Revolver la tradición

por Lorena Amaro

por Lorena Amaro I 24 Septiembre 2016

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El paradero reclama ser leído más que como un objeto arqueológico o museológico –un viejo trasto de la dictadura–, como un imán oscuro, que revuelve la tradición e impacta en nuestra narrativa actual como una bomba casera.

por lorena amaro

Mucho se ha escrito sobre la poesía experimental chilena: Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Juan Luis Martínez. En la narrativa, sin embargo, ha primado entre nosotros el realismo: desde Blest Gana y el criollismo, a la novela social e incluso las representaciones más recientes de los nuevos novelistas chilenos. A pesar de ello, creo que de todos modos habría material para escribir sobre una tradición narrativa marginal en Chile: Juan Emar, Alfonso Echeverría, Cristián Huneeus, Mauricio Wacquez, Diamela Eltit, José Donoso, Cynthia Rimsky, Sergio Missana, Lina Meruane y, entre los más jóvenes, Matías Celedón, entrarían en ella. Sin duda, todos esos nombres resuenan más en la memoria de los lectores chilenos que el de Juan Balbontín, autor de El paradero. Pero si existe una tradición excéntrica y política de nuestra narrativa, este breve relato debiera ocupar en ella un lugar central.

Escrito en los años más duros de la dictadura, hacia 1976, y publicado en 1989 con un tiraje de 500 ejemplares, El paradero ha sido prácticamente clandestino. En no más de 40 páginas, su narrador relata la historia de un personaje varado en un paradero de micros, que espera, en un confuso tramado erótico, la aparición de una mujer o de una fantasmagoría de mujer. Las frases que ocupa han sido evidentemente desmanteladas y vueltas a montar, en construcciones sintácticas que frenan la lectura, la detienen, la hacen volver atrás: “Todas las noches y no por complejo de Cenicienta, esperaba media hora la media noche […] Fue olvidándose y poco a poco a una mujer conocida que nunca había visto esperó, y por cada falda verde, desde la esquina a un bus, o al revés, en movimiento o detención aparecía, su cuerpo era menos cuerpo canibalizándose en emociones, que luego, al recoger: piernas, rostros, detalles, sombras, manos, desaparecían”. La alteración de la frase parece hablarnos de la alteración de la espera, de la anomalía de aguardar algo en un paradero, entonces, en los años de la represión, cerca de la medianoche.

paradero

El libro se acompaña de un importante aparato crítico, en que es posible ver la relación de la escritura de Balbontín con el proyecto artístico del CADA: un brevísimo prólogo de Raúl Zurita; un epílogo de dos páginas, escrito por Diamela Eltit y un ensayo algo más extenso de Eugenia Brito, cuyo texto está fechado, al igual que los otros, en 1989. La edición de Cuarto Propio añade a esta propuesta inicial un cuarto acercamiento al texto, de Walter Hoefler, fechado en 2002. El mismo Hoefler llama la atención sobre los muchos paratextos que acompañan la edición de 1989: “Se trata aquí de una estética de la recepción solidaria, que acompaña y resguarda al texto al legitimarlo”. Prácticamente todos esos acercamientos reviven la amistad y se refieren a la solidaridad de un grupo. Así, Brito dice del texto que se trata de “uno de los momentos más lúcidos de nuestra generación en la tarea de re-crear nuestra historia”. Hay una apropiación generacional del texto de Balbontín, un exceso de discurso que señala a gritos el enorme silencio crítico en torno a este relato, sobre el que no se ha escrito prácticamente nada más que los textos mencionados.

El protagonista de El paradero preludia la aparición de L. Iluminada, la protagonista de Lumpérica, en las calles de la dictadura. Ambos personajes ponen el cuerpo en la escena pública, una escena demacrada, angustiosa, temible, en que el problema es estar sujeto a la arbitrariedad del poder. En este sentido, Cuarto Propio ha acertado en publicar el libro con la misma imagen de portada que el de 1989, una suerte de negativo de La Moneda. Ese paradero peligroso del protagonista, que se va quedando vacío conforme avanzan las medias horas, es la otra cara del palacio presidencial, de los discursos oficiales, de una forma de opresión omnímoda que nadie que haya vivido en esos años puede o debe olvidar.

En el ensayo “Literatura argentina reciente: cuanto más marginal, más central”, Damián Tabarovsky plantea la posibilidad de una tradición “loca, rara, inclasificable” en su país, que perturbe el “estado de la frase” aunando excentricidad y dimensión política. Para Tabarovsky, solo eso –la pregunta por la frase– haría realmente política a una literatura. El fraseo de Balbontín responde a esa estética y pertenece, sin duda, a lo que Deleuze y Guattari han explorado con otras palabras: una “literatura menor”. Su texto reclama ser leído, más que como un objeto arqueológico o museológico –un viejo trasto de la dictadura–, como un imán oscuro, que revuelve la tradición o las tradiciones y que impacta en nuestra contemporaneidad narrativa –en que señorean nuevos realismos– como una bomba casera. Desprolijo, enigmático, plural. Virgen aún.

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