La elogiada autora de Mi año de descanso y relajación, Lapvona y Nostalgia de otro mundo, habla en esta entrevista de su primera novela, sobre un marinero alcohólico que amanece encadenado a su catre, acusado de homicidio, y que no recuerda nada de lo ocurrido en las horas previas. Incluso, puede que él mismo haya matado a su mejor amigo. En estas páginas cuenta de su trabajo como narradora y escritora de guiones, de su éxito fulminante, del alcoholismo que sufrió antes de escribir este libro y de la memoria, los recuerdos, los que se van y los que quedan justamente para reafirmarnos a nosotros mismos.
por Antonio Díaz Oliva I 6 Febrero 2025
Una década atrás (2014), una extraña novelita sobre marineros borrachos y asesinos se publicó en Estados Unidos. Se titulaba McGlue y su autora no era marinera ni asesina, aunque sí —como reconoce en esta entrevista— alguien con un pasado etílico y algo amnésico. Desde entonces Ottessa Moshfegh (Boston, 1981) se ha vuelto una escritora caracterizada por una prosa precisa y un humor raro para estos tiempos de agendas políticas y literaturas identitarias y comprometidas. Lo suyo se asemeja más a John Waters (especialmente su volumen de cuentos Nostalgia de otro mundo) o a la escritora Daphne du Maurier, que inspiró el nombre de uno de los personajes de la novela Mi nombre era Eileen. Y también se la puede vincular con nombres como Shirley Jackson y Flannery O’Connor, quienes de seguro se habrían muerto de la risa con novelas como Mi año de descanso y relajación (donde un personaje decide dormir por un año entero) o Lapvona, que puede leerse como un divertidísimo y macabro cuento de hadas vuelto del revés, en medio de una Edad Media mísera y brutal.
Lo que sigue es la primera entrevista que Moshfegh da a un medio en Chile, y una de las pocas que ha concedido, en el último tiempo, sobre alguno de sus libros. Tal vez ya que, como ella misma dice, Moshfegh ha seguido el mismo camino que muchos otros escritores estadounidenses; aquel que va desde el reconocimiento editorial y de lectores y de premios importantes y traducciones (“Posiblemente la autora estadounidense más interesante de su época”, dijo The New York Times), hasta llegar, caminando sobre la alfombra roja de la fama, a Hollywood. Para esta videollamada, la autora de Mi año de descanso y relajación, la novela que la consagró a escala global en 2018, se conecta desde California, donde vive hace cinco años con su esposo, el también escritor Luke Goebel, con quien escribe guiones. Porque, claro, Moshfegh escribe guiones de películas ajenas y de sus propias novelas, tal como Mi nombre era Eileen, que ella misma adaptó y que protagoniza Anne Hathaway, y que pasó sin pena ni gloria. Parte de esta conversación trata sobre la adaptación de McGlue, una novela de apenas 152 páginas, cargada con una prosa que la asemeja a otras literarias de marineros y masculinidades exacerbadas, tal como Moby Dick (1851) y Benito Cereno (1855), de Herman Melville.
La trama de esta novelita es sencilla: McGlue, su protagonista, es un marinero que se despierta encadenado a su catre y acusado de homicidio. Lo único que sabe, lo único que los lectores podemos avistar en medio de sus pensamientos y lenguajes esperpénticos, es que va en un asqueroso camarote de camino a su Salem natal. Y que cuando la nube etílica se despeja, sus compañeros le informan que su amigo Johnson ha sido asesinado. El único sospechoso es, claro, McGlue. “Quería beber y echarme a perder la cabeza, pero desde luego no se me había ocurrido triunfar en la vida. No era nada que hubiese pretendido saber cómo hacer”, se lamenta el protagonista.
