Obama, un cable a tierra

Las memorias del expresidente estadounidense (Una tierra prometida) no entregan grandes impresiones acerca de las luchas políticas que debió enfrentar durante sus dos mandatos, ni tampoco de las personalidades internacionales con las que trató. Lo que hace grande a este libro es la percepción que Obama (sus análisis y reflexiones, su confianza intuitiva) tiene de las personas comunes y corrientes. ¿No es eso lo que se espera de un líder, la interpretación de los sueños y temores de la ciudadanía? De manera sutil, entonces, la lectura de esta autobiografía es una suerte de clase sobre la democracia y la responsabilidad que implica asumir la representación de otros.

por Patricio Navia I 23 Julio 2021

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Las biografías de los expresidentes estadounidenses son como las películas de James Bond: predecibles de comienzo a fin, pero siempre hay alguna característica que hace que cada iteración de la saga de reflexiones sobre sus años en la Casa Blanca tenga su propio sabor. Mientras Mi vida, de Bill Clinton, mostró con lujo de detalles su habilidad para hacer campaña y su interés en influir en los grandes temas políticos internacionales, en All the Best (Lo mejor), George H. Bush recopila cartas escritas a lo largo de 70 años, las cuales muestran sus elitistas preocupaciones por el orden mundial y esa actitud de derechos adquiridos de oligarca interesado en mantener la supremacía estadounidense que siempre lo caracterizó.

Una tierra prometida, de Barack Obama, también tiene su propio acento. Como todas las autobiografías presidenciales, el libro está lleno de referencias indirectas que buscan aclarar confusiones, criticar la poca visión de adversarios y algunos aliados, burlarse de las obsesiones de otros actores políticos con los que le tocó interactuar, justificar algunas de sus decisiones polémicas y explicar algunos de sus errores y omisiones. Para los lectores que no están necesariamente versados sobre la política cotidiana estadounidense, muchos de esos detalles pasarán inadvertidos y decenas —sino cientos— de las 700 páginas del libro se tornarán tediosas o llenas de detalles y referencias que serán difíciles de entender. Pero ya que está maravillosamente bien escrito y combina magistralmente descripciones, análisis y reflexiones, el libro resulta una placentera experiencia de lectura incluso para aquellos que no siguieron al detalle —o no están interesados en aprender— lo que ocurrió en los dos períodos en que Obama fue presidente de los Estados Unidos.

Los mejores momentos y las perspectivas más profundas que ofrece el libro están en las primeras 200 páginas, cuando Obama cuenta sobre sus primeros años en política y recrea la campaña presidencial de 2008. Esas páginas están llenas de ideas sobre lo que significa hacer carrera política, sobre la ambición que tiene todo político de poder llegar a posiciones de más poder y sobre la compleja interacción que existe entre los políticos y los ciudadanos que depositan su confianza —y sueños y temores— en sus representantes. Precisamente porque la política consiste en tener que negociar y forjar acuerdos con personas que piensan de forma diametralmente distinta y, muchas veces, hay que hacer esa negociación desde una posición minoritaria o de debilidad, las anécdotas y pensamientos que comparte Obama iluminan la complejidad del desafío de representación democrática. Comentando una vez que invitó a su entonces novia, Michelle, a una reunión en una organización comunitaria en la que trabajaba, Obama recuerda que, después de la reunión, ella le dijo que había sentido que él le daba esperanzas a la gente. Obama recuerda que él le contestó que la gente necesitaba más que solo esperanza. Obama luego cuenta que en ese momento estaba indeciso entre la tentación de liderar los cambios y la de empoderar a las personas para que ellas mismas pudieran generar sus cambios. En esa reflexión, Obama cristaliza el problema de la representación democrática. Porque todas las personas creen que sus problemas son los más importantes y su visión de vida la que más beneficio traerá al país, hay un elemento ineludible de decepción en el proceso de representación democrática, tanto para los que buscan ser representantes como para los ciudadanos que buscan ser representados.

Como Obama salió del poder de forma exitosa, respetado y querido por la población, no se vio forzado a dar demasiadas explicaciones o justificar de forma extensa sus errores y omisiones. Por eso el libro no tiene mucho de esos intentos por limpiar su imagen.

