Paulina Flores: “Hice un tránsito a la literatura asiática”

Cuatro años le tomó a la autora de Qué vergüenza terminar su primera novela, Isla Decepción, donde cuenta la historia de un joven coreano que, en busca de una vida mejor, salta al Estrecho de Magallanes desde un barco factoría. La escritura de la obra fue todo un desafío para la autora, quien viajó a Oriente para investigar, debió sumergirse en el estudio de una diversidad de materias y se alejó de la narrativa estadounidense que la influyó cuando escribía cuentos. En esta entrevista dice que los libros de Natsume Soseki y el cine de Raúl Ruiz y Lucrecia Martell, le sirvieron para soltar amarras con un modo de crear demasiado convencional, que subordina todo al argumento.

por Matías Hinojosa I 4 Junio 2021

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Luego de su aplaudido debut en 2015 con el volumen de cuentos Qué vergüenza, Paulina Flores pasó seis meses pensando en el argumento para una novela de ciencia ficción. Pero desechó el proyecto, tras escribir un poco, insatisfecha con el resultado. La decisión, sin embargo, no la dejó en el vacío: rápido vino a su memoria un reportaje cuya lectura la había conmocionado. Se trataba de una investigación del periodista Rodrigo Fluxá, publicada en la revista Sábado en 2013, donde se informaban las misérrimas condiciones de trabajo a bordo de los barcos calamareros que llegaban al Estrecho de Magallanes desde Asia. Buscando escapar del horror, algunos tripulantes saltaban a las aguas con la esperanza de alcanzar tierra firme.

“La verdad es que me metí en algo que desconocía”, cuenta la escritora desde Barcelona, donde cursa un máster en escritura creativa. “No es como que dije ‘esta es la historia perfecta para hacer una novela perfecta’. Fue paso a paso. Al principio la idea me atrapó, pero tampoco es que tuviese 10 ideas geniales para elegir. Hay mucho de intuición en esto. Mucho de misterio”.

Isla Decepción narra la historia de Lee, Miguel y Marcela. El primero, un joven tripulante de un barco factoría coreano, es rescatado en el Estrecho de Magallanes por un grupo de pescadores. Decididos a entregarlo de vuelta al barco o a las autoridades, uno de los rescatistas, Miguel, se ofrece a llevarlo furtivamente al hospital de Punta Arenas. Pero, intuyendo el destino que le esperaba a Lee si lo dejaba, decide esconderlo en su casa. Marcela, la hija de Miguel, llega de sorpresa a la mañana siguiente desde Santiago: viene huyendo de su vida en la ciudad, donde acaba de terminar un pololeo y de renunciar a su trabajo. Padre e hija tienen una relación tensa, pero la situación de Lee les permite esquivar momentáneamente sus diferencias.

“En esa época yo estaba muy pegada con la idea de huir, de escapar, de las segundas oportunidades. Esto fue más o menos por el 2016. Necesitaba entender, supongo, ese tipo de cosas. Cómo funcionaban, a nivel personal y a nivel más abstracto”, dice Flores. “Pero hubo muchos momentos en que no tenía idea hacia dónde iba la novela. No fue como que partí con una hipótesis y después la comprobé, sino que descubrí algo en el camino haciéndola”.

Una odisea

Más de cuatro años le tomó a la escritora terminar Isla Decepción. Una cantidad de tiempo que superó con mucho sus pronósticos iniciales, que contemplaban la entrega de la novela para 2019. Y es que el proceso fue puntilloso, marcado por la reescritura obsesiva y los descartes de material. “Sigo revisándola”, cuenta. “Ahora la estoy leyendo de nuevo porque tengo que corregir las erratas para la edición española”.

La naturaleza de la historia, por otro lado, exigía realizar investigaciones en diversas materias. La realidad que se revelaba en el reportaje de Fluxá requería una indagación en terreno. Y una de las primeras determinaciones de la autora fue viajar a Punta Arenas a hacer entrevistas. Por entonces colaboraba en el diario HoyxHoy haciendo perfiles de personas que le llamaban la atención y, presentándose como periodista, pudo recabar información tanto para el libro como para su sección. Más adelante también tuvo la oportunidad de viajar a Asia a hacer trabajo de campo. Estuvo durante un mes y medio recorriendo, aprovechando una visita a China que realizó tras la publicación en ese país de Qué vergüenza.