Esta es la entrevista que la autora me prometió en un festival literario en Nashville, Tennessee, donde en un pasillo hablamos de las adaptaciones de Vladimir Nabokov (en especial, Risa en la oscuridad, por Tony Richardson). Eso fue en tiempos prepandémicos. Y algunas cosas han cambiado, como que McGlue ya haya sido adaptada a la pantalla, sin ser finalmente filmada, por lo menos un par de veces.
“La adaptación de McGlue —asegura— ha sido un proyecto muy largo, extraño y medio desvanecido, que ha tenido muchas iteraciones diferentes de existencia y con distinto potencial, y ahora estoy como… perdida, esperando. Pero eso sucede mucho en el cine, creo. Y es realmente agradable trabajar en dos medios diferentes, supongo. Es genial ver cómo el trabajo de escribir guiones está influyendo en mi escritura de novelas”.
Cuando pienso en los escritores estadounidenses y cómo estos se van metiendo de a poco en Hollywood, inevitablemente se viene a la memoria Fitzgerald, quien, por supuesto, no acabó bien… ¿No te preocupa que el cine y los guiones terminen por acaparar tu imaginación y tu parte de escritora de ficción?
Mira, cuando empecé a escribir guiones, hace unos siete u ocho años, no era ni el tipo de escritora ni guionista que soy ahora. Ha habido una enorme curva de aprendizaje. Y realmente he aprendido mucho colaborando con gente genial y creativa que trabaja en el cine. Mira, ya tengo 40 años y a veces siento que mi mayor terror es que voy a repetirme a mí misma por el resto de mi vida… y luego me voy a morir. ¡Ja! Tener que aprender algo nuevo es muy divertido. Y hablando de traducción, que no es muy distinto a una adaptación, esto es interesante: ¿Cómo se traduce algo, un algo que es un mundo y una historia y personajes que han estado viviendo en tu mente? Porque en un libro uno lee las palabras y de alguna manera eso se conjura en un espacio dentro de tu mente…, pero ¿cómo proyectas eso visualmente y en tu adaptación?
Volvamos a ese momento en que escribes McGlue, más de 10 años atrás. ¿Puedes recordar dos momentos o dos escenas de la escritura de McGlue?
Este libro no existiría si McGlue no me hubiera encontrado a mí. Y me encontró porque yo estaba abierta a algo. Estaba, no sé por qué, buscando obsesivamente en el archivo de publicaciones periódicas en línea de la biblioteca, mirando periódicos de Nueva Inglaterra de mediados de siglo. Y el lenguaje del periodismo impreso, en ese entonces en Estados Unidos, era divertidísimo. Los artículos y reportajes eran realmente ingeniosos y llenos de actitudes raras, y muy serios y cómicos al mismo tiempo. No sé, tal vez era algo específico de Nueva Inglaterra, porque somos gente muy sarcástica. Estaba hojeando un periódico de 1851 y me encuentro con este pequeño anuncio titulado “McGlue”, el cual básicamente era el resumen de la premisa de mi libro: “McGlue de Salem ha sido absuelto del asesinato del Sr. Johnson en el puerto de Zanzíbar, debido a que había estado loco, en el momento del crimen, porque estaba borracho y había sufrido una lesión en la cabeza al saltar de un tren en movimiento, varios meses antes”. Era como si fuera incuestionable que necesitaba hacerlo… era tan extraño leer eso. Esa fue realmente la inspiración.
Primero se te aparece McGlue, ¿y luego?
Mira, hoy ya no soy tan purista con mis métodos creativos. Hago lo que tenga que hacer para ir donde vaya el libro. Y sentí que mientras escribía McGlue… estaba como conjurando o canalizando una voz dentro de mí. Tal vez era su voz, tal vez la voz en mi cabeza era McGlue, no sé, lo que sí sé es que la música del proyecto estaba viniendo a través de mí y saliendo a la página de una manera muy específica. Y a veces era un poco insoportable. E incluso se sentía psíquicamente muy frustrante. Esto va a sonar muy loco, y no quiero arruinar la sorpresa para nadie que pueda leer esto, pero escribí la mayor parte del libro, como autor, sin entender por qué McGlue mató a Johnson. Realmente no lo entendía. McGlue es un personaje muy reprimido; la verdad de sí mismo, de sus deseos y miedos, están ocluidos por mucha negación. Por eso, mientras estaba en su, digamos, espacio mental, escribiendo la novela, hubo un momento en que ya me costaba ver hacia dónde iba la historia.
