es el primer intento por abordar de manera total y pormenorizada la vida del escritor y artista. Lemebel, dice en esta entrevista el autor del texto, “fue un sujeto discrepante en un tiempo donde no se podía disentir (…) donde disentir estaba mal porque lo que se establece es la idea de los consensos. Él rompía con eso”.

por Matías Hinojosa I 15 Septiembre 2022

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Durante un año Pedro Lemebel fue el escritor de ficción más leído en el país. Ocurrió en 2001 al publicar Tengo miedo torero, la primera y única novela de toda su producción. La obra fue aplaudida y también criticada, pero llevó al autor a un espacio de notoriedad infrecuente para un artista en Chile, que lo tuvo incluso de invitado a un estelar de televisión. Era a todas luces un best seller improbable y, pese al interés que los medios prestaron en él, incómodo para el establishment.

El éxito del libro alentó a Planeta, su editorial, a reeditar su primer volumen de crónicas, La esquina es mi corazón, a esa altura un título desaparecido hace tiempo de las librerías. A propósito de aquella publicación, el domingo 28 de octubre de 2001 El Mercurio tuvo a Lemebel como tema principal del suplemento Artes y Letras. La fotografía de la portada, como relata Óscar Contardo en su biografía del autor, Loca fuerte, lo mostraba “a torso desnudo, con un tocado de plumas, las piernas enfundadas en medias negras y un caimán disecado que pertenecía a Carmen Berenguer entre los brazos”. Era primera vez que ese medio cubría la obra de un autor chileno abiertamente homosexual y con un discurso político al respecto. Al recibir el diario ese domingo, cuenta Contardo, “sacó el suplemento, lo tomó como quien toma un pañuelo por una punta, miró la portada, lo elevó extendiendo el brazo y dijo ‘Por fin’, dejándolo caer al suelo”.

¿Cómo lidiaba Lemebel con la exposición mediática?
Siempre repetía que nunca iba a ser cooptado, entonces él establecía un límite muy claro. Sí, yo estoy ahí, decía, en esta popularidad, en este momento de visibilidad piñufla, pero la fama no me sirve de mucho.

Pero le gustaba ser reconocido, según cuenta en el libro.
Sí, le gustaba, el acercamiento de la gente en la calle, que la gente lo saludara. Ir a la Vega y conversar con la gente, que lo miraran, que le sonrieran. Disfrutaba ser reconocido, ser apreciado, porque era también una manifestación de cariño. Mucha de la gente que se le acercaba quizás no había leído nada de él, pero como se movía a varias bandas —como voz política y en la radio, además de su trabajo como artista— llegaba a distintos públicos.

Se convirtió en un símbolo.
Sí, la gente lo asocia a una voz disidente. Y no solamente a una voz disidente, sino que a alguien que encarna una historia muy mayoritaria, que representa un mundo que es el que vive una gran mayoría de los chilenos. Si eso es lo loco de este país, que ese mundo no aparece contado en los medios, no aparece retratado y cuando aparece se le califica como marginal. Pero marginal debería ser lo minoritario. Y no es minoritario. Eso es lo que resuena con el estallido: todo eso que había sido retratado como marginal, minoritario, que vivía solo una parte, explota y aparece Lemebel de nuevo.

Voz disidente

Luego de la revuelta social de octubre de 2019 se volvió común ver la imagen del escritor pintada en muros y estampada en poleras. Cuatro años después de su muerte los chilenos salían en masa a manifestarse para expresar diversas disconformidades, muchas de las cuales Lemebel había dado cuenta ya en sus distintos libros. Un medio argentino incluso lo calificó como un autor clave para comprender el estallido social.

“Lemebel —agrega Contardo— es un personaje muy atractivo y que encarna la disidencia. Fue un sujeto discrepante en un tiempo donde no se podía disentir, y no hablo solo de la dictadura, sino también de la transición, donde disentir estaba mal, porque lo que se establece es la idea de los consensos. Él rompía con eso”.

Sintió especial orgullo por el reconocimiento que fue aparecer en el libro de Gerardo Mosquera Copiar el Edén, un libro sobre el arte contemporáneo en Chile que le dedica una cantidad de páginas importantes al trabajo de las Yeguas. Eso los instaló dentro de la historia del arte contemporáneo local, una cosa que Pedro, me parece, no se esperaba mucho.

