Una escritura con nuevo nombre

Inacabada, de Ariel Florencia Richards, enlaza de manera delicada la historia de transición de género que vive la protagonista con la experiencia de la contemplación artística. Aun cuando hay referencias al proceso de transitar de la protagonista y a sus relaciones amorosas, es la madre la que puebla la totalidad del relato; se trata de una figura querida, idealizada, descrita casi como una obra de arte, pero que resulta sin duda inalcanzable para Juana, quien lucha por ser querida desde su nueva identidad y entiende a medias el comportamiento de su progenitora, que se atrinchera en el silencio.

por Alejandra Ochoa I 8 Agosto 2023

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Leí al menos dos veces la reciente novela de Ariel Florencia Richards: la primera, al modo tradicional de Cortázar, interesándome lentamente por la trama y el dibujo de sus personajes; la segunda fue una lectura de imágenes, con acceso directo a Google para visualizar en paralelo las obras de arte que se describen en sus páginas. En este sentido, Inacabada enlaza de manera delicada la historia de transición de género que vive la protagonista con la experiencia de la contemplación artística. Aunque en realidad esa transición no es el único centro del relato, sino que también lo es la recepción que de dicho transitar hace la madre, quien se niega y se escabulle ante su hija.

Novela de múltiples capas, la lectura de Inacabada (2023) resulta altamente fluida y cadenciosa. Juana, investigadora de arte, ha planificado un viaje con su madre a Nueva York, aprovechando una invitación a una conferencia en la ciudad en la que antes residió; se trata de un viaje que permitiría sincerar posiciones entre ambas: “Quería hablar con ella, explicarle cómo se sentía, qué le pasaba. Romper ese silencio que venía embargándolas desde que había comenzado con las hormonas”. A partir de este viaje el texto se abre a otros tiempos y espacios, siguiendo el libre discurrir de la memoria de Juana.

Aun cuando hay referencias al proceso de transitar que experimenta la protagonista y a sus relaciones amorosas, es la madre la que puebla la totalidad del relato; se trata de una figura querida, idealizada, descrita casi como una obra de arte, pero que resulta sin duda inalcanzable para Juana, quien lucha por ser querida desde su nueva identidad y entiende a medias el comportamiento de su progenitora, que se atrinchera en el silencio; cada escena entre ambas termina en la negación materna. Diálogos como el siguiente resultan recurrentes y sugestivos:

Mamá, voy a empezar un tratamiento de reemplazo hormonal.
M le sostuvo la mirada, inalterable.
¿Tienes mil pesos?
¿Cómo?
Es que no sé si tengo efectivo para pagar el estacionamiento.

La madre sin duda vive el proceso de tránsito como un duelo: Dejar de nombrarse como el hijo de M era reconocer la pérdida. Y así, todo el viaje era una despedida. Por eso, quizá, M creía que expresar su dolor en palabras le estaba prohibido.

Ariel Richards aúna con virtuosismo literatura y crítica de arte, en una propuesta que propicia una visión íntima y sugerente del propio proceso de transición, que explora las tensiones que ello provoca sobre el orden familiar y que invita a la más profunda reflexión sobre la siempre diferida estabilidad identitaria.

Con el ojo puesto en piezas inconclusas, Juana recorre museos y describe representaciones aparentemente no terminadas, privilegiando la figura humana y la relación con su creador. Van Dyck, Miguel Ángel, Picasso, K. J. Marshall y Marta Colvin son algunos de los artistas cuyas obras operan como una caja de resonancia que profundiza y amplía la radical experiencia del transitar, vivida como el “fin a un periodo de larga reclusión”. Cuerpos sin género aparente, Prometeo sin genitales, hada sin género en Shakespeare, cuerpos femeninos inconclusos o doblemente construidos, como una “proyección secreta de sí misma”, forman también parte del relato.

La propuesta de que la protagonista investigue obras sin terminar potencia la reflexión sobre la propia experiencia de cambio: “La idea que rondaba esa muestra era la ausencia, como si a esas piezas les faltara algo. Piezas que se negaran a transformarse en algo concluido”. Juana es también una figura inconclusa, imposible de fijar, a lo cual contribuye el que sea un personaje en permanente desplazamiento: Valparaíso, Nueva York, Varanasi, Frutillar, Aysén, un personaje nómade que se identifica con el mar, dejando atrás “la tierra firme, con sus certezas y delimitaciones”. Nada hay de estable en esta novela; es una prosa en la que todo fluye, todo está en proceso de transformación, apoyándose en el peso simbólico del mar, que metaforiza el cambio y la muerte y cuya presencia cruza el mundo narrado.

Ariel Richards aúna con virtuosismo literatura y crítica de arte, en una propuesta que propicia una visión íntima y sugerente del propio proceso de transición, que explora las tensiones que ello provoca sobre el orden familiar y que invita a la más profunda reflexión sobre la siempre diferida estabilidad identitaria.

 


Inacabada, Ariel Florencia Richards, Alfaguara, 2023, 160 páginas, $12.750.

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