Muchas veces los mismos escritores son ciegos a su propia obra.
Exacto. Y lo que viene va a sonar también un poco loco…, pero en ese tiempo iba una vez al mes a esta maravillosa mujer que era como…, no quiero decir que era una sanadora psíquica, porque no es tanto una sanadora, pero era alguien que tenía la capacidad de tocarte y así captaba una imagen o momento de tu vida y la compartía contigo, y luego te ayudaba a superarla o procesarla. Fui a verla un día y le dije: “Me siento como si estuviera en un punto ciego, como si no supiera cómo terminar este libro”. Ella respondió: “A ver, ¿de qué trata tu libro?”. Y yo le contesté: “Se trata de un marinero”. Y ella me dijo: “Ah, por eso llevas esa chaqueta”. Y yo le dije: “¿De qué estás hablando?”. Y miré hacia abajo y llevaba una chaqueta de marinero, que ni siquiera había notado, como si la hubiera llevado puesta todo el invierno. Una azul marino con unos botones grandes. Y luego ella agrega algo como: “Veamos si McGlue va a hablarte a través de tu cuerpo, de alguna manera”. En ese entonces esta mujer no sabía nada sobre mi libro. Nunca se lo había comentado. Y me tocó las rodillas y dijo: “Oh”. Y después, sin rodeos: “Johnson lleva a cabo un acto, y ese acto es aterrador”. Yo le dije: “Por supuesto, ¿si no de qué otra manera podría suceder la trama?”.
¿Y qué hiciste justo después de llegar a tu casa?, ¿escribir?
Creo que simplemente me fui a casa y comencé a escribir, sí. De todos modos, McGlue es una novela muy desgarradora. También oscura y triste. Quiero decir, es triste y hasta emocionante, una combinación extraña, lo sé, pero hay mucho de eso en el libro.
Asimismo, es una novela muy masculina. Tiene un epígrafe del escritor Ralph Waldo Emerson que dice que “los jóvenes han nacido con cuchillos en el cerebro”. ¿Pensabas en la masculinidad cuando escribías esta novela?
Sabía que McGlue y Johnson eran hombres que tenían que vivir en un mundo donde chocaban las diferentes clases sociales: McGlue era de clase media baja de Nueva Inglaterra, Salem, Massachusetts, y nació en la década de 1820 o algo así; Johnson es muy rico, hijo de alguien que ha heredado riqueza a lo largo de generaciones y ha creado empresas. Pensé en el tipo de presión diferente que tenía cada uno, así como en qué tipo de masculinidad necesitaban mostrar para encajar y sobrevivir en un mundo como ese. También pensé mucho en sus cuerpos, en su belleza, en cómo se veían el uno al otro, por qué eran interesantes el uno para el otro, por qué se hicieron amigos.
También es un libro sobre el consumo de alcohol: McGlue parece estar siempre resacoso. ¿Estabas tomando alcohol mientras escribías o editabas o ninguna de las dos? Te lo pregunto porque en otras entrevistas has hablado sobre tu paso por rehabilitación a una temprana edad, de 20 y pocos.
Cuando estaba escribiendo ese libro… digamos que ya estaba embarcada en una rigurosa recuperación, ya alejada del alcoholismo. Eso fue hace mucho tiempo, y cada uno tiene su camino, ya sabes, puedo hablar de eso ahora. Cuando abracé la sobriedad (porque realmente la volví un estilo de vida) tenía como 20 años, y ese proceso me abrió la puerta a una especie de apreciación de una espiritualidad que nunca había considerado. Me interesé por la idea de que el alcohol es como la ingestión de un espíritu que te hace sentir mejor y peor al mismo tiempo. Y en cómo eso puede distorsionar tu mente, tu forma de pensar, tu imaginación y tu sentido de ti mismo. Eso era algo que estaba muy presente en mi mente cuando escribía McGlue.
