Un viaje interminable

Las tierras arrasadas, el último libro de Emiliano Monge, permite realmente pensar la violencia mexicana sin reducirla a una lucha entre buenos y malos, entre policías y narcos. Lejos del realismo documental y con guiños a La divina comedia, esta ambiciosa novela plantea una pregunta de fondo: ¿se pueden buscar otras formas expresivas que no sean las mismas ocupadas por los propios agentes de la crueldad?

por Lorena Amaro I 18 Enero 2017

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Las tierras arrasadas es una novela que no se puede pensar sin entender lo que está ocurriendo en las fronteras mexicana y sobre todo, la disputa que por la palabra se libra hoy en la literatura y los medios de comunicación de ese país. Si algo sobresale en el planteamiento de Emiliano Monge (1978) es el trabajo estético que desrealiza la historia de un grupo de migrantes centroamericanos atrapados en las redes de tráfico humano, para provocar un colapso crítico intenso, una reflexión más honda en sus lectores. Monge ficciona una historia sustentada en el testimonio; para ello descontextualiza y recontextualiza un amplio coro de voces, friccionando así, y por ello complejizando, lo que fácilmente podría haberse resuelto en una narrativa testimonial naturalista.

Monge ha publicado anteriormente los cuentos Arrastrar esa sombra y las novelas Morirse de memoria y El cielo árido. Ninguno de estos textos es sencillo. La búsqueda del escritor radica en trastornar la lengua para ofrecer allí, en esa desarticulación que por momentos evoca la oralidad, pero la excede por su tejido culto, una lengua inexistente, propicia para la crítica de lo intolerable. Así permite realmente pensar la violencia mexicana sin reducirla a una lucha entre buenos y malos, entre policías y narcos. En su tramado involucra a distintos agentes del mal: desde el cura Nicho, quien regenta un hospicio para menores que en realidad es una fábrica de esclavos sicarios, hasta dos muchachos criados en la selva que fungen como pasadores de la mercancía humana, los migrantes centroamericanos que son entregados para el tráfico en la frontera sur de México.

En la contratapa de Las tierras arrasadas leemos que se trata de una road novel; sin embargo, el movimiento parece congelado en el difícil y lento avance de las camionetas cargadas de seres humanos. Es posible imaginar este viaje a ninguna parte desde la perspectiva de los caídos, como una tortura lenta y salvaje. Estos dos tiempos se combinan con maestría, como ocurre con los distintos cambios de foco y escenario, fluidos, rápidos, bien asestados, de montaje cinematográfico.

Yuri Herrera, otro autor de la generación de Monge, se ha referido explícitamente en sus ensayos a la disputa por el lenguaje en México: ¿deben los medios de comunicación reproducir miméticamente el habla de la violencia? ¿Se pueden buscar otras formas expresivas que no sean las mismas ocupadas por los propios agentes de la crueldad? Herrera ha respondido a estas preguntas con un lenguaje barroco y la incorporación de un sustrato mítico, que evita la mímesis burda y busca dar sentido o significado al holocausto contemporáneo desde otras matrices. Algo similar ocurre con la narrativa de Monge. La crueldad no aparece como algo atemporal, pero sí como una experiencia que se anuda a la vida con hilos de infinitos colores. A la monstruosidad real de la masacre se superponen teratologías legendarias y universales y diversos intertextos literarios. Monge decide dar a sus personajes nombres que parecieran conmemorar la ya conocida cultura de la muerte en México: Epitafio, Estela, Sepelio, Nicho, Mausoleo. Ellos se mueven en sus camiones y camionetas entre “El Paraíso”, como se llama al hospicio del padre Nicho, y “El Infierno”, donde unos hermanos ancianos prenden fuego a los cadáveres. Como plantea el propio autor en una nota, el intertexto de La divina comedia está siempre presente, no solo porque intercala en cursivas textos del Dante, alusivos a los condenados a los círculos infernales, sino también por la trágica historia de amor de Estela y Epitafio, asesinos despiadados que son, a su vez, sobrevivientes de la violencia. Monge logra hacer de ellos monstruos y amantes, sin por ello permitirse toda la compasión que Dante sintiera por Paolo y Francesca, pero sí revelando las muchas facetas de una humanidad empobrecida.

Al intertexto culto de la Comedia dantesca se suman los testimonios, también en cursivas, de migrantes sobrevivientes de este holocausto de la frontera, quienes fueran despojados, como remarca el libro de Monge, de su nombre, su alma y su sombra. Un último recurso textual y lingüístico es la utilización de un habla distorsionada, no solo en los diálogos de los personajes sino en el propio relato de un narrador omnisciente. Son muchas las frases alteradas por el hipérbaton, que si bien siempre está presente en el habla cotidiana, aquí se exacerba y combina con expresiones cultas, poéticas y literarias: “¿Por qué nunca logro yo decirte lo que antes de llamarte siempre pienso que ahora sí voy a contarte?, implora Laqueadora a Epitafio, cambiando un par de marchas y acelerando, sin saberlo, la velocidad de su cabeza y del instante en que se encuentran ella, sus muchachos y los hombres y mujeres que llegaron de otras patrias”.

La aceleración de Estela, provocada por la cocaína, contrasta con la lentitud de los acontecimientos. En la contratapa de Las tierras arrasadas leemos que se trata de una road novel; sin embargo, el movimiento parece congelado en el difícil y lento avance de las camionetas cargadas de seres humanos. Es posible imaginar este viaje a ninguna parte desde la perspectiva de los caídos, como una tortura lenta y salvaje. Estos dos tiempos se combinan con maestría, como ocurre con los distintos cambios de foco y escenario, fluidos, rápidos, bien asestados, de montaje cinematográfico.

Las tierras arrasadas fue reconocida con el Premio Elena Poniatowska de la Ciudad de México. No es de extrañar que aún reciba otros, porque se trata de una novela ambiciosa como ya difícilmente las hay, escrita con coraje y sensibilidad, para que podamos observar con nueva inteligencia la hecatombe de las fronteras globales.

las tierras arrasadas

Las tierras arrasadas, Literatura Random House, 2016, 342 páginas, $15.000.

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