El reaccionario señor Ripley

por Pablo Riquelme I 10 Julio 2024

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Hay excelentes razones para no perderse la última adaptación de El talento de Mr. Ripley. La novela que Patricia Highsmith publicó en 1955 cuenta con dos estupendas versiones cinematográficas: la de René Clément, de 1960, protagonizada por Alain Delon, y la de Anthony Minghella, de 1999, con Matt Damon en el rol protagónico. Sin embargo, el tiempo limitado que tienen esos filmes obligó a sus realizadores a condensar demasiado la historia, que tiene varios traslados, desde Nueva York a Nápoles, y luego a lo largo de Italia. Contar mucho con poco suele ser un buen consejo, pero el complejo Tom Ripley merecía una mirada más atenta. La miniserie de ocho episodios estrenada por Netflix se da el tiempo para estudiar al personaje en profundidad y, además, invirtió los recursos necesarios para recrear, de modo obsesivo, la Italia de mediados de siglo donde Ripley despliega sus primeros pasos como estafador y asesino.

La serie entrega una versión cuidadosamente apegada a la novela, mucho más, digamos, que las versiones anteriores. Ese apego no solo tiene que ver con la trama; también con el ritmo narrativo, que la serie estira para potenciar el suspenso y las digresiones mentales de Ripley.

Piglia decía que cada generación necesita volver a traducir a los clásicos, porque las nuevas traducciones modernizan la lengua de los originales. Ocurre lo mismo en el cine: cada época tiene su Ripley. El seductor Ripley de Alain Delon de los 60, más que el joven “medio homosexual” que describe Highsmith en sus diarios de 1954, era un heterosexual vibrante, más interesado en Marie Laforet que en el millonario Dickie Greenleaf, a quien le robará su identidad y su dinero después de asesinarlo a pleno sol. Con sus aires de James Dean, Delon anunciaba la agitación hormonal de los 60 y a esa juventud pagada de sí misma que desafiaría a la generación predecesora.

Ese Ripley revolucionario era todo lo contrario al personaje trágico de Matt Damon, un homosexual con demasiada conciencia de sus desviaciones libidinales. Aquel Ripley inteligente y sagaz sufría en exceso su transformación. Era, sin saberlo, un precursor del moralismo millennial que pocos años después apuntaría el dedo contra todo, solo que él además apuntaba a sí mismo.

El blanco y negro le sirve a Zaillian para neutralizar la saturación de picados y contrapicados, la miríada de símbolos, objetos y paisajes que conforman un policial gótico casi perfecto. La hermosa fotografía también refleja la amoral subjetividad de Ripley, carente de toda conciencia y hecha de manchones grises, pero no carente de gusto, aunque provenga de la impostura.

Andrew Scott, el Ripley de esta serie, no tiene ni la sexualidad demoniaca de Delon ni la dulzura torcida de Damon, pero trae algo mucho más familiar e inquietante. Lo que lo moviliza no es el deseo sexual, sino el ascenso material: es un Ripley pragmático, que no disfruta asesinando y que mata solo cuando la realidad que él se ha creado no le ofrece otra alternativa. Y se mueve para obtener el tipo de vida que su pasado de basura blanca neoyorquina nunca le dará. Es un Ripley aspiracional, frívolo, hambriento por cultivarse en los santuarios estéticos de la élite. No es que sea nihilista: es que, tal como el Ripley al que dio vida Highsmith, es un hombre vacío, necesitado de vampirizar a su objeto del deseo para convertirse en algo.

La serie recoge muy bien la “picaresca existencial” de Ripley, como la llamó Mark Fisher, y con un humor a veces dudoso, a veces desolador, especialmente cuando las cosas no le resultan como quiere, muestra que Ripley es, ante todo, un perdedor, pero un perdedor dispuesto a la violencia más descarnada con tal de reclamar su lugar en sociedad. Es un Ripley reaccionario, con el que los asaltantes del Capitolio, los lobos solitarios que disparan a desconocidos y los pirómanos que prenden iglesias y eucaliptos podrán sentirse cercanos.

Steven Zaillian, el creador y guionista de la serie, fue guionista de Spielberg (ganó el Oscar por La lista de Schindler) y de Scorsese (le escribió esa gran película que es El irlandés), y también dirigió una de las mejores series de HBO: The Night Of. En Ripley tomó decisiones arriesgadas. La principal: rodarla en blanco y negro. No creo que, como se ha dicho, esto signifique un homenaje al cine neorrealista de la posguerra o al cine negro, pues tiene más de la atmósfera paranoica del cine de espías de la Guerra Fría (a ratos recuerda a El tercer hombre). De todos modos, el blanco y negro le sirve a Zaillian para neutralizar la saturación de picados y contrapicados, la miríada de símbolos, objetos y paisajes que conforman un policial gótico casi perfecto. La hermosa fotografía también refleja la amoral subjetividad de Ripley, carente de toda conciencia y hecha de manchones grises, pero no carente de gusto, aunque provenga de la impostura.

 


Ripley (2024), dirigida y escrita por Steven Zaillian, 8 capítulos, disponible en Netflix.

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