Cabecita

Usted sabe quién, de Rodrigo Fluxá, se sumerge en el crimen de Viviana Haeger con una exhaustividad e inteligencia poco vistas en el periodismo chileno. Su libro muestra lo que no lograron articular ni la justicia ni la policía ni los medios, para desentrañar angustiosamente una madeja de equivocaciones, negligencias y prejuicios que alumbran las fisuras de la sociedad como solo lo pueden hacer los grandes textos policiales, sean novelas o crónicas.

por Marcela Fuentealba I 15 Agosto 2019

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Solo siguiendo casos judiciales de principio a fin se podría entender cabalmente la calidad de una sociedad, las formas en que sus miembros son capaces de convivir, su entramado completo; más aun, seguir la civilización y la historia, como hizo Hannah Arendt con el juicio a Eichmann. Y de la calidad de esas narraciones se podría establecer también el grado de conciencia de esa cultura. Por supuesto que cuando Truman Capote quiso escribir A sangre fría, su cometido central no fue hacer una novela política y social de Estados Unidos, sino observar el abismo entre víctimas y asesinos, las historias de cada uno. O al contrario, sí fue el objetivo del historiador francés Iván Jablonka en Laetitia o el fin de los hombres. Capote se ufanó de haber inventado la novela de no ficción; Jablonka se propuso, más con horror que heroísmo, ir hasta el fondo de la descomposición social de la Francia actual, al observar el asesinato de una joven de 18 años a manos de un pseudo psicópata, caso que obsesionó a los medios y provocó una crisis judicial y política grave. Como tantos, ambos renuevan la tradición enorme de la crónica, del periodismo, de contar lo que sucedió al máximo punto de exhaustividad: una inmersión.

La narración de un caso policial, siempre ligado a la fuerza de la ley y sus detentores y falsificadores, es un prisma que encadena los actos más siniestros al esfuerzo humano por revelarlos y condenarlos, por esconderlos y borrarlos. Abre una posibilidad privilegiada de ver realidades complejas y encontrar, quizá, lo que hay, si es que lo hay, bajo todas las manipulaciones.

Rodrigo Fluxá tomó este camino difícil y encontró su propia ruta y salida. Periodista de investigación destacado por sus artículos en la revista Sábado de El Mercurio, en especial por el libro Solos en la noche, sobre el crimen del joven Daniel Zamudio, en el que cuenta las historias de esos también jóvenes que lo mataron lentamente, carreteando, y toda la banalidad que los llevó a perpetrar ese crimen. Ese libro se transformó en una buena serie de televisión; Fluxá trabaja como guionista y se mantiene en la prensa de investigación de largo aliento. El próximo año editará una colección de cuatro títulos periodísticos de diferentes colegas, una respuesta grupal al colapso de los medios escritos.

El crimen que indaga en Usted sabe quién parece no tener relevancia política especial, aunque un homicidio siempre la tiene de algún modo, e incluye dificultades enormes. Viviana Haeger, dueña de casa en un condominio de Puerto Varas, hijas de 7 y 14 años, marido empresario hidroeléctrico, desaparece de su casa una mañana de invierno del 2010 para aparecer muerta 42 días después, en el entretecho de la misma casa. El marido dice haber sido extorsionado por secuestradores que nunca aparecen.

Casi siete años después (me salto la mitad del libro), gracias a la soplada canera de una vieja narco, se sabe de un sicario, hombre pobre, que asume la culpa. Dice que el marido le encargó el asesinato por cinco millones y le dio dos no más; nunca se pudo probar la conexión.

Pero espérate, dice Fluxá. Esta es una maraña de dudas y equivocaciones. De muestra, el mejor perito del país dijo al comienzo que la mujer se había suicidado, y lo corroboró en el juicio siete años después, ante el asesino confeso y nueva evidencia forense.

Parece que la lucha de clases siempre la ganan los mismos. La guerra de los sexos también: matan a la mujer que quería rehacer su vida, con un marido frígido, un amante pésimo, al borde del ataque de nervios, que sobrevive al aburrimiento.

