Ricardo Ffrench-Davis: “Debiéramos haber ido ajustando gradualmente la edad de retiro, pero nadie se atreve a hacerlo”

Los efectos del coronavirus a nivel mundial llevaron a Ricardo Ffrench-Davis a la conclusión de que el neoliberalismo podía considerarse también una pandemia. “En efecto, una pandemia surge luego de un brote viral que se extiende, tal como ocurrió desde 1975, cuando Chile sufrió la revolución económica impuesta por la dictadura, importada desde la academia y Washington D.C. en los Estados Unidos”, escribe el economista en un libro que se titula, justamente, La pandemia neoliberal. Aquí se refiere a las últimas turbulencias económicas y desmitifica la tesis del “milagro chileno” producido durante la dictadura de Pinochet.

por Matías Hinojosa I 17 Agosto 2022

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Cuando en 2019 Ricardo Ffrench-Davis esbozaba los primeros lineamientos para su nuevo libro, llegó el 18 de octubre y, algunos meses más tarde, la pandemia de covid-19. Para entonces, el economista y Premio Nacional de Humanidades consideraba evidente que se habían acumulado en el país fallas en las políticas públicas y un descontento entre la población. Durante los meses más álgidos de restricciones debido a los contagios, llegó también a la conclusión de que las políticas económicas neoliberales podían ser catalogadas, al igual que el coronavirus, como una pandemia. “En efecto, una pandemia surge luego de un brote viral que se extiende, tal como ocurrió desde 1975, cuando Chile sufrió la revolución económica impuesta por la dictadura, importada desde la academia y Washington D.C. en los Estados Unidos”, anota el también profesor titular de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile en las primeras páginas de La pandemia neoliberal. “Luego del brote en Chile, esta se extendió a las políticas públicas de Estados Unidos, Reino Unido y a la mayoría de los países que conforman América Latina, contagiándose en diversas proporciones a países de otras regiones en materia de políticas públicas y, sobre todo, en el ámbito académico y universitario”.

El libro, en consecuencia, propone un repaso por las políticas económicas puestas en marcha en Chile desde 1975 y sus resultados, comprendiendo un recorrido que llega hasta nuestros días. Se exponen también los rasgos principales de la globalización económica y la forma en que esta ingresó a la economía nacional.

En el primer capítulo, Ffrench-Davis analiza los resultados de la economía chilena durante la dictadura, entregando números que rebaten la idea del “milagro económico”. Para el economista, el crecimiento del país en ese período fue más bien discreto, promediando un 2,9% anual, cifra muy distinta, como indica, al 8% que circuló en medios nacionales y extranjeros en el momento del plebiscito de 1988.

“Es un mito lo del milagro chileno, pues el resultado neto es un país cuya distancia bajo el mundo desarrollado aumenta. Chile estaba lejos del ingreso per cápita de la Unión Europea y de Estados Unidos al comienzo de la dictadura y quedó aún más lejos al final”, afirma. “La explicación de la imagen del milagro es que hubo dos grandes recesiones: una el 75 y la otra el 82, la famosa crisis de la deuda de América Latina. Entonces pasó que el trabajo y el capital se subutilizaron muy fuerte. Hubo maquinarias de pequeñas, medianas y grandes empresas que quedaron subutilizadas. Y también trabajadores; el 83 teníamos un 31% de la fuerza de trabajo desocupada. Y cuando ambos factores de producción del PIB están desocupados, pueden lograrse recuperaciones y eso fue lo que pasó, pues se reutilizó la capacidad existente. Ello se confundió con crecimiento sostenible y por eso la dictadura publicitó profusamente que crecían 8% anual. Pero el neto entre 1973 y 81 y luego hasta 1989, al final de la dictadura, fue un 2,9% y 1,3% per cápita. Eso no es un gran logro”.

‘Lo principal, a mi juicio’, escribe el economista en La pandemia neoliberal, ‘es que una política macroeconómica estabilizadora —por ejemplo, con intervención en el precio de dólar— no debe actuar solo en casos extremos, sino que debe procurar evitar que nos vayamos acercando a los precios extremos, ejecutando persistentes intervenciones oportunas y asegurando al mercado que su objetivo es evitar tipos de cambio desalineados de su sostenibilidad’.

A la luz de los resultados que expone, ¿a qué se debió el entusiasmo que generaron estas políticas?
Hay modas de la vestimenta y, también, modas en economía. Hay una que empezó, primero en el mundo académico de los Estados Unidos, de idealizar la liberalización extrema de los mercados, de que las regulaciones en general son negativas e impiden la iniciativa privada, la cual hay que dejar totalmente libre, porque ella es la que crea el bienestar en las sociedades. Eso llega a Chile con la dictadura, conquistando primero a un miembro de la junta y después a Pinochet. Desde 1975 se impuso lo que yo llamo la revolución neoliberal, la cual postula que el mercado es el que sabe. Hubo también mucha publicidad por parte de los medios financieros internacionales, incluidos el Banco Mundial y el FMI, que celebraron esta liberalización sin considerar que los números que exhibía la economía chilena eran en realidad recuperación con mucha desigualdad, en vez de crecimiento sostenible.

