Perros de paja, como toda la horrible ecología de derecha para la cual la humanidad es solamente una excrecencia, está atravesado por una especie de equivalente intelectual del genocidio. El de John Gray es un libro peligroso y desesperanzador, que piensa que los humanos o bien son totalmente distintos de las bacterias (el pecado del humanismo) o bien son apenas del todo diferentes.
por Terry Eagleton I 12 Febrero 2025
La visión política de John Gray se ha ido oscureciendo de manera constante. Alguna vez un audaz defensor del libre mercado, en sus últimos estudios ha llegado a estar cada vez más abatido por el estado del mundo. Con este irritable y poco balanceado Perros de paja, emerge como un nihilista apocalíptico de la más pura estirpe. Ha pasado del entusiasmo thatcherista a la virulenta misantropía.
No es que el nihilismo sea un término que él suscribiría. Su libro es tan despiadada y monótonamente negativo, que incluso el nihilismo implica demasiada esperanza. Para Gray, el nihilismo sugiere que el mundo necesita ser redimido de la falta de sentido, una afirmación que él considera carente de sentido. En cambio, debemos aceptar simplemente que el progreso es un mito; la libertad, una fantasía; la individualidad, un engaño; la moralidad, una especie de enfermedad; la justicia, una mera cuestión de costumbre, y la ilusión, nuestra condición natural. La tecnología no se puede controlar y los seres humanos están completamente indefensos. Las tiranías políticas serán la norma para el futuro, si es que tenemos algún futuro. No es esta la mejor motivación para levantarse de la cama.
Como toda visión de túnel, el estrambótico pesimismo de Gray es lúgubremente divertido. Como en el caso de su gran mentor Arthur Schopenhauer, el filósofo más sombrío que jamás haya vivido, se necesita un grado de perversidad heroica para pasar por alto todo destello aparente de valor humano. Perros de paja se basa en una idea aguda y crucial: el hecho de que, si los hombres y las mujeres realmente se comportaran como animales salvajes, su existencia sería mucho menos sangrienta y precaria de lo que es. De hecho, se podría ir más allá y afirmar que la ética es un asunto animal, una cuestión de nuestros cuerpos de carne y compasivos, no de alguna elevada ley moral. Al creerse infinitamente superior a sus compañeros en la creación, la humanidad se excede y corre el riesgo de reducirse a la nada. Lo que los antiguos griegos conocían como hibris está tomando forma en este momento para mutilar al pueblo de Irak.
Lo que ocurre es que Gray no puede resistirse a mezclar estas verdades vitales con medias verdades, falsedades evidentes, hipérboles escabrosas, quejas dispépticas de mediana edad y el tipo de retórica temeraria y unilateral que él seguramente calificaría mal en el ensayo de un estudiante. Desprecia el posmodernismo, pero comparte una cantidad notable de sus creencias. Afirma que la moralidad es una ficción, pero logra muy bien denunciar moralmente todo, desde Sócrates hasta la ciencia. Al enfatizar correctamente las afinidades entre los humanos y otros animales, pasa por alto furtivamente algunas diferencias clave. Una criatura como Gray puede estallar en contra el genocidio, pero aún no hemos conocido a la jirafa que pueda hacer eso.
Pero Gray está en lo correcto al ver que son los humanos los que cometen genocidio, no las jirafas. Es solamente que no se da cuenta de que las capacidades que nos permiten aniquilarnos unos a otros están estrechamente vinculadas a las que nos permiten morir unos por otros, contar buenos chistes y componer sinfonías que superan en algo la capacidad de un caracol. La caída del Edén fue una caída hacia arriba, no hacia abajo: un giro creativo y catastrófico hacia arriba, hacia la cultura, la camaradería y los campos de concentración.
Esta es una condición trágica, pero no nihilista. Sin embargo, Gray no quiere oír hablar del valor humano, que echaría por tierra su argumento sensacionalista. Él quiere oír que los seres humanos son basura, una plaga y un veneno, una especie rapaz que “no vale la pena preservar”. Perros de paja, como toda la horrible ecología de derecha para la cual la humanidad es solamente una excrecencia, está atravesada por una especie de equivalente intelectual del genocidio. Es un libro peligroso y desesperanzador, que en una crasa polaridad piensa que los humanos o bien son totalmente distintos de las bacterias (el pecado del humanismo) o bien son apenas del todo diferentes.
Mezclando el nihilismo y la corriente New Age en igual medida, Gray se burla de la noción de progreso durante decenas de páginas, antes de admitir que hay algo que decir a favor de los anestésicos. El enemigo en su mira no es tanto un perro de paja como un hombre de paja: el tipo de racionalista soñador que murió con John Stuart Mill, pero que tiene que fingir que todavía gobierna el mundo.
El mundo es, en efecto, un lugar sombrío. Pero la excentricidad abrasadora de este libro polémico parece más un síntoma que una solución. Gray, el gurú sumido en la penumbra, es simplemente el partidario del libre mercado que ha pasado por tiempos difíciles. El determinismo férreo de este libro es la otra cara de la anterior historia de amor de su autor con la libertad. En su desesperación histriónica, Perros de paja es una versión actual del hombre unidimensional de Herbert Marcuse, y de igual forma unidimensional.
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Artículo aparecido originalmente en The Guardian. Se traduce con autorización de su autor. Traducción de Patricio Tapia.
Perros de paja, John Gray, traducción de Albino Santos Mosquera, Sexto Piso, 2023, 240 páginas, $25.700.