Roberto Calasso: hacer libros en la era de la inconsistencia

No muy dado a las entrevistas, el brillante ensayista e influyente editor italiano que murió en julio pasado, accedió a tener una conversación de dos horas cuando Adelphi, la editorial que dirigía, cumplió 50 años. Aquí habla de los prejuicios que enfrentó al comienzo, de lo importante que fue publicar a Joseph Roth y la enorme pertinencia que aún hoy tiene la literatura centroeuropea que surgió en las tres primeras décadas del siglo XX. “Es allí —dice Calasso— donde se han reunido algunos descubrimientos centrales en los que aún vivimos, en todos los campos, desde la literatura a la ciencia, del psicoanálisis al arte. Y no creo que hayamos ido mucho más adelante desde entonces”.

por Antonio Gnoli I 11 Noviembre 2021

Compartir:

Voy a visitar a Roberto Calasso en Milán después de leer La marca del editor: una recopilación de ensayos que contiene algunos análisis sutiles y más de algunos recuerdos personales. Es un libro que llama la atención por la fuerza con la que descompone el mundo edito­rial desde dentro. Dando vida a una historia paralela, única. La “marca” es una huella muy personal, pero también se refiere a la marca registrada. Y la marca Adelphi está a punto de cumplir los 50 años. Después de unas dos horas de conversación en su estudio de la editorial, Roberto Calasso se vuelve hacia la pared de libros detrás de él y saca un volumen. Lo hace con cierta sorpresa, exclamando un “¡pero mira dónde estaba!”. En la portada, un dibujo de Kokoschka retrata a Adolf Loos. “Es una biografía que escribió Claire Loos, con la intención de recaudar dinero para la tumba de su esposo. Un libro delicioso, lleno de fotografías y pequeños datos. Josephine Baker decía que Adolf Loos era el mejor bailarín de charleston de todo París”. Sublimes anécdotas que surgen de un gesto casual como aquel de, sin quererlo, volver a encontrar un libro que se cree perdido.

 

¿Cuándo nació la editorial?
Puedo decir el día preciso en que Bazlen me habló de ella por primera vez, porque era mi vigésimo primer cumpleaños, mayo de 1962. Estábamos en la villa de Ernst Bernhard, en el lago de Bracciano. El nombre Adelphi aún no existía. Bazlen me dijo que estaba a punto de nacer la casa editorial donde podríamos ver publicados los libros más importantes para nosotros. E inmediatamente me dio algo para leer.

 

¿Cuáles eran los libros que tenía en mente Bazlen?
Cuando hablaba de los libros que más le importaban, Bazlen los llamaba los libros únicos.

 

¿Únicos en qué sentido?
Escritos por quienes, por una razón u otra, habían atravesado una experiencia única, la cual había que­dado depositada en un libro. El ejemplo más elocuente en este sentido era la novela de Alfred Kubin, La otra parte. Un libro que nació de un delirio que duró unos meses. Kubin no había escrito nada si­milar antes ni volverá a escribirlo después. La novela apareció en 1965 e inauguró, junto con Padre e hijo, de Edmund Gosse, y Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Potocki, la “Biblioteca Adelphi”.

 

Desde entonces hasta ahora, la colección ha publicado más de 600 títulos. Y únicamente al volver a recorrerla mentalmente se nota una cierta desconexión.
En un primer momento hubo algún desconcierto. Algunos no entendieron lo que unía un texto tibetano, un libro popular de etología, un tratado sobre el teatro No, un libro victoriano de memorias familiares. Eran libros como meteoritos. Luego, con el tiempo, la situación cambió. Hoy en día las conexiones y las tensiones perceptibles entre los títulos de la Biblioteca son más densas y fuertes que en cualquier otra colección editorial. Esto fue entendido por muchos lectores, que sabían que encontrarían muchas sorpresas atractivas y afines aquí. Así, la conexión se convirtió en una fortaleza.

 

Precisemos algunos detalles. En los primeros años, Adelphi hizo buenos libros, pero prevalece la sensación de un refinamiento como un fin en sí mismo: un pequeño club para unos pocos elegidos. Luego, a mediados de los años 70, se produce el giro. De improviso, se encienden los reflectores sobre un autor que había comenzado a publicar: Joseph Roth.
No sé qué podría querer decir “refinamiento como un fin en sí mismo”, y ciertamente se trata de una categoría que solo los más tontos podrían haberle aplicado a Artaud, Milarepa o San Ignacio. Es cierto, sin embargo, que alrededor de Joseph Roth, pero también de Hofmannsthal, Kraus, Schnitzler, se cristalizó una pasión en los lectores: descubrieron una palabra mágica, Mitteleuropa, y en particular la Viena de los primeros 30 años del siglo XX. Con buenas razones: es allí donde se han reunido algunos descubrimientos centrales en los que aún vivimos, en todos los campos, desde la literatura a la ciencia, del psicoanálisis al arte. Y no creo que hayamos ido mucho más adelante desde entonces.

 

¿Pero por qué Roth (y estoy pensando en Fuga sin fin) se convirtió en uno de los puntos de referencia para los jóvenes de ese momento?
Porque gracias a él des­cubrieron, límpidamente trazado sobre la página, el caos, la subversión, la agitación mental, que es el estado crónico en el que se encuentra el mundo desde entonces.