¿Cuáles son las principales falencias de esta teoría económica?
Muchas. Por ejemplo, ignora la relevancia de las grandes diferencias de oportunidades de grandes y pequeñas empresas, de trabajadores con diferentes orígenes sociales y capacitaciones. Al ignorarlas, las políticas públicas profundizan las desigualdades y desaprovechan la potencialidad de las PYMEs y de la capacitación laboral, como fuente de crecimiento sostenible e incluyente. Para peor, con el auge de la liberalización financiera fueron tomando fuerza los agentes que viven en el ámbito más financiero de corto plazo, especulativo y menos los que viven en el mundo de la producción de bienes y servicios y en la innovación productiva. La consecuencia es que las llegadas de fondos financieros inflan la economía local, la bolsa, los créditos de consumo etc., y cuando se van la desinflan, recesionándola como en 1982 y varias veces en democracia desde 1999. Durante estos ajustes recesivos el trabajo sufre desempleo, habitualmente muy desigual entre capacitados y no capacitados, así como entre empresas pequeñas y grandes: se profundiza la desigualdad (los datos lo demuestran). A su vez, las ventas y utilidades se reducen y desalientan la inversión productiva (los datos lo comprueban). Esa inestabilidad recesiva, resultante de la liberalización extrema, genera desigualdad y deprime el crecimiento.

Los años de crecimiento

Como expone el economista, en su retorno a la democracia Chile adoptó políticas selectivas frente a la globalización, focalizadas en la regulación contracíclica de los flujos financieros y el tipo de cambio. En los 90 el país logró un crecimiento inédito, sostenido por una notoria expansión de la formación de capital, la innovación y el incremento de la capacidad productiva en un 7,1% anual. Este crecimiento se moderó luego a un promedio de 4,3% anual entre 1999 y 2007, decreciendo a un 2,9% en el período 2008-19. Pero los resultados obtenidos durante los primeros ocho años de transición, según Ffrench-Davis, ponen de relieve el imperativo de que las autoridades se comporten contracíclicamente, aplicando regulaciones para asegurar que los flujos de capital fortalezcan la inversión productiva y su volumen sea consistente con un entorno macroeconómico sostenible.

“El país creció de esta manera gracias a la sabia conducción del gobierno del Presidente Aylwin, la capacidad de ponerse de acuerdo con la oposición para remover algunas de la amarras impuestas por la Constitución de la dictadura, y la conducción económica bien afiatada en los años previos”, comenta. “Destaco la permanente coordinación entre Hacienda y el Banco Central hasta 1996, pues en un país en desarrollo no corresponde que cada uno decida sin considerar lo que hace el otro: el entorno macroeconómico es definido por las acciones de cada uno. Luego, hecha la coordinación permanente, cada uno ejecuta autónomamente su parte”.

Chile tiene una carga tributaria de 20% o 21%, y los otros en OCDE tienen 34% o los escandinavos 40% o 45%. Algunos para inflar la cifra nacional sostienen que el 10% de las cotizaciones previsionales es un impuesto y la suman al 20%. Ese no es un impuesto, es plata de la gente para su pensión en proporción a su nivel de ingreso.

A partir de 1999, expone en el libro, Chile decidió una apertura indiscriminada frente a la globalización en el campo financiero y cambiario. Esto se expresó en un abandono por parte del Consejo del Banco Central de las políticas macroeconómicas contracíclicas, que habían sido exitosas para el crecimiento y el empleo en la primera mitad de los 90, y en la exención de impuestos a las utilidades de los flujos financieros especulativos de corto plazo.

“Lo principal, a mi juicio”, escribe el economista en La pandemia neoliberal, “es que una política macroeconómica estabilizadora —por ejemplo, con intervención en el precio de dólar— no debe actuar solo en casos extremos, sino que debe procurar evitar que nos vayamos acercando a los precios extremos, ejecutando persistentes intervenciones oportunas y asegurando al mercado que su objetivo es evitar tipos de cambio desalineados de su sostenibilidad”.

¿Qué medidas considera urgentes para evitar esta volatilidad?
Estamos en una situación muy complicada en que el país no está con abundancia de dólares, por eso llegamos a los $1.050. Pero esa situación no la crearon los productores de salmones ni de cobre, esto se origina en el mundo de la superficie financiera. Por una parte, fue la incertidumbre vigente. Por otra, inversionistas financieros y la gente que compraba dólares para trasladarse al exterior. Yo creo que lo que ha hecho el Banco Central en esta emergencia es razonable. Luego de la emergencia, lo que debería hacer Chile es evitar una nueva inflada cuando pase la incertidumbre y luego, entonces, se repita otra desinflada de su economía, porque eso deprime el crecimiento, es regresivo y negativo para el empleo. Pero políticas en esa dirección se tienen que hacer después de salir de la emergencia.