Una tierra prometida logra sus mejores momentos cuando Obama piensa en la gente común. En su texto de 700 páginas, que cubre desde sus inicios en política en la ciudad de Chicago hasta el cuarto año de su primer mandato, Obama destaca los momentos más importantes de su administración y discute las decisiones más complejas, y también las más controversiales. Pero son los breves comentarios que desliza sobre los trabajadores de la Casa Blanca, sobre personas que conoció en campaña o como presidente y sobre los políticos con los que interactuó cuando el texto alcanza sus mejores momentos. Esas referencias que aparecen aleatoriamente en cada capítulo, constituyen maravillosas descripciones de la diversidad de personas con las que les toca interactuar a los presidentes. Comentando su vida en la Casa Blanca, Obama menciona a los dos mayordomos más antiguos, “dos hombres negros, con prominentes barrigas, con agudos sentidos del humor y la sabiduría que se adquiere al tener el privilegio de ver la historia desde la primera fila”. Aunque la familia de Obama les pedía a los mayordomos Buddy Carter y Von Everett —“que podrían haber sido hermanos de mi suegra o tíos de Michelle”— que remplazaran sus smokings por pantalones khakis y camisas polo cuando estuvieran sirviendo la mesa, Von Everett le contestó un día al mandatario: “Queremos asegurarnos de que ustedes sean tratados de la misma forma en que han sido tratados todos los otros presidentes”; y Buddy anadió: “Usted y la primera dama ni se imaginan lo que esto significa para nosotros, señor presidente. Tenerlos a ustedes aquí…”.

A diferencia de otras biografías presidenciales, Obama aparece genuinamente más interesado en saber lo que pensaba un mayordomo negro que había trabajado varias décadas en la Casa Blanca al tener que atender al primer presidente negro en la historia de Estados Unidos, que en discutir la personalidad de Putin o de otros líderes mundiales. La reflexión que hace Obama sobre personas de a pie con las que le tocó interactuar —como candidato, como senador estatal en Springfield, la capital de Illinois, y como senador nacional en Washington— son mucho más profundas y enriquecedoras que las aburridas descripciones que hace de los líderes mundiales. De una conversación con el rey de Arabia Saudita, Obama solo destaca haberle preguntado cómo lo hacía para lidiar con las numerosas esposas que tenía.

La razón por la que Obama dedica tantas reflexiones y análisis al hablar de la gente común parece asociada a que él entendió desde muy temprano en su carrera política que su biografía, su condición de hombre negro que quería trabajar dentro del sistema, más la tranquilidad y poca agresividad de su liderazgo, alimentaban las esperanzas de las personas. En el libro refiere repetidas veces a la responsabilidad que implica ser el receptor de esa esperanza. Cuando escribió su discurso de aceptación a la candidatura presidencial demócrata en 2008, dice que, con su equipo, concordaron en que el momento obligaba a un texto que estuviera más en prosa que en poesía, pero al revisar una cita al discurso histórico de Martin Luther King (Tengo un sueño), Obama se detuvo en una frase poco recordada: “No podemos caminar solos”. Esa idea lo llevo a pensar en aquellas “personas de la tercera edad que me habían escrito para contarme que habían madrugado para ser los primeros en la fila para votar en las primarias, incluso estando enfermos o incapacitados”, y en “mujeres y hombres negros de cierta edad que, como los padres de Michelle, habían quietamente hecho lo que era necesario para alimentar a sus familias y enviar sus hijos a las escuelas y ahora reconocían en mí algunos de los frutos de su trabajo”.

 

El expresidente recibe a un grupo de niños en la Casa Blanca.

 

Obama supo potenciar ese liderazgo y lo aprovechó de forma exitosa, ganando la elección de 2008 y la reelección en 2012, pero materializar la esperanza que la gente depositó en él era una tarea mucho más compleja, que no dependía solo de sus intenciones. El proceso político supone que los líderes deben ser capaces de construir acuerdos con personas que piensan distinto y que no recibirán el mismo premio de la opinión pública que tendrá el presidente si logran llegar a un acuerdo. La capacidad de convicción, de negociación y de aprovechar las breves ventanas de oportunidad que ocasionalmente se abren, permiten que los grandes líderes impulsen cambios que permanezcan en el tiempo.

