por Lorena Amaro
por Lorena Amaro I 5 Noviembre 2016
Hasta ahora, apenas se conocía en Chile el trabajo de Martín Cinzano, seudónimo de Gonzalo Rojas González, escritor nacido en Guayaquil, de familia chilena (vivió en nuestro país gran parte de su juventud) y desde hace varios años residente en México. Allí ha publicado crónica, crítica y poesía. La aparición de su primera ficción narrativa, En pana, resulta un acierto, ya que Cinzano se revela como un narrador rápido, inteligente y muy consciente de su quehacer, aunque tal vez, por lo mismo, sea un autor al que se deba leer con algo de calma y distancia, como si su propia escritura lo exigiera.
Cinzano, nacido en 1977, debiera ocupar un lugar entre narradores como Alejandro Zambra (quien escribe la contratapa de este libro), Álvaro Bisama o Claudia Apablaza, entre otros. Comparte con algunos de ellos ciertas marcas de época: la huella de Bolaño, cuyo relato “Últimos atardeceres en la Tierra” es el antecedente y el horizonte de los ires y venires del protagonista de En pana junto a su padre; la vocación fragmentaria y metaficcional; la mirada que ausculta detectivescamente a los padres; la dictadura contada en clave cotidiana y la confluencia de distintos registros culturales y hablas, que combina con soltura y mucho oído, sin perder de vista el relato: “Chaquetitas se había ido de mojado al Otro lado; cuando volvió lo hizo en una Cherokee nueva. Chaquetitas estaba orgulloso y decía que lo más difícil de irse al gabacho no era cruzar sino mantenerse vivo entre tanto paisano culero. Anduvo unos meses vagabundeando por Nuevo México hasta marcharse a Minnesota. (…) No decía Minessota sino Minnesora y con el Willie nos reíamos. (…) A ver si es tan chingona la nave, dijo el Willie cuando amanecía. Tú di ranas y yo las aplasto, respondió Chaquetitas”.
Desde luego que en un libro con semejante título, lo que aparece, y mucho, son autos, confirmando que los nuevos narradores chilenos fueron o imaginaron ser pacientes copilotos de sus padres: Zambra, Zúñiga, Fernández, Costamagna, Trabucco, todos ellos detallan marcas de autos y viajes inciertos, a veces absurdos, en que las relaciones familiares se tornan tan fluctuantes y difíciles como la carretera (o más). La trama de En pana es simple: el protagonista, quien nunca ha logrado aprender a manejar, narra diversos pasajes de una vida transcurrida entre Chile, Ecuador y México, pasajes que aparecen de manera fragmentada y alterna. Entre las historias más potentes se encuentran la del derrumbe familiar y la relación conflictiva pero cargada de emociones contenidas que tiene con su padre (permanentemente “en pana”) y las que refieren a su vida amorosa. Todas estas historias son convocadas en torno a los automóviles que tuvieron y dejaron de tener sus familiares, amigos y conocidos. La relación entre el vehículo, la carretera, el saber o no saber manejar, son puestos en relación sobre todo con la escritura: “¿Pero entonces un poema en pana, ahí tirado, ya no es propiamente un poema?”.
La pregunta por la poesía no es secundaria: en sus reflexiones sobre los autos, los desplazamientos urbanos, la cultura de carretera, Cinzano va configurando una suerte de canon poético: Nicanor Parra, Claudio Bertoni, Federico Schopf, José Ángel Cuevas, Carmen Berenguer, Antonio Rioseco.
Las reflexiones metaficcionales, como en otros libros de sus coetáneos, se vuelcan hacia la cuestión autobiográfica. Como Jorge Baron Biza en El desierto y su semilla o Mario Bellatin en El gran vidrio, cita abiertamente al teórico Paul de Man. Y lanza al mundo este fragmento: “Me dicen que ahora la onda de los críticos literarios es hablar de la ‘autoficción’. En pana, al menos, calza perfecto, ¿no?”.
La última reflexión es bastante discutible, pero lo es más el gesto de las citas, que desde la mitad del libro invade y pervierte el fluir de las historias, muchas de las cuales pierden la potencia de su arranque. Nada más entre las páginas 60 y 90 hay alrededor de 40 citas de toda especie: cultas, populares, poéticas y cotidianas. Ellas evidencian la indiscutible sensibilidad lectora y crítica de Cinzano, pero obstaculizan la progresión de los relatos que va hilvanando. Y es que En pana es una novela que no desea ser una novela. Es también un ensayo, una escritura que se interroga a sí misma, sobre el fin de las ficciones y las posibilidades de la poesía, antes que ser solo un fresco generacional. Un relato nómade que, para ser más efectivo, pudiera quitar el freno que ponen tantas palabras de otros, explícita o implícitamente convocadas, muchas veces sin hilvanarlas suficientemente.
El texto es a medias on the road, porque carece de la libertad radical de muchos de sus antecesores. Sin embargo, eso no desmerece del todo la calidad del debut de Cinzano, quien conoce sobradamente los problemas de la escritura, pero corre el riesgo de que se le arranque el auto.