Un jardín de senderos

Mario Levrero exploró una literatura digresiva, de antihéroes que por encargo de alguien caen distraídamente en un mundo folletinesco, policíaco, psicoanalítico o parapsicológico. Random House ha apostado en los últimos años a la reedición de varias de sus obras. En buena hora.

por Lorena Amaro I 1 Octubre 2016

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En la última década se ha valorizado bastante –y con razón– la obra del escritor Mario Levrero (1940 – 2004). De una generación inmediatamente posterior a la del boom y sin duda uno de los “raros” uruguayos de los que hablara Ángel Rama, Levrero exploró una literatura digresiva, de antihéroes que caen distraídamente en un mundo folletinesco, policíaco, psicoanalítico o parapsicológico, cualquier barrio alternativo de la ficción en que este escritor dispuso todas sus armas de narrador meticuloso, alcanzando una verdadera cima literaria con La novela luminosa, especie de diario publicado póstumamente, en que un escritor encerrado en su casa, fóbico, neurasténico, hace todo menos escribir la obra por la que se le está pagando una beca. Random House ha apostado en los últimos años a la reedición de varias de sus obras. En buena hora.

Fauna y Desplazamientos fueron publicadas por primera vez en 1987, y escritas en 1979 y 1982-84, respectivamente. Se trata de dos novelas breves que dan cuenta, en gran medida, de los mundos explorados por Levrero. La primera de ellas nos recuerda a Nick Carter, héroe en realidad inventado a fines del siglo XIX por John Coryell, pero a quien Levrero transfiguró con ironía y destreza en un antihéroe contemporáneo. En Fauna nos encontramos también con varios elementos del tradicional guión policíaco: la rubia fatal, el encargo que resulta ser un distractor, el antihéroe deprimido y/o fracasado. La estructura brilla por el humor negro de Levrero, por sus digresiones y capacidad para insinuar ciertas rasgaduras del mundo habitual, rasgaduras fantásticas que sin abandonar el humor cautivan o seducen hasta al más pedante.

En Fauna, una bella psicóloga aparece de la nada para pedirle al narrador, periodista, escritor a medias y autor de una serie de reportajes sobre parapsicología, que salve a su hermana Flora del influjo de un estafador que se hace llamar Monsieur Victor. La rubia no dice su nombre y el narrador la bautiza Fauna.

fauna

Las mujeres de Levrero siempre son estereotipadas; en principio molesta, pero el recurso, repetido mil veces, puede pasar por otra ironía más: con estas protagonistas se podría hacer una historia del machismo literario occidental. Evidentemente la dupla Flora y Fauna pone a las dos mujeres de este relato, por momentos aparentemente una sola (la trama del doppelgänger está muy presente) en un lugar no humano. El narrador las rebaja y, como manda toda misoginia que se precie, al mismo tiempo las convierte en ideales por alcanzar. Se trata de mujeres kafkianas y siniestras de las cuales se desconoce su verdadero propósito. Frente a ellas, el protagonista solo puede anhelar, delirar o dar palos de ciego.

La triste colección femenina continúa con las dos hermanas de Desplazamientos, historia en la que se puede apreciar realmente la capacidad de Levrero para desarrollar una atmósfera ominosa y onírica. En el centro de esta historia hay un caserón de infancia que con los años se ha ido convirtiendo en pensión barata y disparatada, con añadidos, patios infinitos, cuartitos secretos y sobre todo pisos húmedos, como si todo el mundo contenido en la casa se estuviera hundiendo o se doblara al roce húmedo del inconsciente. El narrador es hijo del antiguo dueño de la casa, un tipo despreciable cuya sombra lo acecha a lo largo del relato. En él brilla la presencia de Nadia, homónima de la protagonista surrealista de Breton, que como ella parece conectar al protagonista con el erotismo, el sueño y quizás algo parecido a la trascendencia. Su hermana, Blanca, es menos agraciada, pero más íntima y alcanzable.

Lo que atrae en esta historia no es, desde luego, esta dupla que caracteriza una serie de estereotipos femeninos, sino la manera laberíntica que dispone Levrero para andar los caminos de su ficción. La historia no sigue un solo curso. Vuelve sobre sí misma, plantea diferentes posibilidades, está llena de recovecos, como la propia casa en que de noche fermentan las historias de los personajes. En algunas el narrador es un crápula; en otras, un hombre en busca de posible redención. Algunos episodios son violentos; otros se resuelven racionalmente, casi en silencio, con olor a santidad. El protagonista cambia, según sea el curso (o dislate) descrito en cada caso. Un prodigio de escritura, este jardín de senderos que se bifurcan y en que los estereotipos folletinescos son pincelados con maestría. Aun así, la nouvelle no revela más que un breve recorte de la magistral capacidad imaginativa y narrativa de Mario Levrero.

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