El hecho de que Obama se convirtiera en el primer hombre afroamericano —hijo de padre keniano y madre blanca de Kansas— en llegar a la presidencia de Estados Unidos representaba un desafío monumental para lo que vendría en los siguientes cuatro años. Iba a ser difícil que algo que hiciera Obama pudiera superar, en los libros de historia, la mención a que, por primera vez en la historia del país más poderoso del mundo, un hombre negro fuera electo presidente de la república. Si bien Obama no es descendiente directo de esclavos —su padre llegó a Hawái como estudiante en la década de los 50—, la esposa e hijas de Obama son descendientes de esclavos. Que una familia compuesta por descendientes de esclavos haya llegado a ocupar la Casa Blanca, la casa presidencial estadounidense construida por esclavos negros, es un dato simbólico difícil de superar. Además, dado que Obama asumió la presidencia en medio de la peor crisis económica que el país haya experimentado desde la Gran Depresión de 1929, parecía difícil que Obama pudiera construir un legado que fuera más allá de ser el primer presidente negro en la historia de su país.

Pero como describe con lujo de detalles en el capítulo 4, Obama abordó con energía y determinación el desafío de crear un sistema de salud que avanzara decididamente hacia la cobertura universal. El Obamacare, como despectivamente llamaron sus adversarios a su programa de salud, se convirtió en el legado de política pública más significativo y permanente de sus ocho años en el poder. Son pocos los presidentes que logran que una política pública lleve su nombre. En el caso de Obama, fueron sus propios adversarios —muchos de los cuales resentían más el color de piel de Obama que sus ideas políticas, moderadas y pragmáticas— los que terminaron bautizando esa profunda e importante reforma y que, pese a sus promesas de campaña llamando a derogarla, no pudo ser eliminada por Trump.

Las reflexiones que hace Obama en los primeros capítulos del libro, sobre cómo ganarse el corazón de las personas y cómo lograr que la gente deposite su confianza en un candidato, debieran ser lectura obligada para cualquier persona que aspira a representar o liderar a un grupo, mucho más allá de si su arena de acción es también el mundo político.

Como Obama salió del poder de forma exitosa, respetado y querido por la población, no se vio forzado a dar demasiadas explicaciones o justificar de forma extensa sus errores y omisiones. Por eso el libro no tiene mucho de esos intentos por limpiar su imagen. Lo poco que hay está asociado a pecadillos que humanizan al expresidente, como su adicción al tabaco o su determinación a pasar más tiempo con su familia, aunque eso le restara tiempo para dedicar a cabildear y convencer a políticos que dan un valor excesivo a estar físicamente cerca de aquellos que ostentan el poder.

Aunque solo han pasado cinco años desde que Obama dejó el poder, el mundo ha cambiado mucho desde enero de 2008, cuando Obama inició su campaña presidencial en un camino cuesta arriba, que tenía como gran favorita a Hillary Clinton para conseguir la nominación del Partido Demócrata. Y si bien las campañas ahora ya no se hacen de la misma forma —la televisión es menos importante y las redes sociales mucho más—, las reflexiones que hace Obama en los primeros capítulos del libro, sobre cómo ganarse el corazón de las personas y cómo lograr que la gente deposite su confianza en un candidato, debieran ser lectura obligada para cualquier persona que aspira a representar o liderar a un grupo, mucho más allá de si su arena de acción es también el mundo político. A su vez, las reflexiones que hace Obama de los momentos clave de su presidencia, como cuando recibió el Premio Nobel de la Paz en 2009 (“Hagas lo que hagas, no será suficiente, pero tienes que seguir intentándolo”), son lectura obligada para cualquier persona que aspire a desempeñarse exitosamente en un puesto de liderazgo.

La gran lección de este libro —y lo que lo distingue entre las numerosas autobiografías de notables políticos que abundan en las librerías— es la increíble y encomiable capacidad de Obama de capturar la esencia de la personalidad de las personas comunes y corrientes. Al ser capaz de entender esos sueños y temores, Obama fue también capaz de llegar a ganarse la confianza y recibir el mandato de representación de esas personas. En esa habilidad radica el éxito de este hombre inteligente, preparado y trabajador. En este libro, el líder carismático que ya conocíamos y que se hizo mundialmente respetado y admirado, entrega una faceta menos conocida, pero esencial para entender su éxito. Obama es también un líder profundamente perceptivo, capaz de leer con fineza los sueños y temores de los ciudadanos.

 

Una tierra prometida, Barack Obama, Debate, 2020, 928 páginas, $17.500.

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