Publicarlo todo tiene un riesgo: que los lectores de las próximas generaciones ingresen por estas ventanitas al universo de un autor mayor. Porque hay que decirlo: por más que destellen cada tanto ciertos atributos de Bolaño, la novela El espíritu de la ciencia-ficción no cuaja.
por Lorena Amaro I 12 Noviembre 2016
Los colores de la Wehrmacht, los absurdos talleres literarios, el café La Habana, los poetas-detectives (que aquí pesquisan revistas literarias en el DF), el relato formativo de tres jóvenes escritores, las hermanitas poetas que, distintas y complementarias, despiertan el deseo de esos jóvenes escritores, la ¿poeta? desdentada que vende las pinturas de su hijo cuarentón, la noche que se hace día pero por momentos sigue siendo noche, las sugerencias siniestras, los caserones junto al bosque, resúmenes de otras novelas, narraciones de sueños extraños… Al lector habitual de Bolaño todo esto debe resultarle conocido. El espíritu de la ciencia-ficción, de hecho, cuenta la historia del mexicano José Arco y de los chilenos Remo Morán y Jan Schrella, prefiguraciones de la tríada formada por Juan García Madero, Arturo Belano y Ulises Lima en Los detectives salvajes.
La novela, fechada en Blanes en 1984, ha salido por decisión de los herederos de Bolaño. La edición se encarga de señalar la continuidad entre ella y sus grandes obras posteriores: se agregan imágenes de algunos manuscritos, donde se enfatiza el carácter de work in progress de la escritura de Bolaño, al contrastar algunos borradores con sus redacciones “finales”. Por otra parte, la edición no es demasiado exhaustiva, y esto se percibe, por ejemplo, en el breve texto que encabeza la sección de manuscritos, donde se dice que la novela corresponde a la etapa en que Bolaño trabajaba en “Monsieur Pain, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, el cuento relato ‘El contorno del ojo’ y La universidad desconocida”. Con el fin de contextualizar, la nota pone en un mismo nivel obras conocidas, con un cuento que ha tenido una circulación casi secreta y que lectores no iniciados podrían confundir con “El ojo Silva”. Esto no pasaría en una edición más meticulosa.
Acompaña a esta edición un prólogo grandilocuente del crítico Christopher Domínguez Michael: “En pocas ocasiones la literatura de nuestra lengua había mostrado (…) los dolores, las dificultades, las angustias del joven varón ante lo que Henry Miller llamaba con exactitud ‘el mundo del sexo’. Ojalá el arcón de Roberto Bolaño nunca se cierre”.
Discrepo: la literatura en nuestra lengua muchas veces ha mostrado la lamentable perorata misógina del joven y angustiado varón. Y también me pregunto: ¿cuál es la “exactitud” de Miller? Porque hay pocas cosas tan vagas como la expresión “mundo del sexo”. Pero sobre todo discrepo (y esto es lo único realmente relevante), en que si es cierto que para el especialista todo texto de la mano de su autor-objeto es de interés, esto no quiere decir que todo deba ser publicado. Muchas veces sería mejor que los investigadores tuviesen acceso libre a los manuscritos, que como en este caso son guardados celosamente por herederos que aspiran a pasar por divulgadores de una gran obra.
Publicarlo todo comporta un riesgo: que los lectores de las próximas generaciones ingresen por estas ventanitas al universo de un autor mayor. Porque hay que decirlo: por más que destelle en ella episódicamente el mejor Bolaño, la novela no cuaja. De sus tres niveles narrativos, solo hay uno que está más acabado: el que refiere las peripecias de Morán, Schrella y Arco; esto es, el relato formativo que dará origen en muchos sentidos a Los detectives salvajes.
En los otros dos niveles narrativos, que desbarrancan por todos lados, se desarrolla una insufrible “entrevista”, donde se plantea el tema de La Universidad Desconocida y la Academia de la Papa, con fantasmales asomos de La literatura nazi en América, 2666 y El Tercer Reich. Tampoco funcionan las cartas de Jan Schrella a escritores de ciencia ficción norteamericanos, buscando apoyo para América Latina.
Si bien se advierte en estos segmentos el potente músculo lector de Bolaño, también es fácil observar la imposibilidad, todavía, de estructurar una novela. La suma de fragmentos no alcanza a dar cuenta de algo que trascienda la historia misma, algo así como la religión de la literatura o el mal absoluto, que son los temas de Los detectives y el 2666. El espíritu de la ciencia-ficción entrega, en cambio, pinceladas o esquirlas de una trama en que poetas, críticos y lectores no son más que títeres. No hay espíritu de novela. Hay un cuento, una narración fallida y equívoca (la entrevista), más un puñado de cartas que debieran estar en otro sitio.
Y lo que buscaba el joven Bolaño era una novela (algo cortazariana): se percibe ese deseo de organicidad y conjunto en el armado esquemático y tripartito del libro, en sus concatenaciones temáticas y la continuidad de sus protagonistas. Pero no fue suficiente. Solo por momentos aparece el mejor Bolaño, el que crea espacios siniestros, huecos, anómalos, el que provoca angustia y temblor.