Martin Amis (1949-2023): estas fiestas ya no se dan, se reciben

La risa, la suspicacia y la fuerza satírica que atraviesan los libros de Martin Amis, hacen que de sus novelas, críticas y memorias pueda decirse lo que él mismo dijo sobre Philip Larkin, poeta que le fue muy cercano en términos familiares y literarios: “Desde luego, no se encontrará su obra en la sección de Desarrollo Personal de la librería del barrio”.

por Vicente Undurraga I 29 Mayo 2023

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Hace 20 años leía libros de Martin Amis como quien fuma tales cigarros o toma tal trago: con vicio. Había un sabor fuerte en su literatura, específico; probablemente fuera la marca de la alta ironía, casi siempre bien afinada, que lo hacía resaltar entre sus contemporáneos, McEwan, Barnes y compañía.

Novelista, ensayista y crítico audaz, de Amis recuerdo haber leído a carcajadas El libro de Rachel, con asombro la reversa narrativa en La flecha del tiempo y la elegancia en la construcción y el estilo inquieto de otras novelas de este heredero pícaro y pop de Nabokov y Bellow. También haber experimentado cierto desconcierto o lejanía al leer los ensayos de El segundo avión u otras novelas de ya entrado el siglo XXI. Pero entre unos y otros libros, se imponen los que guardo como sus tres títulos clave: la novela Dinero, la autobiografía Experiencia y los ensayos de La guerra contra el cliché, libro este último donde, establecida la convicción de que “no hay forma de distinguir lo excelente de lo que no lo es tanto”, hace una maciza defensa del arte de citar como única forma de que la crítica eluda los clichés y las vaguedades al justificar sus puntos de vista mostrando las cualidades o defectos del texto analizado.

Dinero es la carta de un suicida que no se suicida, el inolvidable John Self, adicto al sexo y la genitalidad desatada, un energúmeno malpensado, malhablado y malportado. Es el largo y vertiginoso monólogo de un hombrecito que se cree hombrón y que reconoce, en uno de esos momentos en que la novela se transforma en su propio espejo, que hay en su cabeza cuatro voces, con las que se teje este relato de delirios y obsesiones. La primera es, cómo no, la voz del dinero y su “ininteligible chapurreo que podríamos representar con los signos de la primera fila del teclado de una máquina de escribir: %½$!”; luego vienen las voces de la pornografía y del envejecimiento, y una cuarta, intrusa, que es la voz de la “tendenciosidad insoportable de la paranoia”. Dinero, porno, vejez y persecución, en efecto, marcan el paso en el veloz discurrir de este sátrapa que intenta página a página pasar por comedia lo que en el fondo es un drama espeso.

La ‘experiencia’ es entendida por Amis como aquello que, años mediante, viene en la vida a reemplazar, bajo la forma ‘de algo estrechamente ligado al infinito miedo’, a la inocencia y la soberbia juventud, reconfigurándolo todo, incluida la propia escritura.

No le falta incorrección a su sarcástica narrativa, pero también es probable que se hayan añejado algunas noticias que su obra traía. Releerlo, sin embargo, hojearlo incluso como lo hago ahora entre mil cosas días después de su muerte, es volver a sentir el viento fresco que en su momento implicó su irrupción. La risa, la suspicacia y la fuerza satírica que la atraviesa hacen que de su obra pueda decirse lo que, en ese otro libro notable que es Visitando a Mrs. Nabokov, él mismo dice sobre Philip Larkin, poeta que le fue muy cercano en términos familiares y literarios: “Desde luego, no se encontrará su obra en la sección de Desarrollo Personal de la librería del barrio”.

Larkin, Bellow, Updike, Ballard y contemporáneos como Salman Rushdie o su amigo Christopher Hitchens, son algunos de los nombres dentro de una constelación acotada pero resistente de autores a los que una y otra vez volvió en sus ensayos y crónicas, en sus entrevistas y en su notable autobiografía, Experiencia, publicada el 2000. También le gustaba escribir sobre política y pop, sobre Thatcher, Maradona y películas insufribles como Cuatro bodas y un funeral, y decía de todo, a veces cualquier cosa: “El Concerto para chelo de Bach se me reveló como una implacable transcripción de un dolor de muelas”.

A través de reflexiones, viejas cartas, fotos y notas al pie que funcionan como relatos complementarios, en Experiencia Amis repasa las derivas de su vida sin autocomplacencia, dejando caer inquietantes preguntas (“¿De qué sueño escapas con un mayor anhelo de cabal conciencia: de un sueño en el que eres asesinado o de un sueño en el que asesinas?”), contando las rugosas relaciones con su padre Kingsley, su obsesión por las etimologías, sus amores y amistades, su célebre calamidad dental y sus encuentros con Robert Graves, John Travolta y otras figuras notables. La “experiencia” es entendida por Amis como aquello que, años mediante, viene en la vida a reemplazar, bajo la forma “de algo estrechamente ligado al infinito miedo”, a la inocencia y la soberbia juventud, reconfigurándolo todo, incluida la propia escritura.

Se murió y se va un acento: un desenfado propio del siglo XX y algo impropio tal vez para el XXI, que en su debut en los años 80 fuera saludado por el crítico Anthony Thwaite con estas adecuadas palabras: “Ingenio desdeñoso, disparatada obscenidad, astucia literaria, petulancia, lujuria, ansiedad”. Petulancia y simpatía: quizás en ese raro cruce se levante parte de su distinción. Creo, en fin, que, parafraseando ahora El libro de Rachel, de las mejores páginas de Martin Amis podrá decirse que ya “esta clase de fiestas no se dan, se reciben”.

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