El escritor fue hasta tal punto un inconformista y una voz disidente que también manifestó sus recelos respecto de las nuevas agrupaciones LGBTIQ+, pese a ser un referente para estos jóvenes activistas y jugar un papel clave en el cambio cultural que impulsó la aparición de aquellas colectividades. En Loca fuerte, Contardo recuerda un episodio especialmente doloroso para el artista, que terminó profundizando sus cuestionamientos hacia esos grupos. En 2011, el Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) convocó a Lemebel como jurado en el festival de videoarte porno Dildo Roza. Sin embargo, el escritor terminaría retirándose de la actividad. El motivo fue que una de las obras en competencia, del artista Felipe Rivas, mostraba al propio realizador masturbándose hasta eyacular sobre un retrato de Salvador Allende. La decisión de Lemebel fue tomada por el grupo como un intento de censura y el día de la premiación se organizó un cortejo fúnebre en su nombre. “El postporno mató a Lemebel”, se leía en una corona de flores.

“Esta generación que accede a un caudal teórico venido del norte, de otros mundos, a veces asimilado sin ningún colador, lo enjuicia. Le arman un funeral. Como diciendo: matamos al padre o a la madre. Justo en el momento en que fue diagnosticado de cáncer. Ese gesto demuestra una crueldad innecesaria que se contrapone al discurso crítico al neoliberalismo, porque finalmente esa crueldad es competencia”, opina Contardo.

El episodio logró generar confusión y amigos de Lemebel comenzaron a recibir llamados de periodistas que habían escuchado el rumor de su muerte. Incluso una radio anunció su fallecimiento como un hecho a confirmar. El artista, según cuentan sus cercanos, quedó muy afectado.

“Él había hecho todo ese tránsito intuitivamente, desde el adolescente que sale del block hasta el momento en que ya se instala como un artista reconocido. Intuitivamente, porque simplemente en Chile no había nada. No llegaba nada. No existían las referencias teóricas. No había posibilidad de que existieran. Todo era hostilidad”, responde el autor de Loca fuerte, en cuyo libro se rescata parte de una entrevista aparecida en The Clinic el 2014, donde Lemebel contrasta su activismo en dictadura con la realidad de las nuevas generaciones: “Ahora la diferencia es una marca, un look, una consigna trapera. Los distintos se parecen, el partido de los distintos tiene un uniforme que apesta (…). Me divierte y me provoca ternura escucharlas con esa seguridad que da la lectura de textos queer. Tener discurso da cierta seguridad, sin duda. En mi tiempo había que improvisar con la biografía malandra y con el devenir errático y, sin saberlo, no estábamos equivocadas”.

Para Contardo la vida de Pedro Lemebel “expresa mucho de lo que ha sido la historia de Chile de la segunda mitad del siglo XX en adelante. Hay una historia social, hay una historia de los pobres, hay una historia intelectual también. A través de su historia escolar, por ejemplo, podemos asomarnos a la historia de la educación pública, es decir, a la creación en la segunda mitad del siglo XX de los liceos industriales, que era el destino que le esperaba a los hijos de trabajadores de la clase obrera, a los pobres, pero ese destino productivo nunca se cumplió totalmente, porque nunca hubo industria y después esto fue reemplazado por otro modelo económico a la larga. Toda su vida está cruzada por proyectos políticos que van a frustrarse, proyectos de desarrollo que van a estar frustrándose sucesivamente”.

Lo anterior fue uno de los motivos por los que el autor de Siútico y Raro se interesó en escribir su biografía. Comenzando con el relato de cuando la revista Gatopardo le encargó realizar un perfil del escritor en 2007, para lo cual tuvo que acordar una serie de entrevistas con él, Contardo aborda de manera pormenorizada la vida del artista, volviendo a ratos a escenas que tuvieron lugar durante esos encuentros. El libro abarca su infancia en el Zanjón de la Aguada y San Miguel, sus años de estudiante de pedagogía en la Universidad de Chile, un período de su vida del que hasta ahora no se conocían detalles. También se refiere a su etapa como participante en diversos talleres literarios durante los 80 y a los agitados 90, cuando ganó notoriedad como escritor, activista y locutor radial, hasta sus últimos años en que padeció un cáncer a la laringe que terminaría quitándole la vida en 2015. Entre medio, se hace un repaso por buena parte de su obra, comprendiendo desde las acciones de arte realizadas por las Yeguas del Apocalipsis junto a Francisco Casas, sus performances en solitario y primeros cuentos, hasta la publicación de Tengo miedo torero y todos sus volúmenes de crónicas.

