Defensa del artesano

por Lorena Amaro

por Lorena Amaro I 8 Octubre 2016

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Antipop es una novela convincente y fina, cuyas reflexiones van más allá de la propia escena musical, para decir algo sobre la naturaleza del arte y de la crítica, de la artesanía y el oficio.

por lorena amaro

Sin filtros. Así graba Claudio Eicke, ingeniero en sonido, la voz de Humberto Cifuentes, “El Vecino de Arriba”, músico famosillo que ha hecho sus primeras incursiones como neocantautor para luego derivar en el pop, en un trayecto de artista masivo posero y sin mucho que decir. Para Claudio, este personaje al que acepta grabar a cambio de una buena suma, es lo opuesto a todo lo que defiende en la música.

Este es el punto de partida de Antipop, la última novela del escritor antofagastino Patricio Jara, novelista y autor de crónicas como la recientemente publicada Read in Blood 1986-2016: 30 años del clásico de Slayer, en que como en otras oportunidades aborda la escena rockera con solvencia. Es también el caso de esta historia convincente y fina, cuyas reflexiones van más allá del campo musical, para decir algo sobre la naturaleza del arte y de la crítica, de la artesanía y del oficio.

El libro consta de ocho “pistas” o partes, que van combinando diversos momentos y temas del libro. Varias tienen relación con el encuentro entre Claudio y Humberto, y conforman una línea central en el libro. En esos capítulos leemos cómo Claudio dejó la carrera de ingeniería eléctrica y se convirtió, tras la venta de un departamento heredado de su padre, en dueño de un estudio de grabación analógico, que como tal proyecta en sus discos un aura diferente, imperfecta pero única, a la del sonido plano y maquillado del estudio digital. ¿Cuál fue su manera de comenzar y cómo en distintos momentos de esta carrera tuvo necesariamente que pasar hambre de verdad? A este tema se acoplan otros, como el fugaz e intenso compañerismo con una amiga rockera, Kathy Death, o una breve digresión por los tiempos del colegio, cuando un profesor le dice a Eicke que su apellido fue también el del creador de los campos de concentración alemanes. Sin duda, este último episodio parece desengancharse de la novela, sugiriendo un posible sendero narrativo: sin duda hay allí una trama para un posible relato de filiación, por el que Jara no se ha decidido y que se acerca más a los temas abordados en su novela anterior, Geografía de un planeta desierto.

antipop

Lejos del misterio familiar, la novela cautiva más bien por las reflexiones precisas que emanan de la visión outsider de su protagonista: “El underground no significa donde estás, sino donde quieres estar”, dice el epígrafe tomado de Gylve Nagell, fundador de la banda Darkthrone. Esa mirada, que solo subraya la diferencia encarnada por un rockero chileno rubio y de provincia, dice mucho sobre el propio campo literario en que se inscriben los libros de Jara, un campo en que la crítica deja mucho que desear: “No sé cómo nace un crítico. No sé en qué momento se siente autorizado a opinar por escrito del trabajo de los demás. Puede hacerlo, claro. Es la libertad. La misma que te hace escribir y juzgar permite que alguien se lance de cabeza desde la azotea de un edificio de veinte pisos (…) ¿Cuántas veces debes escuchar un CD para sacar conclusiones más o menos inteligentes y tener algo sensato que decir? ¿Y si después cambias de opinión? ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes decirlo? ¿Debes?”.

Eicke observa con rabia y con pena cómo se construyen las carreras musicales de muchos que no valen nada, y cómo se ven truncadas las de los talentosos, en un mundo de consumo masivo en que productores, representantes y medios pueden erigir y destruir a un artista. Sus preferencias son opciones éticas, existenciales: “Prefiero a los tipos que entienden la música como un medio para decir cosas, como un refugio o más bien una pared donde estrellarse cuando no queda más remedio”.

La novela no cae, sin embargo, en el didactismo moralizante: Eicke es un personaje de frontera, a quien la fama ha venido a zumbarle en el oído pero que procura mantener sus ideas claras. Respeta sobre todo la voz de la experiencia, aportada por una serie de personajes que trabajan en los márgenes de la industria discográfica, como Don José, dueño de un servicio técnico que lo ayuda a reparar unos micrófonos de otra era. Es a él y otros viejos, artesanos del rock, a quienes acude y escucha Eicke, lejos de las parafernalias y aspavientos juveniles: “Don José me dijo algo similar a lo que le oí decir a Bob Katz sobre su trabajo en la música: que llevaba casi sesenta años de su vida cometiendo y corrigiendo sus errores, y que al final todo se reducía a eso, a tratar de no equivocarse demasiado en lo que uno se propusiera”. No es difícil extrapolar estos consejos al propio quehacer literario de Jara, cuya prosa es precisa y sin adornos, sin estridencias, como lo es su propia figura de escritor que se ha hecho al lado de las dinámicas sociales del campo literario chileno, para concentrarse en su prolífica escritura.

Las novelas y crónicas que lleva en el cuerpo el propio Patricio Jara se perciben en uno de los pasajes de Antipop. No hace falta que el lector sepa de rock o de sonido, de parlantes o mesas de mezclas, para disfrutar los hallazgos que hace el protagonista en el taller de un jubilado, verdadero gabinete de curiosidades en que cada objeto –unos micrófonos, unas cintas y otros aparatos de grabación– adquiere, por medio del dosificado relato de Jara, la categoría de tesoro. Uno de los pasajes narrativos mejor pensados y más emocionantes que se han publicado este año.

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