Hacer este libro significó aprender muchas cosas que me interesaban. Desde filosofía budista hasta chamanismo coreano, chamanismo mapuche. Qué se yo… leer sobre Corea, ver cosas sobre Corea. Leer cualquier tipo de literatura que tuviera que ver con el mar. Entrevistar a muchos pescadores artesanales, marinos mercantes. Entrevistar a gente es de las cosas más entretenidas que hay, que te cuenten sus anécdotas. No sé, fue como cuando a los actores les piden que se preparen para un papel y, por ejemplo, tienen que aprender a andar a caballo.

“No podías hablar con nadie, ni siquiera en inglés”, cuenta Flores. “Es un lugar completamente aislado comunicativamente para nosotros. Y aun así podís reírte, por ejemplo. Puede ocurrir una situación que te miras con alguien y te cagas de la risa. O podís sentir cosas”.

El conocimiento náutico y de la fauna marina fueron asuntos con los que igualmente debió familiarizarse. “Solo para hacer una imagen de las ballenas me podía quedar una hora buscando información”, dice la autora. “Ahora soy como el Profesor Rossa de los animales marinos”.

Al preguntarle por la mayor dificultad que representó la obra, menciona el capítulo “Un día en el Melilla”, que le tomó todo un año. En esa parte del libro, Flores describe la rutina de los tripulantes a bordo del barco calamarero. Se trata del segmento más extenso de Isla Decepción, el que destaca por su detallada descripción de ambientes y personajes. El plan inicial de la autora era dedicar un espacio a cada uno de los 30 tripulantes que en su cabeza navegaban en el Melilla. Sin embargo, sus editores la convencieron de no seguir adelante. La novela se volvería ininteligible.

Independiente de todas las exigencias que fue imponiendo la propia historia —sumado a la distracción que trajo el Estallido social, en el que participó activamente, y las ansiedades del encierro pandémico—, la autora dice que disfrutó cada momento del proceso. Pero hoy prefiere enfrentar la creación de una manera totalmente distinta. Buda flaite es el título tentativo de su próxima novela, la cual está escribiendo como trabajo de titulación para su magíster. Con el tiempo de entrega en contra, está apostando por una creación menos demorosa. “El trabajo de Isla Decepción fue de palabra a palabra y ahora estoy fluyendo nomás”.

Poner punto final a Isla Decepción fue más que una lucha contra un plazo de entrega que se había extendido más de lo pronosticado. Poner ese punto final fue para la escritora decir adiós a un mundo que la acompañó por mucho tiempo y que no quería dejar ir. “Me costó mucho entender que se terminaba la novela. Es tan rara esta idea de que existe un final. En la vida no existen los finales. Pero hay que buscar una forma, porque no es la vida real, es ficción. Pero me daba rabia, porque quería seguir con Marcela, con Miguel y Lee para siempre. Los hubiera escrito por siempre. Me gustaba mucho estar con ellos”.

 

¿Tenías alguna cercanía con la pesca o la navegación antes de escribir el libro?
Las Sailor Moon… Titanic… No, muy poquita. Mi abuela vendió pescado en la feria al final de su vida. Pero eso nada más. En todo caso, siempre tuve una gran curiosidad por ese mundo y hacer este libro significó aprender muchas cosas que me interesaban. Desde filosofía budista hasta chamanismo coreano, chamanismo mapuche. Qué se yo… leer sobre Corea, ver cosas sobre Corea. Leer cualquier tipo de literatura que tuviera que ver con el mar. Entrevistar a muchos pescadores artesanales, marinos mercantes. Entrevistar a gente es de las cosas más entretenidas que hay, que te cuenten sus anécdotas. No sé, fue como cuando a los actores les piden que se preparen para un papel y, por ejemplo, tienen que aprender a andar a caballo.

 

Yo al principio pensé que escribir una novela era como escribir un cuento largo, pero para nada. Es muy muy distinto el proceso. Siento que me desprejuicié más. En Qué vergüenza era muy estructurada, creía que una historia funcionaba de cierta manera; tenía mucha fe en algunos principios de la literatura. Y ahora enfrenté el proceso sin ningún fundamento.

