En su último libro, Flaquear a gusto, Martín Hopenhayn indaga en aquello que en nuestras vidas nos abisma, abruma y fragiliza: las acciones e identidades que se deshacen al verse reflejadas impensadamente, las meditaciones que tocan fondo y extravían el sentido, las palabras y gestos que se nos devuelven como correo no recibido.
por Vicente Undurraga I 27 Marzo 2025
Kafka, dicen las primera cinco letras del nuevo libro de Martín Hopenhayn. No suelta ese hueso el autor, es la reacción que se impone al leerlas. Pero tanto mejor que nuevas noticias suyas sobre el gran escritor checo es leer, tras una notable cita, esta frase: “Acto seguido, invertir a Kafka”. Invertir, dar vuelta, reconsiderar incluso a los autores y referentes más queridos. Así piensa este libro, tomando vuelo allí donde otros podrían tropezar o quedarse pegados.
Marcado por la inquietud y la apertura, Hopenhayn forma parte de una tradición muy rendidora a la hora de pensar este mundo hecho pedazos: la de los escritores filosóficos. Aquellos filósofos que, antes que un sistema congruente, acucioso y metódico, o un empeño de especialistas de dedicación exclusiva, optan por un modo de ver que permite ir y venir con soltura y hondura por los asuntos de este mundo. Prosistas que no sostienen su tarea reflexiva solo en el pensar el todo, sino de igual manera en el estilo, deteniéndose más bien en las partes del todo e igualmente en los partes que nos cursa la nada.
En su escritura, crecientemente se observa un estilo tentativo, que en vez de intentar abarcar y reducir los asuntos y conceptos, se conforma, felizmente, con tocarlos, a veces apenas con rozarlos, otras, también, apretándolos, pero nunca para sofocarlos sino para ver qué dan de sí puestos en tal trance. Esto lo obliga, o le permite, más bien, a ensayar, tentar formas. Fragmentarias, por cierto, pero no por cortedad sino por cortesía: es un pensamiento que se regala a sí mismo el sobrevuelo, la parábola fugaz, la simple ocurrencia, la vacilación no pusilánime sino jovial, la paradoja y hasta unos cuantos “arrebatos de conformidad”.
En Los testamentos traicionados, Milan Kundera comenta cómo Nietzsche tendió a la escritura aforística a partir de Aurora, en el empeño de resistirse a “la tentación de transformar las ideas en sistema”, evitando rellenos. Y agrega que a veces se trata de “redondear el horizonte intentando poner en escenas los puntos flojos según el mismo estilo que los puntos fuertes”. Contra ese peligro de la saturación, Hopenhayn ofrece los pensamientos tal como le llegan, en su misterio y en su claridad, puliéndolos, sin duda, pero no desnaturalizándolos con el sometimiento a un método o exhaustividad conceptual que pudiera asfixiarlos.
Este nuevo libro tiene un título elocuente, y liberador: Flaquear a gusto, que es tal vez lo que todos necesitamos permitirnos en este tiempo que nos engorda mórbidamente el seso a punta de demandas y requerimientos. Hopenhayn indaga en aquello que en nuestras vidas nos abisma y abruma y fragiliza: las acciones e identidades que se deshacen al verse reflejadas impensadamente, las meditaciones que tocan fondo y extravían el sentido, las palabras y gestos que se nos devuelven como correo no recibido. Es notable su modo de pensar la relación entre carácter y destino. Dice que habitualmente el carácter, tan reconocible en las personas desde niños, suele fundirse en un destino, mientras que excepcionalmente pasa “que un carácter logre torcer un destino aciago en lugar de provocarlo”.
La duda y las distancias bien tomadas le sirven como un motor, incluso para pensar sobre su propio quehacer: “Un pensamiento, ¿emerge desde el centro del pensamiento anterior, o se desprende desde su lado más débil?… ¿Qué hay entre ambos, un eslabón o una grieta?”. Y se detiene en cómo opera y se ha hecho camino el aforismo a través de los siglos, liberándose de ataduras para deslizarse a sus anchas entre los fenómenos y las palabras, y ganar perspectiva al encarar la vida.
En ese afán atiende a todo lo que lo rodea. O casi todo: los recuerdos, los velos, el deseo repentino de no haber nacido (muy distinto al de morir), el celebrar como una actitud vital deseable, el amor, muy a fondo (este libro tiene en potencia un Tratado del Amor y la Pasión), la soledad, lo que se calla, el suicidio, el cansancio de ser, el júbilo (y le agradecemos que nos devuelva palabras así, desdeñadas por la beatería laica).
Flaquear a gusto —cercano a otro libro del autor de inolvidable título: Así de frágil es la cosa (1999)— esquiva un acusado peligro del aforismo, que es el de no constituir un estilo, diluirse en sus propias pausas, perderse en su discontinuidad. No es el caso. Algo en sus fraseos, en su modo de mirar, enlaza y abraza lo disperso. Además, el libro tiene un par de prosas que se extienden entre la crónica y la meditación sicológica, tramados ambos hilos para dar cuenta de momentos humanos en los que no solo todos nos reconoceremos, sino en los que, más significativamente, todos hemos estado a punto de perdernos. Ocurre cuando escribe sobre el encuentro de dos conocidos que en algún tiempo coincidieron cordialmente sin llegar a la amistad y que reunidos por el azar muchos años después, se abrazan y no atina, ni uno ni otro, a despegarse, entregándose sin querer queriendo a “la prodigalidad casi ofensiva de seguir abrazados un buen rato, un poco extraño, cierto, pero pensándolo bien, por qué no”.
Flaquear a gusto. Aforismos, Martín Hopenhayn, Ediciones Universidad Austral de Chile, 2024, 126 páginas, $9.900.