El personaje suyo era alguien que venía a enrostrarle a otros ciertos temas, a demandar ciertas cosas. Todos esos momentos donde era ineludible mostrar su fragilidad, Lemebel los evitaba, o tal vez momentos donde definitivamente no lo pasó bien. Nunca habló de quiénes eran sus cercanos en la universidad. Rara vez hablaba, excepto cosas puntuales, de su época adolescente. No hubo personajes ahí.

“Su vida está constantemente a contramano de lo que se espera de él. Él va viendo cómo llegar a lo que quiere, pero siempre por una vía alternativa”, dice Contardo. “Es alguien a quien se le cierran las puertas y esa es una experiencia habitual en Chile, habitual para la mayoría de los chilenos”.

¿Por qué la figura de la madre, como cuenta, es tan importante para él?
La madre era la única persona que lo defendía del ataque constante del entorno, de los vecinitos del block, de los vecinos de la población, que lo molestaban todos los días. Pero la madre llegaba hasta ahí, porque había un mundo que era el de las escuelas y los liceos donde Pedro seguía siendo hostigado. La figura de la madre es la de la protectora a full. Es la heroína que lo viene a salvar, que enfrenta a quienes lo molestan y eso lo marcó mucho.

¿En algún momento encontró la comodidad en algún ambiente o círculo?
Hubo momentos en que se sintió acogido y parte de algo. Un momento fue su llegada al centro y el breve período de la UNCTAD, donde se empezó a congregar la gente más joven, ahí llegaban los hippies, las locas, y en ese contexto se sintió parte de algo por primera vez. Podía loquear a gusto con otros pares. Después viene su exploración por el mundo de los talleres literarios en el que va armándose de un grupo. Creo que la amistad con Pancho Casas fue otro gran impulso para él. Fue como ese amigo que nunca tuvo de niño.

Qué lugar ocupaban para él las Yeguas del Apocalipsis en el conjunto de su obra?
Los consideraba unos años muy importantes y sintió especial orgullo por el reconocimiento que fue aparecer en el libro de Gerardo Mosquera Copiar el Edén, un libro sobre el arte contemporáneo en Chile que le dedica una cantidad de páginas importantes al trabajo de las Yeguas. Eso los instaló dentro de la historia del arte contemporáneo local, una cosa que Pedro, me parece, no se esperaba mucho. No es que no se tomara en serio, porque se tomaban en serio lo que hacían, a pesar de que podían ser efímeros, que no se preocuparon de los registros, pero él no esperaba un reconocimiento así, tan contundente. Tan importante como eso fue también cuando Pedro Montes monta la exposición con las fotografías que les había hecho Mario Vivado a los dos en la galería D21. Ese es otro punto donde retoma ese legado y lo ve como algo que estaba siendo valorado y que seguramente seguiría cobrando un valor futuro.

Él encontró también en las Yeguas una manera para darse a conocer. Con sus primeros cuentos no le había ido muy bien, le preocupaba que ya no era tan joven y que eso podía condenarlo al anonimato.
Sí, tenía también esa noción estratégica, parecía que no pero sí. Era consciente de cada paso, cada cosa, con quién se sacaba la foto, con quién no. Y sí, tenía esa ambición legítima de hacerse con un espacio para decir lo que tenía que decir, porque sabía que lo que tenía que decir no había sido dicho.

Si bien fue muy abierto en su literatura, también evitaba ciertos temas.
Evitaba constantemente mostrarse como víctima. El personaje suyo era alguien que venía a enrostrarle a otros ciertos temas, a demandar ciertas cosas. Todos esos momentos donde era ineludible mostrar su fragilidad, Lemebel los evitaba, o tal vez momentos donde definitivamente no lo pasó bien. Nunca habló de quiénes eran sus cercanos en la universidad. Rara vez hablaba, excepto cosas puntuales, de su época adolescente. No hubo personajes ahí. Él durante mucho tiempo fue alguien muy solitario. Por ejemplo, la idea de ser artista debe haber sido algo que mantenía muy íntimamente en secreto, tuvo que considerar que no valía la pena decírselo a alguien, sino hasta que encontró a gente con la que sí podía hablar de literatura. Y eso demoró.

 


Loca fuerte, Óscar Contardo, Ediciones UDP, 2022, 277 páginas, $13.000.

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