¿Dónde está el enemigo?

La serie, que a comienzos de este año emitió su sexta temporada, examina, como ningún otro show actual, el choque de la maquinaria militar estadounidense con los grupos radicalizados de bandera islámica. En ella no hay buenos ni malos, dando vuelta la retórica maniquea de Bush (“Quien no está con nosotros, está contra nosotros”) y deja que el espectador decida de qué lado está: ¿con los terroristas islámicos o con la potencia imperial que mata niños inocentes?

por Pablo Riquelme I 30 Junio 2017

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Bagdad, 2011. La agente de la CIA Carrie Mathison recibe el siguiente chivatazo de un contacto local que minutos después será ejecutado por el gobierno iraquí: un soldado estadounidense –dice– cambió de bando en la guerra contra el terrorismo, fue reclutado por Al Qaeda y atentará en suelo estadounidense.

Meses después, una operación en las montañas de Afganistán de un equipo de marines encuentra al sargento Nicholas Brody, dado por muerto en 2003 durante la guerra contra los talibanes. Según él, ha pasado ocho años en cautiverio. Todos los estadounidenses aplauden la vuelta a casa del héroe, incluidos el Presidente y los jefes de Carrie en la CIA. Ella es la única que sospecha: cree que Brody es aquel soldado que cambió de bando y que es una amenaza para la seguridad nacional.

La tensión entre este Odiseo retornado de la Troya yihadista y esta Antígona disidente del monstruoso aparato de vigilancia de Estados Unidos sustenta el comienzo de Homeland, un melodrama de intrigas internacionales (basado en la serie israelí Prisioneros de guerra) que examina, como ningún otro show actual, el choque de la maquinaria militar estadounidense con los grupos radicalizados de bandera islámica ocurrido tras los atentados de 2001 y las invasiones de Irak y Afganistán.

El teatro de operaciones de Carrie y Saul Berenson (su mentor en la CIA y el personaje que se roba la historia) es tan cosmopolita que, tras la quinta temporada, la guerra contra el terrorismo termina siendo para el espectador lo mismo que fue para Eric Hobsbawm la Segunda Guerra Mundial: una lección de geografía.

Las dos primeras temporadas diseccionan el legado de Bush: un país que, después de 10 años de guerra, está exhausto y moralmente descalibrado (las heridas en el cuerpo de Brody y la bipolaridad galopante de Carrie personifican esos desajustes), y con un aparato estatal (encarnado por la CIA) que despoja a sus ciudadanos de libertades constitucionales, como la privacidad, con el objeto de brindarles seguridad.

A partir de la tercera temporada, Homeland sale de Washington para retratar la guerra sucia global ejecutada por Obama: asesinatos selectivos, drones que matan civiles y cacerías humanas fuera de la legalidad internacional contra una Al Qaeda diezmada sin Bin Laden y su sucesor, el Estado Islámico. El teatro de operaciones de Carrie y Saul Berenson (su mentor en la CIA y el personaje que se roba la historia) es tan cosmopolita que, tras la quinta temporada, la guerra contra el terrorismo termina siendo para el espectador lo mismo que fue para Eric Hobsbawm la Segunda Guerra Mundial: una lección de geografía.

Un aspecto interesante de Homeland es su ambigüedad. A pesar de ser una serie cínica y manipuladora a la hora de caracterizar al mundo islámico, no es menos despiadada cuando explica las motivaciones estadounidenses para defender su patria. La serie da vuelta la retórica maniquea de Bush (“Quien no está con nosotros, está contra nosotros”) y deja que el espectador decida de qué lado está: ¿con los terroristas islámicos o con la potencia imperial que mata niños inocentes? Homeland no ofrece buenos y malos, sino el principio ciceroniano de que entre dos males, se ha de elegir el menor.

En este sentido, la serie sugiere que, cuando quieran buscar enemigos, los estadounidenses no necesitan mirar hacia Medio Oriente, sino hacia los cuarteles de la CIA en Langley. Considerando que Homeland tiene un olfato geopolítico indiscutible (anticipó en un año el intervencionismo ruso en las elecciones estadounidenses y también el atentado en Berlín), la sexta temporada, que transcurre en Nueva York, en la zona cero de la guerra, augura algo inquietante: la CIA y el FBI están en pugna con la Presidenta electa, y no están dispuestos a perder poder ni aflojar el cinturón de la seguridad nacional. Incluso si eso implica que ellos mismos comiencen a poner las bombas.

 

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