Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1996, Wislawa Szymborska eligió hablar de la inspiración a pesar de no comprender muy bien qué significa. “Su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas”, afirmó. “La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo no lo sé”. La genialidad de la poeta polaca es celebrada en este texto, cuyo autor considera sus versos “uno de los mejores mundos que se me permite conocer”.
por Francisco Mouat I 18 Junio 2020
Cuando leo y releo la poesía de la polaca Wislawa Szymborska, entro y vivo en uno de los mejores mundos que se me permite conocer y habitar. En ese mundo infinito, sin fronteras, experimento una de las alegrías de mi modesta existencia: atravesar sin apuro los poemas escritos originalmente en polaco por Wislawa y traducidos al español (son las versiones de su poesía que más me gustan y que más justicia hacen, creo, a la autora) por Gerardo Beltrán y Abel Murcia, traductores rigurosos, generosos e inspirados de la obra de la más importante escritora en mi vida, una que me conmueve, me asombra, me sorprende, me hace reír, me invita a releerla y sabe decir como ningún otro lo medular: que nos aferramos a un no sé como a un oportuno pasamanos.
Hacer justicia a Szymborska es, entre otras cosas, dejar que su voz nos habite. Y esperar a ver qué ocurre con ella dentro de nosotros. Por ejemplo, el poema “Vermeer”: Mientras esa mujer del Rijksmuseum / con esa calma y concentración pintadas / siga vertiendo día tras día / la leche de la jarra al cuenco / no merecerá el Mundo / el fin del mundo.
O “Algo sobre el alma”, que empieza así: “Alma se tiene a veces. / Nadie la posee sin pausa / y para siempre. / Es algo quisquillosa: / con disgusto nos ve en la muchedumbre, / le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas / y el rumor de los negocios. / No dice de dónde viene / ni cuándo se irá de nuevo, / pero evidentemente espera esa pregunta. / Según parece, / así como ella a nosotros, / nosotros a ella / también le servimos de algo”.
Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1996, Wislawa Szymborska eligió hablar de la inspiración a pesar de no comprender muy bien qué significa: “Hay, hubo, habrá siempre un número de personas en quienes de vez en cuando se despierta la inspiración. A este grupo pertenecen los que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación. Hay médicos así, hay maestros, hay también jardineros y centenares de oficios más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin, a condición de que sepan encontrar en él nuevos desafíos cada vez. Sin importar los esfuerzos y fracasos, su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo no lo sé”. En ese mismo texto se animó a discutirle al sabio del Eclesiastés: “¿Qué es eso de que no hay nada nuevo bajo el sol? En la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo”.
En el epílogo de Instante, los traductores Gerardo Beltrán y Abel Murcia se preguntan cuestiones fundamentales sobre su oficio y la evidente dificultad de traducir una poesía como la de Szymborska: “¿Cómo traducir la marcha de las nubes que pasan, si ni ellas ni su paso son nunca los mismos? ¿Qué hacer con los sueños para quedarnos dormidos y despertar de nuevo en aquel del que partimos? ¿Cómo invitar a las plantas a dejar de callar en otro idioma? ¿Cómo traducir la luz, las sombras, la mañana? Cada poema es una casualidad inconcebible, un charco sin fondo, una existencia y, por ende, una infinidad de no existencias, futuro y recuerdo, una pequeña muerte y una bella viuda, un breve equipaje de regreso, una señal, un baile, una pregunta; cada poema deja tras de sí su cierto todo, su cierto cien por ciento y una serie interminable de silencios, que también hay que traducir”.
Últimos versos del poema “Fotografía del 11 de septiembre”, que escribió después de ver la imagen congelada de hombres cayendo desde las Torres Gemelas en Nueva York: “Solo dos cosas puedo hacer por ellos: / describir ese vuelo / y no decir la última palabra”.
Algo así sucede leyéndola, volviéndola a leer. Lo último que deseamos en la vida es tener la última palabra en algo. Entre otras cosas, porque eso significaría acabar con el misterio, matar lo que aún viva en nosotros. Su poema sobre un gato en un piso vacío es demasiado bello, lo mismo que aquel titulado “Posibilidades”: “Prefiero el cine. / Prefiero los gatos. / Prefiero los robles a orillas del río. / Prefiero Dickens a Dostoievski. / Prefiero que me guste la gente / a amar a la humanidad”.
Poesía no completa, Wislawa Szymborska, Fondo de Cultura Económica, 2008, 412 páginas, $12.500.