 

¿Y qué lecturas fueron importantes durante la escritura?
En ese período hice un tránsito desde el canon norteamericano, que yo tenía muy interiorizado, sobre todo por la escritura de cuentos.  Aprendí a escribir cuentos con los escritores norteamericanos; tienen una escuela muy fuerte ahí. Y por otro lado estoy chata de la industria del entretenimiento norteamericana, como de Netflix, HBO, de los escritores gringos. Todo tan perfecto y al final… nada, hegemonía cultural igual. Entonces hice un tránsito a la literatura asiática. Recuerdo haber quedado muy impresionada con La vegetariana. Uno de mis escritores favoritos ahora es Natsume Soseki. Todo eso me sirvió para entender que en esta novela podía no pasar nada. Ver las películas de Raúl Ruiz o Lucrecia Martell también ayudó mucho. Entender que una obra de ficción no tiene por qué deberse solo al argumento, no tienen por qué pasar cosas. Puede ser algo más poético… Claro, yo no tengo los mismos elementos que en el cine, como el zoom, o las herramientas sonoras, pero igual puedo generar eso con la escritura misma y sentía la necesidad de que todos esos sonidos y esa percepción de las cosas afloraran, que no fuera solamente una descripción de episodios, sino que hubiera un ambiente entero. Cada vez que los personajes hablan hay algo sucediendo alrededor, hay pájaros volando. O en el barco para qué decir.

 

Y en ese sentido, ¿fue muy distinto el proceso de Isla Decepción con el de Qué vergüenza?
Qué vergüenza fue mi primer libro y de alguna manera aprendí a escribir con él. Yo decía “quiero escribir un cuento en primera persona” y lo escribía, después hacía lo mismo con otras modalidades. Y así iba aprendiendo sobre la historia y sobre los personajes. Acá igual fue parecido en el sentido de que no sabía escribir una novela. Entonces también tuve que aprender todo. Yo al principio pensé que escribir una novela era como escribir un cuento largo, pero para nada. Es muy muy distinto el proceso. Siento que me desprejuicié más. En Qué vergüenza era muy estructurada, creía que una historia funcionaba de cierta manera; tenía mucha fe en algunos principios de la literatura. Y ahora enfrenté el proceso sin ningún fundamento.

 

¿Y fue una carga muy pesada las expectativas que habían sobre la novela después del éxito de tu debut?
La presión más que por las expectativas, fue porque ya llevaba demasiado tiempo escribiendo. Me acuerdo sentir que si no la publicaba el 2019 me iba a morir. Después sentir lo mismo si es que no la publicaba el 2020. Y luego dije que si no la publicaba el 2021 mi vida iba a ser un infierno. Me vine a España sin terminar de editar la novela. Llegué acá, y lo único que quería hacer era salir, pero al final me tocó estar como un mes entero editando. En realidad, en relación a las expectativas solo sentí agradecimiento de que la gente la esperara con tanto cariño, que hubiera ganas de leerla, eso lo encontraba demasiado bacán y una fortuna.

 

Participaste activamente en el Estallido social, ¿eso permeó en algún grado la novela o esta era como un mundo aparte respecto al exterior?
En la novela que estoy escribiendo ahora, que trata sobre niñes del Sename, hay mucho enfrentamiento con la policía, mucha protesta, mucha primera línea. Es decir, definitivamente en esta nueva novela va a influir, pero en Isla Decepción no sé, pero inconscientemente quizás sí. Al final todo afecta…

 

Pero Isla Decepción tiene un elemento político claro.
Bueno, es que siempre he estado involucrada en política. Yo estoy yendo a asambleas desde el 2006, cuando fue la revolución pingüina. No es que ahora descubrí que la revolución es hermosa. También estudié en la Chile, que es un lugar muy político. Participé en asambleas, salí a marchar, tiré piedras. Estoy marchando desde que tenía 16 años. Entonces, eso está en mi literatura, pero está desde siempre. Está en quien soy.

 

Fotografía: Diego Urbina

 

Isla Decepción, Paulina Flores, Seix Barral, 2021, 362 páginas, $16.000.

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