La investigación policial fue muy poco eficiente, más bien muy equivocada; el marido, principal sospechoso, tejió una enorme red de trampas y rarezas ante la incredulidad de un pueblo chico, rico y tranquilo; había dos hijas que proteger; aunque todo Chile, alentado por los matinales que cubrieron sin parar el enigma, creía culpable al marido, la hija mayor siempre apoyó la inocencia de su padre. ¿Y la víctima? La defendió su familia de origen, pero más que ser reivindicada fue el objeto de una torre o laberinto de horrores, mentiras y cosas mal hechas. No fue mártir feminista, apenas una pobrecita. Seguramente vivía con miedo, como bien dice una abogada a quien Fluxá cita: toda mujer casada sabe, por muy inconscientemente que sea, que en algún momento su marido querría eliminarla.

Sin duda no es fácil armar la trama, las varias tramas, con esa enorme cantidad de información, que incluye presenciar el juicio y la condena final, que ya todos conocen. ¿Cómo contar un caso visto hasta el cansancio desde demasiados puntos de vista? Con exhaustividad. Desde el comienzo se opta además por apelar al lector: tras anunciar que esas páginas son producto de una investigación de cuatro años y miles de horas de grabaciones telefónicas y páginas legales y policiales y entrevistas, en el primer párrafo te tratan de tú, te mandan a concentrarte y soltar el teléfono. El asedio al lector para que atine, colabore, piense, asuma sus prejuicios y su morbo, se vuelve constante. Pero, tal como el título, Usted sabe quién, no alude solo a eso sino a algo en verdad terrible (hay que leer el libro), la llamada de atención resulta algunas veces precisa para no sacar conclusiones, como las señoras que ven el matinal, también protagonistas del libro y del caso. El lector, como supone el escritor, podría decirle: hazlo bien, pagué por este libro, eres buen periodista y quiero saber lo que tú sabes. No, de a poco: más que la inevitable manipulación del lenguaje y de la información, del estilo y del argumento, no queda otra que mostrar todo, por forzado que parezca.

La precisión de los detalles arma y rearma la trama: de la neurosis del reportero durante los días del juicio por despertar con el graznido de unos pájaros negros supuestamente siniestros –bandurrias– a las llamativas tenidas de la señora que se dedica a seguir los juicios en los tribunales de Puerto Montt (otro personaje clave insospechado), cada cosa vista, sabida, contada, dicha, se articula una vez y luego otra.

Sabemos, sin saber bien cómo ni si es cierto, que al acostarse la noche antes de morir, Viviana Haeger le comentó a su marido que ni un “abracito” se daban, o (casi al final) que ella preparaba su desactualizado currículum para volver a trabajar; que uno de los policías a cargo cayó a causa de sus enredos amorosos y sexuales; que el marido le dijo a la hija menor –su móvil habría sido quedarse con las niñas– que su mamá no volvería, aunque en ese momento no era completamente seguro; que al reconstruir la escena ante la policía el homicida hablaba de la “cabecita” y las “manitos” de la víctima, a la que conocía muy bien como maestro chasquilla familiar.

Son señoras o viejas o mujeres jóvenes pobres que ven el matinal, al fin, las que dan el dato que descubre al asesino supuesto, hombre con historial criminal de baja intensidad –violencia familiar, riñas con cuchillo–, lo opuesto del patrón, ingeniero sin más tacha que su rareza y frialdad, lleno de amigos y de quien su familia dijo que “nunca ha mentido en su vida”.

Parece que la lucha de clases siempre la ganan los mismos. La guerra de los sexos también: matan a la mujer que quería rehacer su vida, con un marido frígido, un amante pésimo, al borde del ataque de nervios, que sobrevive al aburrimiento; la hija del asesino, posible testigo clave, seguirá a merced de lo que le hagan los hombres; una muerta pobre con trastorno borderline, asesinada y violada en un caso parecido, por el proceso mal hecho nunca tendrá justicia; la única que se salva, pero que pierde toda esperanza, es una mujer mayor que se enorgullece de haber echado a sus parejas por inútiles y violentos. Y la prensa que tergiversa todo, la policía que falla, la justicia que se vuelve sorda y muda porque no hay pruebas. ¿Alguna luz? No. Queremos saber, queremos justicia, pero ni la cabeza ni el cuerpo más dedicados lo logran. Contar eso para que cada cual lo experimente y entienda es el gran valor de este libro.

 

Usted sabe quién. Notas sobre el homicidio de Viviana Haeger, Rodrigo Fluxá, Catalonia UDP, 2019, 330 páginas, $17.500.

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