Como para coronar el 2022, Annie Ernaux estrenó el documental Les années Super-8, que como buena parte de su obra bebe de su propia experiencia biográfica. Son escenas arrancadas al tedio de la vida pequeñoburguesa, a los “largos domingos vacíos” que exige la rutina familiar, biológica o putativa. Todo ello a lo largo de un tramo bien delimitado de vida doméstica de la familia Ernaux, entre 1972 y 1981, precisamente el período en que la escritora hace sus primeras armas en el campo literario.
por Ignacio Albornoz I 10 Enero 2023
El cine, al igual que la literatura, viene conjugándose hace un buen tiempo en primera persona. Es lo que, desde Mekas y Naomi Kawase, evidencian las películas construidas a partir de archivos, abundantes hoy en las pantallas de salas y festivales. Los nuevos soportes digitales, por cierto, han desempeñado un papel de catalizadores en esa euforia intimista, poniendo al alcance de cualquiera las herramientas antes privativas del montaje y la producción. El Internet, al reducir significativamente los tiempos de espera entre el rodaje y la circulación, no ha hecho más que democratizar el fenómeno. El resultado es una relativa saturación del espacio público, supeditado a los antojos tiránicos del “yo”. Sylvie Lindeperg resume a la perfección el riesgo que tiene para el cine: “fetichización del fragmento y sacralización del rastro”.
De vez en cuando, sin embargo, algún filme se distingue del resto, vuela con sus propias alas e impone una reflexión más detenida, por la felicidad de sus imágenes o la identidad ―consensual o polémica― de su autor. Es el caso de Les années Super-8, la película que dirigiera junto a su hijo la más reciente ganadora del Premio Nobel, Annie Ernaux, autora de una obra tan extensa como económica, y no libre de controversias en su Francia natal.
El “aura” de un Nobel es una ocasión más que propicia para descubrir cómo un escritor ―y por encima de todo, un escritor de talla― (se) piensa en su relación con las imágenes, propias y ajenas. Producida un poco antes de ganar el Nobel, Les années Super-8 viene a iluminar una trayectoria vital precisamente en el momento que su exposición pública alcanza seguramente su punto más elevado (2022 es sin duda el año de Annie Ernaux: un Nobel, una película documental y al menos dos adaptaciones cinematográficas de gran circulación basadas en sus libros: Pura pasión y El acontecimiento).
La preparación de la cinta se hizo en familia. Ernaux escribió y grabó el comentario de Les années Super-8 en solitario durante el confinamiento, a partir del visionado de alrededor de cinco horas de material. El montaje, realizado por su hijo, se emprendió enseguida, tomando su texto como hilo conductor, con atención a sus recuerdos, en una trayectoria de ida-y-vuelta entre lo íntimo y lo social.
A grandes rasgos, la película consiste en una serie de imágenes analógicas, grabadas con una cámara Super-8, por el ex-esposo de la novelista, Philippe Ernaux, hoy desaparecido. Por lo general son escenas arrancadas al tedio de la vida pequeño burguesa, a los “largos domingos vacíos” que exige la rutina familiar, biológica o putativa. Todo ello, a lo largo de un tramo bien delimitado de vida doméstica de los Ernaux, entre 1972 y 1981, precisamente el período en que la escritora hace sus primeras armas en el campo de la literatura.
El repertorio de sucesos, con todo, es surtido, declinado al compás de los desplazamientos de la pareja: viajes, mudanzas, publicaciones, juegos, fiestas, encuentros y desencuentros. En la primera parte se destaca un curioso viaje a Chile que los Ernaux emprenden con la idea de descubrir de primera fuente el proyecto de la Unidad Popular. Las imágenes dejan ver el puerto de Valparaíso y los paisajes del Norte, mientras la voz evoca el entusiasmo de la pareja por el programa revolucionario, compartido por buena parte de la juventud europea de entonces. Más tarde, un viaje a Bulgaria, todavía bajo el comunismo soviético, ofrece el revés de la utopía emancipatoria, su cara más ingrata, entre paranoia persecutoria y miseria material. Un balneario marroquí, un poco después, termina de componer el cuadro de un turismo escapista, complaciente, indiferente a la suerte de las poblaciones locales, tan en boga entre las clases acomodadas europeas. La voz en off actúa aquí como un emulgente: a ella le corresponde dar cohesión al filme, asegurando la continuidad de un material a fin de cuentas heterogéneo y fragmentario, tanto en el tiempo como en el espacio. Quienes frecuentan la obra literaria de Ernaux reconocerán una curiosa continuidad entre su prosa escrita —ese estilo deliberadamente clínico, que ella misma califica como “plano”— y la cadencia algo impersonal, como ausente, sin efusiones nostálgicas, de Les années Super-8. Y es que el “metraje encontrado”, en efecto, parece calzar a la perfección con la poética de Ernaux, fragmentaria y sintética, apoyada en la memoria personal como único sostén.
Hay algo onírico y hasta inquietante en esa colección de imágenes silentes, frágiles, parpadeantes, sonorizadas a posteriori, que fluyen con “la interminable lentitud de un tiempo que se espesa sin avanzar, como el de los sueños”. Lo que dejan traslucir esos fragmentos es la sensación de un tiempo clausurado y ya sin vuelta atrás. En ellos se transparenta asimismo la fascinación confesada de Ernaux por una “visión temblante” del mundo, condición irreductible de las existencias individuales, envueltas en el flujo de un cambio perpetuo, donde nada puede estar dado de forma permanente. Chile, Bulgaria y Marruecos son, entre tantos otros, débiles destellos de mundos que ya no son.
“Todas las imágenes desaparecerán”, afirma Ernaux al inicio de Los años, uno de sus libros más famosos. La sentencia, económica, tiene algo de un perentorio truismo. ¿Cómo recusar su evidencia flagrante? Les années Super-8 logra acaso matizar el dictamen: todas desaparecerán, sí, pero a algunas, sin duda, les llevará más tiempo que a otras.
Les années Super-8 (2022), dirigido por Annie Ernaux y David Ernaux-Briot, escrito por Annie Ernaux, 61 minutos.