¿Qué tanto han tenido que ver factores internos en la inflación que hoy sufre el país?
Al inicio, durante 2021, el exceso de liquidez provocado por parte del segundo retiro del 10% y el grueso del tercer retiro. Luego la universalidad del IFE, que era necesario para algunos millones golpeados por los ajustes recesivos, pero debió ser focalizado en ellos y no tan universalizado. Indudablemente, pasamos de una escasez de liquidez o gasto en 2020, a una pasada de largo de un exceso que provocó expectativas inflacionarias y un alza de precios de producción nacional enseguida reforzada por la inflación importada.

¿La reforma tributaria que propone el gobierno va en el sentido que usted recomienda?
Sí, hay muchas coincidencias con lo que propongo en el libro. La carga tributaria chilena es muchos puntos inferior a la de los países desarrollados. Chile tiene una carga tributaria de 20% o 21%, y los otros en OCDE tienen 34% o los escandinavos 40% o 45%. Algunos para inflar la cifra nacional sostienen que el 10% de las cotizaciones previsionales es un impuesto y la suman al 20%. Ese no es un impuesto, es plata de la gente para su pensión en proporción a su nivel de ingreso. Necesitamos que los impuestos sean progresivos. Y ese no es un impuesto, es un ahorro de largo plazo; lo que vaya del nuevo 6% a un fondo solidario sí sería equivalente a un impuesto y progresivo. Es razonable que nosotros nos movamos de una recaudación del 20 al 25%. Lo debimos haber hecho gradualmente hace 20 años.

Y a propósito de ‘yo quiero administrar mis platas’, ¿cuántos chilenos saben lo que hay que poner en el fondo a, b, c, d o e u otros eventuales receptores privados de las cotizaciones? Es una decisión para expertos financieros, públicos o privados. Es ingenuo que cada una de las personas pueda decidirlo bien informada. Eso es estimular el financierismo especulativo.

¿Debe subirse el monto de la cotización y también la edad de jubilación?
Sí, hay que hacer ambas cosas. La cotización antes de la reforma de Pinochet era del orden de 20 a 23%. La dictadura la rebajó a 10%. Esta reducción a un 10% era obvio que iba a dar pensiones reducidas. Cuando se implementó el sistema, los trabajadores podían escoger quedarse en la caja antigua, pagando la cotización mayor, pero hubo toda una campaña para que se trasladaran al nuevo sistema. Una publicidad tenía el eslogan de “No seas quedao”, comunicando que si te cambiabas tu sueldo crecería en un 10%. Fue de un populismo desatado. Necesitamos aumentar la cotización por lo menos en un 6%. A su vez, la gente vive entre cuatro y seis años más en promedio que lo que vivían en el año 85. Además, ahora la población estudia más años, por lo tanto, se acorta la vida laboral por los dos lados. Debiéramos haber ido ajustando gradualmente la edad de retiro, pero nadie se atreve a hacerlo.

¿Y está de acuerdo con el planteamiento del gobierno de que el 6% extra de cotización en la nueva reforma previsional vaya a un fondo solidario y no sea heredable?
El 10% seguiría siendo heredable. Respecto al 6%, que es legalmente pagado por el empleador, si va a un fondo solidario es en parte para aumentar las pensiones bajas. Esta podría ser “heredable” en la medida en que lo son las pensiones vitalicias para sus sobrevivientes legales. Dos comentarios específicos. Uno, como dije, al pasar a fondo solidario, se transforma en equivalente a un impuesto. Dos, es impresionante la desinformación a la gente que mayoritariamente parece declararse partidaria de “la plata para mí”. Si el fondo es solidario implica que más fondos van desde sectores de mayores ingresos a los de menores ingresos, mejorando la distribución del ingreso. Es evidente que va de minorías a mayorías; por lo tanto, beneficia a un mayor número de los cotizantes. Ese encuestado que responde equivocado no entiende la pregunta y muchos lo han desinformado con consultas confusas o tendenciosas. Y a propósito de “yo quiero administrar mis platas”, ¿cuántos chilenos saben lo que hay que poner en el fondo a, b, c, d o e u otros eventuales receptores privados de las cotizaciones? Es una decisión para expertos financieros, públicos o privados. Es ingenuo que cada una de las personas pueda decidirlo bien informada. Eso es estimular el financierismo especulativo. Estimulemos el productivismo y la innovación tecnológica y la capacitación laboral, en vez de pedirles a los chilenos que sean buenos especuladores.

 


La pandemia neoliberal, Ricardo Ffrench-Davis, Taurus, 2022, 276 páginas, $15.000.

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