El título de Terremoto blanco, la ópera prima de Natacha Oyarzún Cartagena, alude al desastre climático que afectó a comunidades desde el Maule hasta Magallanes en 1995. Los relatos de este libro parecieran mostrar que ese desastre también se infiltró en la psiquis de los personajes. Están impregnados de un carácter frío, una brisa que cala los huesos y convierte a las mujeres en personas parcas, un tanto despersonalizadas, en la misma medida en que se sienten ajenas a sí mismas y al entorno.
por Celinda Tapia Solar I 11 Mayo 2023
“Muy pronto había aprendido a vivir esa dualidad vital de forma instintiva: la vida externa que se conforma y la interna que cuestiona”, escribe Kate Chopin en El despertar, el epígrafe de la ópera prima de Natacha Oyarzún Cartagena (Punta Arenas, 1993), quien antes editó Poeta en prosa. Extractos de entrevistas a María Luisa Bombal (2020) y fue coeditora de La ola viene de vuelta. Extractos de entrevistas a Gladys Marín (2022). Los diez cuentos de Terremoto blanco exhiben la frialdad, el silencio y la soledad patagónica. En esos pueblos pequeños, los roces comunitarios, el qué dirán y los comentarios de boca en boca son problemáticas a las que deben enfrentarse las protagonistas —nueve son mujeres— de estos relatos, personajes conformistas y cíclicos, que optan por la introspección en lugar del diálogo. El epígrafe, entonces, anuncia la importancia del mundo interior en este universo.
Marcado por la temperatura que irradian ese clima y ese paisaje, Terremoto blanco está impregnado de un carácter frío, una brisa que cala los huesos y convierte a las mujeres en personas parcas, un tanto despersonalizadas, en la misma medida en que se sienten ajenas a sí mismas y al entorno. La característica común de esos personajes es el silencio: no exhiben sus pensamientos y no hacen nada para cambiar sus vidas. Este es el primer paralelo que Oyarzún crea con el mar: el fluir, el dejarse llevar por la corriente que deja a las mujeres entregadas a su destino.
La prosa de Oyarzún roza el verso en sus reflexiones poéticas y ocupa el clima como espejo de la realidad de las protagonistas, en cada una de las cuales hay una frialdad interna que se ve exaltada por el mismo frío de la Patagonia que las envuelve y entra en sus casas, en sus familias, en sus relaciones y, por ende, también en la relación que llevan consigo mismas.
Aunque son cuentos sobre la vida cotidiana, historias mínimas —a lo González Vera—, el título del libro alude a un desastre climático que ocurrió en 1995 y afectó a comunidades desde el Maule hasta Magallanes. Los relatos de Terremoto blanco parecieran mostrar que ese desastre también se infiltró en la psiquis de los personajes, en esa lejanía que sienten respecto a sus vidas.
En el cuento homónimo, una clara muestra del estilo marcado de los demás relatos, se presenta el día del desastre climático y cómo la rutina de una casa se ve mínimamente interrumpida: el matrimonio interactúa como si fuesen desconocidos, y lo mismo ocurre en relación a sus hijos. Afuera está lo único diferente, y la mujer del relato pareciera desear esa diferencia, como una manera de dejar de lado su vida rutinaria e infeliz: “Tras unos segundos que dediqué a tomar aire, me trasladé a la cocina. Raúl había encendido la estufa, pero era imposible que combatiera el frío que se metía por las imperfecciones de la casa. De cualquier modo, ya nos habíamos acostumbrado a esa falsa ilusión de calor”.
Hay un ruido de fondo constante que resuena como las olas en lo poético de la prosa de Oyarzún, que nos hace intuir que el mar es el verdadero protagonista de la obra, porque los personajes —sobre todo las mujeres— son arrastrados por la corriente, y cuando quieren o intentan escapar de ella se encuentran rodeados por una nieve seca, un océano desierto, una luz invernal que no indica ninguna salida: “No siento mis zapatos, definitivamente los perdí en el agua, bajo la corriente que me heló el corazón y más tarde me empujó de vuelta”.
Terremoto blanco, Natacha Oyarzún Cartagena, Alquimia, 2022, 84 páginas, $10.000.