En busca del tiempo extraviado

por Rodrigo Olavarría

por Rodrigo Olavarría I 6 Marzo 2018

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Regreso a Birchwood, novela que John Banville publicó en 1973 y que recién se traduce al español, toma elementos de la novela gótica, del policial y la autobiografía para cuestionar los mitos fundacionales de Irlanda. La novela tiene algo de Proust y de García Márquez, pero también posee el carácter lírico y cruel que distingue a Banville, un autor tan agudo como devastador en sus observaciones sobre la familia, la infancia, el sexo y la tradición.

por rodrigo olavarría

El título original de esta novela, la segunda publicada por John Banville en el año 73, es Birchwood a secas, pero por alguna razón sus editores en español decidieron agregar ese “regreso a” que evidencia lo que sabríamos tras leer las primeras páginas del libro. En esas mismas páginas se establece que estamos frente una big house novel, un género novelístico anglo-irlandés que narra la vida de una familia, casi siempre inglesa, en una mansión rodeada de campesinos irlandeses. La verdad es que Banville toma prestada la ropa de ese género y otros como la autobiografía, la novela gótica y la novela policial, para parodiarlos y realizar una operación literaria que cuestiona los mitos fundacionales de la historia de Irlanda.

Regreso a Birchwood es narrada en primera persona por Gabriel Godkin, un hombre de edad indeterminada que regresa a las tierras de su familia tras años de vagabundeo, para hallar su propiedad en ruinas. La consciencia de esta destrucción flota ominosa sobre el lector mientras Gabriel narra la historia de su infancia y el momento en que descubre que algún día será el heredero de Birchwood. Así, todo nos parece amenazante, la exploración de las inmediaciones del hogar, los campesinos rebeldes ocultos en el bosque y una caravana de gitanos, pero sobre todo, la propia familia de Gabriel, una galería de personajes góticos vistos a través del lente de un humor lírico y cruel.

Birchwood, la mansión donde conviven Gabriel, la tía Martha y su hijo Michael, la abuela Godkin y el resto de la familia, es un edificio en un proceso de deterioro que se transmite a quienes lo habitan, es una casa de locos que contagia la locura de una generación a la siguiente.

El narrador escudriña su memoria infantil en busca de las pistas que podrían revelar qué ocultaban los silencios de su familia manoseando sus recuerdos como haría “un impotente casanova con sus antiguas cartas de amor”. Este punto de partida y la nostalgia por una aristocracia en decadencia, hacen pensar en Proust, intuición que se confirma al notar en Banville una atención proustiana a los efectos del mundo exterior en el plano interno de su protagonista. Este vínculo pasa de ser una intuición a una declaración de principios cuando el narrador llama ciertos objetos tutelares de su infancia “esas magdalenas” y define el libro que tenemos ante nosotros como “…esta búsqueda de un tiempo desubicado” (en realidad, la línea original dice “…this search for time misplaced”, que debería traducirse como “…esta búsqueda de un tiempo extraviado”, creando un sutil movimiento entre los sinónimos perder y extraviar).

Birchwood, la mansión donde conviven Gabriel, la tía Martha y su hijo Michael, la abuela Godkin y el resto de la familia, es un edificio en un proceso de deterioro que se transmite a quienes lo habitan, es una casa de locos que contagia la locura de una generación a la siguiente. Esta decadencia es visible en los motivos góticos que componen la primera sección de la novela, secretos oscuros, dobles, el incesto, una madre enloquecida y una mujer que entra corriendo a una casa en llamas. Es aquí donde se me hace imperativo volver sobre el humor de Regreso a Birchwood, ya que lo recién mencionado sería insoportable si la prosa de Banville no estuviera entretejida con un humor irónico y bello, por ejemplo, cuando dos niños observan “llenos de dicha el espectáculo enormemente satisfactorio de un adulto disolviéndose en un charco de pesar” o tras un truncado encuentro sexual cuando afirma: “Violetas y mierda de vaca, mi vida siempre ha sido así”.

En un lector de lengua hispana, Regreso a Birchwood provoca una extraña familiaridad que emana, en parte, del bizarro elenco de personajes que la habita: la familia Godkin, gitanos y la compañía circense a la que Gabriel se une en la segunda sección de la novela. El que estos personajes enloquezcan, estallen en llamas espontáneamente y coman guiso de mono en medio de una hambruna, refuerza la sensación de estar leyendo una novela emparentada con el realismo mágico, más concretamente con Pedro Páramo (1955) y Cien años de soledad (1967), publicada seis años antes que Regreso a Birchwood; todas novelas que a su vez son antecedentes de Hijos de la medianoche de Salman Rushdie.

El parentesco entre estas novelas va más allá de los elementos exteriores y estrafalarios del realismo mágico; lo que las une en realidad es la operación de revisionismo que sus autores realizan con la historia oficial de sus países.

El parentesco entre estas novelas va más allá de los elementos exteriores y estrafalarios del realismo mágico; lo que las une en realidad es la operación de revisionismo que sus autores realizan con la historia oficial de sus países. Primero, en una temporalidad espectral que va de fines del siglo XIX al período que sigue a la revolución, Pedro Páramo expone los males de México: la violencia encarnada en el machismo, la iglesia y el autoritarismo; por su parte, la saga de la familia Buendía reconoce el pasado indígena de Colombia, la presencia africana y el mestizaje, negando la historia oficial que establece a España y a la iglesia católica como referentes. Cien años de soledad es una obra que expone la historia de Colombia sin cerrar los ojos, para evidenciar el doloroso absurdo de las guerras civiles que enfrentaron a los partidos liberal y conservador en los siglos XIX y XX.

Por su parte, John Banville nos arroja a una Irlanda fantasmal donde se entrecruzan dos siglos. Ignoramos en qué año transcurre la novela porque, pese a que en un punto Joseph Godkin usa un teléfono y eso podría situar la acción alrededor de 1920, también es cierto que mientras Birchwood se desintegra asistimos a la violencia rural de los Whiteboys ocurrida entre 1761 y 1786, a la aparición de la sociedad secreta de los Molly Maguires, justicieros que durante la década de 1840 aterrorizaron a los terratenientes y, durante la segunda sección de la novela, a la hambruna que entre 1845 y 1849 causó la muerte de un millón de irlandeses y forzó a otro millón a emigrar.

En Regreso a Birchwood, la decadencia y el sentimiento de amenaza son permanentes, el pasado y sus mitos acechan al presente y la única forma de sobrevivir es aplicar un humor oscuro y fantasmal al horror de la historia. Birchwood es Irlanda, una casa de locos que contagia la locura de un pasado incomunicable o, como dice el propio Banville: “Pensé que por fin había descubierto una forma que contendría y ordenaría todas mis pérdidas. Me equivocaba. No existe forma ni orden, solo ecos y coincidencias, juegos de manos, una risa sombría. Lo acepto”.

 

Regreso a Birchwood, John Banville, Alfaguara, 2017, 238 páginas, $14.000.

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