 

En La marca del editor define el siglo XX como el siglo de la edición. ¿Por qué?
Ciertamente ha sido un siglo de grandes edito­riales, mucho más que el siglo XIX. Entre finales del siglo XIX y los años treinta del XX, figuras como Kurt Wolff, Gaston Gallimard, Alfred Vallette, Ernst Rowohlt, Allen Lane, James Laughlin, Samuel Fischer han inventado nuevos perfiles para la edición en general. Con ellos comienza, muchas veces en un círculo estrecho de amigos, un gusto, una forma de entender y juzgar que antes no existía.

 

Más que los e-books y la autoedición, que son sobre todo el objeto de tediosísimas mesas redondas, mi queja es que ciertos libros tienden a desaparecer de las librerías si no tienen ventas constantes, simplemente porque el librero no tiene el espacio para exhibirlos.

 

Son figuras que a menudo oscilan entre el azar, el riesgo y la seducción.
Es un oficio peligroso, donde es muy fácil perder dinero. Pero donde también uno puede divertirse mucho.

 

Entre las figuras del primer plano de la edición del siglo XX ha incluido a Giulio Einaudi.
Ha sido uno de los grandes editores europeos y tam­bién aquel con quien nos encontramos en evidente contraste. Una situación que ha hecho mucho bien a ambas partes. Y es particularmente triste constatar que hoy no queda casi nada con lo que contrastar.

 

¿En qué fue grande?
En comprender la situación particularmente favorable que explotó después de 1945, con la Italia liberal y de izquierda, oscilando entre Croce y Amendola. Einaudi logró un brillante juego de manos: proteger al Partido Comunista Italiano y, mientras tanto, ser protegido por el partido. Einaudi fue la forma más elevada del sovietismo europeo. Adelphi, en cambio, nunca ha tenido nada que ver con el sovietismo.

 

La edición de Nietzsche también los dividió.
No hubo ninguna disputa. Einaudi había entendido que publicar cualquier cosa de Nietzsche era una buena idea. Pero debió, digamos que por “razones de Estado”, volver sobre sus pasos. Le quedó claro que la edición crítica de Nietzsche deseada por Colli y Montinari habría cambiado radicalmente su casa editorial. Mientras que Luciano Foà comprendió de inmediato que la edición de Nietzsche se convertiría en el eje de Adelphi.

 

Si el siglo XX fue el gran siglo del libro en papel, es probable que el nuestro represente su tumba. ¿Cómo interpreta lo que está sucediendo?
Todavía existen editores inteligentes que hacen libros lo mejor que pueden. Por supuesto, el clima intelec­tual no me parece memorable. Da miedo comparar lo que sucedió en los años 1900-1913 con lo que ha sucedido entre el 2000 y el 2013.

 

Sin embargo, existe la misma impetuosa radicalidad con la que se presentaba entonces lo nuevo.
Lo que se nota es la condición macroscópica de los hechos que ocurren y una manifiesta incapacidad para procesarlos y absorberlos. Imponentes e intru­sivos, estos hechos hasta ahora no han encontrado contrapartida sobre las páginas. En la década de 1940, Auden hablaba de la era de la ansiedad. Hoy hablaría de la era de la inconsistencia. Este es el carácter do­minante, en todas partes, a nuestro alrededor. Y en Italia con particular evidencia. Sin embargo, si hoy uno es editor y uno quiere continuar, ciertamente no faltan cosas —incluso cosas enormes— que publicar. Pero hay que ejercitar el ojo.

 

¿Hay algo que le preocupe en la situación actual?
Más que los e-books y la autoedición, que son sobre todo el objeto de tediosísimas mesas redondas, mi queja es que ciertos libros tienden a desaparecer de las librerías si no tienen ventas constantes, sim­plemente porque el librero no tiene el espacio para exhibirlos. Así, es muy probable que un muchacho de 18 años nunca haya visto una copia de algunos libros magníficos que tienen el defecto de haber sido publicados 20 años antes. Y tal vez sean los libros que más necesitaría.

 

¿Puede darnos algunos ejemplos entre los libros de Adelphi?
Estábamos hablando de Viena y creo que poca gente conoce a Alfred Polgar y sus Pequeños cuentos sin moraleja. Quizá nadie pertenecía tan íntimamente a la fisiología de esa ciudad, a su ritmo, a su respiración. Pero los libros que pondría entre los 10 indispensables para cualquiera también pueden ser poco visibles, como el Zhuang-zi, uno de los tres grandes clásicos taoístas. Es más útil leer el Zhuang-zi que afanarse sobre los manuales de filosofía. Sin embargo, los géneros adelphianos son variados. No creo, por ejemplo, que muchos niños de hoy conozcan aquella maravillosa novela de Edward Dahlberg que se llama Porque yo era carne. Dahlberg es el único estadounidense del siglo pasado que ha introducido en su prosa el encanto de los grandes clásicos griegos y latinos, redescubierto como por un bárbaro. Y luego también recomendaría las apasionantes memorias de la reina del burlesque, Gypsy Rose Lee, un libro que hasta ahora se ha mantenido dentro de un pequeño círculo (¿quizá el usual club de “refinados”?), o un relato como Sin mañana, de Vivant Denon, provocado por una apuesta: cómo escribir una historia altamente erótica sin usar palabras indecentes. Apuesta ganada.

 

 

Entrevista publicada en La Repubblica. Se traduce con autorización de su autor. Traducción: Patricio Tapia

 

La actualidad innombrable, Roberto Calasso, Editorial Anagrama, 2018, 176 páginas, $19.000.

La marca del editor, Roberto Calasso, Editorial Anagrama, 2014, 174 páginas, $20.400.

Relacionados

Lecturas vitales

por Marcela Fuentealba

Todas esas muertes

por Álvaro Bisama