Y se traspasó al personaje.
Se traspasó, aunque digamos que lo exacerbé. Me interesaban esas experiencias extáticas o experiencias más allá de la conciencia cotidiana para acceder a Dios o a un sentimiento espiritual. Ahí aparece esta idea de que McGlue está desesperado por la abstinencia, en la bodega del barco, sufriendo. Y mientras se va recuperando, y su mente va encontrando un equilibrio de nuevo, le aparece una claridad y entiende lo que hizo, y por qué es tan devastador. Esto es algo muy personal. Por lo general, cuando evito reconocer algo es porque justamente hay algo ahí, algo que es difícil de procesar… Bueno, puedo hablar sobre esto eternamente, pero no, no bebí nada durante la escritura de este libro y…
Recordar y olvidar son dos cosas que tus personajes tienen dificultades para hacer, ya sea en McGlue como en Mi año de descanso y relajación. Tus personajes quieren olvidar y luego quieren recordar, y a veces no quieren hacer ninguna de las dos cosas. ¿Por qué vuelves tan a menudo a esa dicotomía en tus libros?
Porque me interesa que la memoria sea como una narración interior, una narración de nosotros mismos. Es un mecanismo que uno usa para decirse: bueno, esta es la historia de algo que me grabé para mí mismo, y que la recuerdo y experimento de una manera inactiva. De ahí salen todas esas preguntas, como qué es realmente la verdad. Algo que mis personajes sufren. Ya sabes, dos personas pueden experimentar una conversación, la misma conversación, con una tercera persona, y luego darse vuelta y decirse entre ellos: “Esto es lo que hemos estado hablando”. Y resulta que es totalmente diferente.
Muchas veces tus personajes como que tienen una antiepifanía sobre eso: se dan cuenta de que la narrativa de la memoria no era fiel.
Es que es algo que sucede cuando estás en una relación íntima, y realmente puedes verte a ti mismo desde el otro lado, desde la perspectiva de la otra persona. Y entonces comienzas a tener esas discusiones en plan de que eso no es lo que dije, no, quiero decir que eso no es lo que quise decir, no, no te estaba frunciendo el ceño… Los humanos somos muy vulnerables a la percepción errónea de nuestra memoria. Porque necesitamos sobrevivir en este momento, en el presente. Si nuestros recuerdos son tan perturbadores, y algunos recuerdos son legítimamente perturbadores, siempre vamos a procesarlos de una manera que respalde la actitud y el sistema de creencias que tenemos hoy, ahora. Todo es cuestión de perspectiva. Tus recuerdos de cierta manera te definen.
Después de escribir McGlue, que se relaciona mucho con recordar y olvidar, ¿qué esperabas de la novela?
Tuve mucha suerte. Lo escribí y dejé el libro a un lado y, dos años después, una revista literaria experimental, que publicaba libros de poesía, anunció que iban a tener un premio para una obra en prosa. “Les enviaré McGlue”, me dije. El premio era la publicación del libro. Y creo que no podría haber encontrado una mejor manera de presentar este libro al mundo. Se llama Fence, la editorial. Y, en realidad, mi editora, Rebecca Wolfe, que es poeta y escritora, tenía la sensibilidad de una… poeta, o sea, de alguien que se compromete con la innovación en la escritura. Por eso sentí que McGlue estaba siendo tratado con cuidado, con el humor y la reverencia que yo quería que tuviera.
McGlue, Ottessa Moshfegh, traducción de Inmaculada C. Pérez Parra, Alfaguara, 2024, 152 páginas, $15.000.